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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (27 page)

Los tres varones del grupo tenían un aspecto tan extraño como las mujeres. La que parecía una valquiria sacaba toda la cabeza al más alto de los tres hombres, que mostraba un cierto parentesco racial con la exploradora, aunque su aspecto era más semejante a los humanos. La bolsa de cuero que llevaba colgada al hombro parecía hecha para transportar algún instrumento musical. Empuñaba un arco con una flecha con plumas rojas presta para ser disparada. Uno de sus compañeros masculinos iba tan embozado que sus rasgos, salvo la punta de su larga y blanca barba quedaban ocultos. Se aferraba a un largo cayado de madera oscura, nudosa y retorcida, engastado en hierro; sin embargo, no se apoyaba en él para caminar. El último miembro del grupo era posiblemente el menos llamativo de los cinco; llevaba la cabeza rapada y los pies descalzos, e iba vestido con vulgar ropa de lino. No cargaba con ninguna arma, al menos a simple vista, y no parecía más que un monje mendicante que se había mezclado con unos rufianes que sólo buscaban tentarlo para apartarlo de la senda de la iluminación.

Un aullido fantasmagórico resonó en lo más profundo del bosque. Fue un sonido apenas lo bastante humano como para evocar ese horror tan especial que los hombres reservan para los de su misma especie. El grupo se detuvo y todos empuñaron sus armas, mas no surgió ningún peligro ante ellos.

—¿Qué demonios pasa, Robin? -preguntó el arquero.

—Llámame Zerika. Se supone que estamos encarnando unos personajes, ¿recuerdas? Y no estoy segura de querer saberlo, Ragnar. Tal vez el jefe quiera poner en práctica sus habilidades para averiguarlo. ¿Qué dices, Tahmurath?

El hombre embozado se encogió de hombros y se echó atrás la capucha. Al hacerlo, mostró un rostro que destacaba por no indicar una edad determinada, a pesar de los cabellos y la barba de color cano. Levantó el bastón sobre la cabeza con ambas manos; lo sostuvo en paralelo al suelo y en la dirección de la que procedía aquel aullido. Unos momentos después, bajó el bastón y meneó negativamente la cabeza.

—Su origen parece estar fuera de mi alcance. Si hay algo allí, claro está.

—Puede que tengas razón -dijo Zerika-. Quizá sea otro truco para que nos apartemos del sendero.

El grupo de aventureros o, para ser más exactos, sus difuntos predecesores, gracias a una dura y, en definitiva, mortal experiencia, habían aprendido que alejarse del camino era muy poco saludable en aquella zona del bosque. En esta ocasión, decidieron mantenerse firmes a pesar de todo.

—¿Creéis que este bosque tiene nombre? -preguntó Ragnar.

—¿Por qué habría de tenerlo, George? -inquirió el hombre calvo.

—Los bosques encantados suelen tenerlo, Mike… Oh, lo siento… quiero decir Malakh. Arden, Mirkwood, Fangorn, Garroting Deep… Es una tradición.

—No veo ningún letrero -comentó la corpulenta mujer-. ¿Por qué no lo bautizamos nosotros?

—Buena idea, Megaera -dijo Zerika-. ¿Alguna propuesta?

—Ya sé -dijo Malakh-. Lo llamaremos bosque del Gusano.

—Bosque del Gusano… -repitió Ragnar-. Supongo que tiene unos 666 árboles más o menos.

El grupo siguió avanzando. Mientras tanto, el aullido sonaba un poco más fuerte. Zerika hizo un gesto a los demás para que se detuviesen y levantó una de sus puntiagudas orejas.

—Creo que el sendero traza una curva hacia el origen de ese sonido—dijo. Megaera desenvainó su ancha espada, que produjo el tintineo del mejor acero.

Ragnar agarró su arco con más fuerza, y Tahmurath empezó a murmurar mientras trazaba unos gestos misteriosos con la mano libre. Malakh se mantuvo impasible.

Zerika no sacó la espada, pero la daga que llevaba en la daga descendió hasta su mano como si tuviera voluntad propia.

—Voy a echar un vistazo por allí-dijo-. Si grito, venid corriendo.

Al cabo de unos minutos llenos de tensión, Zerika regresó e hizo señas al grupo para que siguieran adelante en tanto reía con una risita burlona.

—Creo que podéis bajar las armas por el momento -les dijo.

La siguieron por el camino hasta un pequeño claro. En el centro había una cabaña, que quizás era propiedad de algún leñador. Frente a la puerta podía observarse un tocón de un árbol sobre el que se hallaba una jarra de barro de aspecto vulgar. Todos comprendieron entonces que el aullido lo provocaba el viento que soplaba a través de la jarra.

Tahmurath observó la cabaña.

—Zerika, vamos a examinar este sitio -dijo.

La exploradora se acercó a la puerta mientras el resto del grupo la rodeaba. Se arrodilló para examinar el pomo de la puerta, que no parecía tener cerradura. Sopló sobre la punta de sus dedos alargó una mano hacia el pomo, titubeó y, de súbito, se incorporó y llamó a la puerta. Esta se abrió con un ruido, pero no había nadie en el umbral. Un olor a rancio salió del interior, junto con un rumor seco.

