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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Un guerrero de Marte (9 page)

—Sin la menor duda —respondió.

—¿Podrá el avión llevamos a los dos?

—Es monoplaza —contestó ella—, pero nos llevará a los dos, aunque se reducirán la velocidad y la altitud.

Me dijo que el macizo estaba hacia el sudeste de Xanator, por lo que volví la cabeza del thoat hacia el este. Una vez que nos encontramos bien lejos de los límites de la ciudad, nos dirigimos hacia el sudeste, siguiendo las colinas hacia el fondo muerto del mar.

Thuria seguía su rápido camino por el cielo, arrojando extrañas sombras móviles sobre el musgo ocre que cubría el suelo, mientras que allá en lo alto, Cluros emprendía su camino lento y majestuoso. La luz de ambas lunas iluminaban claramente el paisaje y yo tenía la seguridad de que unos ojos alertas nos podrían detectar fácilmente desde las ruinas de Xanator, aunque las sombras en rápido movimiento proyectadas por Thuria eran una gran ayuda para nosotros ya que las sombras de los arbustos, de los árboles secos producían un movimiento tan complejo sobre la superficie del fondo del mar que hacían menos perceptible nuestras propias sombras, pero el pensamiento que más me confortaba era el de que todos los thoats habían seguido al nuestro desde el patio y que los guerreros verdes marcianos se habían quedado sin monturas, por lo que no podían alcanzamos.

La enorme bestia que nos llevaba se movía rápida y silenciosamente, por lo que no pasó mucho tiempo antes de que viéramos el sombreado follaje de la plantación de mantalias, en cuyos oscuros confines entramos poco después. Nos costó trabajo encontrar el avión de Tavia y nos sentimos muy satisfechos cuando comprobamos que estaba en buenas condiciones, porque habíamos percibido más de una forma sombría que pasaba por entre las plantas y yo sabía que a los feroces animales de las estériles colinas y a los grandes simios blancos, por igual, les encantaba la leche de mantalia y que seríamos muy afortunados si escapábamos sin ser vistos.

Cabalgué hasta lo más cerca del aparato que me fue posible y, dejando a Tavia montada en el thoat, me deslicé rápidamente a tierra y arrastré al pequeño aparato para sacarlo a espacio abierto. Un examen de los mandos me demostró que no habían sido manipulados, lo que supuso un gran alivio porque había temido que el avión pudiera hacer sufrido daños de los grandes simios, que suelen ser tanto inquisitivos como destructivos.

Convencido de que todo estaba bien, ayudé a Tavia a saltar al suelo y un instante después estábamos en la carlinga del aparato, que respondió a los mandos satisfactoriamente, aunque un tanto lento, e inmediatamente estuvimos subiendo suavemente hacia la seguridad temporal de una noche barsoomiana.

El aparato, que era de un modelo casi anticuado ya en Helium, no estaba equipado con la brújula de control del destino, por lo que el piloto se veía precisado a estar constantemente con los mandos en la mano. El espacio en la estrecha cabina nos hacía estar enormemente apretados y yo preveía que teníamos por delante un viaje de lo más incómodo. Sujetamos nuestros cinturones de seguridad a la misma argolla ya que estábamos tumbados tocándonos uno a otro sobre la dura madera de skeel. El parabrisas que protegía nuestros rostros del viento generado a pesar de la baja velocidad que llevábamos, no era lo bastante alto como para permitirnos cambiar de posición aunque sólo fuera un poco, aunque en ocasiones encontrábamos alivio sentándonos con la espalda hacia proa, aliviando así el tedio de tener que estar siempre en decúbito prono. Cada vez que yo descansaba mis agarrotados músculos, Tavia pilotaba el avión, pero el frío viento de la noche barsoomiana me obligaba a cada instante a buscar cobijo detrás del parabrisas.

Por mutuo acuerdo viajábamos en dirección sudoeste mientras charlábamos sobre nuestro posible destino.

