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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Un guerrero de Marte (8 page)

—¿Por qué vacilas? —me preguntó la joven— No podemos escapar en esa dirección ya que no podemos cruzar el patio.

—Todo lo contrario —contesté—, creo que es en esa dirección donde está nuestra vía de escape más segura.

—Pero sus thoats están en el patio —replicó— y los guerreros verdes no se apartan nunca de sus thoats.

—Es precisamente porque los thoats están allí por lo que deseo investigar el patio —contesté.

—En el mismo instante en que nos huelan —dijo— van a formar una escandalera que atraerá la atención de sus amos, y nos descubrirán y capturarán inmediatamente.

—Quizá —dije—, pero si mi plan tiene éxito valdrá la pena arriesgarse, ahora, si tienes mucho miedo, lo dejamos.

—No —respondió la muchacha—, no soy yo quien puede elegir o dirigir. Tú has sido tan generoso como para ayudarme y lo único que puedo hacer es seguirte, pero quizá si me dieras a conocer tus planes te podría seguir de forma más inteligente.

—Desde luego —respondí—, no puede ser más sencillo. Ahí hay thoats. Cogeremos uno y nos largaremos montados en él. Será mucho más fácil que ir andando y nuestras posibilidades de escape serán considerablemente mayores; al marchamos dejaremos la puerta del patio abierta; esperemos que los restantes thoats nos sigan, dejando a sus amos sin medios para perseguimos.

—Pero ese plan es una locura —exclamó la muchacha—, aunque sea muy valiente. Si nos descubren habrá lucha, y yo estoy desarmada Dame tu espada corta, guerrero, a fin de que, por lo menos, podamos defendernos hasta donde nos sea posible.

Solté el fijador de la vaina de mi espada corta para quitármela del correaje y lo ceñí en la cadera izquierda del de la muchacha; al tocar su cuerpo en esta operación, no pude por menos de notar que no había en ella el menor temblor que cabría esperar de quien estaba afectada por el miedo o la excitación. Ella parecía estar perfectamente calmada y reconcentrada y su tono de voz supuso un alivio para mí. Que no era Sanoma Tora lo supe desde que dijo la primera palabra en la oscuridad de la habitación en la que tropecé con ella y, aunque ello me decepcionó terriblemente, seguía estando dispuesto a hacer cuanto pudiera para que aquella mujer lograra escapar, aunque estaba convencido de que su presencia me retrasaría y obstruiría enormemente al tiempo que me sometería a un peligro muchísimo mayor que el que hubiera recaído sobre un guerrero que viajaba solo. Por tanto, fue muy gratificante comprobar que mi indeseada compañera no resultaría totalmente inerme.

—Confío en que no tendrás que usarla —dije mientras terminaba de enganchar la espada corta en su correaje.

—Si se presenta el caso, podrán comprobar que sé cómo usarla.

—Bien —dije—, ahora sígueme y no te separes de mí.

Un cuidadoso vistazo al patio desde la ventana de la cámara que se abría al mismo me reveló la presencia de unos veinte enormes thoats, pero ningún guerrero verde, lo que probaba que se sentían perfectamente seguros ante sus enemigos.

Los thoats estaban agrupados en el extremo opuesto del patio; unos cuantos se habían echado a dormir, pero los demás se movían sin descanso, como de costumbre. Al otro lado del patio y en el mismo extremo se alzaba un par de enormes portones. Hasta donde pude establecer, cerraban la única salida al patio lo bastante grande para dejar paso a un thoat y di por supuesto que al otro lado había un pasillo que conducía a una de las avenidas cercanas.

Llegar a las puertas sin que los thoats advirtieran nuestra presencia era el primer paso de mi plan y la mejor forma de hacerlo era la de buscar una habitación que estuviera cerca de la puerta, ya que a cada lado había unas ventanas similares a aquella desde la que estábamos mirando. Por tanto, haciendo señas a mi compañera para que me siguiera, regresé al pasillo y, de nuevo a tientas en la oscuridad, avanzamos por él. En la tercera habitación que exploré encontré una ventana que daba al patio y que estaba situada al lado de la puerta. Y en la pared que formaba ángulo recto con aquella en la que estaba la ventana vi una puerta que se abría a un gran corredor abovedado que estaba al lado opuesto de la puerta. Este descubrimiento me estimuló extraordinariamente ya que armonizaba a la perfección con el plan que había concebido, al tiempo que reducía el riesgo que mi compañera tenía que correr en el intento por escapar.

—¡Quédate aquí! —le dije colocándola justo detrás de la puerta— Si mi plan tiene éxito, entraré en este pasillo montado en uno de los thoats y, cuando lo haga, debes estar preparada para agarrar mi mano y montarte a la grupa. Si me descubren y fallo, gritaré "¡Por Helium!" y esa será la señal para que escapes como mejor puedas.

Ella puso una mano en mi brazo.

—Déjame ir al patio contigo —suplicó—. Dos espadas son mejor que una.

—No —respondí—, estando solo tengo más posibilidades de manejar los thoats que si otra persona distrae su atención.

