Star Wars Episodio V El imperio contraataca (5 page)

Aunque el vehículo rápido para la nieve podía albergar una tripulación de dos hombres, en ese momento Zev era el único ocupante de la nave. Sus ojos hicieron un registro panorámico de las desoladas extensiones que se abrían debajo y rezó con la esperanza de encontrar los objetos que buscaba antes de que la nieve le cegase.

Después oyó un suave bip.

—Base Eco —gritó lleno de alegría por el intercomunicador de la carlinga—, ¡he encontrado algo! No es nada extraordinario, pero podría tratarse de un indicio de vida. Sector cuatro seis uno cuatro por ocho ocho dos. Me acercaré.

Zev manipuló exaltado los mandos de la nave, redujo ligeramente la velocidad e inclinó lateralmente la nave al virar por encima de un montículo de nieve Acogió de buena gana la repentina fuerza de gravedad que le apretaba contra el asiento y dirigió el vehículo rápido para nieve hacia la zona de la débil señal.

Mientras el infinito blanco del suelo de Hoth se deslizaba por debajo, el piloto rebelde conectó su intercomunicador a una nueva frecuencia.

—Eco Tres, soy Pícaro Dos. ¿Me recibís? Comandante Skywalker, Pícaro Dos al habla.

La única respuesta que obtuvo fue la estática que pasaba por el receptor de su intercomunicador.

Pero después oyó una voz, una voz que sonaba muy lejana y luchaba por hacerse oír en medio del ruido crujiente.

—Chicos, ha estado bien que pasaseis por aquí. Espero que no os hayamos obligado a madrugar.

Zev acogió con entusiasmo el cinismo característico del tono de voz de Han Solo. Volvió a conectar el transmisor con la base rebelde oculta:

—Base Eco, soy Pícaro Dos —informó y alzó la voz súbitamente—. Los he encontrado. Repito...

Al hablar, el piloto realizó una perfecta localización a partir de las señales que parpadeaban en las pantallas de los monitores de la carlinga. Redujo aún más la velocidad de la nave y descendió lo bastante cerca de la superficie del planeta para mirar con más claridad un pequeño objeto que se destacaba entre los llanos cubiertos de copos de nieve.

El objeto, un refugio portátil fabricado por los rebeldes, estaba encima de un montículo de nieve.

En el lado de barlovento del refugio se veía una capa blanca compacta; apoyada con cuidado en la parte superior del montículo de nieve, aparecía una improvisada antena de radio.

Pero lo más agradable fue ver la conocida figura humana que se encontraba delante del refugio contra la nieve y que agitaba frenéticamente los brazos en dirección al vehículo rápido.

Cuando hizo descender la nave para aterrizar, Zev se sintió profundamente dichoso de que al menos uno de los guerreros que le habían enviado a buscar siguiera con vida.

Solo una ventana de cristal grueso separaba el cuerpo maltratado y casi congelado de Luke Skywalker de sus cuatro vigilantes amigos.

Han Solo, que gustaba del calor relativo del centro médico rebelde, se encontraba junto a Leia, su copiloto wookie, Artoo-Detoo y See-Threepio. Han suspiró aliviado. Sabía que, a pesar del funesto ambiente de la cámara que le circundaba, al fin el joven comandante estaba fuera de peligro y atendido por las mejores manos mecánicas.

Vestido únicamente con un pantalón corto de color blanco, Luke colgaba en posición vertical dentro de un cilindro transparente provisto de una combinación de máscara respiratoria y micrófono, la cual cubría la nariz y la boca. El androide cirujano Too-Onebee, atendía al joven con la habilidad de los mejores médicos humanoides. Contaba con la cooperación de su ayudante médico androide, FX-7, que parecía un conjunto de cilindros, alambres y apéndices coronados de metal. Con gracia, el androide cirujano accionó un interruptor que hizo que un líquido rojo y gelatinoso se derramara sobre su paciente humano.

Han sabía que ese bacta podía obrar maravillas, incluso en pacientes de tanta gravedad como Luke.

A medida que el lodo burbujeante cubría su cuerpo, Luke empezó a agitarse y a delirar.

—Cuidado —gimió—... Criaturas de la nieve. Peligrosas... Yoda... Vé a ver a Yoda... única esperanza.

Han no tenía la menor idea de lo que decía su amigo. Chewbacca, confundido también por los desvaríos del joven, se expresó con un ladrido wookie de interrogación.

—Chewie, lo que dice tampoco tiene sentido para mí —respondió Han.

Lleno de esperanzas, Threepio comentó:

—Espero que funcione bien, si es que me entendéis. Sería una verdadera pena que el amo Luke sufriera un cortocircuito.

—Este chico se encontró con algo que no era únicamente el frío —observó Han tácticamente.

—Sigue hablando sobre esos seres —dijo Leia observando a Solo, que tenía la mirada torvamente fija—. Han, hemos duplicado las medidas de seguridad— agregó e intentó darle las gracias—. No sé cómo...

