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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (151 page)

El tío John condujo el quad hacia la cabaña de Jake con Zula sentada tras él en la reja portaequipajes. Jake montaba su bici. Olivia y Jake habían sugerido caballerosamnete que los dos se adelantaran cuanto fuera posible, para alcanzarlos con las bicicletas cuando pudieran. John, sin embargo, estaba en contra de cualquier plan que implicara dividirse; la intensidad de su reacción demostraba que tenía en mente algo que no había funcionado bien en Vietnam. El viaje de regreso, por tanto, lo hicieron en modo tortuga y liebre, el quad adelantándose unos cientos de metros y luego esperando a que Jake y Olivia los alcanzaran.

Durante esas pausas, John intentaba comunicarse con personas que no estaban presentes. La gente que vivía alrededor de Arroyo Prohibición se había ido a vivir allí específicamente para alejarse del mundo, y por eso una recepción telefónica excelente no se contaba entre sus prioridades. No eran de los que miraban con buena cara a los técnicos de las compañías de teléfonos que merodeaban por el vecindario escondiendo cables bajo tierra y levantando misteriosas antenas para bañar cada centímetro cúbico de su hábitat de emanaciones codificadas. A pesar de eso, a veces podías encontrar una barra de cobertura si te plantabas en un lugar elevado y expuesto en la postura adecuada. Pero estaban en una combinación demasiado alejados de las torres de comunicaciones que daban al valle y demasiado profundamente atrapados en los pliegues de las pendientes inferiores de Monte Abandono para que funcionara.

John también tenía un walkie talkie, que Jake y los miembros de su familia solían llevar consigo como medida de seguridad cuando se aventuraban en la espesura en expediciones de caza y para coger arándanos. Esta era de marca corriente, tamaño bolsillo, y notablemente endeble cuando se usaba en el convulso paisaje de las Selkirk; a veces podían contactar con gente a treinta kilómetros de distancia, y a veces no era mejor que si se gritaran unos a otros. Los primeros esfuerzos de John por contactar con Elizabeth en la cabaña fueron infructuosos.

Después de eso, Zula le quitó el aparato y probó con otros canales. El artilugio era capaz de usar veintidós. John lo había dejado fijo en el canal 11, que era el que la familia Forthrast tenía por costumbre utilizar. Zula pulsó el botón de búsqueda y llegó al canal 1 y se detuvo en cada uno para escuchar el tráfico durante unos momentos. Luego llegó de nuevo hasta el 11 y trató de contactar con Elizabeth unas cuantas veces más, sin resultado. Luego pasó al 12. Nada. Después al 13. Una descarga de ruido surgió del diminuto altavoz del aparato, y tuvo que bajar el volumen. Varias personas trataban de transmitir por el mismo canal a la vez, y todas estaban gritando.

—¿Por qué es especial el canal 13? —le preguntó a Jake, que corría a unos quince metros tras el quad.

—Es el canal de emergencia de la comunidad. ¿Por qué?

—Creo que hay una emergencia.

—Por eso no ha respondido Elizabeth —sugirió John—. Debe de haber pasado al canal 13.

Aceleró el quad y le dio a Zula unos cientos de metros de viaje movidito hasta que llegaron a un punto donde el camino rodeaba el pie de una montaña y les permitía ver el valle, aunque lejano, polvoriento y atestado de árboles. Desde abajo llegaban disparos esporádicos y el rugido de motores.

Las voces del canal 13 eran un poco más claras ahora, pero seguían siendo fragmentarias ya que distintas transmisiones se solapaban unas con otras. Un hombre seguía insistiendo en que necesitaban disciplina para hablar.

—¡Cortad la cháchara!

—Recibido...

—Matrículas de Pennsylvania...

—¿Puedes repetir?

—Múltiples vehículos...

—Cuatro por cuatro negro, dos sujetos...

—Frank está muerto, repito, lo emboscaron en su camioneta...

—Camry...

—Automáticas...

