¿Habían visto Jake y su grupo el lanzagranadas? ¿Comprendían a qué se enfrentaban?
Zula, haciendo acopio de fuerzas que no tenía derecho a tener, se arriesgó a ponerse en pie y a correr varios metros hasta la cobertura del montón de leña que Jake había utilizado antes. Tras arrojarse al suelo, alzó la cabeza con cautela y trató de evaluar la escena que tenía delante.
En aquel entorno, tan lleno de formas naturales irregulares, todo lo que fuera recto y liso llamaba la atención. Vio una de esas cosas ahora, sobresaliendo cerca de la base de un árbol. Definitivamente, una forma hecha por el hombre. Pero no era un rifle. Sospechó que pudiera tratarse de la culata del lanzagranadas. Se movía, como si su operario estuviera preparándose para utilizarlo.
Preparándose para disparar una granada al centro del grupo que Jake guiaba por el camino de acceso.
Fue demasiado lenta. Se sentó, se apoyó contra un lado de la pila de leña para afinar su puntería y apuntó.
Desde ese punto de observación pudo ver claramente la cabeza y los hombros de un hombre, agazapado contra un árbol de espaldas a ella, sujetando con el hombro un lanzagranadas cargado.
Apuntó entre los omóplatos y tensó el dedo sobre el gatillo. Entonces oyó un fuerte estampido y sintió algo caer encima de su cabeza.
El hombre de la ametralladora había sido enloquecedoramente elusivo. Cuando los cuatro se dispersaron a sugerencia de Zula, tendría que haber disparado a ciegas en todas direcciones, intentando alcanzar al menos a uno. Eso, en cualquier caso, le habría facilitado las cosas a Csongor. En cambio, el yihadista había contenido prudentemente el fuego, advirtiendo quizá que en semejante caos solo iba a malgastar munición.
Csongor confiaba en haber hallado una cobertura razonablemente segura. Como era un blanco grande con un arma pequeña, no confiaba en sus posibilidades en un duelo de carreras y disparos con una persona pequeña y elusiva que llevaba un arma automática. Así que, por difícil que eso fuera, se quedó tendido muy quieto, y simplemente esperó a que el otro tipo hiciera un movimiento.
No sucedió nada durante un minuto o así, aparte del sonido de los disparos que procedían del camino de acceso.
Pero entonces el hombre se incorporó, quizás a diez metros de distancia, y disparó una andanada desde la cadera. Examinó los resultados, luego se llevó el arma al hombro para disparar con mejor tino.
El hombre le estaba disparando a Zula.
Csongor hincó una rodilla en tierra, alzó la pistola, y disparó media docena de balas. Para cuando terminó, el hombre ya no estaba: muerto o escondido, era difícil decirlo.
Zula había sido golpeada por un montón de leña que se había soltado de lo alto de la pila por lo que suponía era una andanada con mala puntería. Le dejaría un feo chichón, peor nada grave.
Tratando de no pensar en lo que esto significaba, volvió a apuntar y vio al hombre del lanzagranadas, todavía donde estaba antes, agachado, girando y moviéndose de vez en cuando mientras evaluaba diferentes blancos.
Entonces cambió de actitud. Se había mostrado inquieto, nervioso, pero en ese momento adoptaba la actitud de un gato que se prepara para saltar. A través de la mira telescópica pudo ver su ojo acomodándose en el visor de su arma, a su dedo buscando el gatillo.
Ella se adelantó apretando el gatillo primero.
No sucedió nada. Comprendió entonces que su dedo debía de haberse contraído contra el gatillo y disparado un tiro cuando la madera la golpeó en la cabeza. La recámara estaba vacía.
Descorrió el arma, cargando su última bala, apuntó de nuevo rápidamente, y disparó. Tras retirar la cabeza del visor vio que el hombre se desplomaba hacia delante y un chorro de fuego brotaba de su espalda mientras lanzaba la granada. El proyectil cabrioló en el suelo a unos pocos metros ante él, saltó al aire dando vueltas, y se perdió ululando.
—De acuerdo —dijo Seamus—. Supongo que puedes venir conmigo. Guarda la última bala para algo que sea realmente importante, ¿vale?
Y con eso echó a correr pendiente abajo, sujetando el rifle con el brazo bueno y dejando que el dañado quedara colgando. La sangre manaba libremente y goteaba por las yemas de sus dedos. Casi tropezó con el cuerpo del hombre que le había disparado, y que había sido destruido por la andanada de la escopeta de Yuxia. Jones debía de haber enviado a aquel tipo a localizar al molesto francotirador y matarlo, cosa que Seamus le puso casi demasiado fácil al saltar y presentarse como blanco.
Aunque, por otro lado, eso tal vez le había salvado la vida. Si se hubiera quedado agachado, el acechante se habría acercado más antes de disparar. Al dar saltos a plena vista, Seamus se hizo irresistible, y el acechante cedió a la tentación de abrir fuego a una distancia superior de la que su pistola realmente podía lograr.
—¿Le quito la pistola? —preguntó Yuxia, avanzando unos metros tras él.
