Authors: Varios autores
Tras pasar junto a aquel ser que nada veía, Cy miró por la rendija de la puerta y vio un dormitorio bonito, si bien un tanto desarreglado, con una cama y una mesita de noche en el centro. Fuera de su ángulo de visión, alguien estaba rebuscando en un cajón y manejando unos papeles. Cy desenvainó su daga, se apretó contra la pared y esperó.
Pasaron varios segundos. La frente de Cy empezó a perlarse de sudor. En el interior de la habitación seguían oyéndose ruidos.
Un cajón se cerró, y una figura apareció ante sus ojos y se sentó en la cama. La mandíbula cuadrada, el pelo de color arena, los ojos verdes, unas pequeñas gafas con montura de alambre... Era Sombra. Aunque era más joven de lo que Cy había esperado, el hombre respondía a la descripción que Lume le había facilitado. El archimago estaba concentrado en leer los papeles que tenía entre las manos, sobre los que ocasionalmente hacía una marca con un carboncillo.
Cy respiró con fuerza y contuvo el aliento. Con la daga en alto, irrumpió en el cuarto y lanzó el arma encantada contra Sombra. El mago ni se molestó en levantar la vista de sus papeles. Un simple gesto de su mano fue suficiente para detener la daga en el aire. Cy se quedó petrificado, incapaz de pestañear o limpiarse el sudor que a esas alturas empapaba su frente.
Sombra siguió leyendo sus papeles durante un buen rato y con toda tranquilidad, ajeno por entero al asesino estupefacto que había en la habitación. Al fin, cuando terminó lo que estaba haciendo, ordenó los papeles y volvió su rostro hacía Cy.
—¿No eres un poco joven para buscarte la vida como asesino a sueldo? —preguntó.
Cy no respondió. Aquélla era la primera vez que le encargaban un asesinato, así que no sabía muy bien cómo funcionaba aquella profesión. Y lo más probable era que nunca llegara a aprenderlo.
—No importa —dijo el archimago—. Tu edad no importa. Lo que importa es que te proponías matarme. ¿Y bien? —Sus ojos miraron directamente a Cy—. ¿Qué te parece que tenemos que hacer contigo?
Cy intentó soltarte un escupitajo, para mostrar la indignación y el desdén que sentía ante los magos que se pasaban la vida causando problemas al mundo con sus peligrosos conjuros mágicos. Sin embargo, estaba paralizado. No podía mover los labios ni la lengua.
—¿Y bien? —repitió el otro—. ¿Es que no vas a responderme?
El mago soltó una pequeña risa, puso las manos en las rodillas, se levantó de la cama y agarró la daga, que seguía suspendida en el aire.
—Un arma muy bonita... —comentó—. Lástima que esta clase de juguetes no me entusiasmen. —El mago se acercó a una cómoda, sobre la que dejó el arma—. Tengo unas cuantas parecidas que me quedé como recuerdo de los asesinos que antes intentaron matarme, pero en general no me chiflan. Eso de la sangre es muy sucio. —Sombra frunció la nariz—. No, a mí lo que me va es la magia.
Sombra cogió una varita cuya punta estaba unida a una piedra translúcida por una cinta de cuero.
—Por lo demás, la magia resulta bastante más temible —añadió, acercándose a Cy—. Si ahora te clavase esa daga unas cuantas veces, sin duda te dolería, pero pronto morirías, de forma que tu agonía sería corta. Sin embargo, recurriendo a la magia —el mago esgrimió la varita—, puedo encerrarte en el interior de esta piedra cristalina. Donde morirías muy lentamente, mientras tus antecesores se alimentaban de tu energía y te arrancaban la piel a tiras.
Sombra sonrió ampliamente. Cy seguía petrificado.
—Lo mejor de todo es que, una vez muerto, tu castigo no habría terminado. Te despertarías como una sombra y vivirías el resto de la eternidad como un ser etéreo, incapaz de modificar el mundo real a tu alrededor. ¿No te parece que eso sería lo más horrible de todo?
Cy gruñó, esforzándose denodadamente en mover los dedos.
—Sí, estoy seguro de que tú también lo ves así... El encierro es siempre mucho peor que la simple muerte.
Sombra se apartó de la puerta y empezó a poner el cuarto en orden.
—Con todo, no quiero que pienses que me sería fácil encerrarte en el interior de esta varita.
Cy continuaba debatiéndose en silencio, animado por el hecho de que ahora podía mover levemente las puntas de los dedos de los pies y también los músculos de la mandíbula.
—He necesitado años enteros para perfeccionar esta varita —siguió el archimago—. Es cierto que los conjuros de paralización y encierro en la propia envoltura corpórea son muy sencillos, como sin duda convendrás conmigo.
Sombra continuaba trajinando.
—Lo que es verdaderamente difícil es transformar la carne humana en sustancia inmaterial. Es difícil, pero no imposible.
Cy sintió que sus brazos y su pecho entraban en calor. Ahora podía mover un poco los pies.
