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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Punto crítico (6 page)

Casey miró hacia la izquierda de la cabina, donde seis auxiliares médicos se afanaban por sujetar algo pesado, envuelto en un tejido de malla de nailon, que colgaba cerca del compartimiento de equipaje del techo. Los auxiliares tomaron posiciones, la malla de nailon se movió, y súbitamente la cabeza de un hombre asomó por un lado. Tenía la cara gris, la boca abierta, los ojos ciegos, varios mechones de pelo colgando.

—¡Dios mío! —dijo Richman, y al instante se volvió y huyó. Casey se acercó a los asistentes sanitarios. El muerto era un hombre maduro de rasgos orientales.

—¿Cuál es el problema? —preguntó.

—Lo sentimos, señora —se disculpó uno de los auxiliares—. Pero no podemos sacarlo. Lo encontramos emparedado aquí, y está atascado. Es su pierna izquierda.

Uno de los auxiliares alumbró hacia arriba con una linterna. La pierna izquierda estaba encajada dentro del compartimiento del equipaje, por encima del panel de la ventanilla, y atravesaba el material aislante plateado. Casey intentó recordar qué cable pasaba por allí, y si podía ser crítico para el vuelo.

—Tengan cuidado al sacarlo —dijo.

—Esto es lo más extraño que he visto en mi vida —oyó decir a una mujer del servicio de limpieza desde la cocina.

—¿Cómo ha llegado aquí? —preguntó otra mujer.

—Vete tú a saber.

Casey se acercó a averiguar de qué hablaban. La mujer de la limpieza había encontrado una gorra azul de piloto. Tenía una huella digital estampada en sangre en la parte superior.

Casey la cogió.

—¿Dónde han encontrado esto?

—Aquí mismo —dijo la mujer de la limpieza—. En la puerta de la cocina. Muy lejos de la cabina de mando, ¿no?

—Sí. —Casey dio vuelta a la gorra en sus manos. Alas plateadas en la parte delantera, el medallón amarillo de TransPacific en el centro. Era una gorra de piloto, con los galones de comandante, de modo que seguramente pertenecía a uno de los miembros de la tripulación suplente. Si es que el avión llevaba tripulación suplente, cosa que aún no sabía.

—Dios santo, esto es espantoso, espantoso.

Oyó el inconfundible tono monocorde de aquella voz, y al alzar los ojos vio a Doug Doherty, el técnico de estructura, que entraba en la sección posterior de la cabina de pasajeros.

—¿Qué han hecho con mi precioso avión? —gimió. Luego vio a Casey—. Ya sabes lo que es esto, ¿verdad? Nada de turbulencias. Este avión ha hecho una serie de picados y subidas.

—Eso parece —convino Casey.

—Sí, señor —dijo Doherty con tono melancólico—. Eso es lo que ha ocurrido. Han perdido el control. Es terrible, terrible…

Uno de los asistentes sanitarios lo interrumpió:

—¿Señor Doherty?

Doherty lo miró.

—No; no me lo diga.
Éste
es el sitio donde ha quedado encallado un hombre.

—Sí, señor…

—Tendría que haberlo imaginado —dijo con tristeza, acercándose—. Tenía que ser en el mamparo de popa. Exactamente en el sitio donde se encuentran los principales sistemas de vuelo… Muy bien, déjenme ver. ¿Qué es eso, un pie?

—Sí, señor. —Alumbraron el punto con la linterna. Doherty se apretó contra el cuerpo, que se balanceó en la malla.

—¿Podéis sujetarlo? Bien… ¿Alguien tiene un cuchillo o algo por el estilo? Seguro que no, pero…

Uno de los auxiliares médicos le pasó un par de tijeras y Doherty empezó a cortar. Los trozos de material aislante cayeron al suelo. Doherty cortó y cortó, moviendo la mano con rapidez. Por fin se detuvo.

—Vale. No ha tocado el cable A-59. No ha tocado el A-47. Está a la izquierda de las líneas hidráulicas, del equipo de aviónica… Bien; no veo que haya hecho ningún daño al avión.

Los asistentes sanitarios, que sujetaban el cadáver, miraron fijamente a Doherty.

—¿Podemos cortar, señor?

Doherty seguía examinando atentamente las conexiones.

—¿Eh? Ah, sí, claro, corten.

Retrocedió y los auxiliares médicos dirigieron las grandes tenazas metálicas a la parte superior del avión. Encajaron las tenazas entre el compartimiento de equipaje y el techo, luego las abrieron. Se oyó un estruendoso chasquido cuando el plástico se rompió. Doherty se volvió.

—No puedo verlo —dijo—. No puedo mirar cómo destruyen mi precioso avión.

Echó a andar hacia el morro. Los asistentes sanitarios se quedaron mirándolo.

Cuando Richman regresó, parecía avergonzado. Señaló hacia las ventanillas.

—¿Qué hacen esos tipos en el ala?

Casey se inclinó y observó por las ventanillas a los técnicos subidos al ala.

—Están revisando los
slats
—respondió—. Controlando las superficies de las juntas.

