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Authors: David Liss

Tags: #Histórica, Intriga, Misterio

Una conspiración de papel (72 page)

Adelman y Bloathwait sobrevivieron ambos a las sacudidas del año de la Mares del Sur y continuaron con sus tramas y sus rivalidades durante el resto de sus días. De Jonathan Wild apenas creo que sea preciso mencionar la desgraciada conclusión de su vida, pero antes de que se encontrara con la justicia al final de una cuerda en Tyburn vivió lo suficiente como para causarme muchos más problemas de los que me creó en esta pequeña historia. Me consuela pensar que los problemas que yo le acabé ocasionando a él fueron mucho más permanentes y no dejaron una puerta abierta a la venganza.

En cuanto a mí, encuentro que mis muchas hazañas son demasiado variadas como para tener cabida en este volumen. Sólo diré que mi investigación acerca de las acciones falsificadas de la Mares del Sur cambió por completo mi modo de pensar en mi oficio, así como mi modo de proceder.

Ante la insistencia de mi tío, alquilé nuevas habitaciones en Dukes Place, en una bocacalle de Crosby Street. Elias se quejaba de que arriesgaba el prepucio cada vez que venía a visitarme, pero, por lo que yo sé, murió con él intacto. He seguido viviendo en este barrio hasta hoy, y aunque nunca he sentido que pertenezca del todo a él, supongo que me siento menos fuera de sitio aquí que en ningún otro vecindario de la metrópoli.

Era en una taberna cerca de mi nuevo hogar donde nos encontrábamos siempre Elias y yo para recordar la vileza de Martin Rochester. A menudo recuerdo aquel primer aniversario porque en el otoño de 1720 el desastre de la Burbuja de la Mares del Sur, como llegó a llamarse, estaba en la mente de todos, y parecía como si todo lo que Elias había despotricado contra los peligros de las nuevas finanzas hubiera resultado ser casi una profecía.

El proyecto de la Mares del Sur fue aprobado por el Parlamento poco después de los acontecimientos narrados aquí, y los dueños de Bonos del Estado corrieron en masa a cambiar sus inversiones seguras por las promesas vagas de dividendos de la Compañía. A medida que cada inversor reconvertía sus acciones, el valor de las participaciones en la Mares del Sur fue ascendiendo, hasta que ascendió más de lo que cualquiera hubiera imaginado, hasta que mis quinientas libras en acciones alcanzaron un valor superior a las cinco mil libras. Por todo el Reino, hombres que antes tenían apenas pequeñas inversiones eran ahora tan ricos como los miembros de la Cámara de los Lores. Fue una época de opulencia y de excesos y de gran riqueza: una época en la que hombres que habían sido tenderos medianos o artesanos modestos se encontraban de súbito transportados a sus magníficas casas en la ciudad por carrozas doradas tiradas por seis bestias robustas. Comíamos carne de venado y bebíamos excelente clarete añejo y bailábamos al son que tocaban los músicos italianos más caros que pudiésemos importar.

Entonces, en el verano de 1720, Londres se despertó y dijo: «¿Por qué razón valen tanto estas acciones?» y, como si se hubiera invocado un maleficio, aquellos que habían hecho dinero quisieron solidificar sus participaciones, convertir sus promesas en realidad; es decir, que corrieron a vender, y cuando vendieron, sus acciones cayeron en picado. Mis quinientas libras en acciones volvieron a valer quinientas libras, y los hombres que poseían una riqueza inimaginable un día, al día siguiente estaban sólo acomodados. Innumerables inversores que habían comprado una vez que las acciones habían subido, se encontraron completamente arruinados.

La nación exigía justicia, venganza, las cabezas de la junta directiva de la Mares del Sur colocadas en picas a lo largo de la carretera de Londres, pero lo que la nación aún no había aprendido, lo que nunca aprendería, era que el espíritu de la especulación bursátil, una vez conjurado por los hechiceros de la calle de la Bolsa, nunca podría ser expulsado ni destruido. En cuanto a la justicia y a la venganza, esos elevados principios por los que clamaban las víctimas de la Mares del Sur, ésos tampoco son otra cosa que valores que se compran y se venden en la Bolsa.

Nota histórica

La burbuja de la Mares del Sur de 1720 fue un acontecimiento real, que se recuerda como la primera gran crisis bursátil en el mundo de habla inglesa, pero fue también la culminación de años de confusión y abusos dentro de los mercados financieros de Londres. Para Gran Bretaña a principios del siglo XVIII, la especulación bursátil, los Bonos del Estado, y las loterías, eran fenómenos relativamente nuevos, y la incertidumbre que llega con la novedad creaba una cultura excitante en la calle de la Bolsa. Determinados pensadores —algunos tan conocidos como Daniel Defoe, otros anónimos u olvidados— describían los mercados financieros como algo temible o maravilloso, que prometía la abundancia o el desastre. Esta atmósfera volátil dio lugar a un enorme cuerpo de escritos acerca del nuevo orden financiero, que ha generado recientemente un intenso interés académico sobre la trama de la Mares del Sur, el crash, y las finanzas británicas del siglo XVIII en general. En los últimos cinco años historiadores, críticos literarios y sociólogos han demostrado un interés cada vez mayor por la volatilidad fiscal de este periodo, que a su vez resulta sugerente en relación con la incertidumbre económica de nuestra propia época.