—Esta pequeña varita representa el trabajo de casi toda mi vida. Te diré una cosa... —agregó, más para sí que para Cy—, he vivido mucho tiempo, y con los años me he dado cuenta de que las cosas acaban volviéndose cada vez más pequeñas. —El mago soltó una risita—. Supongo que se trata de lo que denominamos «progreso».
Cy casi volvía a controlar su cuerpo. Si Sombra seguía con su perorata unos minutos más, podría intentar algo. Mucho mejor resultaría morir en el intento de escapar que seguir allí plantado como un pasmarote.
—Pero dejémonos de charla. —El archimago volvió a concentrar su atención en el joven asesino a sueldo, a quien apuntó con la varita mágica—. Antes de acabar contigo, me interesa saber quién te contrató para matarme. No creo que la idea de venir aquí haya sido tuya. Eres demasiado joven.
La pared situada detrás de Sombra estalló de repente. Lo que parecía sólida piedra en realidad era una puerta secreta elaborada en madera, que ahora se deshizo en mil astillas. Dos ogros gigantescos aparecieron en lo alto de una escalera que daba a dicho acceso camuflado.
El estallido hizo que Cy se viera proyectado al suelo, muy cerca de la cama. Pillado por sorpresa, Sombra asimismo cayó de bruces sobre el piso. Sin perder un instante, los ogros se abalanzaron sobre él y empezaron a golpearlo una y otra vez con sus puños enormes. Los dos monstruos operaban en combinación, turnándose sin descanso mientras cubrían de puñetazos al mago. Hasta que uno de ellos dejó de golpearlo y desenvainó una gran espada de filo aceitado.
Poniéndose en pie con dificultad, Cy se quitó algunas astillas clavadas en su piel. Los ogros no le prestaron la menor atención, pues seguían ocupados en machacar sin piedad a Sombra, quien yacía ensangrentado junto a la puerta. Cy dirigió una mirada al otro lado de la habitación.
Si los ogros habían entrado por allí, estaba claro que tenía que haber una salida.
Cy respiró con fuerza y se dispuso a entrar en acción, aunque no sin verse asaeteado por las dudas. ¿Y si había más ogros fuera? ¿Y si aquellos dos brutos habían llegado por medio de la magia? ¿Y si se metía en una trampa?
—Levántalo —ordenó a su compañero el ogro armado con una espada.
El otro soltó un gruñido y dejó de aporrear al archimago, se agachó y lo agarró por la túnica.
Cy se volvió hacia la puerta y decidió salir por allí, aunque tuviera que enfrentarse con los dos ogros. ¿Quién sabía qué le aguardaba en la escalera del lado opuesto? Mientras los dos ogros se aprestaban a decapitar a Sombra, el joven asesino trató de escurrirse entre los dos brutos y el archimago que estaba a punto de morir.
Cy tomó carrerilla y se lanzó en plancha, en un intento de pasar por la vía rápida junto a los ogros y el mago. Justo en ese momento, el ogro que tenía sujeto a Sombra dio un paso atrás, de forma que Cy fue a chocar violentamente contra su corpachón. De resultas del tremendo impacto, ambos cayeron derribados, enredados el uno con el otro, contra el marco de la puerta. Sombra aprovechó para soltarse del bruto y ponerse en pie.
Con la mágica varita todavía en su mano, apuntó la piedra cristalina hacia el ogro armado con la espada y lanzó un conjuro:
—
Shadominiaropalazitsi
.
Un rayo grisáceo salió de la varita y, ensanchándose, empezó a rodear como un aura el cuerpo del bruto, quien de pronto se vio envuelto en una especie de eléctrico torbellino negruzco. Petrificado, con la espada en alto, el ogro contempló con horror cómo dicho torbellino se transformaba velocísimamente en una agrupación de pequeñas sombras grisáceas que al instante adoptaban formas semihumanas.
Las sombras de pronto se lanzaron al ataque, arremetiendo contra el bruto armado y sajando su cuerpo enorme con unas garras que parecían brotar de la nada. El ogro aulló, como si fuera presa de un intenso dolor, aunque de su cuerpo no brotó una sola gota de sangre. El bruto finalmente dejó caer la espada y se desplomó en el suelo con un ruido sordo, similar al que produciría un gran saco de estiércol de caballo.
Cy se levantó y echó a correr hacia la puerta. Ya había visto suficiente. Sin perder un segundo, enfiló la escalera y esquivó nuevos gólems femeninos vestidos con ropas chillonas hasta salir corriendo por la puerta de la vivienda. En ningún momento volvió el rostro, y sólo cuando se encontró cabalgando a lomos de su grifo para informar a Lume de lo sucedido se dio cuenta de que había dejado atrás su daga encantada.
Tras llegar al campamento al amanecer de la segunda jornada de viaje, Cy entró a toda prisa en la tienda de Lume.
—Señor, tengo unas noticias terribles... Es urgente.
Lume estaba sentado a su escritorio disfrutando de un buen desayuno. La precipitada llegada del joven lo sobresaltó, haciendo que se le atragantara el último bocado.
—¡En nombre de los dioses! Pero ¿tú qué te has creído? —gritó. De forma abrupta, el capitán varió el tono y dijo—: Pero, Cy... ¿Qué ha sucedido, muchacho? ¿Has matado al archimago? —agregó, levantándose.