—Olvídelo —respondió bruscamente. De momento, a Han sólo le preocupaba su amigo sumergido en el líquido rojo del bacta.

El cuerpo de Luke chapoteó en la sustancia de color claro y las propiedades curativas del bacta comenzaron a surtir efecto. De momento parecía que Luke intentaba rechazar el flujo terapéutico del lodo translúcido. Finalmente renunció a sus murmuraciones, se relajó y se entregó a los poderes del bacta.

Too-Onebee se apartó del humano cuyo cuidado le habían confiado. Su cabeza en forma de cráneo describió un ángulo para mirar a Han y a los demás, que estaban al otro lado de la ventana.

—El comandante Skywalker ha sufrido un dormi-choque pero reacciona bien al bacta —anunció el robot; su voz dominante y autoritaria se oyó claramente a través del cristal—. Ya está fuera de peligro.

Las palabras del robot cirujano aliviaron inmediatamente la tensión que se había apoderado del grupo situado al otro lado de la ventana. Leia suspiró reconfortada y Chewbacca gruñó para manifestar su aprobación por el tratamiento de Too-Onebee.

Luke no podía calcular cuánto tiempo había delirado, pero ahora había recuperado el pleno dominio de su mente y sus sentidos. Se sentó en la cama del centro médico rebelde. Pensó que era feliz de volver a respirar aire de verdad, por muy frío que fuese.

Un androide médico retiraba de su rostro ya curado la almohadilla protectora. Sus ojos quedaron descubiertos y empezó a percibir el rostro de alguien que estaba junto a su cama. Gradualmente logró centrar la imagen sonriente de la princesa Leia. Ella se inclinó graciosamente hacia él y con delicadeza le apartó el pelo de los ojos.

—El bacta está actuando bien —comentó la princesa mientras observaba sus heridas casi curadas—. Las cicatrices desaparecerán dentro de un día o dos. ¿Aún te duele?

Al otro lado de la habitación, una puerta se abrió estrepitosamente. Artoo lanzó un alegre bip a modo de saludo mientras se deslizaba hacia Luke y Threepio se acercó ruidosamente a la cama:

—Amo Luke, me alegro de ver que vuelve a funcionar.

—Gracias, Threepio.

Artoo lanzó una serie de bips y silbidos de alegría.

—Artoo también quiere expresar su alegría —Tradujo Threepio servicialmente.

Luke deseaba agradecer la preocupación de los robots, pero antes de que pudiera responderles se topó con otra interrupción.

—Hola, chico —Han Solo le saludó alegremente mientras entraba con Chewbacca en el centro médico.

El wookie gruñó a manera de amistoso saludo.

—Pareces lo bastante fuerte para luchar con un gundark —comentó Han.

Luke se sentía fuerte y también agradecido a su amigo.

—Gracias a ti.

—Pequeño, ahora me debes dos —Han dirigió a la princesa una sonrisa amplia y perversa—. Bien, Señoría —agregó burlonamente—, parece que se las ha arreglado para mantenerme cerca un tiempo más.

—Yo no tuve nada que ver —respondió Leia acaloradamente, molesta por la vanidad de Han—. El general Rieekan opina que es peligroso que cualquier nave abandone el sistema antes de que los generadores estén en condiciones de operar.

—Es una buena explicación, pero creo que usted no soporta la idea de tenerme lejos.

—Cerebro de láser, no sé de dónde extraes tus ideas delirantes —respondió la princesa. Divertido por esa batalla verbal entre las dos voluntades humanas más fuertes con las que se había topado en su vida, Chewbacca lanzó una rugiente risa wookie.

—Ríe cuanto quieras, pelota de pelos —agregó Han afablemente—. No nos viste cuando estábamos solos en el pasillo sur.

Hasta ese momento, Luke apenas había prestado atención al delirante diálogo. Han y la princesa habían discutido mucho en el pasado. Sin embargo, esa referencia al pasillo sur despertó su curiosidad y miró a Leia en busca de una explicación.

—Expresó lo que sentía verdaderamente por mi —agregó Han y se deleitó con el rubor sonrosado que apareció en las mejillas de la princesa—. Vamos, Alteza, no puede haberlo olvidado.

—Eres un pastor de nerfos vil, engreído, tonto, desaliñado... —barbotó furiosa.

—¿Quién me llama desaliñado? —sonrió—. Querida, le diré una cosa. Seguramente golpeé muy cerca del blanco para hacerla saltar así. ¿No te parece, Luke?

—Sí —replicó y miró incrédulo a la princesa—. Me parece que sí.

Leia miró a Luke, y en su rostro ruborizado se traslucía una extraña mezcla de emociones. Durante unos segundos se reflejó en sus ojos algo vulnerable, casi infantil. Después volvió a cubrirse con la máscara de la dureza.

—Ah, ¿te parece que sí? —preguntó—. Supongo que no lo sabes todo sobre las mujeres, ¿verdad? Luke reconoció en silencio que así era. Estuvo aún más de acuerdo cuando Leia se inclinó y le besó con vehemencia en los labios. Después la princesa se volvió, cruzó la habitación y dio un portazo al salir.