Zula tardó un par de minutos en absorber todo aquello. Al principio supuso que la noticia de la llegada de Jones al valle lo había precedido y que estaba escuchando los sonidos de la comunidad preparándose para ser invadida desde el norte. Pero eso no casaba con lo que escuchaba sobre los vehículos... vehículos que tenían que llegar desde el sur.

—Debe de tener amigos —concluyó— que vienen a su encuentro.

John sabía a quién se refería, y aproximadamente lo que estaba haciendo, porque Zula lo había informado durante el viaje. Lo consideró y se encogió de hombros.

—No es que vaya a hacer autostop por todo Estados Unidos. Tiene que tener compinches. Supongo que están aquí.

Lo pensó un poco más, mirando a Olivia y a Jake que jadeaban y rezongaban tras ellos.

—Me pregunto qué se esperaban. Posiblemente caminos vecinales vacíos. La comunidad de Jake no tiene nombre, no aparece en los mapas. Con todo, es extraño que lleguen disparando.

Jake no había oído el tráfico radial, pero los disparos que llegaban del valle eran bastante claros, y tenía en los ojos una expresión que Zula esperó no ver nunca más en la cara de un ser querido. Él estaba ahí arriba y su mujer y sus hijos estaban allá abajo, donde tenía lugar la lucha.

John también vio aquella expresión.

—Saben lo que tienen que hacer —le dijo a su hermano menor—. Puedes estar seguro de que se habrán atrincherado y estarán bien.

—Tengo que ir allá abajo —dijo Jake.

Sin decir palabra, John se bajó del quad y se lo entregó a Jake. Zula se bajó de un salto y se quedó en pie, un poco insegura, pero sintiéndose mucho mejor.

Jake se apartó del sendero y empezó a bajar por la pendiente, acortando camino donde podía.

—Está a cosa de un kilómetro de aquí —dijo John—. Bajar por pendientes empinadas no es mi fuerte. Os sugiero, jóvenes y sanas damas, que sigáis juntas. Ya os alcanzaré.

Llevaba cruzado a la espalda un rifle de caza de la vieja escuela, con una culata de madera marrón y mira telescópica. Zula sabía que lo traía solo por si tenía que enfrentarse a un oso rabioso. Se quitó el arma y se la entregó.

—Funciona con corredera —dijo—. Calibre treinta y seis, cuatro balas en la recámara.

Una parte de Zula (la de la educación pueblerina) quiso decir «Oh, no, no podría», pero la reprimió; la expresión en el rostro de su tío (quien, a los efectos, era su padre desde hacía quince años) decía que no aceptaría ninguna discusión. Recordó, solo un instante, el día que los enganchados a la meta vinieron a la granja a robar su amoniaco anhidro.

Solo murmuró una palabra:

—Gracias.

Olivia resultó estar bastante en forma; más que Zula, al menos, en su actual estado. Se ciñeron principalmente al sendero y ocasionalmente siguieron los surcos que Jake había ido dejando en su impetuosa zambullida hacia su cabaña. La expectación de Zula de que Jake pronto las dejaría atrás resultó ser falsa. Cuando el quad se movía, lo hacía más rápido de lo que ellas podían correr, pero parecía perder una enorme cantidad de tiempo sorteando obstáculos o abriéndose paso por pendientes demasiado empinadas. Su sonido siempre estaba allí, un poco por delante de ellas, ahogado ocasionalmente por los disparos. Un extraño e inadecuado instinto de competitividad familiar hizo que Zula quisiera alcanzarlo y adelantarlo. Pero antes de que eso sucediera, vieron la cabaña, su tejado de placas de metal verde entre los picos de los árboles adyacentes, y entonces todo fue cuestión de llegar hasta allí de la manera más rápida y directa posible.

