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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tentación (2 page)

Niego con la cabeza entre suspiros. Desearía no tener que hacerlo, pero sé que necesito recurrir a la telequinesis. Es lo único que pondrá fin a todo esto y le mostrará quién está al mando aquí. Entorno los párpados y me concentro en su silla, que se arrastra sobre el pavimento a tal velocidad que la golpea tras las rodillas y la obliga a sentarse.

—¡Oye! ¡Eso ha dolido! —Se frota la pierna fulminándome con la mirada.

Sin embargo, yo solo me limito a encogerme de hombros. Es inmortal, al fin y al cabo no le van a salir cardenales. Además, tengo muchas cosas que explicarle y no tendré tiempo de hacerlo si continúa así, de modo que me inclino hacia ella para asegurarme de que cuento con toda su atención.

—Confía en mí —le digo—, no puedes jugar a este juego si no conoces las reglas. Alguien podría resultar herido.

Capítulo dos

H
aven se monta en mi coche, se aprieta con fuerza contra la puerta y sube los pies al asiento. Frunce el ceño y me fulmina con la mirada sin cesar de murmurar (una letanía de quejas dirigidas a mí) mientras salgo del aparcamiento hacia la calle.

—Regla número uno. —La miro de reojo al tiempo que me aparto un mechón de la cara y decido pasar por alto su expresión hostil—. No… puedes… contárselo… a nadie. —Hago una pausa para que asimile mis palabras antes de continuar—. En serio. No puedes contárselo ni a tu madre, ni a tu padre, ni a tu hermanito Austin…

—Por favor… —Cambia de posición. Cruza y descruza las piernas, se tira de la ropa y balancea el pie de una forma tan frenética e implacable que es evidente que no soporta estar aquí encerrada conmigo—. De todas formas, apenas me hablo con ellos. —Frunce el ceño—. Además, esto ya lo has dicho antes alto y claro. Así que continúa, y acabemos de una vez para que pueda salir de aquí y empezar mi nueva vida.

Trago saliva con fuerza. Me niego a dejar que me meta prisa o que me presione. Me detengo frente a un semáforo y la miro, decidida a que comprenda la enorme importancia del asunto.

—Y tampoco puedes contárselo a Miles —añado—. No puedes contárselo bajo ninguna circunstancia.

Haven compone una mueca de exasperación y empieza a juguetear con su anillo. Lo gira una y otra vez alrededor del dedo corazón; es obvio que siente la tentación de arrojármelo.

—Está bien, lo he pillado. No puedo contárselo a nadie —murmura—. ¡Siguiente, por favor!

—Puedes seguir tomando comida de verdad. —Avanzo por el cruce y acelero poco a poco—. Pero tienes que saber que no siempre querrás hacerlo, ya que el elixir llena mucho y además te proporciona todos los nutrientes que necesitas. Aun así, es importante que mantengas las apariencias en público, por lo que tendrás que fingir que comes algo.

—Vaya, ¿eso es lo que haces tú? —Me mira con una ceja enarcada y una media sonrisa—. ¿Eso es lo que haces cuando te sientas durante el almuerzo y empiezas a desgarrar tu sandwich y convertir las patatas fritas en migajas pensando que nadie se da cuenta? ¿Es eso lo que has estado haciendo todo este tiempo?, ¿mantener las apariencias? Pues te aseguro que Miles y yo pensábamos que tenías un trastorno alimentario.

Respiro hondo y me concentro en conducir; mantengo la velocidad y me niego a enfadarme. Está claro que aquí ha entrado en juego el karma del que siempre habla Damen (ese que afirma que todas nuestras acciones originan una reacción): a esto es a lo que me han nevado mis actos. Además, si pudiera volver atrás y decidir de nuevo, no cambiaría nada. Tomaría exactamente la misma decisión, porque por más desagradable que sea este momento, es mucho mejor que asistir a su funeral.