Yo había dicho a Tavia que mi deseo era ir a Jahar, y le expliqué la razón. La muchacha pareció muy interesada en el relato del secuestro de Sanoma Tora y, basándose en lo que sabía de Tul Axtar y de las costumbres de Jahar, pensaba que lo más probable era que la muchacha estuviera allí, pero la posibilidad de rescatarla era algo muy distinto en relación con el cual agitó la cabeza dubitativa.

Era evidente que Tavia no quería regresar a Jahar, aunque no puso obstáculos en mi búsqueda de mi gran objetivo; en realidad, me indicó la posición de Jahar y fue ella misma la que dirigió la proa del avión para situarlo en el curso apropiado.

—¿Estarás en gran peligro si regresas a Jahar? —le pregunté.

—El riesgo será muy grande —respondió—, pero allí donde va el amo debe seguirle la esclava.

—No soy tu amo —le dije— y tú no eres mi esclava. Debemos considerarnos compañeros de armas.

—Eso será muy agradable —respondió ella simplemente y luego, tras una pausa, prosiguió—: Si vamos a ser camaradas, permíteme que te prevenga del peligro de ir directamente a Jahar. Reconocerían este avión de inmediato. Tu correaje te señalaría como un forastero y lo único que lograrías, en vez de rescatar a tu Sanoma Tora, será ir a las mazmorras de Tul Axtar y, más tarde o más temprano, al gran circo para participar en los juegos, en los que, llegado el momento, te matarán.

—¿Y qué me sugieres? —pregunté.

—Más allá de Jahar, al sudoeste, se encuentra Tjanath, la ciudad donde nací. De todas las ciudades de Barsoom es la única donde abrigo la esperanza de que me reciban amistosamente y, si me reciben a mí, te recibirán a ti. Allí podrás preparar mejor tu entrada en Jahar, lo que solamente conseguirás disfrazándote de jahariano, ya que Tul Axtar no permite más extranjeros dentro de los límites de su imperio que los que ha llevado como prisioneros de guerra y esclavos. En Tjanath puedes obtener un correaje y una insignia de Jahar, y allí te podrán instruir sobre las costumbres y modos del imperio de Tul Axtar de manera que en breve tiempo podrás entrar en él con cierta razonable seguridad, aunque sea muy ligera, de que podrás engañarles en cuanto a tu identidad. Entrar sin esa preparación sería fatal.

Comprendí lo sensato de su consejo y, en consecuencia, cambiamos de rumbo para pasar al sur de Jahar y dirigirnos directamente a Tjanath, seis mil haads más lejos.

Viajamos sin descanso el resto de la noche a razón de unos seiscientos haads por zode —una velocidad lenta en comparación con la del buen monoplaza que me había traído de Helium.

Al salir el sol, lo primero que me llamó la atención fue el horroroso color azul del aparato.

—¡Qué color para un avión! —exclamé.

Tavia me miró.

—Pero hay una excelente razón para ello —dijo—, una razón que debes entender plenamente antes de entrar en Jahar.

CAPÍTULO V

Hacia los Fosos

Allá abajo, a la luz siempre cambiante de las dos lunas, se extendía el extraño paisaje de la noche barsoomiana, mientras nuestro pequeño aparato, demasiado recargado, se alejaba lentamente de Xanator por encima de las bajas colinas que marcan el límite sudoeste de las fieras hordas verdes de Torquas. Con la llegada del nuevo debatimos si era aconsejable aterrizar y esperar hasta la noche antes de ponernos en marcha, ya que comprendíamos que si nos avistaba algún avión enemigo no tendríamos la menor esperanza de escapar.

—Por esta parte pasan muy pocos aviones —dijo Tavia— y si nos mantenemos alertas creo que podremos estar tan seguros en el aire como en tierra, porque aunque hemos superado los límites de Torquas, todavía existe el peligro de sus incursiones, que suelen internarse mucho en el territorio.