Esta novela nació de mi trabajo como doctorando en la Universidad de Columbia, donde centré mi investigación en las formas en las que los británicos del siglo XVIII se imaginaban a sí mismos a través de su dinero. Después de pasar años en los archivos, leyendo panfletos, poemas, obras dramáticas, ensayos críticos y novelas largo tiempo olvidadas, no llegué a encontrar ninguna fuente que me contara exactamente lo que yo quería saber sobre las nuevas finanzas. De modo que la escribí. Mi objetivo en esta novela ha sido el de capturar tanto el entusiasmo desmedido como la ansiedad generalizada del periodo que culminó con la Burbuja de la Mares del Sur.

La mayoría de los personajes de esta novela son puramente ficticios, aunque con frecuencia los he construido basándome en figuras que aparecían en escritos del siglo XVIII y en los registros históricos. Benjamin Weaver nunca existió, pero encontré inspiración para el personaje en la historia de Daniel Mendoza (1764-1836), que ostenta el honor de ser el inventor de lo que él llamaba el «método científico de boxear» y que más tarde se convertiría en un recaudador de deudas profesional. Jonathan Wild y sus esbirros Mendes y Arnold, sin embargo, fueron personas reales, pero me he tomado numerosas libertades con sus personajes. Desde mediados de la década de 1710 hasta su ejecución en 1725, Wild controló gran parte de la actividad criminal en torno a Londres, y se le reconoce generalmente como el primer señor del crimen moderno. Hasta principios de siglo, Jonathan Wild era un nombre muy conocido a ambos lados del Atlántico, pero el siglo XX ha producido más recientemente suficientes criminales pintorescos, que han sido muy capaces de sustituir al gran apresador de ladrones en nuestra imaginación cultural.

En el lenguaje de esta novela, he intentado sugerir los ritmos de la prosa dieciochesca, aunque he realizado muchas modificaciones para lograr que el texto fuera legible. Mi intención era la de evocar la sensación del habla de la época sin molestar al lector con idiosincrasias que a menudo resultan inhóspitas o tortuosas según los cánones de hoy en día.

Finalmente, me gustaría ocuparme de la cuestión del dinero. El dinero británico en el siglo XVIII se contaba de la siguiente manera: doce peniques equivalían a un chelín, cinco chelines a una corona, veinte chelines a una libra, y veintiún chelines a una guinea. Los primeros lectores de esta novela me han preguntado a menudo acerca del valor de esas monedas en términos contemporáneos. Desgraciadamente, no existe una fórmula matemática directa que pueda trasladarnos el valor con precisión, porque la utilización del dinero variaba radicalmente de una clase social a otra. Un trabajador pobre en Londres podía ganar veinte libras al año, con las que lograba alimentar a su familia a base de pan, cerveza, y carne de vez en cuando, comprar ropas baratas y pagar un alojamiento. Un caballero de buena sociedad podía gastarse el doble de ese dinero en una sola noche de entretenimientos sin peligro de que le acusasen de extravagante. Benjamin Weaver habla de ganar de cien a ciento cincuenta libras al año, lo que constituye unos ingresos sólidos de clase media, particularmente para un hombre que vive solo. Para alguien que desease llevar ropas elegantes, entretener a sus invitados con estilo, mantener abundante servicio y conducir una calesa de calidad, con quinientas libras al año podía verse apurado. El valor del dinero, por supuesto, está constituido más visiblemente por lo que es capaz de comprar, y, en el Londres del siglo XVIII, lo que el dinero era capaz de comprar dependía de la posición social de quien lo gastaba.

Agradecimientos

Los consejos de numerosos lectores enriquecieron y afinaron esta novela, y me gustaría dar las gracias a Paul Budnitz, Mary Pat Dunleavey, Matthew Grimm, Sue Laizik, Michael Seidel, Al Silverman, Brian Stokes, y Chloe Wheatley por sus buenas críticas y por su atención. Me gustaría agradecer en particular a Laurie Gwen Shapiro por sus consejos, su ánimo y su generosidad de espíritu; ha alimentado este proyecto como si fuera suyo, y sin su ayuda este libro podría no haber existido nunca. Me gustaría darle las gracias a Joseph Citarella, que me proporcionó una extraordinaria cantidad de información acerca de la vestimenta del siglo XVIII. También estoy en deuda con Kelly Washburn y con la organización Partnership for Jewish Life por su abierto apoyo a la ficción judía.

He contraído una deuda considerable con el Departamento de Inglés de la Georgia State University, que no sólo me introdujo en el campo de los estudios del siglo XVIII sino que además impulsó mi trabajo con entusiasmo sincero y abundante. Más recientemente, debo dar las gracias al Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Columbia por sus muchos años de apoyo, tanto financiero como académico.

No puedo agradecer lo suficiente el apoyo de Liz Darhansoff y el de todos los demás en la Agencia Darhansoff y Verrill, quienes creyeron en este proyecto desde el primer día y trabajaron mucho y muy duro por él. Mi editor, Jon Karp, ha conducido y acogido esta novela maravillosamente, y le estoy agradecido por su aguda percepción, su buen humor, y su tremendo aliento. También me gustaría dar las gracias a Ann Godoff, Jean-Isabel McNutt y Andy Carpenter de Random House.

Finalmente, por razones que ni puedo ni es necesario que enumere aquí, les doy las gracias a mi mujer, Claudia Stokes, a mi muy querido amigo Godot Liss y a mi familia.

DAVID LISS, nació en el Sur de Florida (EE.UU.) en 1966. Estudioso de la novela del siglo XVIII, ha dado numerosas conferencias y ha publicado artículos sobre la obra de Henry James. Ha recibido varios premios por su trabajo, incluidos el Columbia Presidents Felloship y el Writing Dissertation Fellowship. Actualmente vive y trabaja en Nueva York.

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