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Authors: David Liss

Tags: #Histórica, Intriga, Misterio

Una conspiración de papel (70 page)

BOOK: Una conspiración de papel
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—¿Cómo han conseguido obtener esta carta?

—No podíamos correr ningún riesgo.

—Ya lo veo —dije con sequedad.

—No pensará usted que la Compañía de los Mares del Sur lo mandó matar —dijo Adelman con una sonrisa amistosa. Deseaba asegurarse de que no me quedaba ninguna duda. Creo, sin embargo, que la expresión de mi rostro era de confusión, aunque de naturaleza moral más que factual—. Weaver —dijo en respuesta a mi expresión—, hubiera creído que se alegraría más de haber encontrado justicia.

Mi estómago se revolvió. Sabía que debía sentir que este desagradable asunto se había resuelto, pero no podía terminar de creérmelo.

—Ojalá supiera que es así —dije con voz queda—. ¿Debo suponer, señor, que aún desea negar que tuviera nada que ver con los ataques perpetrados contra mi persona?

Adelman se ruborizó ligeramente.

—No voy a mentirle, señor Weaver. Tomamos medidas que nos parecían de mal gusto porque creímos que el bien de la nación dependía de ellas. Cuando la Compañía de los Mares del Sur reciba la aprobación del Parlamento para poner en marcha su plan para reducir la deuda nacional, no dudo de que nos aplaudan a lo largo y ancho del Reino por nuestra ingeniosa forma de ayudar a la nación y a nuestros inversores.

—Y a ustedes mismos, estoy seguro.

Sonrió.

—Somos servidores públicos, pero deseamos enriquecerlos también. Y si podemos hacer todas estas cosas a un tiempo, no veo por qué no habríamos de hacerlas. En cualquier caso, las exigencias del momento nos forzaron a comportarnos de un modo que desearíamos haber podido evitar. Los ataques que usted sufrió en la calle y en el baile de máscaras fueron lamentables, pero le aseguro que nunca quisimos hacerle verdadero daño: sólo convencerle de que investigar este farragoso asunto podía resultarle muy caro. Ahora veo que estos ataques sólo le espolearon. En mi defensa debo decir que yo desaprobé cualquier esfuerzo por intimidarle con violencia, pero dentro de la Compañía sólo soy una voz más.

Me quedé sin habla un momento, pero pronto la recuperé, aunque me rechinaban los dientes. De pronto la boca se me puso seca.

—En esos ataques participó el mismo hombre que arrolló a mi padre. No querrá usted hacerme creer…

—Sólo podemos imaginar —me interrumpió Adelman— que Sir Owen ejerció su influencia sobre los desesperados a los que contratamos nosotros (porque hombres de esa calaña no son más que desesperados, y por tamo infinitamente corruptibles) para insertar a su elemento en esa pandilla. El canalla a quien usted mató (el hombre que mató a Samuel) no estaba contratado por nosotros, se lo aseguro. En cuanto al resto, supongo que Sir Owen persuadió a los rufianes que teníamos a sueldo para utilizarlos en ocasiones como aquéllas. A pesar de todo, por el poco mal que nosotros pretendíamos, debo pedirle disculpas. Creo que le debemos mucho, y usted también nos debe mucho a nosotros. Porque, si bien usted nos ha librado de las amenazas de un pernicioso falsificador, nosotros le hemos rescatado de las consecuencias de sus acciones y de las garras de aquéllos que habrían forzado un juicio que, no hace falta que le diga, podría haber concluido fácilmente con su ahorcamiento. ¿No es hora de que lleguemos a una reconciliación?

—Una reconciliación —observé— que estoy seguro implica una promesa de silencio por mi parte.

—Efectivamente, y no creo que sea mucho pedir. Usted, después de todo, ha desenmascarado la identidad del asesino de su padre, que es lo que deseaba, y este malvado ha pagado sin duda el peor precio por sus crímenes. No puedo menos de pensar que su reputación crecerá con esto. Además, le pagaremos mil libras en acciones de la Compañía. Creo que esta oferta es de lo más amigable.

