Read Punto crítico Online

Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Punto crítico (9 page)

Cada uno de los principales sistemas informáticos estaba controlado por un conjunto de subsistemas. Así, el sistema de navegación controlaba el ILS, para aterrizaje por instrumentos; el DME, para la medición de distancias; el ATC, para el control de tráfico aéreo; el TCAS, para prevención de colisiones, y el GPWS, o aviso de proximidad al suelo.

En este complejo entorno electrónico era relativamente sencillo instalar un registrador digital de datos de vuelo. Puesto que todos los mandos eran ya electrónicos, simplemente se los dirigía mediante el DFDR y se los almacenaba con medios magnéticos.

—Un registrador de datos de vuelo moderno registra ochenta parámetros de vuelo distintos durante cada segundo de vuelo.

—¿Durante cada segundo? ¿Cómo es de grande? —preguntó Richman.

—Ahí lo tienes —dijo Casey, señalando una caja con rayas negras y anaranjadas que Ron sacaba del bastidor del equipo de radio. Era del tamaño de una caja de zapatos grande. La dejó en el suelo y la reemplazó por una caja nueva, para el viaje hasta Burbank.

Richman se agachó y levantó el registrador de datos de vuelo, cogiéndolo del asa de acero inoxidable.

—Es pesado.

—Es por la cubierta antichoques —dijo Ron—. El chisme en sí pesa poco más de ciento cincuenta gramos.

—¿Y las demás cajas? ¿Para qué sirven?

Casey explicó que la misión de las demás cajas consistía en facilitar las tareas de mantenimiento. Dada la complejidad de los sistemas electrónicos del avión, era preciso monitorizar el comportamiento de cada sistema por si se producían errores o fallos durante el vuelo. Cada sistema controlaba su propio funcionamiento, en lo que se llamaba «memoria no volátil».

—Eso es NVM.

Ese día transferirían los datos de ocho sistemas NVM: el ordenador de control de vuelo, que almacenaba los datos del plan de vuelo y las variaciones de ruta introducidas por el piloto; el controlador digital del motor, que registraba la combustión y el grupo motor; el computador digital de datos de aire, que grababa la velocidad relativa del aire, la altitud y los indicadores de exceso de velocidad…

—De acuerdo —dijo Richman—. Creo que ya me hago una idea.

—Nada de esto sería necesario —explicó Ron Smith— si tuviéramos el QAR.

—¿El QAR?

—Es otro dispositivo de mantenimiento —explicó Casey—. El personal de mantenimiento debe subir a bordo cuando aterriza el avión y leer rápidamente cualquier cosa que haya salido mal en el último tramo del recorrido.

—¿No se lo preguntan al piloto?

—Los pilotos informan de cualquier problema, pero en una aeronave compleja algunos fallos podrían pasar inadvertidos, sobre todo porque estos aparatos están construidos con sistemas redundantes. Cualquier sistema importante, como el hidráulico, está provisto de un segundo sistema auxiliar… y a veces incluso de un tercero. Un fallo en el segundo o tercer sistema auxiliares, no se nota en la cabina de mando. De modo que el personal de mantenimiento sube a bordo y va directamente al registrador de acceso rápido, que reproduce los datos del último vuelo. Así comprueban si ha habido averías y las reparan de inmediato.

—Pero, ¿este avión no tiene QAR?

—Al parecer, no —dijo Casey—. No es obligatorio. La normativa de la FAA exige un CVR y un DFDR. El registrador de acceso rápido es opcional. Por lo visto, la línea aérea no lo instaló en este avión.

—O yo no puedo encontrarlo —matizó Ron—. Aunque podría estar en cualquier parte.

Estaba arrodillado, con las manos en el suelo, ante un ordenador portátil conectado a los paneles eléctricos. La pantalla se llenó de datos:

A/S PWR TEST
0
0
0
0
0
0
1
0
0
0
0
AIL SERVO COM
0
0
0
0
1
0
0
1
0
0
0
AOA INV
1
0
2
0
0
0
1
0
0
0
1
CFDS SENS FAIL
0
0
0
0
0
0
1
0
0
0
0
CRZ CMD MON INV
1
0
0
0
0
0
2
0
1
0
0
EL SERVO COM
0
0
0
0
0
0
0
0
0
1
0
EPR/N1 TRA-1
0
0
0
0
0
0
1
0
0
0
0
FMS SPEED INV
0
0
0
0
0
0
4
0
0
0
0
PRESS ALT INV
0
0
0
0
0
0
3
0
0
0
0
G/S SPEED ANG
0
0
0
0
0
0
1
0
0
0
0
SLAT XSIT T/O
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
0
G/S DEV INV
0
0
0
0
0
0
5
0
0
0
1
GND SPD INV
0
0
0
0
0
0
2
1
0
0
0
TAS INV
0
0
0
0
1
0
1
0
0
0
0

—Éstos parecen los datos del ordenador de control de vuelo —dijo Casey—. La mayoría de fallos se ha producido en el mismo tramo, cuando ha ocurrido el incidente.