—¡Madre mía! —Haven me mira con los ojos desorbitados. Su voz suena aguda y estridente cuando exclama—: Creo que… ¡Creo que he oído eso!

La miro a los ojos y, aunque la capota está bajada y el sol veraniego de California cae sobre nosotras, me quedo helada.

Esto no pinta bien. No pinta nada bien.

—¡Tus pensamientos! Estabas pensando que te alegrabas de no tener que asistir a mi funeral, ¿verdad? He oído tus palabras dentro de mi cabeza. ¡Es genial!

Levanto de inmediato mi escudo para impedirle que acceda a mi mente, a mi energía o a cualquier otra cosa. Me asusta bastante que sea capaz de leerme la mente cuando yo no puedo acceder a la suya, y eso que ni siquiera he tenido la oportunidad de enseñarle cómo puede protegerse.

—Así que no bromeabais cuando hablabais de todo ese rollo de la telepatía, ¿eh? Damen y tú os leéis la mente de verdad.

Asiento con la cabeza muy despacio, a regañadientes, mientras ella me observa con los ojos más brillantes que nunca. Lo que antes era un tono castaño normalito, a menudo oculto tras las lentes de contacto de colores estrambóticos, se ha convertido en un brillante remolino de matices dorados, topacio y bronce… otro de los efectos colaterales de la inmortalidad.

—Siempre he sabido que erais raritos… pero esto llega hasta unos extremos insospechados. ¡Y ahora yo también puedo hacerlo! Mierda, ojalá Miles estuviera aquí.

Cierro los ojos y niego con la cabeza. Intento mantener la calma mientras me pregunto cuántas veces más tendré que repetírselo. Piso el freno para ceder paso a un peatón y le digo:

—No puedes contárselo a Miles, ¿recuerdas? Ya hemos hablado de eso.

Ella se encoge de hombros. Es obvio que mis palabras le traen sin cuidado. Se retuerce un mechón alrededor del dedo índice y sonríe cuando un Bentley negro, conducido por uno de los chicos de nuestro instituto, para justo a nuestro lado.

—Vale. ¡Vale! En serio, no se lo contaré. Relájate un poco, ¿quieres? —Se concentra en nuestro compañero de clase y empieza a sonreír, a coquetear y a saludarlo con la mano. Llega incluso a lanzarle unos cuantos besos, y se parte de risa al ver que el chico se queda atónito—. El secreto está a salvo. Lo que pasa es que tengo la costumbre de contarle siempre todas las cosas emocionantes que me ocurren, eso es todo. Es una costumbre. Estoy segura de que lo superaré. Pero aun así, tienes que admitir que es flipante, ¿eh? ¿Cómo reaccionaste tú cuando te enteraste? ¿Te volviste loca? —Me mira y sonríe al añadir—: Te aseguro que no iba con segundas.

Frunzo el ceño y sin querer aprieto más de la cuenta el pedal del acelerador, y el coche sale disparado hacia delante mientras mi mente regresa al primer día… a la primera vez que Damen intentó contármelo en el aparcamiento del instituto. Entonces yo no estaba preparada para escucharlo. Y lo que es seguro es que no me volví loca de alegría. La segunda vez que insistió en explicarme nuestro largo pasado entrelazado, todavía seguía indecisa. Y aunque, por un lado, me parecía bastante bien que por fin pudiéramos estar juntos después de pasar varios siglos separados, por el otro, había muchas cosas en las que pensar y muchas cosas a las que renunciar.

Y si bien al principio los dos pensamos que la elección dependía le mí, que podría seguir bebiendo el elixir y abrazar la inmortalidad o ignorarla por completo, seguir con mi vida y sucumbir a la muerte en un futuro lejano… ahora sabemos que no es así.

Ahora sabemos la verdad sobre la muerte de un inmortal.

Ahora conocemos la existencia de Shadowland.

El vacío infinito.

El abismo eterno.

El lugar donde los inmortales se quedan atrapados… sin alma… solos… durante toda la eternidad.