Jake y su familia habían peinado el bosque en un radio de cien metros de la cabaña y habían quitado todos los matorrales y las ramas mueras que tendían a proyectarse de los troncos de las coníferas. Se suponía que era una medida antiincendios forestales: impedía que las llamaradas causadas por las tormentas prendieran en el suelo seco y consumieran la casa. Tuvo el efecto secundario de aumentar enormemente su invisibilidad. En los bosques naturales de estas zonas, no se podía ver a más de una docena de metros entre el follaje, pero desde las ventanas de la cabaña de Jake se podía ver hasta el borde de la zona que habían despejado. Lo cual hizo sospechar a Zula que se trataba también de una medida táctica que dificultaba que alguien se acercara a través del bosque sin ser visto. Fuera cual fuese su propósito, el resultado fue que cuando Olivia y Zula llegaron a esa zona, de pronto tuvieron una visión clara de la parte trasera de la cabaña, donde Jake acababa de saltar del quad. Corrió hacia las puertas del sótano, un par de gruesas planchas de acero montadas en un armazón de hormigón reforzado. Zula vio cómo las puertas se abrían y Elizabeth, armada con una escopeta además de su Glock semiautomática habitual, salió para arrojarse en brazos de su marido y darle un beso.

Pero no fue un abrazo largo y afectuoso, pues su siguiente acción fue agarrar la cara de Jake entre sus manos y decirle algo que parecía muy importante. Mientras hablaba, volvió la cabeza significativamente hacia la parte delantera de la cabaña.

Jake asintió, besó a Elizabeth y dio un paso atrás. Elizabeth volvió a bajar los escalones y cerró la puerta. Zula, que corría ahora entre los árboles a no más de cincuenta pasos de distancia, tuvo deseos de gritar «¡No, espéranos!». Pero estaba demasiado agotada para poder hacer otro sonido que no fuera jadear, y, pensándoselo bien, estar atrapada en un refugio antibombas con Elizabeth y los chicos no parecía nada atractivo.

Mientras tanto, Jake se había descolgado el rifle y había cargado una bala antes de adoptar un estilo de movimientos que debía de haber aprendido asistiendo a algún seminario de combate táctico con rifles o viendo DVDs de películas de acción. Lo esencial era que mantenía el rifle apuntando en la misma dirección en la que miraba, y tenía mucho cuidado en las esquinas.

—¡Voy detrás de ti, tío Jake! —consiguió decir Zula, ya que había algo en su lenguaje corporal que sugería que no se tomaría a bien ser sorprendido.

Él se dio media vuelta y le hizo un gesto de silencio, luego se aventuró en la esquina del edificio y se perdió de vista.

Ella intentó sacarle sentido a todo esto. Montones y montones de hombres armados delante de la cabaña implicarían que Jake bajara con su familia y reuniera consigo a Zula y Olivia. Así, que lo que había delante de la cabaña no podía ser tan malo.

—Quiero ver qué hay ahí —dijo Zula, rompiendo el paso y haciendo un movimiento lateral para rodear el mismo lado de la cabaña por el que avanzaba Jake—. Podría ser de ayuda —se soltó el rifle del hombro.

—¿Puedo unirme a ti? —dijo Olivia entre jadeos.

—Por supuesto.

Olivia parecía dispuesta a hacerlo en cualquier caso.

El terreno era irregular, la visión interrumpida no solo por los troncos de ároles sino por las pilas de leña y edificios anexos. Se movían en un amplio arco alrededor de la propiedad mientras Jake avanzaba en línea recta por el lado de la cabaña. Pasó un minuto ansioso y confuso mientras intentaban volver a ver a Jake sin exponerse a quien pudiera venir desde el camino de acceso. Se toparon con las jaulas de alambre que los Forthrast habían levantado para alejar a los conejos de sus verduras, a los coyotes y los linces de sus gallinas, a los lobos y pumas de sus cabras. Pero finalmente, después de recorrer ese laberinto durante lo que pareció un lapso de tiempo ridículo, Zula llegó a una posición desde donde pudo ver a Jake de cintura para arriba, de pie en el camino, apuntando con su rifle a un blanco cercano, y gritando.