—No, señor.
Lume pegó un puñetazo en el escritorio.
—En ese caso, ¿qué haces aquí?
Cy refirió lo sucedido, sin ahorrar ningún detalle.
—¿Estás seguro de que de esa varita mágica salieron unas sombras? —inquirió al cabo el capitán.
—Completamente seguro.
—¡Dioses! Una varita así puede aportar un poder tremendo a quien la posea...
El capitán paseó en silencio por la tienda, meditando la cuestión. Finalmente fijó la mirada en Cy y meneó la cabeza.
—Pero has fracasado. Tendría que haber comprendido que el rubio de la cadena no era rival adecuado para ponerte a prueba y saber si estabas preparado para medirte con un archimago.
—¿Señor?
—¡El rubio guerrero de la cadena, hijo! —exclamó Lume—. Fui yo quien lo envié, para ponerte a prueba. ¿Cómo crees que un guerrero de su categoría había ido a parar a un agujero como Kath?
—¿Me está diciendo que lo envió allí para enfrentarse a mí? No entiendo, señor...
—¿Es que eres estúpido? Fui yo quien le ordenó que se presentara en Kath. Como fui yo quien le pagó para que te atacara —explicó Lume.
—Pero, pero... ¿por qué? El hombre casi me mata.
—Porque quería comprobar sí realmente valías para llevar a cabo esta misión —indicó el otro—. Aunque está claro que la comprobación no era válida.
Cy estaba boquiabierto.
Lume siguió paseando como un animal enjaulado, hasta que por fin volvió a fijar la mirada en Cy.
—Deja de poner esa cara —le ordenó—. Has salido con vida. Lo que ahora importa está claro: tenemos que volver a intentar eliminar a Sombra y hacernos con esa varita mágica. —Lume se acercó al joven y puso la mano sobre su hombro—. A pesar de que has fracasado en tu misión, nos has aportado (has aportado al gran Olostin) una oportunidad única para liberarnos de los tiránicos archimagos.
Cy miró a Lume con furia.
—Hijo, si conseguimos esa varita, podremos utilizarla contra todos los de la calaña de Sombra —explicó el capitán—. Llevamos años intentando matar a ese mago, y ahora ha llegado la ocasión de acabar con él haciendo uso de sus propias armas. —Lume sonrió y palmeó el hombro a Cy—. ¿Sabes una cosa? Aunque son incontables los asesinos que han intentado acabar con Sombra, tú eres el único que ha salido vivo del empeño. Tienes que estar orgulloso. Eres uno entre mil y ahora tienes la oportunidad de llevar a cabo tu misión de forma efectiva.
Cy se apartó del capitán.
—Haga usted lo que quiera, pero conmigo no cuente.
Lume lo miró con los ojos entrecerrados.
—Harás lo que yo ordene o morirás.
Lume dio un paso hacia Cy y llevó la mano a la empuñadura de su espada.
—Ya me envió una vez a la muerte, y no pienso volver —le espetó Cy sin inmutarse.
El capitán al punto desenvainó la espada y lo golpeó en la barbilla con la empuñadura. El joven asesino cayó derribado al suelo y se llevó las manos al mentón ensangrentado, sin apartar la mirada del capitán, que lo estaba mirando desde lo alto. Dos guardias entraron en la tienda con las espadas en alto.
—Lleváoslo a su tienda —ordenó Lume—, e impedid que trate de escapar. —Fijando la mirada en el joven derribado, agregó—: Muy pronto tendrá que terminar lo que dejó inacabado.
Dos días más tarde, Lume hizo que dos de sus hombres escoltaran a Cy a la armería. El capitán se encontraba allí, ocupado en informar a un pequeño grupo de bandoleros sobre el inminente asesinato.
—Os acompañaré personalmente para cerciorarme de que esta vez llevaremos a cabo lo que Cy no consiguió —informó Lume. Una sonrisa se pintó en su rostro cuando los guardias quitaron los grilletes a Cy—. Nuestro joven amigo irá el primero, vigilado de cerca por mí, para obtener los detalles necesarios sobre el hogar y los hábitos de Sombra. —Lume examinó al grupo de salteadores—. Si este hombre —agregó, señalando a Cy— intenta escaparse o rehuir su deber, matadlo sin contemplaciones. ¿Queda claro?
Todos asintieron.
A cada uno de los asesinos le fueron entregadas unas botas especiales que enmascaraban el sonido de las pisadas, así como una capa encantada, que convertía en casi invisible a su portador, y un amuleto que confería cierta protección contra la magia de Sombra.
—Estos amuletos no os protegerán del todo —reconoció Lume—, pero sí que os convertirán en unos blancos menos vulnerables para el archimago.
Cy apretó los dientes. Si al principio le hubieran entregado un amuleto así, esta misión ahora seguramente no sería necesaria.
Lume después entregó a sus hombres unas pequeñas ballestas con una sola saeta, así como unas dagas diminutas. Así armados, se pusieron en camino hacia Karsus. El plan consistía en que Cy llevara a los demás al dormitorio de Sombra, a quien confiaban en eliminar lanzándose en tropel contra él.