Sacudí la cabeza.

—¿Cómo puedo fiarme de usted, señor Adelman? ¿No fue usted capaz, en la Casa de los Mares del Sur, de mirarme a los ojos y decirme cosas que usted sabía que eran absolutamente falsas: que el Banco me engañaba, que usted no sabía de ningún vínculo entre Rochester y la muerte de mi padre?

Las mejillas flojas de Adelman temblaron ligeramente al suspirar.

—Bueno, mentirle entonces era necesario. Ya no lo es.

—Eso dice. ¿Pero cómo puedo saberlo? Su palabra no tiene ningún valor. Usted mismo la ha vaciado de él. Ahora me pide que le crea, pero no hay base alguna para esa creencia.

Sonrió.

—Sólo tiene usted que elegir creer en mí, señor Weaver. Ésa es su base.

—Como las nuevas finanzas —observé—. Serán verdad sólo mientras creamos que son verdad.

—El mundo ha cambiado, ¿sabe? Puede usted cambiar con él y prosperar o sacudir el puño contra el cielo. Yo prefiero hacer lo primero. ¿Y usted, señor Weaver? ¿Usted qué prefiere?

Pensé que no debía estar sujeto a una deuda con la Compañía de los Mares del Sur y que un hombre de principios hubiera rechazado la oferta, pero yo necesitaba el dinero. Parte de mí quería pedir más, porque no podía haber ningún mal en pedir más de algo que podía imprimirse al mero coste del papel y ser intercambiado por dinero real, asumiendo que tal cosa existiese. Al final acepté la oferta y guardé el secreto mientras importó guardarlo, e incluso más tiempo aún. Supongo que ya da igual quién sepa estas cosas, y, a la luz del desastre con que la Compañía de los Mares del Sur iba a enfrentarse más tarde, pienso que apenas a nadie le importa ya que hubiera un día en que circularon acciones falsas entre unos asesinos y sus víctimas.

Treinta y cinco

Al día siguiente Elias fingía que se negaba a dirigirme la palabra, culpándome del fracaso de su obra, que los empresarios del teatro de Drury Lane habían decidido no representar por segunda vez. Elias no iba a tener ni una sola representación en su beneficio. Su obra no le había hecho ganar ni un solo penique.

Después de algunas penosas horas de explicaciones, súplicas y promesas pecuniarias, Elias reconoció que yo probablemente no había aparecido en el teatro con la intención de tirar a nadie al escenario, pero exigió el derecho a mantener su espantoso estado de ánimo. Exigió también un préstamo inmediato de cinco guineas. Me había preparado para una petición de este tipo, conociendo el extremo hasta el cual Elias había estado aguardando las ganancias de su representación benéfica. Y como yo también me recriminaba en alguna medida por el fracaso de El amante confiado, y deseaba enmendar mi falta de la mejor manera posible, le entregué un sobre a mi amigo.

Lo abrió y se quedó mirando el contenido.

—No has sufrido poco a causa de esta investigación —le dije—. Pensé que era justo que compartiésemos los beneficios. Adelman me ha sobornado con un paquete de acciones por valor de mil libras, así que ahora tú te quedas con la mitad y juntos compartiremos las venturas y desventuras de la Compañía de los Mares del Sur.

—Creo que te odio considerablemente menos de lo que te odiaba esta mañana —dijo Elias, mientras examinaba las acciones—. Nunca habría ganado tanto dinero aunque mi obra hubiera durado hasta la representación benéfica. ¿No te olvidarás de que necesitamos transferir esto a mi nombre?

—Creo que estoy lo suficientemente familiarizado con el procedimiento —le quité las acciones de las manos para captar su atención—. Sin embargo, aún me hace falta tu opinión acerca de algunos puntos sin resolver. Me han utilizado con saña, me temo, y no sé quién ha sido.