—¿Y para qué sirven los
slats
?

Tendrás que enseñárselo todo, volvió a pensar Casey, y respondió:

—¿Sabes algo de aerodinámica? ¿No? Verás, un avión vuela gracias a la forma de su ala. —El ala parecía una pieza muy simple, explicó, pero desde el punto de vista de la física, era el componente más complejo de un avión y el que más tiempo de construcción requería. En comparación, el fuselaje era algo muy sencillo: un montón de cilindros tachonados entre sí. Y la cola no era más que una veleta vertical con superficies de control. En cambio, un ala era una obra de arte. Con sus casi setenta metros de longitud, era increíblemente resistente, capaz de sostener todo el peso del avión. Pero al mismo tiempo estaba diseñada con una precisión de milésimas de pulgada—. La forma es crucial: curva en la parte superior, plana en la base. Eso significa que el aire que pasa por encima del ala tiene que moverse más rápido, y según el principio de Bernoulli…

—Yo estudié derecho —le recordó él.

—El principio de Bernoulli dice que cuanto más rápidamente se mueve un gas, menor es su presión. De modo que la presión de una corriente en movimiento es inferior a la del aire que la rodea —explicó Casey—. Puesto que el aire se mueve a mayor velocidad en la parte superior del ala, crea un vacío que empuja el ala hacia arriba. El ala es lo bastante fuerte para sostener el fuselaje, de modo que todo el avión se mantiene en el aire. Por eso vuela un avión.

—Vale…

—Ahora bien, dos factores determinan el nivel de altitud: la velocidad a la que el ala se mueve en el aire y el grado de curvatura. Cuanto mayor es la curvatura, mayor es la altura.

—De acuerdo.

—Cuando el ala se mueve con rapidez, durante el vuelo, llegando quizá a 0.8 Mach, no necesita demasiada curvatura. En realidad, debe estar casi plana. Pero cuando el avión se mueve más lentamente, durante el despegue y el aterrizaje, el ala necesita una curvatura mayor para sostener el peso. Por eso, en esas circunstancias, aumentamos la curvatura mediante la extensión de secciones retraíbles en la parte delantera y posterior del ala: las extensiones posteriores se llaman
flaps
, y las anteriores,
slats
.

—¿Quieres decir que los
slats
son como las aletas normales, solo que están delante?

—Exacto.

—Nunca me había fijado en ellos —admitió Richman, mirando por la ventanilla.

—Los aviones más pequeños no tienen
slats
—dijo Casey—. Pero este avión pesa más de trescientas toneladas a carga plena. Un avión de esta magnitud necesita
slats
.

Mientras miraban, la primera de estas aletas se movió hacia afuera y luego se inclinó hacia abajo. Los mecánicos del ala se metieron las manos en los bolsillos y observaron.

—¿Por qué son tan importantes los
slats
? —preguntó Richman.

—Porque una de las posibles causas de oscilaciones es la extensión de estas aletas en pleno vuelo. Recuerda que a velocidad de crucero el ala debe estar prácticamente plana. Si los
slats
se extienden, el avión pierde estabilidad.

—¿Y qué puede provocar la extensión de los
slats
?

—Un error del piloto —dijo Casey—. Es la causa más común.

—Pero en teoría el piloto de este avión era muy bueno.

—Así es. En teoría.

—¿Y si no fue un error del piloto?

Casey titubeó.

—Existe una avería llamada «extensión incontrolada de
slats
». Significa que los
slats
se extienden solos, sin previo aviso.

Richman arrugó el entrecejo.

—¿Eso puede ocurrir?

—Alguna vez ha pasado —respondió Casey—. Pero no nos parece probable en este aparato. —No pensaba entrar en detalles con aquel mocoso. Al menos, no en ese momento.

Richman mantenía la frente arrugada.

—Si no es probable, ¿por qué lo comprueban?

—Porque podría haber pasado, y nuestro trabajo consiste en comprobarlo todo. Quizá este avión en particular tenga un problema. Puede que los cables de control no estén bien montados. O que haya un desperfecto eléctrico en los accionadores hidráulicos. Quizá hayan fallado los sensores de proximidad. O los sistemas informáticos. Revisaremos todos los mecanismos hasta que encontremos dónde se ha producido la avería y por qué. Ahora mismo, no tenemos ni la más remota idea.

Cuatro hombres se apiñaron dentro de la cabina de vuelo y se inclinaron sobre los mandos. Van Trung, que tenía un certificado de la compañía, se sentó en el asiento del comandante; Kenny Burne, lo hizo a su derecha, en el asiento del primer oficial. Trung manipulaba los controles, uno tras otro:
flaps
,
slats
, timón de profundidad, timón de dirección. Mientras realizaba cada prueba, examinaba los indicadores del panel de mandos.

Casey y Richman se acercaron a la puerta de la cabina de mando.

—¿Has encontrado algo, Van? —preguntó.

—Todavía no —respondió Trung.

—No tenemos una mierda —dijo Kenny Burne—. Este pájaro está como nuevo. No tiene nada mal.

—Entonces, es probable, después de todo, que hayan sido turbulencias —dijo Richman.

