—Kahn quiere verte —dijo con voz tensa.
Eso provocó una reacción inmediata. Selene sabía que el centinela, Duncan, tenía aspiraciones de ascender en la jerarquía de los Ejecutores. Se levantó de un salto del asiento que ocupaba tras el monitor de seguridad, impaciente por subir al dojo. Sin embargo se detuvo al llegar a la salida y lanzó una mirada preocupada al puesto que dejaba vacío.
—No te preocupes —le dijo ella—. Yo vigilaré el fuerte.
Duncan asintió, agradecido, y salió apresuradamente de la sala. Selene esperó a que sus pasos se hubieran perdido del todo en la distancia antes de apretar el botón que abría la entrada a la cripta. Tengo que apresurarme, pensó. Duncan no tardaría en descubrir que lo había engañado.
Bajó los gastados escalones de granito hasta el suelo de piedra. La temperatura pareció descender un par de grados con cada paso que daba de modo que su sangre estaba aún más fría que de costumbre al llegar al fondo de la cripta. ¿De veras voy a hacerlo?, pensó, insegura e intimidada por la enormidad de lo que estaba considerando. Hasta esta noche, jamás me hubiera atrevido ni a soñar con perturbar el descanso de un Antiguo.
En la cripta, que apenas estaba iluminada, reinaba un silencio completo. Los ojos de Selene atravesaron las sombras crepusculares del umbral para clavarse en las tres losas de metal que ocupaban el centro de los entrelazados círculos célticos del suelo. Sabía que sólo dos de las tumbas estaban ocupadas. El sarcófago de Amelia estaba vacío y esperaba la llegada de la Antigua la noche siguiente, cuando Marcus emergería de su sepulcro para ocupar su lugar como soberano de todos los aquelarres del mundo. Al menos, ése era el plan.
Selene tenía otra idea. Ignorando las otras dos losas, se dirigió al círculo de bronce bruñido decorado con una estilizada V. Se arrodilló junto a la tumba y sólo vaciló un instante antes de insertar los dedos en las frías ranuras de metal que rodeaban la V. Intacta desde hacía casi un siglo, la ancestral losa se resistió al principio. Sin embargo, ella tiró con todas sus fuerzas hasta que logró rotar el disco de bronce que activaba el mecanismo de la cerradura. Los intrincados diseños que decoraban la losa circular empezaron a girar de manera mecánica mientras Selene oía el apagado tronar de una maquinaria oculta que despertaba de su letargo. La losa circular se dividió en cuatro segmentos triangulares y el sarcófago que había debajo quedó a la vista.
El sonido profundo de la piedra rodando sobre la piedra violó la quietud funeraria de la cripta. Selene se puso en pie y, conteniendo el aliento, se apartó un paso de la tumba. Ahora ya estaba comprometida. No había vuelta atrás.
Acompañada por la reverberación automática de un motor oculto, un gran bloque de piedra se elevó verticalmente desde el suelo como un ascensor del tamaño de un ataúd. El bloque siguió subiendo hasta que estuvo varios centímetros por encima de Selene y a continuación pivotó sobre su eje. Con un movimiento suave, ocupó su lugar en posición horizontal al suelo. Había una figura tendida sobre el bloque. Selene se acercó al féretro y contuvo un jadeo de asombro al ver la imagen asombrosa que tenía frente a sus ojos.
Tras casi cien años de sueño ininterrumpido, Viktor guardaba poca semejanza con el regio monarca al que ella recordaba. La figura esquelética que descansaba sobre el bloque de piedra se parecía más a una momia que a un vampiro: reseca, marchita y aparentemente sin vida, como una colección de huesos frágiles envuelta en una piel marrón tan frágil como el pergamino. Sus ojos cerrados acechaban al fondo de unas cuencas negras y hundidas mientras que los labios desecados se habían retraído de las encías y habían dejado a la vista unos colmillos amarillentos paralizados en una sonrisa de calavera. Los miembros antaño poderosos eran ahora sendos palos doblados rodeados por tiras de carne reseca como cecina y el abdomen poderoso se había hundido por debajo de la caja torácica, que estaba a la vista. Unos pantalones de satén negro le privaron de la visión de su marchita masculinidad.
Oh, mi sire
, se lamentó.
¿Qué te ha hecho tu lago reposo?
Aunque esperaba encontrar a Viktor en aquella condición, la espeluznante realidad supuso un sobresalto. Tuvo que recordarse que Viktor se había sometido a aquel interregno voluntariamente, como parte de una tradición reverenciada que se remontaba a la Antigüedad. El interminable ciclo de la Cadena servía a dos propósitos principales: primero, como un medio ingenioso para que los Antiguos compartieran el poder, impedía que se enfrentaran unos con otros asegurando que sólo uno de ellos estaba al mando cada siglo. Y en segundo lugar, proporcionaba a cada uno de ellos un respiro muy necesario de las demandas de la eternidad.
