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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Un guerrero de Marte (33 page)

Pero no fallé. Caía de pie en el estrecho pasillo. Tul Axtar tuvo que advertir el impacto de mi peso contra el puente superior de la aeronave, porque pude sentir que el
Jhama
descendía un poco. Si duda se preguntaba qué había sucedido, aunque no creo que adivinara la verdad. Sin embargo, en contra de lo que yo esperaba, no abrió la escotilla, sino que debió lanzarse a los mandos instantáneamente porque casi al momento el
Jhama
se elevó rápidamente en ángulo agudo, lo que hizo difícil mi sujeción a la nave ya que el puente superior no estaba equipado con aros de correaje. Sin embargo, conseguí sostenerme agarrado al borde delantero de la torreta.

Cuando Tul Axtar alcanzó la altitud suficiente y tomó el rumbo que le convenía empezó a volar a toda velocidad, de manera que pareció que el viento llegaría a arrastrarme y derribarme a tierra, allá muy abajo, a pesar de estar firmemente agarrado. Por fortuna soy fuerte (ningún otro podría haber sobrevivido a semejante trance), pero estaba totalmente desesperado, porque si Tul Axtar hubiera adivinado la verdad, le habría bastado con salir por la escotilla de popa para tenerme a su merced, ya que, aunque seguía teniendo mi pistola al cinto, no podía soltarme de mi asidero para usarla. Pero Tul Axtar no lo sabía, no cabe duda al respecto o, si estaba enterado, esperaba que la velocidad de la nave hubiera arrancado a quien quiera que pudiera haber caído sobre ella.

Estuve colgado allí breve rato antes de comprender que en su momento mi fuerza se debilitaría y que me soltaría. Tenía que hacer algo para rectificar esa situación. Había que salvar a Tavia y, puesto que nadie más que yo podía hacerlo, era necesario conservar la vida.

Sacando fuerzas de flaqueza conseguí arrastrarme un poco hacia delante hasta que quedé con el pecho apoyado en la torreta. Lentamente, centímetro a centímetro, conseguí avanzar arrastrándome. El tubo del periscopio estaba justo delante de mí. Si pudiera alcanzar el revestimiento con una mano estaría en condiciones de lograr mayor seguridad. El viento me batía despiadado, tratando de arrancarme de mi agarre. Busqué un apoyo mejor con el brazo izquierdo rodeando la torreta y luego alargué rápidamente el derecho y mis dedos se aferraron al revestimiento.

Después no me fue difícil pasar parte de mi correaje por la parte delantera de la torreta. Ahora tenía una mano libre, pero nada más podía hacer hasta que la nave se detuviera.

¿Qué estaba pasando debajo de mí? ¿Podía Tavia estar segura, siquiera por corto tiempo, en poder de Tul Axtar? Este pensamiento me puso frenético. Pensaba en que había que detener el
Jhama
cuando, de repente, me iluminó una idea.

Con la mano libre desprendí el bolsillo de mi correaje y arrastrándome un poco más me las arreglé para ponerlo sobre el
ojo
del periscopio.

Tul Axtar quedó cegado inmediatamente; no podía ver y no tardó mucho en reaccionar como yo esperaba: el
Jhama
fue perdiendo velocidad hasta que, finalmente, se paró.

Yo había estado tumbado parcialmente sobre la escotilla de proa, por lo que me hice a un lado y me situé frente a ella. Confiaba en que fuera ésta la que se abriría. Era la de Tul Axtar la que tenía más cerca. Aguardé y al mirar hacia delante vi que estaba abriendo las portillas. De esta forma podía ver y hacer navegar la aeronave y mi plan caía por tierra.

Me llevé un desengaño, pero no perdí la esperanza. Probé silenciosamente la escotilla delantera, pero estaba cerrada por dentro. Entonces me abrí camino rápida y silenciosamente hacia la de popa. Sin duda yo estaba perdido si se le ocurría poner en marcha el
Jhama
de nuevo a toda velocidad, pero pensé que no tenía más remedio que correr el riesgo. El
Jhama
estaba en marcha de nuevo cuando puse la mano en la cubierta de la escotilla. Esta vez no lo hice en silencio ni suavemente. Tiré con todas mis fuerzas y abrí la escotilla. No dudé una fracción de segundo y, mientras el
Jhama
se lanzaba de nuevo a toda velocidad, me introduje por la escotilla al interior de la nave.