—Muy bien —respondió.

Me marché entonces y volví a entrar en la habitación, me dirigí a la ventana y por un momento observé el interior del patio y, como comprobé que las condiciones no habían cambiado, me deslicé a hurtadillas por la ventana y me dirigí lentamente a la puerta. Examiné cuidadosamente el pestillo y comprobé que era muy fácil de manipular, por lo que no tardé en hacer que una de las hojas de la puerta girara sobre sus goznes. Cuando se abrió lo bastante para permitir el paso de un thoat, me dirigí a las bestias que había en el patio. Estas criaturas salvajes, prácticamente sin domar, lo son casi tanto como las que andan en libertad por los remotos fondos de los mares y, como sólo se les puede controlar por medios telepáticos, únicamente obedecen las órdenes de las mentes más poderosas de sus amos, pero, incluso así, se requiere una considerable habilidad para dominarlas.

Yo aprendí el método del propio Tars Tarkas y había conseguido una considerable eficiencia, por lo que afronté la prueba crucial de mi poder a sabiendas de que éste era un requisito imprescindible para tener éxito.

Situándome detrás de la puerta, concentré todas las facultades de mi mente en la dirección de mi voluntad, telepáticamente, hasta el cerebro del thoat que había elegido para mi propósito, selección que fue determinada exclusivamente por el hecho de ser el que estaba más cerca. El efecto de mi esfuerzo se evidenció de inmediato. La bestia, que había estado olisqueando las grietas de las losas de piedra del patio en busca de macizos de musgo, levantó la cabeza y miró hacia donde yo estaba. Se puso muy inquieto, pero no emitió sonido alguno ya que mi voluntad le impuso silencio. Ahora sus ojos se detuvieron en mi persona y entonces, lentamente, se fue acercando. Avanzaba con mucha lentitud porque, sin lugar a dudas, se daba cuenta de que yo no era su amo, pero siguió avanzando. En una ocasión, ya cerca de mí, se detuvo y gruñó airado. Debió ser cuando captó mi olor y comprendió que yo no era, siquiera, ni de la misma raza a la que estaba acostumbrado. Fue entonces cuando ejercí al máximo cada poder de mi mente. El animal se detuvo moviendo su fea cabeza, con los labios ocultando sus grandes colmillos. Puede ver que, detrás de él, los demás thoats habían sido atraídos por su actitud. Miraban hacia donde yo estaba y se movían inquietos, cada vez más cerca de mí. Yo sabía que si me descubrían y empezaban a relinchar, que es siempre la primera señal, siempre dispuesta, de su ira que se despierta con prontitud, sus jinetes caerían sobre mí sin pérdida de tiempo, ya que dado su nerviosismo y su naturaleza irritable, el thoat es el perro guardián, al tiempo que la bestia de carga, de los barsoomianos verdes.

Por un momento, la bestia que había elegido vaciló ante mí como si no hubiera decidido si debía retirarse o atacar, pero no hizo ni lo uno ni lo otro, por el contrario, vino lentamente hacia mí y, cuando me metí al pasillo situado detrás de la puerta, me siguió. Aquello era más que lo que yo había deseado, porque me permitía ordenarle que se tumbara para que la muchacha pudiera montar con facilidad.

Delante de nosotros se abría un largo pasillo abovedado en cuyo extremo puede adivinar una arcada bañada por la luz lunar, por la que salimos a la ancha avenida.

Las colinas estaban hacia la izquierda y, dirigiéndome hacia ellas, aguijoneé al animal a lo largo de las desiertas calles en medio de hileras de majestuosas ruinas que conducían al oeste; donde la avenida daba la vuelta para dirigirse a las colinas eché un vistazo atrás y, para mi sorpresa e irrefrenable alegría, vi a la luz de la luna que nos seguía una fila de enormes thoats y yo tenía la confianza de que sabrían que hacer cuando estrenaran libertad.

—Tus captores no podrán perseguimos mucho tiempo —dije a la muchacha señalando los thoats con un gesto de la cabeza.

—Nuestros antepasados nos acompañan esta noche —dijo—. Roguemos que no nos abandonen.

Fue entonces cuando, por primera vez, gracias a que Cluros y Thuria brillaban en el cielo y había buena luminosidad, tuve la ocasión de ver claramente a mi compañera. Si no supe disimular mi sorpresa, no es algo reprochable, ya que en la oscuridad, con solamente la voz de mi compañera como guía, yo tenía la absoluta certeza de estar prestando ayuda a una mujer, pero ahora, al ver su cabello corto y su cara andrógina no supe qué pensar: tampoco el correaje de mi compañera me sirvió de ayuda para justificar mi primera conclusión, ya que evidentemente era de hombre.

—¡Pensé que eras una muchacha! —balbucí.

Su fina boca se distendió en una sonrisa que dejó al descubierto unos dientes blancos y fuertes.

—Lo soy —respondió.

—Pero tu cabello… tu correaje… incluso tu figura desmienten tu afirmación.

Ella se echó a reír alegremente. Más adelante descubriría que aquél era uno de sus encantos principales, poderse reír tan fácilmente, pero sin herir.