—Pero, ¿cómo se interpreta esto? —preguntó Richman.

—Eso no es asunto nuestro —respondió Ron Smith—. Nosotros sólo transferimos los datos y los llevamos de vuelta a la Norton. Los muchachos del Departamento Digital los introducen en la unidad central y los convierten en un vídeo del vuelo.

—Esperemos —dijo Casey, y se enderezó—. ¿Cuánto nos queda, Ron?

—Diez minutos como máximo —contestó Smith.

—Seguro —dijo Doherty desde el interior de la cabina de vuelo—. Diez minutos como máximo; claro. No es que me importe. Pretendía evitar el atasco de la hora punta, pero supongo que ya no podré. Hoy es el cumpleaños de mi hijo y no estaré en casa a tiempo para la fiesta. Mi mujer se pondrá furiosa.

Ron Smith se echó a reír.

—¿Se te ocurre alguna otra cosa que pueda salir mal, Doug?

—Sí, claro.
Salmonella
en el pastel. Todos los críos intoxicados —bromeó Doherty.

Casey miró hacia el exterior a través de la abertura de la puerta. El personal de mantenimiento había subido al ala. Burne estaba terminando la inspección de los motores. Trung cargaba el registrador de datos de vuelo en la furgoneta.

Era hora de volver a casa.

Cuando comenzó a bajar por la escalera, reparó en tres furgonetas de seguridad de la Norton aparcadas en un extremo del hangar. Había al menos veinte guardias de seguridad alrededor del avión y en diversos sitios del hangar.

Richman también lo notó.

—¿Qué ocurre? —preguntó, señalando a los guardias.

—Siempre tomamos medidas de seguridad para proteger el avión hasta que se traslada a la planta.

—¿No es
demasiada
seguridad?

—Sí. —Casey se encogió de hombros—. Es un avión importante.

Pero notó que todos los guardias llevaban armas. Casey no recordaba haber visto guardias armados antes. Un hangar del aeropuerto de Los Ángeles era un sitio seguro. No había necesidad de guardias armados.

¿O sí?

16:30 H
EDIFICIO 64

Casey cruzaba la esquina noroeste del edificio 64, más allá de los enormes montantes empleados para construir el ala. Los montantes, un andamiaje enrejado de acero azul, se alzaban a más de seis metros de altura. Aunque tenían el tamaño de un pequeño edificio de apartamentos, estaban calibrados con una precisión de milésimas de pulgada. Encima de la plataforma formada por los montantes, ochenta personas caminaban de un lado a otro, ensamblando el ala.

A la derecha, vio grupos de hombres guardando herramientas en grandes cajones de madera.

—¿Qué es eso? —preguntó Richman.

—Parecen herramientas rotatorias —dijo Casey.

—¿Rotatorias?

—Herramientas de recambio que rotamos en la línea por si algo va mal con el primer juego. Las compramos para prepararnos para la venta a China. El ala es la pieza que más tarda en construirse; de modo que se ha previsto construir las alas en nuestras instalaciones de Atlanta y luego transportarlas de nuevo aquí.

Observó a un individuo vestido con camisa y corbata, arremangado, entre los hombres que trabajaban en los cajones. Era Don Brull, el presidente de la UAW local. Brull vio a Casey, la llamó y salió a su encuentro, chascando los dedos. Casey sabía qué quería.

—Dame un minuto —dijo a Richman—. Te veré en mi despacho.

—¿Quién es ése? —preguntó Richman.

—Te veré en el despacho.

Richman siguió clavado en su sitio mientras Brull se acercaba.

—Tal vez sea mejor que me quede y…

—Bob, piérdete, ¿quieres? —ordenó Casey.

Richman retrocedió de mala gana hacia el despacho. Mientras se alejaba, se volvió varias veces para mirar por encima del hombro.

Brull le estrechó la mano. El presidente de la UAW era un hombre bajo, de constitución fuerte, un ex boxeador con la nariz rota. Hablaba en voz baja.

—Ya sabes que siempre me has caído bien, Casey.

—Gracias, Don —respondió ella—. La simpatía es mutua.

—Durante todos los años que trabajaste en la fábrica, siempre te vigilé. Te evité problemas.

—Ya lo sé, Don. —Casey esperó. Brull era famoso por sus largos rodeos.

—Siempre pensé: «Casey no es como los demás».

—¿Qué pasa, Don? —preguntó ella.