Todos los presentes —humanos, wookie y androides— se miraron sin pronunciar palabra.

A lo lejos, en los pasillos subterráneos, sonó una alarma.

El general Rieekan y su controlador jefe conferenciaban en el centro de mando de los rebeldes.

La princesa Leia y Threepio, que habían escuchado al general y a su oficial, se volvieron expectantes al ver que entraban Han Solo y Chewbacca.

Una señal de advertencia resplandecía en la inmensa consola situada detrás de Rieekan, operada por los oficiales rebeldes de control.

—General —llamó el controlador de sensores.

Seriamente preocupado, el general Rieekan miró las pantallas de la consola. Repentinamente vio una señal parpadeante que unos segundos antes no estaba allí.

—Princesa, creo que tenemos un visitante —comunicó.

Leia, Han, Chewbacca y Threepio se reunieron alrededor del general y miraron las pantallas del monitor que emitían bips.

—Hemos captado algo fuera de la base en la zona doce. Se mueve hacia el este —agregó Rieekan.

—Sea lo que fuere es de metal —comunicó el controlador de sensores.

Leia abrió los ojos sorprendida y preguntó:

—¿No puede ser una de esas criaturas que atacaron a Luke?

—¿Podría ser nuestro? —inquirió Han—. ¿Quizás un vehículo rápido? El controlador de sensores meneó negativamente la cabeza.

—No, no hay señal —de otro monitor surgió un sonido—. Un momento, algo muy débil...

Threepio caminó tan deprisa como se lo permitían sus rígidas juntas y se acercó a la consola. Sus sensores auditivos sintonizaron las extrañas señales.

—Señor, debo decir que domino más de sesenta millones de formas de comunicación, pero ésta es nueva. Seguramente está en código o...

En ese momento la voz de un soldado rebelde sonó por el altavoz del intercomunicador de la consola:

—Estación Eco tres ocho. Dentro de nuestro alcance hay un objeto no identificado. Se encuentra encima de la cordillera. Haremos contacto visual dentro de... —sin más, la voz se cargó de temor—. ¿Qué demonios... ¡Oh, no! Por la radio se oyó un estallido de estática y la transmisión se interrumpió por completo. Han frunció el ceño.

—Sea lo que fuere, no se trata de un amigo —dijo—. Echemos un vistazo. Vamos, Chewie.

Antes de que Han y Chewbacca abandonaran la cámara, el general Rieekan ya había enviado a los Pícaros Diez y Once a la Estación tres ocho.

El descomunal destructor galáctico imperial ocupaba una posición de prominencia letal en la flota del emperador. La nave elegantemente alargada era más grande y aún más funesta que los cinco destructores galácticos estelares en forma de cuña que la protegían. Esos cinco cruceros constituían las naves de guerra más temidas y devastadoras de la galaxia y podían reducir a desechos cósmicos todo lo que se acercara demasiado a sus armas.

Varios cazas más pequeños flanqueaban a los destructores galácticos, y esparcidos entre esa gran armada espacial se encontraban los infames cazas TIE.

Una confianza absoluta reinaba en el corazón de todos los tripulantes de ese escuadrón imperial de la muerte, sobre todo en el del personal del monstruoso destructor galáctico central. Pero en sus almas también ardía algo más: el miedo, miedo ante el simple sonido de las conocidas pisadas pesadas cuando retumbaban por la inmensa nave. Los tripulantes temían esos pasos y se estremecían cada vez que los oían pues traían a su tan temido jefe, que también era muy respetado.

Más alto que ellos, con su túnica negra y su toca del mismo color que le ocultaba la cabeza Darth Vader —el Oscuro Señor del Sith— entró en la cubierta principal de control y los hombres que estaban presentes guardaron silencio. Durante lo que pareció una eternidad, sólo se oyeron los sonidos de los tableros de mando de la nave y el ruidoso resuello que procedía de la Pantalla respiratoria de metal de la figura de ébano.

Mientras Darth Vader observaba la disposición de las estrellas, el capitán Piett corrió por el amplio puente de la nave con un mensaje para el rechoncho almirante Ozzel, de aspecto perverso, que se encontraba apostado en el puente.

—Almirante, creo que hemos encontrado algo —anunció nervioso y paseó la mirada de Ozzel al Oscuro Señor.

—¿Sí, capitán?

El almirante era un hombre sumamente confiado que estaba relajado ante su superior cubierto con una túnica.

—Lo que tenemos solo es el fragmento del informe de un androide de exploración enviado al sistema de Hoth. Pero se trata de la mejor pista con que contamos desde que...

—Hemos enviado miles de androides de exploración para que registren la galaxia —le interrumpió Ozzel furioso—. No quiero pistas sino pruebas. No pienso continuar una persecución de un lado al...

La figura vestida de negro se acercó bruscamente a los dos y les interrumpió:

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