—Y una mierda —dijo Burne—. ¿Quién ha dicho eso? ¿El niñato nuevo?

—Sí —respondió Richman.

—Pues dale una lección, Casey —sugirió Burne, mirando por encima del hombro.

—Las turbulencias —explicó Casey a Richman— son una famosa excusa para justificar cualquier cosa que va mal durante un vuelo. A veces hay realmente turbulencias, desde luego, y en los viejos tiempos los aviones lo pasaban mal. Pero en la actualidad es muy difícil que se presenten turbulencias lo bastante importantes para provocar heridos.

—¿Por qué?

—Por los radares, colega —espetó Burne—. Los reactores comerciales están equipados con radares meteorológicos. Los pilotos detectan los fenómenos climáticos con antelación y pueden evitarlos. También ha mejorado mucho la comunicación entre aviones. Si un avión encuentra mal tiempo volando a la misma altitud que tú, doscientas millas por delante, te informará y podrás esquivar la zona. De modo que los días de «violentas turbulencias» son agua pasada.

A Richman le molestaba el tono de sabelotodo que había adoptado Burne.

—No sé —dijo—. Yo he estado en vuelos donde las turbulencias fueron bastante desagradables…

—¿Y viste morir a alguien en alguno de esos vuelos?

—Bueno, no…

—¿Viste que la gente se cayera de sus asientos?

—No…

—¿Heridos de alguna clase?

—No —respondió Richman—. Nada de eso.

—Exactamente —dijo Burne.

—Pero seguramente es posible que…

—¿Posible? —preguntó Burne—. ¿Te crees que esto es un juicio, donde todo es posible?

—No, pero…

—Eres abogado, ¿no es cierto?

—Sí, pero…

—Será mejor que dejemos algo claro ahora mismo. Aquí no hacemos leyes. Las leyes son un montón de mierda. Esto es un
avión
. Una
máquina
. Y o bien pasó algo en esta máquina, o no pasó nada. No es una cuestión de
punto de vista
. Así que, ¿por qué no te largas de aquí y nos dejas trabajar en paz?

Richman dio un respingo, pero se mantuvo firme.

—Muy bien —repuso—, pero si no han sido turbulencias, habrá pruebas de que…

—Exactamente —replicó Burne—, la señal de cinturón de seguridad. Si un piloto encuentra turbulencias, lo primero que hace es encender la señal de cinturón de seguridad y hablar con los pasajeros. Todo el mundo se ajusta los cinturones, y nadie resulta herido. Este tipo no lo ha hecho.

—Es probable que la señal no funcione.

—Mira hacia arriba —se oyó un pitido y la señal de cinturón de seguridad se encendió encima de sus cabezas.

—Quizá los altavoces no…

—Funcionan, funcionan, puedes creerme —dijo la voz amplificada de Burne. Luego apagó el amplificador de potencia.

Dan Greene, el rollizo inspector de operaciones de la Oficina Regional de Control Aéreo, subió a bordo. Tenía la respiración acelerada después de ascender por la escalera metálica.

—Hola, muchachos. Os traigo la autorización para trasladar el avión a Burbank. Supuse que querríais llevaros el pájaro a la planta.

—Sí, así es —dijo Casey.

—Eh, Dan —llamó Kenny Burne—. Enhorabuena por conseguir que la tripulación del vuelo no se marchara.

—Vete a hacer puñetas —respondió Greene—. He mandado a un tipo a la puerta un minuto después de que llegara el avión. La tripulación ya se había largado. —Se volvió hacia Casey—. ¿Ya han sacado al fiambre?

—Todavía no. Está atascado.

—Sacamos a los demás muertos y enviamos a los heridos graves a los hospitales del oeste. Esta es la lista. —Le entregó un papel a Casey—. En la enfermería del aeropuerto sólo quedan unos pocos.

—¿Cuántos? —preguntó Casey.

—Seis o siete. Incluyendo un par de azafatas.

—¿Puedo hablar con ellos? —preguntó Casey.

—No veo por qué no —dijo Greene.

—¿Cuánto falta, Van? —preguntó Casey.

—Calcula una hora, como mínimo.

—De acuerdo —dijo—. Voy a coger el coche.

—Y llévate al maldito Clarence Darrow contigo —instó Burne.

10:42 H
AEROPUERTO DE LOS ÁNGELES

Una vez en la furgoneta, Richman dejó escapar un profundo suspiro.

—¡Vaya! —exclamó—. ¿Siempre son tan amistosos?

Casey se encogió de hombros.

—Son técnicos —dijo. ¿Qué esperaba?, pensó. Ya debía de haber tratado con técnicos en General Motors—. Desde el punto de vista emocional, tienen trece años, están atascados en la etapa inmediatamente anterior a aquella en que los chicos cambian los juguetes por las chicas. Ellos siguen jugando con juguetes. Sus aptitudes sociales son muy limitadas, se visten mal, pero poseen una inteligencia fuera de lo común, están bien preparados y a su manera son arrogantes. Está claro que no permiten entrar en el juego a los extraños.

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