—Yo creía que tus aventuras habían terminado —dijo Elias distraídamente, fingiendo que se sentía perfectamente cómodo aunque sus acciones estuvieran en mi poder—. El villano está muerto. ¿Qué más podrías desear?

—No puedo evitar tener dudas —le dije. Procedí a explicarle que me había visitado una mujer que decía ser Sarah Decker, y que había desenmascarado a Sir Owen a través de una serie de mentiras—. Fue en ese momento cuando concluí que Sir Owen era el villano que estaba detrás de estos crímenes.

—Y ahora sientes incertidumbre.

—Incertidumbre, exactamente, ésa es la palabra —respondí.

—¿No es ésa la mejor palabra para describir esta época? —preguntó Elias con intención.

—Me gustaría que no fuera la mejor palabra para describir este mes, la verdad. La mujer me dijo que ella era Sarah Decker para que yo quedase convencido de que Sir Owen era Martin Rochester. Pero si mintió acerca de su identidad y de sus motivos, ¿cómo puedo saber que Sir Owen era verdaderamente Rochester?

—¿Por qué habría sido asesinado si no fuera culpable? Seguramente habrás llegado a la conclusión de que o bien la Compañía de los Mares del Sur o bien otra persona, igualmente implicada en estos crímenes, lo eliminó con objeto de impedir que hablase de lo que sabía.

—Es cierto —convine—, pero quizá este asesino cometió el mismo error que yo. Quizá al asesino de Sir Owen le tendieron una trampa, como a mí. Porque si la Compañía de los Mares del Sur hubiese sabido que Sir Owen era Martin Rochester, ¿por qué no ocuparse de él mucho antes?

El enigma atrapó su atención. Entornó los ojos y hundió los zapatos en el polvo.

—Si alguien deseaba que creyeses que Sir Owen era Martin Rochester, ¿por qué no enviarte una simple nota diciéndotelo en lugar de enviarte pistas en forma de bella heredera? ¿Por qué preocuparse por una representación elaborada con la esperanza de que llegues a la conclusión que desea el intrigante?

Yo también había reflexionado sobre esta cuestión.

—De haber recibido simplemente un mensaje diciendo que Sir Owen era Martin Rochester, sin duda habría investigado el asunto, pero tal y como organizaron las cosas, no oí que Sir Owen fuera el villano, lo descubrí. ¿Entiendes? Fue el descubrimiento lo que provocó mis acciones. De haber investigado simplemente la acusación, lo hubiera hecho de manera callada y discreta. Creo que alguien deseaba verme recurrir a la violencia. El intrigante conocía el verdadero nombre de Rochester desde el principio pero necesitaba que fuera otra persona quien se deshiciese de Sir Owen. Sólo quiero saber quién es el intrigante.

—Puede que nunca sepas quién es —dijo Elias, recuperando sus acciones de mi mano—. Pero apuesto a que puedes adivinarlo, con toda probabilidad, evidentemente.

Tenía razón. Podía adivinarlo.

Me llevó algunos días reunir fuerzas para hacerlo, pero sabía que tenía que comprender los acontecimientos que han ocupado estas páginas, y sabía que sólo había un hombre que podía aclarar gran parte de lo que había visto. No tenía ningún deseo de verle, de tratar con él más de lo necesario, pero debía conocer la verdad, y nadie más me la podía contar. De modo que hice de tripas corazón y decidí visitar a Jonathan Wild en su casa. No me tuvo esperando apenas nada, y cuando entró en la sala me saludó con una sonrisa que podía significar tanto diversión como ansiedad. La verdad es que él sentía tanta incertidumbre con respecto a mí como yo con respecto a él, y su falta de certeza me hizo sentirme más tranquilo.

—Qué amable por su parte venir a verme.

Me sirvió un vaso de oporto y luego cojeó por la habitación para sentarse frente a mí sobre su trono principesco, con plena confianza en sus poderes. Como siempre, Abraham Mendes hacía de silencioso centinela detrás de su amo.