—La inmortalidad puede ser muy cansada —le había explicado Viktor en una ocasión, hacía un siglo, poco antes de entrar en su tumba—. Asistir a los interminables flujos y reflujos de las mareas de la historia, esforzándose por mantenerse al día de los vertiginosos cambios de la ciencia y la civilización… Hasta el más resistente de los Antiguos siente la necesidad de retirarse de vez en cuando, de pasar un siglo o dos en silencio y reposo, antes de alzarse de nuevo para afrontar el futuro con sabiduría y claridad renovadas.
Eso había ocurrido hacía casi un siglo. Selene sacudió la cabeza, tratando de reconciliar al inmortal majestuoso de su recuerdo con la figura cadavérica que descansaba sobre el sepulcro, tan silenciosa e inmóvil que daba miedo. Su pecho huesudo no subía y bajaba con el paso de los segundos fugaces. De no haber sabido con certeza que no era así, Selene hubiera jurado que la figura cadavérica que descansaba sobre la piedra estaba verdaderamente muerta, más allá de toda esperanza de resurrección. De hecho, para la pacata visión de la medicina moderna, Viktor estaba muerto.
Pero las apariencias podían engañar. Unos implantes de brillante cobre moteaban la garganta reseca de Viktor, los componentes hembra de un complicado sistema intravenoso de alimentación. Sabía que había más conexiones ocultas tras la espalda del comatoso vampiro, destinadas a sustentar a Viktor durante los siglos de su hibernación.
El aparato lo había mantenido con vida durante noventa y nueve años y trescientos sesenta y cuatro días exactamente. Si nadie intervenía, lo preservaría durante otro siglo.
Selene no podía esperar tanto.
Rápido, pensó, sabedora de que Duncan podía regresar en cualquier momento. Apartó la mirada de la carcasa aparentemente sin vida de Viktor para inspeccionar la estructura de elegante diseño que lo rodeaba. En la parte superior del sarcófago había una serie de recipientes de plata poco profundos que se unían con una boquilla de metal. Tanto los cuencos como la boquilla estaban tallados con calibraciones muy precisas y un brazo telescópico de metal conectaba el aparato, que se conocía como goteo catalítico, con el sepulcro propiamente dicho.
Mientras su inquietud y su resolución batallaban, Selene observó cómo se movía la boquilla a lo largo de la parte interior del ataúd y se situaba sobre el rostro momificado de Viktor. Aquí viene la parte difícil, pensó. Por lo que ella sabía, nunca se había intentado despertar a un Antiguo como ella pretendía hacer ahora. Sólo los Antiguos tenían el poder de organizar sus pensamientos y recuerdos en una única y cohesionada visión que conformaría un registro detallado de su reinado conjunto. Selene no podía más que esperar que Viktor oyera —y comprendiera— su súplica desesperada.
Se arremangó la camisa y se llevó el brazo a la cara. Abrió los labios, los colmillos quedaron a la vista y aspiró profundamente. ¡Que funcione, por favor!, suplicó. ¡El desenlace de la guerra podría depender de ello!
Sin más demoras, se mordió la muñeca y sintió que sus propios y letales colmillos se clavaban en la inmortal piel blanca. El agudo dolor de la incisión hizo que se encogiera y el salado sabor de su propia sangre estalló en su lengua, pero resistió el impulso de beber su esencia carmesí mientras ponía mucho cuidado en perforar sólo las venas y no tocar las vitales arterias que discurrían a mayor profundidad por debajo de la piel. Sólo necesitaba un chorrito de sangre para este rito solemne, no un borboteante geiser rojo.
Tras permitirse sólo un sorbito del frío plasma vampírico, Selene apartó de mala gana la muñeca de su boca manchada de sangre. No hay nada comparable a la sangre de verdad, admitió con una punzada de remordimientos, aunque sea robada de mis propias venas. Llevaba demasiado tiempo sustentándose a base de pobres sustitutos.
Pero sus frustrados apetitos no eran lo que importaba ahora. Puso la muñeca sobre el cuenco principal del goteo catalítico y apretó la herida para acelerar el flujo. Oscura sangre venosa cayó desde su muñeca abierta al brillante cuenco y dio comienzo a su lenta y serpenteante procesión por el circuito. Un catalizador químico de naturaleza arcana, absorbido a través de un filtro osmótico en la base de cada cuenco, se mezcló con la sangre de Selene para desarrollar una sublime transformación alquímica, mientras el fino suero rojizo se encaminaba a la desecada boca de Viktor.
Selene observaba el reguero carmesí con remordimientos. Era consciente de que carecía de la fuerza mental y la disciplina necesarias para regular de manera precisa el flujo de recuerdos que transportaba su sangre. Lo único que podía hacer era observar cómo se abría camino el rojo fluido hacia la boquilla abierto y rezar para que su súplica no fuera recibida con demasiada severidad.