—Me delató la voz —dijo— y eso es muy malo.

—¿Por qué es tan malo?

—Porque te hubieras sentido mejor con un luchador a tu lado, mientras que ahora piensas que te ha caído una pesada carga.

—Una carga ligera —contesté, recordando lo fácil que había sido izarla a lomos del thoat—. Pero dime quién eres y por qué te disfrazas de muchacho.

—Soy una esclava —contestó—, sólo una esclava que ha huido de su amo. Quizá eso suponga alguna diferencia —añadió con tristeza—. Quizá te arrepientas de tener que defender a una simple esclava.

—No —dije—, no hay diferencia alguna. También yo soy un pobre padwar, no lo bastante rico para permitirme tener una esclava. Tal vez seas tú la que se lamente de no haber sido rescatada por un hombre rico.

—Yo me escapé del hombre más rico del mundo —contestó ella echándose a reír—. Cuando menos, pienso que tiene que ser el hombre más rico del mundo, porque quién puede ser más rico que Tul Axtar, jeddak de Jahar?

—¿Perteneces a Tul Axtar, jeddak de Jahar? —exclamé.

—Sí —dijo ella—. Me raptaron cuando era muy joven en una ciudad llamada Tjanath y desde entonces he vivido en el palacio Tul Axtar. Tiene muchas mujeres, miles de mujeres. Algunas veces se pasan la vida entera en el palacio, pero nunca le ven —Se estremeció—. Es un hombre terrible. Yo me sentía desgraciada porque no había conocido a mi madre; ella murió siendo yo muy niña y mi padre no es más que un vago recuerdo. Porque yo era muy joven, mucho, cuando los emisarios de Tul Axtar me robaron de mi casa de Tjanath. Me hice amiga de todos los que estaban en el palacio de Tul Axtar. Todos me querían, las esclavas y los guerreros, y los jefes, y como tenía aspecto de niño les encantaba estrenarme en el uso de las armas e incluso a navegar con las pequeñas naves; pero, un día mi felicidad se terminó: Tul Axtar me vio y mandó a buscarme. Fingí estar enferma y no fui y cuando llegó la noche fui al dormitorio de un soldado que sabía que estaba de guardia, le robé un correaje, me corté el cabello, que tenía largo, y me pinté la cara para tener aspecto de hombre. Entonces fui a los hangares del tejado del palacios, engañé a los guardias con un ardid y robé un monoplaza.

«Pensé —prosiguió— que si me buscaban lo harían en dirección a Tjanath, por lo que volé en dirección opuesta, hacia el noreste, con la intención de describir un gran círculo hacia el norte y volver entonces hacia Tjanath. Después de volar por encima de Xanator, descubrí un gran macizo de mantalia en el fondo muerto del mar e inmediatamente descendí para tomar leche de estas plantas ya que me había ido del palacio con tanta prisa que no tuve la oportunidad de aprovisionarme. La plantación de mantalia era anormalmente grande y las plantas crecían hasta una altura de ocho a doce sofads, por lo que ofrecía una excelente protección para no ser vista. No tuve dificultad para hallar un lugar donde aterrizar dentro de sus límites. Para evitar que me pudieran localizar desde arriba, me metí con el aparato entre dos mantalias gigantescas que formaban un arco de follaje, y me puse a coger leche. Como los objetos vistos de cerca nunca parecen tan atractivos como cuando se contemplan de lejos, estuve deambulando un rato, alejándome del aparato, hasta que encontré las plantas que parecían ofrecer más cantidad de rica leche.

—Un grupo de guerreros verdes había entrado en el sembrado para coger leche y yo estaba golpeando el árbol que había elegido cuando uno de ellos me descubrió, y un instante después me habían capturado. Por lo que me preguntaron, tuve la seguridad de que no me habían visto entrar en el bosquecillo y que desconocían la presencia de mi aparato. Tenían que haber estado, cuando yo aterrizaba, en algún sitio donde el follaje fuera especialmente denso; pero, fuera como fuera, no conocían la presencia de mi avión y yo decidí dejarles en la ignorancia. Luego, cuando recogieron toda la leche que necesitaban, volvieron a Xanator, llevándome con ellos. El resto ya lo conoces.

—¿Es esto Xanator? —pregunté.

—Sí —respondió.

—¿Cómo te llamas?

—Tavia —contestó—. ¿Y tú?

—Tan Hadron de Hastor.

—Es un bonito nombre —dijo.

Había cierta franqueza juvenil en la forma en que lo dijo que tuve la seguridad de que me hubiera dicho que no le gustaba mi nombre con idéntica claridad. No había en su tono el menor halago y no tardaría en aprender que la honradez y el candor eran dos de sus características más marcadas. Sin embargo, por el momento, no pensaba en estas cosas ya que mi mente estaba ocupada en una parte de su relato que me había sugerido un método rápido y fácil para escapar a nuestra peligrosa situación.

—¿Crees —pregunté— que podrías encontrar el bosquecillo de mantalia donde escondiste el aparato?

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