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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Un guerrero de Marte (29 page)

BOOK: Un guerrero de Marte
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Tavia agitó la cabeza.

—Por lo menos, Hadron, hemos luchado bien —respondió.

Comprendí que estaba desanimada y no podía reprochárselo, pero un instante después me miró y sonrió ampliamente.

—¡Seguimos vivos, Hadron de Hastor! —exclamó.

—Seguimos vivos y tenemos nuestras espadas —le recordé.

Mientras trepábamos nuestro perseguidores se fueron acercando y vi que otros llegaban por las colinas de la derecha y la izquierda. Nos vimos obligados a volvernos de las colinas por las que confiábamos en cruzar la cresta de la cordillera ya que por arriba aparecieron otros cazadores que descendían hacia nosotros. Directamente delante teníamos un elevado pico, el más alto de la cadena montañosa, por lo que podía ver, y sólo allí, en su lado más escarpado, no había cazadores que nos cerraran el paso.

Mientras trepábamos, las laderas de la montaña se hizo más pina hasta que el ascenso resultó no sólo arduo al máximo, sino difícil y peligroso en ocasiones. No teníamos, sin embargo, ninguna otra alternativa y proseguimos nuestra escalada hacia la cumbre, mientras los cazadores de U-Gor nos seguían. No se apresuraban, lo que me llevó a la conclusión de que nos tenían arrinconados. Yo buscaba un lugar donde detenernos, pero no encontré ninguno y finalmente llegué a la cima, un espacio circular llano de unos treinta metros de diámetro.

Como nuestros perseguidores seguían estando a corta distancia atravesé rápidamente la pequeña meseta de la cresta. Toda la cara norte descendía a pico en unos sesenta metros, lo que bloqueaba definitivamente nuestra retirada. Por todas las demás direcciones ascendían los cazadores. No teníamos salida, al parecer, pero nos negamos a admitir nuestra denota.

La cresta de la montaña estaba cubierta de rocas sueltas. Lancé una piedra al caníbal más próximo y tuve la fortuna de golpearle en la cabeza, con lo que le mandé ladera abajo, arrastrando consigo a un par de sus colegas. Tavia siguió entonces mi ejemplo y empezamos a bombardearles, pero fallábamos más que acertábamos y había tantos, tan fieros y hambrientos, que ni siquiera detuvimos su avance. Tan numerosos eran que se me antojaron una plaga de insectos que trepaban desde abajo; enormes, grotescos insectos que pronto caerían sobre nosotros y nos devorarían.

A medida que se acercaban lanzaban un nuevo grito que nunca había oído antes. Era distinto del grito de caza, pero igualmente terrible.

—Es su grito de guerra—dijo Tavia.

Poco a poco, con una persistencia incansable, la multitud de cazadores se cernía sobre nosotros. Sacamos las espadas; eran nuestro último recurso. Tavia se apretó contra mí y por primera vez creí sentir sus temblores.

—No dejes que me cojan —dijo—. No es la muerte lo que más temo.

Sabía lo que quería decir y la tomé en mis brazos.

—¡No puedo hacerlo, Tavia! —exclamé— ¡No puedo!

—Debes hacerlo —respondió con voz firme—. Si me quieres, aunque sea como amigo, no puedes dejar que esas bestias me cojan viva.

No pude articular palabra, pero sabía que ella tenía razón. Desenvainé mi daga.

—¡Adiós, Hadron!… ¡Mi Hadron!

Me ofrecía el pecho desnudo para recibir mi daga, con el rostro levantado hacia mí. Seguía siendo una cara valiente, sin el menor rastro de miedo y ¡qué bella era!

Impulsivamente, movido por un poder que no pude controlar, me incliné y oprimí sus labios con los míos. Con los ojos entornados, ella apretó los suyos contra mi boca más fuerte aún.

—¡Oh, Issus! —musitó al apartarse, y añadió— ¡Ya vienen! ¡Hiere ahora, Hadron, y hiere a fondo!

Las bestias casi habían alcanzado la cima. Levanté la mano armada para hundir la daga profundamente en su perfecto seno. Para mi sorpresa, mis nudillos golpearon algo duro por encima de mí. Levanté la vista: no había nada, pero algo me movió a palpar de nuevo para solucionar aquel extraordinario misterio, incluso en aquel instante intensamente trágico.

Y volví a sentir algo allá arriba. ¡Por Issus que había algo! Mis dedos recorrieron una superficie lisa, una superficie familiar. ¡No podía ser! Y, sin embargo, ¡tenía que ser el
Jhama!

No me hice preguntas ni invoqué al destino en aquel instante. Los cazadores de U-Gor estaban casi encima de nosotros cuando mis dedos, a tientas, encontraron una de las argollas de amarre de la proa del
Jhama.
Elevé rápidamente a Tavia por encima de mi cabeza.

—¡Es el
Jhama!
—grité— Trepa a bordo.