Mientras avanzábamos lentamente en dirección a Tjanath, nuestros ojos exploraban continuamente el cielo en todas direcciones.

La monotonía del paisaje, combinada con nuestro lento avance, hubiera convertido el viaje en insoportable para mí, pero ante mi sorpresa el tiempo transcurrió rápidamente, un hecho que atribuí, exclusivamente, al ingenio e inteligencia de mi compañera, porque ocioso es decir que Tavia era una excelente acompañante. Creo que hablamos de todo sobre Barsoom y, naturalmente, gran parte de la conversación giró en torno a nuestras propias experiencias y personalidades, de manera que bastante antes de llegar a Tjanath pensaba que conocía a Tavia mejor que a ninguna otra mujer antes, y estaba completamente seguro de que nunca había confiado tan plenamente en ninguna otra persona.

Tavia tenía algo que parecía incitar a hacer confidencias de manera que, ante mi sorpresa, me encontré charlando con ella sobre los más íntimos detalles de mi vida pasada, mis esperanzas, ambiciones y aspiraciones, así como mis temores y dudas, los mismos que, supongo, asaltan la mete de cualquier hombre joven.

Cuando me di cuenta de hasta qué extremo me había desnudado ante esta muchachita esclava experimenté una clara sensación de embarazo, pero la sinceridad del interés de Tavia disolvió este pensamiento, igual que me hizo comprender que ella se había comportado conmigo con la misma sinceridad.

Viajamos durante dos noches y un día cubriendo la distancia entre Xanator y Tjanath y cuando aparecieron las torres y las rampas de aterrizaje de nuestro destino allá por el horizonte cuando nos acercábamos al primer zode de nuestro segundo día, me di cuenta de que las horas que habíamos dejado atrás desde Xanator eran, por alguna razón que no era capaz de explicar, uno de los períodos más felices que había vivido.

Ya había pasado. Tjanath estaba ante nuestros ojos y, al darme cuenta de ello, experimenté el claro disgusto de que Tjanath no estuviera en el lado opuesto de Barsoom.

Con la excepción de Sanoma Tora, nunca me había sentido particularmente inclinado a la compañía femenina. No quiero causar la impresión de que no me gustan, porque no es así. Su compañía ocasional suponía una diversión que disfrutaba y de la que me aprovechaba, pero me parecía sencillamente imposible que pudiera pasarme horas en la exclusiva compañía de una mujer a la que no amara, disfrutando cada minuto. Pues, pese a todo esto, me encontré preguntándome si Tavia había compartido mi disfrute de la aventura.

—Eso debe ser Tjanath —dije indicando con un movimiento de cabeza la lejana ciudad.

—Sí.

—Estarás contenta de que el viaje haya terminado —aventuré.

Ella me miró rápidamente, con las cejas fruncidas por sus pensamientos.

—Quizá debería estarlo —contestó enigmáticamente.

—Es tu hogar —le recordé.

—Yo no tengo hogar —replicó.

—Pero tus amigos están aquí —insistí.

—No tengo amigos.

—Te olvidas de Hadron de Hastor —le recordé.

—No —dijo—, no olvido que has sido amable conmigo, pero recuerda que yo soy sólo un incidente en tu búsqueda de Sanoma Tora. Mañana quizá te habrás ido y no volveremos a vernos jamás.

No lo había pensado y descubrí que no me gustaba pensarlo y, sin embargo, sabía que era cierto.

—No tardarás en hacer amigos aquí —le dije.

—Eso espero —contestó—, pero he estado fuera mucho tiempo y era muy joven cuando me raptaron, tanto que no tengo más que algún ligero recuero de mi vida en Tjanath. Tjanath no significa, realmente, nada para mí. Podría ser tan feliz aquí como en cualquier otro lugar de Barsoom si tuviera… si tuviera un amigo.

