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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

Underworld (18 page)

BOOK: Underworld
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El humano había escapado.

• • •

Los relámpagos iluminaban la noche, expulsando las sombras por espacio de un microsegundo cada vez que se manifestaban. El trueno resonaba en los cielos, aunque sin acallar del todo el aullido lupino que resonaba en el interior del cráneo de Michael. Corría por los bosques como un preso fugado, helado y empapado y casi sin aliento. El corazón le latía furiosamente y no dejaba de mirar atrás, temiendo lo que quiera que pudiera estar siguiéndolo. Trastabilló y tropezó en una raíz que apenas había visto. Cayó hacia delante y se desgarró las palmas de las manos en la espesura pero no dejó de avanzar mientras volvía penosamente a ponerse en pie. Los charcos llenos de barro lo cogían por sorpresa y le empapaban por completo los destrozados calcetines y las zapatillas. El ladrido de los sabuesos lo seguía no muy lejos, urgiéndolo a continuar.

¿Y si abren las puertas?,
se preguntó, mientras se imaginaba a los rottweilers siguiendo su rastro por el bosque. ¿Y si
me echan los perros encima?

Una negrura completa lo envolvió, pero un instante después fue deshecha por la llamarada de un nuevo relámpago. Las sombras se levantaron y se llevaron a Michael lejos de allí. A otro lugar, a otro tiempo.

Corría con los pies desnudos por un inmenso bosque oscuro y escuchaba tras de sí el estrépito que hacían sus perseguidores al atravesar la densa maleza. Miró atrás y los distinguió tras la niebla de la noche: figuras sombrías que avanzaban entre los troncos de los árboles de hoja perenne, destellos de luz de luna que resplandecían sobre el metal de sus cotas de malla y sus corazas. Se sentía completamente desnudo e indefenso frente a aquellas figuras guerreras.

Emergieron de la arremolinada niebla blanca, empuñando ballestas cargadas con letal plata. Implacables negociantes de la muerte, saltaban y corrían entre los frondosos pinos y abetos, tratando de avistar a Michael con claridad.

Múltiples siseos atravesaron la noche y una descarga de proyectiles de plata pasó silbando junto a sus hombros y fue a clavarse en el tronco de un grueso pino, a pocos pasos de él. El brillo argénteo de los letales proyectiles llenó su alma de miedo y repulsión.

Un gruñido de furia se formó en el fondo de su garganta. Una parte salvaje de su alma deseaba volverse y afrontar a sus perseguidores, responder a las armas y armaduras con garras y colmillos desatados, pero sabía que estaba demasiado débil, demasiado menguado por la tortura y el cautiverio. En otro momento, se juró. En otra noche.

Por ahora, no podía más que correr y correr, esquivando los proyectiles de plata afilada que pasaban zumbando junto a sus oídos…

Michael se encogió y por un instante temió ver el astil de un virote clavado en su pecho. Entonces la oscuridad cayó y volvió a levantarse, bisecada por un nuevo y cegador relámpago, y el volvió a encontrarse en el bosque azotado por la tormenta.

Miró a su alrededor embargado por la confusión. No había ballestas con virotes de plata, ni arqueros entre las sombras, sólo los ladridos furiosos de los perros guardianes, que iban disminuyendo de volumen a medida que se alejaba de la mansión sin nombre y la finca que la rodeaba. Los pinos de montaña, erizados de agujas, habían vuelto a trocarse por los denudados robles y hayas de antes.

¿Qué me está pasando?,
se preguntó. Ya nada tenía sentido, ni siquiera las febriles imágenes de su propia mente. Su hombro herido palpitaba en sincronía con los acelerados latidos de su corazón. Tiritaba incontroladamente, tanto de frío como por un creciente sentimiento de temor extremo. Por si los secuestradores asesinos y los gángsteres no fueran suficiente, ahora sus propios sentidos lo estaban traicionando. No entiendo nada de esto, pensó mientras se alejaba cojeando por el desconocido bosque sin saber si se encontraba muy lejos de Budapest y de la vida cotidiana que conocía.
¿Me estaré volviendo loco?

• • •

Kraven se apartó de la ventana abierta. Al ver su expresión amarga y truculenta, Selene supo que algo había ido mal, para él y para los rottwailers.

El alivio la embargó e hizo lo que pudo para ocultárselo a Kraven. El imperioso regente vampiro ya estaba de un humor suficientemente malo. Malditos sean Kraven y sus infernales celos, dijo en silencio. ¡Jamás he alentado sus intenciones románticas!

Erika permanecía encogida y asustada cerca de la puerta, temiendo sin duda que Kraven la culpara por la fuga del humano. Selene en cambio creía que la esbelta criada no tenía nada que temer. La cólera de Kraven estaba dirigida exclusivamente contra ella.

—¡Déjanos! —le espetó a Erika, quien obedeció al punto dejando a solas a Selene con el amo de facto de la mansión.

Selene se volvió hacia él sin miedo. Estaba preparada para aceptar su castigo por haber llevado a Michael a Ordoghaz, pero no estaba dispuesta a disculparse por sus acciones y mucho menos a suplicar misericordia. Por alguna razón, Michael era de una importancia vital, y no sólo para ella, pensara lo que pensara Kraven.