La querida muchacha, tan rápida para aprovechar las oportunidades fortuitas como el luchador mejor entrenado, no se detuvo a preguntar, sino que se elevó hasta el puente con la agilidad de una atleta y cuando yo cogí la argolla de amarre y me alcé, ella, tendida boca abajo, alargó los brazos para ayudarme; la fuerza de su cuerpo estuvo a la altura de la tarea que realizó.

Los jefes de la horda habían llegado a la cima. Hicieron una pausa, momentáneamente confusos al vernos trepar por el aire y detenernos en apariencia justo encima de sus cabezas, pero el hambre les empujó y saltaron tratando de agarrarnos, trepando unos a las espaldas y hombros de otros para tirar de nosotros.

Dos de ellos casi alcanzaron el puente y, mientras yo luchaba con ellos con una sola mano, Tavia elevó la escotilla y llegó a los mandos de un salto.

Otro ser de repelente cara había llegado al puente por el lado opuesto y fue la suerte la que me hizo verle antes de que pudiera atravesarme la espalda con su arma. El
Jhama
ya se estaba elevando y me volví para entablar combate con él. Había poco espacio, pero yo tenía la ventaja de saber hasta dónde llegaba el puente bajo mis pies, mientras que él no veía otra cosa que el aire. Creo que esto le asustó, además, porque cuando me lancé hacia él, dio un paso atrás y, con un alarido de terror, se precipitó al espacio cayendo a tierra.

Nos habíamos salvado, pero, ¿cómo diablos había llegado el
Jhama a
aquel lugar?

¡Quizá Tul Axtar estaba a bordo! Ese pensamiento me llenó de alarma sobre la seguridad de Tavia, por lo que, pronta la espada salté por la escotilla a la cabina. Sólo Tavia estaba en ella.

Tratamos de llagar a una explicación sobre el milagro que nos había salvado, pero ninguna conjetura nos aportó cosa alguna que fuera en absoluto satisfactoria.

—Estaba allí cuando más la necesitamos —dijo Tavia—: ese hecho debiera satisfacernos.

—Creo que nos tendremos que conformar, por el momento, cuando menos —dije. Ahora, pongamos, una vez más, proa a Helium.

Habíamos pasado un corto espacio más allá de las montañas cuando avisté una nave a distancia y poco después otra, y otra luego, hasta que comprendí que nos estábamos acercando a una gran flota que volaba en dirección este. Cuando nos acercamos vi que las naves estaban pintadas con el horroroso color azul de Jahar y comprendí que aquella era la formidable armada de Tul Axtar.

Entonces vi otros navíos que se aproximaban desde el este y supe que era la flota de Helium. No podía ser otra y, sin embargo, me tenía que asegurar por lo que aceleré en dirección a la nave más próxima de esta segunda flota hasta que vi las banderas y pendones de Helium flotando en la obra muerta y la insignia de combate del Señor de la Guerra pintada en la proa. Detrás venían otras aeronaves, una noble flota que avanzaba hacia su inevitable destino.

Un crucero jahariano avanzaba hacia el primer gran acorazado; me lancé a interceptarlo y utilicé uno de mis fusiles.

Me vi obligado a llegar muy cerca del blanco, lo mismo que el crucero jahariano, ya que la distancia efectiva del fusil desintegrador es extremadamente limitada.

A bordo del acorazado de Helium todo estaba dispuesto para entrar en acción, pero yo sabía por qué no habían disparado un cañón. John Carter, el Señor de la Guerra de Barsoom, había presumido siempre de que jamás desataría una guerra. El enemigo debía disparar primero. Si yo hubiera podido llegar a tiempo, le hubiera convencido de las fatales consecuencias de un código tan magnánimo y caballeroso y las naves de Helium, con sus cañones de largo alcance, podían haber aniquilado la flota completa de Jahar antes de que hubieran logrado llegar al alcance de sus mortales fusiles, pero el destino había dispuesto otra cosa, y lo mejor que podía hacer era llegar a la nave jahariana antes de que fuera demasiado tarde.

Tavia manejaba los mandos. Volábamos a gran velocidad hacia el crucero azul de Jahar. Yo estaba de pie, detrás del fusil de proa. Un instante después estaríamos dentro del alcance del arma, cuando vi que el gran acorazado de Helium se deshacía en el aire. Sus partes de madera cayeron lentamente a tierra y un millar de guerreros fueron lanzados a una muerte cruel en la yerma tierra que sobrevolaban.

Casi inmediatamente las restantes naves de Helium se pararon de golpe. Habían sido testigos de la catástrofe que había acabado con el primer navío de la línea y el comandante de la flota se dio cuenta de que estaban amenazados por una nueva fuerza de la que no tenían conocimiento.

Las naves de Tul Axtar, estimuladas por este primer éxito, se desplazaban ahora rápidamente lanzándose al ataque. El crucero que había destruido el gran acorazado encabezaba el grupo, pero ahora lo tenía a mi alcance.

Comprendiendo que la pintura azul de protección de Jahar evitaría que el rayo desintegrador alcanzara la nave, había metido en la recámara del fusil un cartucho de otro tipo y moviendo la boca del arma de manera que barriera toda la longitud de la nave apreté el gatillo.