Un lugar del que debemos mantenernos alejados.

—Hummm… ¿Hola? ¿Tierra llamando a Ever? —Haven se echa a reír.

Sin embargo, me limito a encogerme de hombros por toda respuesta.

Lo cual hace que se incline hacia delante y me diga:

—Perdona, pero la verdad es que no te entiendo. —Me recorre de arriba abajo con la mirada—. Este es el mejor día de mi vida, y a ti lo único que se te ocurre es resaltar las partes negativas. Por Dios… Poderes psíquicos, mejoras físicas, juventud eterna y belleza… ¿Es que esto no significa nada para ti?

—Haven, no todo son juegos y diversión, también…

—Sí, sí. —Pone los ojos en blanco y apoya la espalda contra el asiento antes de llevarse las rodillas al pecho y rodeárselas con los brazos—. Hay reglas… la parte mala. Lo he pillado, te lo aseguro. —Frunce el ceño, se aparta el cabello a un lado y empieza a retorcerlo para formar una brillante cascada castaña—. ¿Nunca te cansas de estar siempre tan agobiada y harta de todo? Tienes una vida perfecta. Tienes los ojos azules y eres una rubia alta, esbelta y lista. Y, por si eso fuera poco, el tío más bueno de la faz de la tierra está locamente enamorado de ti. —Suspira, como si se preguntara cómo es posible que no vea lo que ella ve—. Afrontémoslo: tienes la clase de vida con la que otras personas solo pueden soñar… y, aun así, haces que parezca un infierno. Si te soy sincera, y siento mucho tener que decírtelo, me parece una locura. Porque lo cierto es que… ¡yo me siento fenomenal! ¡Electrizada! ¡Como si me hubiera atravesado un rayo de la cabeza a los pies! Y no pienso seguir tu camino hacia Tristezalandia. No pienso pasearme por el campus con enormes sudaderas con capucha, gafas de sol y un iPod, como tú solías hacer. Al menos ahora sé por qué lo hacías, para alejarte de las voces y los pensamientos, ¿verdad? Pero de todas formas, no pienso vivir así. Pienso abrazar esta vida… con las dos manos. Y también pienso darles una patada en el culo a Stacia, a Honor y a Craig si molestan a mis amigos o a mí. —Se inclina hacia delante, apoya los codos sobre las rodillas y entorna los párpados—. Cuando pienso en toda la mierda que te han hecho tragar sin que hicieras nada al respecto… —Frunce los labios en una mueca—. No lo entiendo.

Miro a mi amiga. Sé que solo tengo que bajar el escudo, pensar la respuesta y dejar que ella escuche las palabras en mi cabeza, pero sé también que serán mucho más efectivas si las pronuncio en voz alta. Así que le digo:

—Supongo que se debe a que he tenido que pagar un precio muy alto: la pérdida de mi familia, la incapacidad de cruzar al otro lado… —Me quedo callada para no decir nada de lo que pueda arrepentirme. No estoy preparada para hablarle de Summerland, esa espléndida dimensión mística entre dimensiones, ni del puente que lleva a todos los mortales hasta el «otro lado». Al menos, no todavía. Cada cosa a su tiempo—. Tendré que quedarme aquí para siempre. Nunca podré cruzar y ver a mi familia de nuevo… —Niego con la cabeza—. Y, bueno, para mí al menos eso es un enorme castigo.

Extiende la mano hacia mí con expresión de cachorro triste, pero la aparta de inmediato.

—¡Ay, lo siento! He olvidado lo mucho que detestas que te toquen. —Arruga la nariz mientras se coloca un mechón de pelo detrás de su oreja multiperforada.

—No odio que me toquen. —Me encojo de hombros—. Es solo que algunas veces puede resultar… bueno, demasiado revelador, eso es todo.

—¿A mí me pasará lo mismo?

La miro y me doy cuenta de que no tengo ni la más remota idea de los «dones» que ha recibido. Ha avanzado muchísimo con tan solo una botella de elixir, así que ¿quién sabe lo que le esperará más adelante?