—Tenemos problemas con la venta a China —contestó Brull.

—¿Qué clase de problemas?

—Problemas con las contraprestaciones.

—¿Qué pasa? —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Ya sabes que en una venta importante hay siempre contraprestaciones. En los últimos años los constructores de aviones se han visto obligados a fabricar parte de las máquinas en el extranjero, en los países que encargan los aviones. Es natural que un país que encarga cincuenta aviones espere quedarse con una ración del pastel. Es el procedimiento habitual.

—Lo sé —dijo Brull—. En el pasado habéis enviado afuera parte de la cola, del morro o de algún artilugio del interior. Sólo piezas.

—Así es.

—Pero estas herramientas que estamos embalando son para el ala. Y los transportistas que las llevan al muelle dicen que los contenedores no van a Atlanta sino a Shanghai. La compañía va a enviar el ala a China.

—No conozco los detalles del acuerdo —admitió Casey—. Pero dudo mucho que…

—El
ala
, Casey —repitió Brull—. Eso es alta tecnología. Nadie entrega el ala. Ni Boeing ni nadie. Si les dan el ala a los chinos, les están regalando el negocio. Ya no nos necesitarán más. Podrán fabricar ellos solos la próxima partida de aviones. Dentro de diez años, no tendremos trabajo.

—Don, haré averiguaciones —prometió Casey—, pero me cuesta creer que el ala forme parte de las contraprestaciones.

Brull abrió las manos.

—Te digo que es así.

—Don, investigaré. Pero ahora mismo estoy muy ocupada con el incidente del 545 y…

—No me escuchas, Casey. El sindicato tiene un problema con la venta a China.

—Lo entiendo, pero…

—Un
gran problema
. —Hizo una pausa y la miró fijamente—. ¿De verdad lo entiendes?

De verdad lo entendía. Los miembros de la UAW tenían control absoluto sobre la producción. Podían frenarla y tomar bajas por enfermedad, romper las herramientas y crear muchos inconvenientes.

—Hablaré con Marder —dijo—. Estoy segura de que no quiere problemas en la línea de producción.

—Marder es el problema.

Casey suspiró. El típico malentendido gremial, pensó. La venta a China había sido organizada por Hal Edgarton y el equipo de marketing. Marder no era más que el jefe de operaciones. No tenía nada que ver con ventas.

—Te diré algo mañana, Don.

—De acuerdo —dijo Brull—, pero te advierto, Casey, que a mí personalmente no me gustaría que te pasara nada.

—¿Me estás amenazando, Don? —preguntó ella.

—No, no —respondió Brull con cara de ofendido—. No me malinterpretes. Pero he oído que si el incidente del 545 no se aclara pronto, podría estropear la venta a China.

—Eso es cierto.

—Y tú hablas en representación de la CEI.

—También es cierto.

Brull se encogió de hombros.

—Por eso te aviso que el asunto de la venta ha caldeado los ánimos. Algunos de los muchachos están realmente furiosos. Yo en tu lugar me tomaría una semana de vacaciones.

—No puedo. Estoy en medio de una investigación —dijo Casey, y Brull se quedó mirándola. Ella añadió—: Don, hablaré con John acerca del ala, pero tengo que hacer mi trabajo.

—En ese caso —replicó Brull, dándole una palmada en el brazo— ándate con pies de plomo, encanto.

16:40 H
ADMINISTRACIÓN

—No, no —dijo Marder paseándose por su despacho—. Eso es absurdo, Casey. De ninguna manera mandaríamos el ala a Shanghai. ¿Creen que estamos locos? Eso significaría la ruina de la compañía.

—Pero Brull ha dicho…

—Los transportistas están tomándoles el pelo a los del sindicato, eso es todo. Ya sabes cómo corren los rumores por la fábrica. ¿Recuerdas cuando salieron con el cuento de que los compuestos provocaban esterilidad? Los muy puñeteros se tiraron un mes sin trabajar. Pero no era cierto. Y esto tampoco lo es. Esas herramientas van hacia Atlanta —aseguró—. Y por una buena razón. Vamos a fabricar el ala en Atlanta para que ese maldito senador de Georgia deje de meter las narices cada vez que pedimos un crédito importante al Banco de Importación-Exportación. Forma parte de un programa de empleo organizado por el senador más importante de Georgia. ¿Lo entiendes?

Other books

Invitation to Ruin by Ann Vremont
The Unseen by Sabrina Devonshire
The Leper's Return by Michael Jecks
#1 Blazing Courage by Kelly Milner Halls
Before the Scarlet Dawn by Rita Gerlach
A Question of Honor by Mary Anne Wilson
Mosquito by Roma Tearne
Savage Lands by Clare Clark


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024