Ya estábamos cerca de las murallas exteriores de la ciudad y nuestra conversación fue interrumpida al aparecer una aeronave, evidentemente una patrulla, que descendía hacia nosotros. Hacía sonar la alarma y el penetrante aullido de su bocina rompía en pedazos el silencio del amanecer. Casi al instante, sirenas y gongs recogieron el aviso por toda la ciudad. La nave patrulla varió su rumbo y se elevó rápidamente por encima de nosotros, al tiempo que de las rampas de lanzamiento partieron decenas de aviones de combate que nos rodearon por completo.

Intenté saludar al que estaba más cerca, pero el infernal pandemonio de las señales de alerta ahogaron mi voz. Estábamos cubiertos por cientos de fusiles, con sus servidores listos para lanzar la destrucción sobre nosotros.

—¿Siempre recibe Tjanath a sus visitantes de una forma tan hostil? —pregunté a Tavia.

Ella agitó la cabeza.

—No lo sé —contestó—. Si nos hubiéramos aproximado en un avión de combate extranjero, podría entenderlo, pero cuál es la razón para que un aparato explorador atraiga a la mitad de la armada de Tjanath es algo que… ¡Aguarda! —gritó repentinamente— El diseño y el color de nuestro aparato delata que es de Jahar. La gente de Tjanath ha visto este color antes y le tiene miedo; pero, si es así, ¿por qué no nos han disparado?

—No sé por qué no nos dispararon antes —contesté—, pero es evidente por qué no lo hacen ahora. Estamos tan rodeados de sus aviones que no pueden dispararnos sin poner en peligro algunos de ellos y sus tripulaciones.

—¿No puedes hacerles entender que somos amigos? —preguntó la muchacha.

Procedí a hacer señas amistosas y de rendición, pero parecía que a los aviadores les daba miedo acercarse. Las alarmas habían cesado y las naves nos rodeaban en silencio.

Saludó de nuevo a la más cercana.

—No disparen —grité—, somos amigos.

—Los amigos no vienen a Tjanath en las naves de muerte azules de Jahar —me respondió un oficial de la nave a la que saludé.

—Ponte a nuestro costado —insistí— y podré demostrarte, por lo menos, que no somos peligrosos.

—No te acercarás a mi nave —contestó—, pero si sois amigos lo podéis demostrar haciendo lo que os diga.

—¿Qué deseas? —pregunté.

—Lleva tu avión más allá de los muros de la ciudad. Aterriza a un haad, por lo menos, más allá de la puerta este y entonces, con tu compañero, dirigíos andando a la ciudad.

—¿Me prometes que seremos bien recibidos? —pregunté.

—Te interrogaremos —contestó— y si todo está bien no tenéis nada que temer.

—Muy bien —contesté—, haremos como dices. Haz señales a las otras naves para que nos abran camino y entonces, por el pasillo que nos abran, volaremos lentamente por encima de los muros de Tjanath y aterrizaremos a un haad de distancia de la puerta este.

Al acercarnos a la ciudad, las puertas se abrieron de repente y un destacamento de guerreros salió a nuestro encuentro. Era evidente que eran muy desconfiados y que nos tenían miedo. El padwar al mando les dio la voz de alto mientras todavía mediaban entre nosotros un ciento de sofads.

—Arrojad vuestras armas —ordenó— y avanzad hacia nosotros.

—Pero no somos enemigos —contesté—. ¿La gente de Tjanath no sabe recibir a sus amigos?

—Haced lo que os digo u os destruiré a los dos —fue su única respuesta. No pude evitar un gesto de disgusto al tener que prescindir de mis armas, al tiempo que Tavia hacía entrega de la espada corta que le había prestado. Avanzamos desarmados hacia los guerreros, pero ni siquiera entonces se dio el padwar por satisfecho y ordenó que nos registraran el correaje con cuidado antes de conducirnos al interior de la ciudad bien rodeados por los guerreros.

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