Dejando a Viktor y al aparato alquímico solos por un momento, corrió al fondo de la cripta, donde había una cámara sellada de plexiglás al otro lado de la tenue luz de los halógenos que iluminaban la cámara de los Antiguos. Un par de pilares de mármol rectangulares enmarcada la entrada al compartimiento sellado, cuyo diseño aséptico y moderno contrastaba acusadamente con la sombría majestad medieval de la antigua cripta.
Aquella era la cámara de recuperación, que se utilizaba sólo una vez cada cien años. Las transparentes paredes de plexiglás eran una adición reciente, parte del interminable proceso por mejorar y poner al día la cámara en la misma medida en que avanzaban las innovaciones tecnológicas. A pesar de que sus recuerdos se adentrasen profundamente en las raíces de la historia, los Antiguos exigían y merecían lo mejor que la ciencia moderna podía proporcionar.
Selene entró en la cámara de recuperación y encendió las luces. Una camilla metálica con ruedas ocupaba el centro de la sala, rodeada por varias mesitas de cromo antisépticas y sofisticados monitores de diagnóstico. Una complicada maraña de tubos de plástico colgaba del techo como un extraño candelabro biomecánico.
Selene agachó la cabeza por debajo de los tubos y se dirigió a un pequeño refrigerador, cuya puerta cerrada con llave no fue rival para la fuerza preternatural y la determinación de la vampiresa. En el interior del frigorífico había docenas de bolsas de plástico llenas de plasma humano y hemoglobina. Selene las sacó y las apiló sobre una mesa de acero que había junto a la camilla. ¿Será suficiente?, se preguntó. Ojalá no hubiera tenido que hacerlo todo sola. Es una pena que Michael no esté aquí, pensó con sarcasmo. Después de todo, él era médico, aunque Selene tenía serias dudas de que hubiera participado alguna vez en una operación como la que ahora estaba llevando a cabo.
• • •
Mientras Selene preparaba apresuradamente la cámara de recuperación, las primeras gotas de su sangre catalizada completaron su viaje sinuoso por el circuito formado por los cuencos. Una gota de color escarlata pendía bajo el labio de la boquilla de cobre bruñido. Se hinchó e hinchó hasta que por fin la gravedad se la arrancó a su precaria posición.
La brillante gotita roja atravesó el espacio y aterrizó con un sonido húmedo sobre los labios agrietados y áridos de Viktor. Desde allí resbaló por el borde del abismo que separaba los labios de la momia y cayó como una lluvia sobre el severo y yermo paisaje de su garganta.
Más gotas de sangrienta lluvia cayeron de los cielos y humedecieron los tejidos inanimados con resultados milagrosos. Las membranas resquebrajadas absorbieron con avidez el mágico elixir. Las inertes células y corpúsculos se alzaron de entre los muertos y empezaron a recobrar la vida en progresión geométrica. Las venas y los capilares resecos reemprendieron sus antiguas tareas llevando la libación del corazón de Selene a las profundidades petrificadas del corazón y la mente no-muertos de Viktor, junto con un tropel de recuerdos e imágenes enmarañados.
Selene, bañada en la luz de una vela, el hermoso rostro cerúleo y sin sangre, de pie frente a una ventana, observando su propio reflejo. Un prístino camisón blanco cubre su hermoso cuerpo. Con los ojos muy abiertos, se baja el cuello del camisón e inspecciona la herida reciente de su esbelta garganta: dos puntos rojos lívidos justo encima de la yugular. Su labio inferior tiembla ligeramente mientras sus dedos silenciosos exploran la herida. Sus ojos llenos de temor son los de un inocente traumatizado, muy diferentes a los de la Ejecutora en que un día se convertirá.
Una figura sombría, reflejada apenas en el cristal, se acerca tras ella y le pone una mano tranquilizadora en el hombro. La mano de Viktor, intacta aún por el tiempo…
Las imágenes se aceleraron y se abrieron camino a fuego por su mente con ardiente intensidad. Los recuerdos eran desordenados, caóticos, sin una secuencia concreta, como si le estuvieran siendo administrados por un torpe aficionado.
Selene de pie frente al espejo cubierto de vapor de su cuarto de baño, sin pretenderlo en la misma postura que aquella noche del pasado lejano. Acaba de darse una ducha y tiene el cabello todavía empapado. Una bata de color añil oscuro oculta parcialmente su húmeda carne de alabastro…
Tres hombres-lobo enfurecidos, tres masas de pelaje erizado y negro como la pez, cargan por un pasillo mugriento apenas iluminado por unas luces eléctricas parpadeantes. Sus amarillentos colmillos brillan con fiereza a la luz de los fluorescentes. Resbala espuma por las comisuras de sus fauces abiertas…
Selene y Kraven discuten acaloradamente en una suite palaciega. Sus rostros eternamente juveniles irradian emociones extremas y desprecio mutuo. Kraven levanta la mano y golpea con ella la mejilla de marfil de la vampiresa con la fuerza de un latigazo…
De nuevo frente al espejo, Selene escribe el nombre de Viktor en el espejo cubierto de vapor…