—Entrad -dijo una voz suave entre las sombras.

Zerika miró a los demás sin decir nada y asintió con la cabeza. Abrió la puerta y se deslizó con sigilo hacia el . Los otros la siguieron. Al principio, era difícil ver algo, pero a medida que los ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudieron distinguir una figura encapuchada y envuelta en una rúnica que estaba sentada frente a un escritorio en el otro extremo de la única habitación de la cabaña. Aquella persona, que aún no sabían si era hombre o mujer, se había vuelto hacia ellos. El olor a rancio resultaba muy intenso.

De pronto, un sonido áspero y agudo resonó en la chabola. Como respuesta, las armas salieron de sus vainas y el afilado acero rodeó la figura encapuchada. Parecía que la tensión podía cortarse en el aire, y cada figura, formar parte de una escena congelada. Por fin, una risa seca brotó del interior de la capucha del personaje que estaba sentado junto al escritorio. Encendió un cirio que sujetaba en su mano enguantada, y la luz mostró el origen de aquel sonido: un enorme cuervo que se había posado sobre el escritorio. Los aventureros bajaron sus armas, entre aliviados y abochornados.

La rasposa voz que se había reídos de su inquietud dijo:

—Bienvenidos, viajeros. Veo que sois nuevos. Sin duda, os estáis familiarizando con la región. ¿Qué os trae Uno?

—¿Es Uno el nombre de ese mundo? -preguntó Ragnar.

—¡Oh, no! -dijo, y volvió a resonar aquella risa-. Sólo es el nombre de esta parte del bosque.

—Hablando del bosque, ¿tiene algún nombre?

—Buena cuestión. Pero, antes de que os conteste, mi amigo córvido quiere haceros una pregunta: deseao saber si alguno puede decirle en qué se parece a este mueble -y señaló el escritorio.

Aquello curiosa pregunta sorprendió al grupo.

—Es una adivinanza de Lewis Carroll -susurró Malakh-: «¿Por qué un cuervo es semejante a un escritorio?».

—¡Estupendo! -exclamó Tahmurath-. ¿Cuál es la respuesta?

—No me acuerdo.

—Vale, intenta perder el tiempo mientras lo buscamos.

Malakh asintió y dijo:

—Nos encantaría responder el acertijo de tu amigo, pero ¿podemos ver antes el rostro de nuestro noble anfitrión?

—Te gustaría ver, ¿verdad?

—Sí.

—Entonces ves ir en busca de Eltanin.

Y con estas últimas palabras, el cuervo, el escritorio y el hombre desaparecieron.

No encontraron nada que fuese interesante ni útil en la pequeña cabaña. El grupo salió y se preparó para seguir su camino por el bosque.

—Bueno, parece que nos han asignado la primera misión -comentó Zerika.

—¿Misión? ¿De qué estás hablando? -preguntó Malakh.

—Las misiones son una característica habitual de los MUD. Suelen consistir en la búsqueda de algo importante.

—¿Cómo el Santo Grial? -sugirió Ragnar.

—Sí, u otra cosa que encaje en el ambiente específico del juego. A veces hay que encontrar muchos objetos y la partida se convierte en una búsqueda incesante.

—Oh… ¿Qué crees que es Eltanin?

—Es difícil de decir -respondió Zerika, encogiéndose de hombros-. Podría ser una persona, o un lugar, pero lo más probable es que sea un objeto.

—¿Un objeto?

—Sí. Los objetos especiales tienen nombre propio, sobre todo los que poseen algún tipo de propiedad mágica, como espadas y cosas así.

—¿Quieres decir como Excalibur? -preguntó Ragnar.

—Exacto.

—Entonces, ¿cómo vamos a encontrarlo?

—Manteniendo los ojos y las orejas bien abiertos.

—Ah, vale. ¿Qué vas a hacer con la jarra?

—La voy a guardar en un saco.

—¡Ya lo veo! ¿Por qué?

—Porque, en juegos como éste, siempre es recomendable guardar los objetos especiales que encuentres; suelen ser importantes más tarde. Al final, sufres limitaciones respecto a la cantidad de objetos que puedes llevar. Pero ahora tenemos pocas pertenencias, de modo que debemos recoger todo lo que aparente poseer alguna utilidad, aunque sea remota. Siempre podremos tirar lo que nos sobre.

—¿Qué te hace pensar que esta jarra tiene algo especial?

—Una jarra que puede ponérselos por corbata a cinco intrépidos aventureros me parece un objeto bastante especial.

Siguieron por el mismo camino, que salía del claro en dirección al este.

Unas horas después, al regresar de una de sus exploraciones, Zerika hizo gestos de que guardaran silencio y avanzaran. El resto de aventureros intentaron emular el sigilo de Zerika con éxito diverso. Al cabo de unos minutos, los matorrales que se encontraban al lado del sendero. Servían como una especie de valla natural que rodeaba un claro en cuyo centro había un estanque. Cuando miraron entre el follaje, vieron lo que Zerika quería enseñarles: una criatura que estaba bebiendo. Era de forma equina y tenía un pelaje blanco y brillante y pezuñas partidas, claramente distintas a las de un caballo; del centro de su frente sobresalía un cuerno en espiral.