La seguridad de mi propio aquelarre es lo único que me preocupa, se dijo para sus adentros. ¿O estoy siendo demasiado vehemente?

Kraven cruzó la habitación hasta ella. Sus ojos ardientes de furia se clavaron en los de ella. Selene mantuvo una expresión pétrea y resuelta, preparada recibir cualquier amenaza o ultimátum que el vampiro le tuviera reservados.

Pasó un momento silencioso y Kraven abrió la boca para empezar su diatriba. Selene se puso tensa, aguardándola, pero en el último segundo, Kraven cambió de idea y le propinó una fuerte bofetada con el dorso de la mano.

Capítulo 13

U
n busto de cerámica, con una expresión notablemente salvaje, asomó de repente por detrás de un vistoso pilar de hormigón. ¡Blam-blam-blam! La escultura estalló de repente en cientos de fragmentos blancos, destrozada por una ráfaga de fuego automático.

Con el ceño fruncido, Selene esperó pacientemente a que apareciera otro objetivo. Un tufo a pólvora brotaba del cañón de su nueva Beretta automática.

La bofetada de Kraven aún le dolía. Había pensado que se le pasaría la frustración en el campo de tiro pero seguía tan enfurecida como antes. Sólo la ciega determinación de no causar más problemas y divisiones le había impedido devolverle el golpe a Kraven con sus propias manos. No podemos permitirnos el lujo de volvernos unos contra otros en este momento, pensó. No ahora que los licanos están planeando algo importante.

Otro objetivo de cerámica asomó por detrás de una fachada de metal. Éste tenía las facciones bestiales de un licano hembra a mitad de transformación. Selene lo hizo pedazos con toda eficiencia y siguió apretando el gatillo hasta que la Beretta dejó de disparar. Extrajo rápidamente el cargador, sacó uno nuevo y lo metió con un movimiento furioso.

Una risilla divertida sonó a su espalda.

—Desde luego, espero que nunca te cabrees conmigo —dijo Kahn. El maestro de armas se encontraba unos metros por detrás del campo de tiro, observando con amigable interés su sesión de prácticas.

Selene estuvo a punto de sonreír pero mantuvo la mirada clavada al otro extremo del campo de tiro. Su dedo se tensó en el gatillo. Estaba preparada para hacer picadillo hasta el último licano de pacotilla que apareciera en el dojo si eso era lo que hacía falta para enterrar el recuerdo humillante de la bofetada de Kraven. ¡No puedo creer que se haya atrevido a ponerme la mano encima! He matado más licanos en los últimos años que él en varios siglos…

—Para un momento —dijo Kahn antes de que el siguiente objetivo pudiera reclamar su atención—. Échale un vistazo a esto.

A regañadientes, Selene enfundó la pistola y se volvió hacia Kahn. El inmortal de color sacó una pistola de aspecto extraño de su cinturón y se la ofreció. Ella la sopesó en su mano para probar su equilibrio. Un arma bien hecha, concluyó, sin saber muy bien qué era lo que tenía de especial.

Kahn pisó con la bota un botón de color verde que había en el suelo. El mecanismo por control remoto hizo aparecer un nuevo objetivo de cerámica al otro extremo del campo de tiro. Unos colmillos de mármol esculpido acentuaban su congelada expresión de furia.

—Adelante —le dijo Kahn—. Liquida unos cuantos.

Con sumo gusto, pensó Selene, que no necesitaba que la animaran para disparar sobre los simulacros de licántropo. ¡Blam-blam-blam! Una densa agrupación de impactos de bala excavó el objetivo. Para su sorpresa, las heridas empezaron a supurar un brillante líquido metálico, como sangre de un cráneo destrozado.

—Saca el cargador —le ordenó Kahn.

Intrigada, Selene obedeció. Sus ojos se iluminaron. Las balas del cargador eran idénticas a la nueva munición ultravioleta de los licanos, salvo que éstas contenían un lustroso fluido metálico.

—Has copiado la munición de los licanos —comprendió.

Kahn sonrió con orgullo.

Sacó una de las balas llenas de líquido y le dio vueltas entre sus dedos.

—¿Nitrato de plata?

—Una dosis letal —le confirmó el maestro de armas.

—Excelente —declaró mientras su mente reparaba rápidamente en las notables ventajas de este nuevo tipo de munición—. Así no podrán sacársela, como hacen con las balas normales.

—Directa al flujo sanguíneo —dijo Kahn con un guiño. Selene previo un estupendo aumento en las bajas de los licanos—. Imposible de sacar.

Le devolvió el arma.

—¿Kraven está al tanto de esto?

—Por supuesto —respondió Kahn como si la pregunta lo sorprendiera—. Él lo aprobó.

Selene sintió cierto alivio al oír que Kraven estaba prestando alguna atención a la guerra contra los licanos. Supuso que Kahn le habría presentado la idea mientras ella estaba persiguiendo a Michael Corvin por la ciudad. ¡Ojalá pudiera convencer a Kraven de lo importante que es Michael!