Tul Axtar oyó el golpe al caer en el puente y se volvió abandonando un instante los mandos. Me reconoció de inmediato. Creo que nunca antes había visto yo una expresión tal, mezcla de asombro, odio y miedo, en un rostro tan convulso. Tavia estaba tendida a sus pies, tan inmóvil que temí que estuviera muerta y, entonces, Tul Axtar y yo sacamos nuestras armas, pero mi vida había sido más limpia que la de Tul Axtar y mi mente y músculos se coordinaron con mayor celeridad que los de alguien que había gastado sus energías en la disipación.

Disparé a bocajarro contra su podrido corazón y Tul Axtar, jeddak y tirano de Jahar, cayó cuan largo era en el puente inferior del
Jhama.
Estaba muerto.

Me puse de un salto al lado de Tavia y la puse boca arriba. La había atado, amordazado y, por alguna razón desconocida, también le había vendado los
ojos,
pero estaba viva. Casi lloré de alegría al descubrirlo. ¡Cómo me temblaban los dedos en mi ansia por liberarla! Pero fue cuestión de segundos; ya estaba en mis brazos que la apretaban contra mí.

Sé que mis lágrimas caían sobre su rostro, levantado hacia mí, mientras nuestros labios se unían fuertemente, pero no me avergüenza haber llorado. También Tavia lloraba mientras se aferraba a mí. Sentí cómo temblaba su cuerpo. Pensé en cuánto terror habría sentido, pero que nunca dejó que Tul Axtar lo advirtiera. Era la reacción propia, mezcla de alivio y alegría de los sucedido en el momento en que su desesperación era más negra.

En aquel instante, cuando nuestros corazones latían al unísono y ella se acurrucó contra mí, supe la gran verdad. ¡Qué estúpido había sido! ¿Cómo pude pensar que mis sentimientos por Sanoma Tora eran amor? ¿Cómo pude creer que mi amor por Tavia era algo tan débil como simple amistad? La abracé con más fuerza, si ello era posible.

—¡Mi princesa! —musité.

En todo Barsoom estas dos palabras, dichas por un hombre a una doncella, tienen un significado peculiar e inalterable: ningún hombre habla así a una mujer, a menos que quiera estar a su lado de por vida.

—¡No, no! —sollozó Tavia— ¡Tómame, soy tuya, pero sólo soy una esclava! Tan Hadron de Hastor no puede emparejarse con una.

¡Incluso en semejante trance, ella seguía pensando en mi felicidad, no en la suya! ¡Qué distinta era de Sanoma Tora! Yo había arriesgado mi vida por ganar un trozo de porquería y había resultado premiado con una joya inapreciable.

La miré en los ojos, en aquellos hermosos pozos llenos de amor y comprensión.

—Te amo, Tavia —respondí—. Dime que tengo derecho a llamarte mi princesa.

—¿Aunque sea una esclava? —preguntó.

—¡Aunque fueras mil veces menos que una esclava! Ella suspiró y se apretó contra mí.

—¡Mi cacique! —musitó en voz bajísima.

Esa, en lo que se refiere a Tan Hadron de Hastor, es el fin de la historia. Ese instante marcado por el punto más alto que se puede esperar alcanzar, pero hay algo más que puede interesar a quienes han seguido mis aventuras hasta aquí, aventuras que me han llevado por la mitad del hemisferio sur de Barsoom.

Cuando Tavia y yo conseguimos separarnos, lo que no fue pronto, abrí la escotilla inferior y dejé caer el cuerpo de Tul Axtar a su última morada, en la yerma tierra allá abajo. Luego volvimos
a Jhama,
donde descubrimos que a primera hora de la mañana Nur An había salido a una de las azoteas del palacio donde le descubrió Phao.

Cuando Nur An supo que yo había entrado en el palacio justo antes de amanecer, se asustó y organizó mi búsqueda. No conocía la llegada de Tul Axtar y pensó que el jeddak tenía que haber llegado después de que él se retirara a dormir; tampoco sabía lo cerca que había estado Tavia, atada en el suelo, a bordo del
Jhama,
junto a la pared del palacio.

Su búsqueda en el palacio, sin embargo, le reveló el hecho de que faltaba Phor Tak. Reunió a sus esclavos y realizaron una búsqueda minuciosa, pero sin encontrar señal alguna de él.

Entonces se me ocurrió que podría solucionar la pregunta de dónde se encontraba el viejo científico.

—Ven conmigo —dije a Nur An—. Quizá yo encuentre a Phor Tak para ti.

Le conduje al laboratorio.

—No vale la pena buscar ahí —dijo—, porque ya hemos mirado cien veces hoy. Podrás ver de una ojeada que el laboratorio está vacío.

—Espera —le advertí— y no corramos tanto. Ven conmigo: quizá pueda descubrir el paradero de Phor Tak.