—Confío en que haya venido por un asunto de negocios —una sonrisa se extendió por el rostro ancho y cuadrado de Wild.

Yo le ofrecí una sonrisa falsa en respuesta.

—Más o menos. Deseo que me ayude a aclarar algunas cosas, porque mucho de lo ocurrido aún me resulta confuso. Sé que usted estaba involucrado hasta cierto punto con el difunto barón, y que intentaba controlar mis acciones entre bastidores. Pero no comprendo del todo el alcance o los motivos de su implicación.

Tomó un largo trago de oporto.

—¿Y por qué iba a contárselo, señor?

Pensé en esto por un momento.

—Porque yo se lo he pedido —respondí—, y porque usted me trató mal, y siento que está en deuda conmigo. Después de todo, si las cosas hubieran salido a su manera, yo estaría en Newgate en este momento. Pero a pesar de sus esfuerzos por impedir que contactara con nadie mientras estuve en el calabozo, como ve he salido victorioso.

—No sé de qué me habla —me dijo de forma poco convincente. No deseaba convencerme.

—Sólo pudo ser usted quien me impidió enviar mensajes durante mi noche en el calabozo. Si el Banco de Inglaterra se hubiese implicado tan pronto, sin duda Duncombe me habría dado un veredicto desfavorable. Usted no hubiera llegado a los extremos del Banco, pero no le hubiera costado mucho convencer a los carceleros de ese lugar de que le hicieran tan pequeño favor. De modo que, como le digo, señor Wild, siento que usted está en deuda conmigo.

—Puede que sea franco con usted —repuso tras una larga pausa—, porque a estas alturas no tengo ya nada que perder si lo soy. Después de todo, cualquier cosa que le diga no podrá ser nunca utilizada contra mí ante la ley, porque usted será el único testigo de lo que voy a decirle.

Echó un vistazo a Mendes, supongo que para que yo lo viese. Quería dejar muy claro que las conversaciones amistosas entre judíos no iban a servirme de nada.

—En cualquier caso —contestó—, como es usted tan listo, quizá pueda decirme qué es lo que sospecha.

—Le diré lo que sé, señor. Sé que tenía usted interés personal en que continuase con mi investigación, y sólo me queda asumir que era porque deseaba ver la destrucción de Sir Owen, quien, como usted sabe, era la misma persona que Martin Rochester. Su razón para hacerlo era que usted, en algún momento del pasado, fue el socio del señor Rochester.

Los bordes de la boca de Wild temblaron ligeramente.

—¿Por qué cree usted eso?

—Porque no se me ocurre ninguna otra manera de relacionarle con Sir Owen, y porque si Sir Owen hubiera deseado vender y distribuir estas acciones falsas, debió de necesitar su ayuda. Después de todo, en determinados trabajos uno no puede evitar tener tratos con el señor Wild más tarde o más temprano. ¿No es eso cierto?

Miré a Mendes, y me satisfizo bastante su ligerísimo asentimiento.

—Sigue siendo sólo una conjetura —me dijo Wild.

—¡Ah, pero es tan probable! Usted envió al desgraciado de Quilt Arnold a espiarme cuando puse mi anuncio en el Daily Advertiser. Él me dijo que hubo un tiempo en que usted se fiaba más de él, y que usted quería ver si era capaz de reconocer a cualquiera que viniera a entrevistarse conmigo, y que si no era así, que les describiese. ¿No es probable, pues, que, como el señor Arnold había gozado de su confianza en el pasado, hubiera tenido más conocimiento de sus trapicheos en acciones falsas? Así podría haber reconocido a algún comprador, e incluso si no lo era, usted podría hacerlo, a partir de la descripción de Arnold. Ninguno de estos detalles son condenatorios por sí solos, pero en combinación creo que no ofrecen otra manera de interpretarlos.

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