Zula se levantó con cautela. Dos cabezas asomaron, al nivel de la cintura de Jake. ¿Estaban de rodillas? Ambas personas tenían las manos encima de la cabeza, los dedos entrelazados.

Uno de ellos parecía horriblemente familiar. Pero lo que estaba pensando no podía ser real. Tras comprobar que el seguro estaba puesto, alzó el rifle y usó la mira telescópica para observar al tipo de la derecha. Un hombre grande, no mucho más bajo que Jake incluso de rodillas. Fornido. El pelo cobrizo muy corto y el cuello quemado por el sol.

—Oh, Dios mío —dijo.

—Dos hombres vienen por la verja —dijo Olivia—, y no me gusta su aspecto.

Zula barrió con el rifle hasta que la mira encontró la gran verja de madera. Estaba entornada. Un todoterreno medio desvencijado era en parte visible al otro lado, bloqueando la carretera. Y como Olivia acababa de decir, dos hombres acababan de rodear el vehículo y se acercaban a la verja. Encajaban perfectamente con el perfil de los yihadistas con los que Zula había convivido durante las tres últimas semanas. Uno de ellos tenía una pistola desenfundada, el otro tenía una carabina, que ahora se llevó al hombro, al parecer para apuntar a Jake: el blanco más obvio. Y el más vulnerable.

Zula apuntó a este último y apretó el gatillo. No sucedió nada.

—¡Cuidado! —gritó Olivia.

Zula quitó el seguro y lo intentó de nuevo. Al parecer falló el tiro: respiraba con dificultad y no se había preparado bien. Pero tuvo un efecto notable en los dos yihadistas, que saltaron hacia lo que percibían como el refugio de la verja y se lanzaron al suelo.

Gritos ahora desde el camino de acceso. Zula reconoció claramente la voz de Csongor y comprendió su tono: «¿Está loco? ¡Somos los buenos!»

—El asiático —dijo Olivia— encaja con la descripción del hacker que se hace llamar Marlon. ¿He de suponer que el grandullón es el famoso Csongor?

«Tía, ¿quién demonios eres?», fue lo que Zula quiso decir. En cambio, solo pudo exclamar, mientras salía al descubierto:

—¡Tío Jake! ¡Déjalos entrar! ¡No hay problema!

Dos cabezas (la de Marlon y la de Csongor) se volvieron a mirar en su dirección. Parecían anonadados. Especialmente Csongor.

—¡Vamos! ¡Vamos! —dijo Jake, volviéndose hacia la verja. Moviéndose con cierta inseguridad, Csongor y Marlon se quitaron las manos de las cabezas y se pusieron en pie. Empezaron a dirigirse hacia la cabaña. Jake fue por el otro lado, adelantándose a ellos y llevándose al hombro su AR-15. Apuntó hacia la verja. Disparó varias veces seguidas, y luego empezó a retroceder, sin dejar de apuntar a la verja mientras cubría la distancia que lo separaba de su casa. Mientras tanto, Zula se escudó tras un árbol y apuntó al mismo objetivo, dispuesta para disparar de nuevo si alguno de los dos yihadistas se asomaba. Pero no sucedió nada. Nada se movió.

Lo que le había pasado a Richard Forthrast en el tobillo era claramente un esguince, no una rotura. Podía dar saltitos y cojear, pero no caminar. Esto le creó a Seamus una situación interesante, y no es que hasta entonces la situación hubiera carecido de cualidades fascinantes. Según Richard, estaban solo a unos pocos minutos de caminata (para una persona capaz, al menos) de salir a un espacio despejado donde podrían dirigirse al sur, recorriendo la cara occidental de la montaña, y bajar al valle donde el hermano de Richard vivía en una cabaña. Richard quería que Seamus lo dejara atrás y se dirigiera hacia allí lo más rápido posible, porque le preocupaba que el grupo principal de Jones fuera a atacar el lugar.

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