—Buena idea, nena —respondió Seamus—. Pero ten en cuenta que si aprietas el gatillo, disparará.
—De acuerdo.
—En la parte de arriba hay una piececita que se mueve y que saltará y te arrancará un trozo de carne de la mano si sigues sujetándola de esa forma.
—Mmm, vale —dijo ella, un poco ausente.
—Hablo en serio. Retira la mano.
Ella acabó por hacerle caso.
—¿Estás bien? —preguntó Seamus.
—Corremos al descubierto.
—Puedes pararte cuando quieras —señaló Seamus, un poco molesto—. Lo hacemos porque el final de esta historia está sucediendo ahora mismo, y ya no estamos cerca del lugar donde está sucediendo. Necesito un ángulo, y un disparo.
—Estás sangrando por todo el suelo.
—Excelente sitio para hacerlo.
Corrieron durante unos doscientos metros a través del espacio despejado a lo largo del perímetro del complejo, sin ver ningún yihadista vivo. Algo espectacularmente malo le había sucedido a la cabaña, pero Seamus lo vio y lo comprendió solo tenuemente. Advirtió que iba a entrar en
shock
con toda seguridad. Y le avergonzó un poco, ya que la herida de su brazo no debería de haber sido gran cosa. Su acción de bajar corriendo por la colina hasta el complejo, en cierto modo, había sido una táctica semiconsciente para apartarlo de su mente y concentrarse en otra cosa.
—Veo al mamón —anunció. La cabeza de un hombre alto asomó a la vista a unos cien metros de distancia. Tras avanzar hacia el siguiente árbol, se apoyó contra él, para fijar el tiro, y entonces hincó la rodilla izquierda.
No había planeado hacerlo: sucedió sin más. Su pierna derecha había cedido.
Algo pesado había estado chocando contra su muslo con cada zancada. Algo en el bolsillo derecho de su pantalón. Cuando se arrodilló, el bolsillo se arrugó y una gran cantidad de fluido cálido salió de él y le bañó el glúteo derecho y corrió por su muslo.
Se miró por primera vez desde hacía un rato y observó que también le habían alcanzado en el lado derecho del abdomen y que la sangre había estado manando todo el rato de la herida y se había acumulado, por algún motivo, en su bolsillo.
Estaba tendido de espaldas, y Yuxia estaba sobre él con las manos sobre la boca. Puede que dejara escapar un gritito.
Él alzó el rifle con su brazo bueno.
—Mátalo —dijo—. Mata a Abdalá Jones.
Csongor avanzó con cautela para ver si había conseguido alcanzar al hombre de la ametralladora. Oyó un leve roce y se volvió para encontrarse con Abdalá Jones, allí de pie, mirándolo. Csongor giró la pistola para apuntarle. Jones volvió el Kalashnikov y apuntó a Csongor al mismo tiempo.
La distancia era mayor de la que Csongor deseaba. Sus manos temblaban.
—Tú —dijo Jones—. Si fuera otro, ya habría apretado el gatillo. Pero aquí estoy, aturdido. ¿Cómo demonios, Csongor? Te llamas Csongor, ¿verdad?
—Sí.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
—La historia es complicada.
—Lástima. Porque me encantaría oírla. Pero claro, no hay tiempo.
Se llevó el Kalashnikov al hombro.
Sonó un disparo desde el lado. El francotirador otra vez. Jones miró en esa dirección, pero no mostró ninguna reacción; el francotirador había fallado.
Csongor se tiró al suelo y empezó a disparar a ciegas a través del follaje.
Varias balas corrieron hacia él, pero solo era Jones disparando para que mantuviera la cabeza baja. Funcionó. Cuando Csongor fue capaz de volver a alzar la cabeza, Jones no estaba por ninguna parte.
Cerca de la cabaña, oyó el zumbido de un motor arrancando.
Se levantó y vio a Jones montado en un quad. Jones dedicó unos instantes a intentar comprender los mandos, luego le dio la vuelta al vehículo y se dirigió al lateral de la casa, intentando llegar a la carretera.
Sokolov sintió un dolor como nunca había experimentado en su vida, y pensó que podía perder la pierna antes de que todo esto acabara. Incluso había considerado sacar el cuchillo y autoamputársela. Sin embargo, aparte de eso, no se encontraba mal. No le había alcanzado ninguna bala. No había sufrido ningún trauma serio durante el derrumbe del porche. La terraza, que había caído al suelo junto a él (una hoja de guillotina roma que lo habría cortado por la mitad si hubiera caído mal) había formado un bolsillo; todos los troncos y otros escombros que habían caído desde arriba quedaron contenidos por el entarimado, que se había arrugado y comprimido pero no se había hundido en el suelo.
Así que estaba bien. Simplemente, no podía moverse. El montón de troncos proporcionaba varias aberturas por las que podía asomarse a ver sus aledaños, y había experimentado con apuntar el rifle a través de ellas. Pero no se había presentado ningún blanco.
Hasta que oyó arrancar el quad.