—No lo sé. —Vuelvo a encogerme de hombros—. Algunas de estas cosas me suceden porque morí y fui a…

Haven entorna los párpados y se esfuerza por escuchar lo que pienso, aunque gracias al escudo no llega muy lejos.

—Bueno, digamos que experimenté de cerca la muerte. Y eso cambia las cosas. —Detengo el coche en su calle.

Mi amiga me mira con mucha atención mientras sus dedos juguetean con un pequeño desgarrón de sus leggings.

—Al parecer… —dice—, me estás contando las cosas con cuentagotas. —Alza una ceja desafiándome a negarlo.

Pero no lo hago. No hago otra cosa que cerrar los ojos y asentir. Estoy cansada de mentir y fingir todo el tiempo. Es agradable admitir unas cuantas cosas para variar.

—¿Puedo preguntar por qué?

Aparco en el camino de entrada y saco del bolso un pequeño saquito de seda, igual que el que Damen me dio a mí.

—¿Qué es esto? —Haven tira de las cuerdas y mete los dedos en el interior para sacar un puñado de piedras de colores unidas por finas cadenas de oro que cuelgan de un cordón de seda negro.

—Es un amuleto. —Hago un gesto afirmativo con la cabeza—. Es importante… que lo lleves puesto siempre de ahora en adelante.

Haven lo mira con los ojos entornados y lo balancea adelante y atrás para contemplar los reflejos de la luz del sol en las piedras.

—Yo también tengo uno. —Saco el mío por el cuello de la camiseta para mostrarle las piedras.

—¿Por qué el mío es diferente? —Observa ambos colgantes comparándolos, contrastándolos, intentando decidir cuál es mejor.

—Porque no hay dos iguales. Todos tenemos… necesidades diferentes. Y llevar esto nos mantiene a salvo.

Haven me mira con atención.

—Sirven de protección. —Hago un gesto despreocupado con los hombros, pues sabe que me muevo por terrenos peligrosos, por la zona en la que Damen y yo no estamos de acuerdo.

Haven ladea la cabeza y arruga el entrecejo, incapaz de leerme los pensamientos pero consciente de que se los estoy ocultando.

—¿Y de qué nos protegen exactamente? Somos inmortales, ¿no? Y, si no me equivoco, eso significa más o menos que viviremos para siempre. Sin embargo, tú vas y me dices que necesitamos protección, que debemos mantenernos a salvo. —Sacude la cabeza—. Lo siento, Ver» pero no le encuentro el sentido. ¿De qué o de quién debemos Protegernos?

Respiro hondo y me digo que estoy haciendo lo correcto, lo único que puedo hacer, a pesar de lo que pueda pensar Damen. Con la esperanza de que él me perdone, respondo:

—Debes protegerte de Roman.

Haven niega una vez más con la cabeza y se cruza de brazos.

—¿De Roman? Eso es ridículo. Roman nunca me haría daño.

Me quedo boquiabierta, sin apenas poder dar crédito a lo que oigo, sobre todo después de lo que acabo de contarle.

—Lo siento, Ever, pero Roman es mi amigo. Y, no es que sea asunto tuyo, pero lo cierto es que hay muchas posibilidades de que nos convirtamos en algo más que amigos. Y puesto que no es ningún secreto que lo odias desde el primer día; es una pena, pero no me sorprende que ahora me sueltes algo así.

—No me invento nada. —Me encojo de hombros en busca de una calma que no poseo. Sé que elevar la voz o intentar obligarla a que vea las cosas como las veo yo no servirá de nada con alguien tan cabezota como ella—. Y sí, tal vez tengas razón, tal vez nunca me haya caído bien, pero teniendo en cuenta que intentó matarte… bueno, llámame loca, pero creo que es una razón de peso. Incluso tengo testigos… Yo no era la única que estaba allí, ¿sabes?

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