Observó, perdida en sus reflexiones, cómo manipulaba Kahn su ingenioso nuevo juguete. Abrió la pistola, le sacó el cañón y procedió a examinar el ánima. Selene estaba apoyada contra la pared, pensativa. Acababa de recordar el extraño comentario hecho por Kraven aquella mañana.

—Dime una cosa, Kahn —preguntó al cabo de un momento—. ¿Tú crees que Lucian murió tal como cuentan?

La sonrisa de Kahn se ensanchó.

—¿Kraven ha estado contando batallitas otra vez?

Como cualquier otro Ejecutor, Khan creía que Kraven llevaba seiscientos años presumiendo de aquella victoria.

—A eso me refiero —insistió ella—. No es más que una historia. Su historia. No hay pruebas de que matara realmente a Lucian. Sólo su palabra.

El tono desdeñoso de su voz evidenciaba el poco valor que le concedía a la palabra de Kraven.

La implícita acusación atrajo la atención de Kahn. Su sonrisa amigable se esfumó y le dirigió a la ejecutora una mirada mortalmente seria.

—Viktor lo creía —le recordó en voz baja—. Y eso es lo único que importa. —Apartó cuidadosamente las piezas desensambladas del arma y la miró con aire cansino—. Vamos a ver, ¿adonde quieres ir a parar?

Ella no tenía una respuesta inmediata, sólo la vaga e inquietante sospecha de que Kraven no se lo había contado todo. ¿Era posible que la constante hostilidad con que recibía su investigación se debiera a algo más que a los celos?

—A ninguna parte —musitó al fin. No quería cargar a Kahn con lo que por el momento no eran más que sospechas sin confirmar. Se encogió de hombros como si la cosa no fuera realmente importante, sacó la Beretta y se volvió de nuevo hacia el campo de tiro. Su pie pisó el botón que ponía en marcha los objetivos.

Apareció otro busto de cerámica. Selene imaginó el rencoroso y arrogante semblante de Kraven mientras lo reducía metódicamente a pedazos.

No hizo que se sintiera mejor.

• • •

La incesante lluvia no estaba mejorando el humor de Kraven. Un interminable reguero de agua fría corría por su nuca mientras Soren y él aguardaban en las sombras de una callejuela inmunda en uno de los peores barrios del centro de Pest, apenas a unas manzanas de distancia de los garitos infestados de drogadictos de las plazas de Matyas y Razocki. Bajo sus pies, el pavimento estaba cubierto de colillas y fragmentos de cristal. En las paredes mugrientas de piedra del callejón podían leerse eslóganes políticos y obscenidades, mientras que varios metros detrás de ellos, la lluvia caía sin descanso sobre el lateral de un paso a nivel de hormigón cubierto de graffitis.

Lo único bueno que tenía aquel tiempo apestoso, pensó Kraven, era que vaciaba las calles de estúpidos turistas, juerguistas y gentuza. Hasta la creciente población de indigentes de Budapest parecía haber buscado refugio en otra parte.

Bien, pensó con amargura. Se encorvó en el interior del largo abrigo negro y mantuvo el rostro bien oculto bajo el cuello, como una tortuga escondiéndose en su caparazón. Cuantos menos ojos presencien el encuentro de esta noche, tanto mejor.

Las campanas del reloj de una torre cercana tañeron para dar la hora. Kraven lanzó una mirada impaciente a su propio reloj. Eran casi las diez de la noche.

—¿Dónde demonios está? —musitó al musculoso vampiro vestido de negro que tenía a su lado.

Soren se encogió de hombros. Estaba vigilando con mucha cautela el callejón y los alrededores, atento al menor indicio de traición. Kraven se alegraba de tener a su lado al cuidadoso guardaespaldas pero deseaba regresar a Ordoghaz lo antes posible. No quería darle a Selene razones para cuestionar su ausencia.

Más agua de lluvia se coló por debajo del cuello de su abrigo y congeló un poco más su carne ya gélida. Estaba a punto de echarlo todo a rodar, de abandonar y regresar a casa, cuando una ominosa limusina negra aparcó en el bordillo de la calle mal iluminada en la que desembocaba el callejón.

Ya era hora, pensó Kraven con indignación. Su resentimiento escondía una inquietud profunda. Tras lanzar una mirada furtiva a su alrededor, salió del callejón seguido por Soren.

Una figura de piel negra salió del asiento del copiloto de la limusina. Kraven reconoció a Raze, un espécimen particularmente salvaje de la raza de los lupinos. Al musculoso licanos no parecían haberle sentado demasiado bien las estrellas de plata que Selene le había clavado la noche anterior. Qué pena, pensó Kraven. Nunca le había gustado Raze.

Soren y Raze intercambiaron una mirada de hostilidad. Muy parecidos en cierto sentido, los dos letales guerreros se odiaban fervientemente. Ambos esperaban con impaciencia la oportunidad de decidir cuál de los dos era más peligroso. Kraven hubiera apostado por Soren, más que nada por la innata superioridad del vampiro sobre el licano, pero no tenía la menor intención de soltarle la correa aquella noche. Las cosas ya estaban muy delicadas por sí solas.

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