Los hombres de a bordo de la nave se disolvieron instantáneamente en el aire; sólo quedaron sus correajes, sus insignias y sus armas.

Dando instrucciones a Tavia para que pusiera el
Jhama
al costado, levanté la escotilla superior y salté al puente del crucero y un instante después icé la señal de rendición. Cabe imaginarse la consternación a bordo de los buques más próximos de Jahar cuando sus tripulantes vieron la señal que ondeaba en el mástil de proa, pues ninguno había estado lo bastante cerca para ver lo que realmente pasaba a bordo.

Volviendo a la cabina del
Jhama,
bajé la escotilla y me dirigí al periscopio. Allá lejos, al final de la primera línea de naves jaharianas, vi la insignia real en un gran acorazado, señal de que Tul Axtar estaba a bordo, pero en una posición segura. Me hubiera gustado alcanzar su nave a continuación, pero la flota avanzaba hacia las de Helium y no me atreví a perder tiempo.

Las naves de Helium habían abierto fuego ya y los proyectiles explotaban entre las naves que abrían la marcha de la flota jahariana —unos proyectiles tan precisamente ajustados que se podían regular para que explotaran en cualquier punto hasta el máximo alcance del cañón que los disparaba. Hacía falta ser un buen cañonero para sincronizar el tiempo con la diana.

A medida que se abatía una nave de la flota jahariana tras otra, las restantes pusieron en acción sus enormes cañones. Por lo menos temporalmente, los fusiles de rayos desintegradores habían fallado, pero hubieran tenido éxito, lo sabía, si una nave, aunque fuera una sola, hubiera atravesado la línea heliumética, donde en unos pocos minutos hubiera podido destruir una docena de grandes acorazados.

Los artilleros jaharianos eran deficientes; los proyectiles solían explotar a gran altura en el aire antes de alcanzar el blanco, pero fueron mejorando a medida que discurría la batalla. Sin embargo, yo sabía que Jahar nunca podría soñar en derrotar a Helium con las propias armas de ésta.

Uno de los grandes acorazados de la flota de Tul Axtar fue alcanzado tres veces seguidas a mi costado. Vi cómo caía por popa y supe que estaba acabado; entonces vi cómo su comandante corría a proa y lanzaba la nave en una última y larga zambullida y supe que a bordo de la flota de Tul Axtar había tantos hombres valientes como en la de Helium; Tul Axtar, sin embargo, no era uno de ellos porque vi, allá a lo lejos, cómo su buque insignia se lanzaba a toda velocidad hacia Jahar.

La gran flota prosiguió con su ataque a pesar de la cobardía del jeddak. Si tenían el valor suficiente todavía podían ganar, ya que sus naves superaban en número de diez a uno a las de Helium y hasta donde alcanzaba la vista se les podía ver volando a toda velocidad desde el norte, el sur y el oeste aproximándose al campo de batalla.

Las naves de Helium presionaban cada vez más acercándose a las de Jahar. En su ignorancia, el Señor de la Guerra estaba entregándose directamente en manos del enemigo. Con su puntería superior y con veinte acorazados protegidos con la pintura azul de Jahar, Helium podría borrar del mapa la gran armada de Tul Axtar. Estaba seguro de ello, y esa seguridad me trajo una inspiración: se podía hacer y sólo Tan Hadron de Hastor podía hacerlo.

Explotaban proyectiles por todos lados. Las ondas expansivas hacían balancear el
Jhama
hasta que empezó a balancearse y cabecear como un navío de antaño en un mar antiguo. Una y otra vez nos situamos peligrosamente cerca de la línea de fuego de los fusiles de rayos desintegradores jaharianos. Pensé que no debía seguir poniendo a Tavia en riesgo, pero era necesario que llevara a cabo el plan que había concebido.

Es extraña la forma en que los hombres cambian por razones, al parecer, triviales. Toda mi vida había pensado que haría cualquier sacrificio por Helium, pero ahora sabía que no pondría en riesgo ni un solo cabello de aquella alborotada cabeza por todo Barsoom. Esto, me dije, es amistad.

Me puse a los mandos y volví la proa del
Jhama
a una de las naves de Helium que estaba temporalmente fuera de la línea de fuego y, a medida que nos acercábamos a su costado, entregué los mandos a Tavia de nuevo y elevando la escotilla de proa salté al puente del
Jhama,
alcanzado ambas manos sobre mi cabeza en señal de rendición, para el caso de que me tomaran por un jahariano.

¿Qué habrían pensado cuando me vieron flotando, aparentemente, erguido en el aire. A juzgar por las expresiones de los rostros de los que estaban más cerca de mí cuando el
Jhama
entró en contacto con el costado de su nave, era evidente que estaban los tripulantes del acorazado atónitos.

No dejaron de apuntarme cuando subí a bordo, dejando a Tavia para maniobrar el
Jhama.

Antes de que pudiera presentarme un joven oficial de mi propio umak me reconoció. Lanzando un grito de sorpresa dio un paso adelante y me abrazó.

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