No podía verlo (su visión en esa dirección quedaba bloqueado por un trozo del tejado de la cabaña) y por eso asumió que era Jake, que volvía a reclamar su vehículo.
Permaneció al ralentí unos instantes. El conductor aceleró y lo puso en marcha, y luego empezó a rodear la cabaña, sorteando el montón de escombros donde estaba atrapado Sokolov.
A través de una abertura entre los troncos Sokolov atisbó brevemente la cabeza del conductor. Jones.
Se agitó, enviando una descarga de dolor por toda su pierna, y se retorció hasta adoptar una posición en la que poder disparar el rifle a través de otra abertura. Esperaba que Jones pasara muy pronto.
Cosa que Jones hizo al punto, y Sokolov apretó el gatillo varias veces cuando el vehículo asomó a la vista.
El motor se detuvo con un crujido mecánico, y Jones maldijo. Por desgracia, el impulso del vehículo lo había llevado fuera de la vista de Sokolov. Oyó a Jones desmontar y echar mano al Kalashnikov. El extremo del cañón del arma apareció un instante, recortado en el borde del agujero de Sokolov.
Pero los disparos que oyó a continuación no eran balas de Kalashnikov disparadas desde cerca, sino disparos de pistola desde más distancia. No solo una, sino dos pistolas disparando sin cesar.
Totalmente al descubierto en la base del montón de escombros, acosado por los disparos de pistolas lejanas, incapaz de buscar cobertura en los troncos porque sabía que allí dentro acechaba un hombre armado, Jones rodó hasta ponerse en pie y echó a correr, alejándose de la cabaña por el camino por el que había venido. Cuando quedó claro lo que estaba haciendo, Yuxia salió de su escondite y lo persiguió, maldiciendo y disparando la pistola a ciegas hasta que se quedó sin munición. Pero para entonces Jones ya había desaparecido en el bosque al pie de la colina.
Unos minutos después de que Seamus y Yuxia lo dejaran atrás, Richard se obligó a ponerse en pie y a empezar a subir cojeando el sendero. Había tragado todo el ibuprofeno que su sistema podía soportar y se había vendado el tobillo torcido con trozos de tela cortada de la ropa de Jahandar. Una rama larga, recortada y tallada, le servía de bastón. El camino alto (la escalada a la cima de la gran roca plana, seguida por el largo recorrido por el escarpe), serían muchas horas de miseria para un hombre en su estado. Pero había otro modo de llegar a casa de Jake, un camino bajo que bordeaba el bosque, a través del viejo campamento minero abandonado y luego alrededor de un saliente de la montaña hasta llegar al valle de Arroyo Prohibición. Así que se desvió del sendero poco antes de que se desviara de la línea de los árboles, y caminó cojeando hacia el sur a través de la espesura. Temía que eso se convirtiera en una marcha mortal interminable y penosa, pero cuando encontró el ritmo, empezó a hacer un tiempo razonablemente bueno, no mucho más lento que si no se hubiera torcido el tobillo.
El primer tramo del viaje, desde el sendero hasta el viejo campamento minero, presentó alguna dificultad en ciertos sitios. En un momento dado, se vio obligado a subir y bajar una pendiente buscando la forma más fácil de atravesarla. Al final, encontró el lugar al advertir un rastro que habían marcado en el suelo varias personas que habían pasado antes que él. Quedó claro por lo fresco de las huellas y la basura dejada que ahora seguía literalmente los pasos del contingente de yihadistas de Jones. Cuando terminó la parte difícil, que implicó deslizarse varias veces de culo, manteniendo el palo clavado para impedir que resbalara colina abajo, llegó a una extensión de terreno más llano que, si la memoria no le engañaba, acabaría por conducirlo al campamento minero. Allí la pista de los yihadistas se esparcía, ya que habían formado un amplio frente mientras reconocían el terreno. Richard avanzó libremente tras su estela, plantando el bastón con cada paso.
Empezó a divagar. Se atrevió ahora a creer que todo iba a salir bien, que Zula habría llegado ya a salvo a casa de Jake, y que él lo haría pronto. Que Jones se perdería en el territorio salvaje de Idaho/Montana, o que sería capturado, y que la vida para los Forthrast volvería a la normalidad. Lo cual lo llevó a pensar en todos los e-mails, todos los tweets que le estarían esperando, todas las cosas que quedaban por hacer. Y como parte de todo eso, se le ocurrió preguntarse qué estaría haciendo Egdod. Richard estaba conectado como Egdod cuando Jones le cortó Internet. Egdod habría revertido a su botducta, que en su caso significaría caminar durante miles de kilómetros por todo T’Rain, tratando de volver a su palacio en lo alto de la montaña. Eso, por decirlo con suavidad, atraería mucha atención en ese mundo. Se preguntó cuántos personajes de alto nivel habrían aparecido para atacar a Egdod, y si alguno de ellos habría conseguido abatir al viejo. Trató de recordar cómo era el paisaje entre Carthinias y la zona-hogar de Egdod. Imaginó al anciano mago chapoteando entre pantanos, tropezando a través de desiertos, escalando montañas, y atravesando bosques.