Se encogió de hombros y me siguió al enorme laboratorio. Me dirigí al banco en el que estaba montado el fusil desintegrador. Justo detrás del banco, mi pie chocó con algo que no veía, pero que de algún modo esperaba que estuviera allí; al inclinarme palpé una horma humana debajo de una cubierta de tela suave.

Mis dedos se cerraron sobre el tejido invisible y lo apartaron. Allí, en el suelo, delante de nosotros, estaba el cadáver de Phot Tak, con un orificio de bala en el centro del pecho.

—¡En el nombre de Issus! —gritó Nur An— ¿Quién hizo esto?

—Yo —respondí y le conté cuanto había sucedido en el laboratorio la noche anterior.

Miró en tomo apresurado.

—¡Cúbrelo, rápido! —dijo—Los esclavos no deben saberlo. Nos destrozarían. Salgamos de aquí rápidamente.

Cubrí de nuevo el cuerpo de Phor Tak con el manto de la invisibilidad.

—Tengo algo que hacer aquí antes de que nos vayamos —respondí.

—¿Hacer qué? —preguntó.

—Ayúdame a recoger todos los fusiles y proyectiles de rayos desintegradores. Amontonémoslos al extremo de la habitación. —¿Qué pretendes?

—Voy a salvar al mundo, Nur An —dije.

Puso manos a la obra y me ayudó y una vez que hubimos formado una pila en el extremo más lejano del laboratorio elegí un proyectil y volví al fusil montado en el banco, en el que lo introduje, cerré la recámara y dirigí el cañón del arma al aterrador montón de muerte y desastre.

Oprimí el gatillo entonces y todo lo que quedó en Jhama del peligroso invento de Phor Tak se desvaneció en el aire, con excepción de un sólo fusil para el que no quedaban municiones. Con ello se fue su modelo de Muerte Voladora y con él se perdió su secreto.

Nur An me dijo que los esclavos sospechaban de nosotros y, como ya no había razón para seguir arriesgándonos, embarcamos en la aeronave que John Carter me había entregado y pusimos rumbo a Helium remolcando el
Jhama.

Alcanzamos la flota poco antes de alcanzar las Ciudades Gemelas del Gran Helium y el Pequeño Helium, y en el puente del buque insignia de John Carter recibimos la bienvenida acompañada de una gran ovación. Poco después sucedió uno de los incidentes más extraordinarios y dramáticos vividos por mí. Estábamos celebrando una especie de reunión informal en el puente delantero del gran acorazado. Los oficiales y los miembros de la nobleza avanzaban para ser presentados y eran numero
sos los ojos
apreciativos que admiraban a Tavia.

Había llegado el turno del dwar Kal Tavan, que había sido esclavo en el palacio de Tor Hatan. Al situarse delante de Tavia vi la sorpresa reflejada en sus
ojos.

—Te llamas Tavia? —repitió al serle presentada.

—Sí —dijo ella— y tú Tavan. Nuestros nombres son parecidos. —No necesito preguntar de qué país eres —dijo—, porque eres Tavia de Tjanath.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó la muchacha.

—Porque eres mi hija —contestó él—. Tavia es el nombre que te puso tu madre. Te pareces a ella. Sólo por eso te hubiera reconocido como mi hija en cualquier lugar.

La abrazó suavemente y vi que había lágrimas en sus ojos y en los de ella cuando la besó en la frente. Luego se volvió hacia mí.

—Me han dicho que el bravo Ton Hadron de Hastor ha decidido emparejarse con una esclava —dijo—, pero eso no es cierto. Tu princesa lo es, en verdad; es la nieta de un jed. Podría haber sido la hija de un jed si yo hubiera permanecido en Tjanath.

¡Qué tortuosos son los senderos de la suerte! ¡Qué extraños e inesperados los destinos a los que conducen! Yo había emprendido la marcha por uno de esos senderos con la intención de casarme con Sanoma Tora al final. Sanoma Tora se había fijado en otro con la esperanza de contraer matrimonio con un jeddak. Al final de su sendero sólo encontró ignominia y desgracia. Yo, al final del mío, encontré una princesa.

Notas

[1]
Aproximadamente ciento sesenta y seis millas terrestres por hora

[2]
Unas trescientas millas por hora.

[3]
Alrededor de quinientas millas por hora; un haad mide 1949.0592 pies terrestres y un zode equivale a 2462 horas de la Tierra.

[4]
Más de mil millas por hora.

[5]
Una karad equivale a un grado de longitud.

[6]
Un ad mide alrededor de 9,75 pies de la Tierra.

[7]
Los marcianos son ovíparos.

[8]
Alrededor de quince minutos

[9]
Tres horas.

[10]
Alrededor de treinta minutos.

[11]
La Tierra.

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