Ragnar empuñó su arco, pero Megaera y Malakh le tocaron en el hombro para disuadirle de su intención. De pronto, un enorme perro irrumpió en el claro y se abalanzó sobre el unicornio. Este se defendió con su afilado cuerno. Parecía estar a salvo, cuando apareció otro perro más pequeño por el otro lado y atacó al unicornio en sus cuartos traseros para tratar de desjarretarlo. El unicornio saltó al agua y se revolvió ante los canes, aprovechando el estanque para proteger sus flancos vulnerables. La estratagema funcionó hasta que el cazador entró en el claro con un gran estruendo.

El tremendo ruido que hizo al acercarse se debía a su tamaño: era un gigante que iba vestido con pieles raídas y empuñaba una enorme porra. Sólo tuvo que dar unos pocos pasos para llegar al borde del estanque. Levantó la porra para asestar el golpe. No había duda de que un solo impacto de aquella gigantesca arma, impulsada por los brazos del titán, bastaba para poner fin de inmediato al combate.

De pronto, una de las flechas rojas de Ragnar se clavó en el antebrazo que sostenía Ja porra, lo que distrajo por unos momentos al gigante cazador. El grupo aprovechó la ocasión para salir de entre los matorrales y correr en defensa del unicornio

—¡Buen disparo! -exclamó Zerika.

—En realidad, no. Apuntaba al ojo.

El unicornio retrocedió a una zona más profunda, lo que pareció frenar a los perros, al menos por el momento. Sin embargo, el agua, que al unicornio le llegaba al vientre, no alcanzaba a cubrir las rodillas del gigante. La flecha que tenía clavada en el brazo apenas suponía una molestia, lo único que le impedía avanzar para asestar el golpe mortal era que unos humanos armados se le acercaban en dos direcciones distintas. Se volvió primero hacia Megaera, que debió de parecerle la mayor amenaza. A pesar de su considerable tamaño, la mujer aparentaba ser una niña pequeña comparada con aquel coloso. Cuando descendió su enorme porra, ella levantó el escudo para contener el golpe. El impacto empujó el escude contra su cuerpo y la derribó.

Mientras tanto, los perros intentaban defender a su amo de aquellos entrometidos. El más grande, del tamaño de un mastín, se abalanzó sobre la garganta de Ragnar. Este lo detuvo metiéndole el arco en la boca. Ragnar siguió sujetando su arco, y, agarrando las fauces del animal, logró mantenerlo a raya; por desgracia le era imposible desenvainar la espada. Tahmurath se encontraba en una situación similar con el otro can; intentaba contenerlo con el bastón, pero no podía realizar ningún ataque con éxito.

El gigante volvió a levantar la porra, aparentemente con la intención de rematar a Megaera, que gemía en el suelo. Malakh se lanzó hacia él para distraerlo; el gigante le hizo caso y mostró la determinación de convertirlo en comida para perros con un golpe de su arma. Malakh calculó un salto que le permitiera eludir el porrazo en el último momento, pero lo inició demasiado pronto, y el gigante, que pudo cambiar la dirección del golpe a tiempo, le acertó de lado en la cadera izquierda. Un simple roce con aquella enorme porra bastó para dejarle la pierna entumecida. Malakh intentó levantarse apoyándose en la pierna derecha, pero resbaló y cayó. El gigante alzó su porra para asestar un nuevo golpe a su paralizada víctima.

Zerika pareció materializarse en el aire, aunque en realidad venía corriendo desde las sombras del borde del claro, y hundió su corta espada en la parte posterior de la rodilla izquierda del gigante. Este hincó la rodilla y emitió un grito terrible que paralizó a todos los presentes.

A todos, claro está, menos al unicornio, que eligió aquel momento para atacar, y hundió todo el cuerno en el vientre del gigante, justo debajo del esternón. El coloso abrió la boca como si fuese a aullar de nuevo, pero se desplomó en silencio sobre su costado izquierdo. El unicornio pudo sacar el cuerno justo a tiempo de no verse arrastrado por la caída del cazador.

Los perros fueron lo bastante inteligentes como para comprender que las tornas se habían vuelto contra ellos. Soltaron a sus enemigos y huyeron hacia el interior del bosque.

Zerika, Ragnar y Tahmurath se acercaron a Megaera y Malakh, que yacían a un par de pasos el uno del otro. Malakh se estaba esforzando por sentarse y parecía el herido menos grave. Megaera sonrió débilmente en respuesta a las ansiosas preguntas de sus compañeros.

—Creo que me he fracturado el brazo que sostenía el escudo -dijo, pero una espuma rosada asomó por su boca.

—¿Guardas algún truco en la manga? -preguntó Zerika a Tahmurath. Este frunció el entrecejo y negó con la cabeza.

—Puedo hacer trucos, no milagros. Sus heridas son demasiado graves. Creo que tiene los pulmones perforados. No hay nada que pueda hacer.

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