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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Comunicación, Periodismo

Patente de corso (38 page)

Pensaba en mi perro cuando vi pasar una fila de niños por la calle. Debían de tener cuatro o cinco años e iban cogidos de la mano, por parejas, quince o veinte bajo la vigilancia de tres profesoras que corrían de punta a punta de la fila, pastoreando como podían aquella tropa enfundada en anoraks multicolores, con pequeñas mochilas a la espalda. El espectáculo era muy divertido: como un grupo de locos bajitos, que es lo que puntualmente parecen los críos a esa edad, se movían tan pequeños y torpes como mi cachorrillo. De pronto los primeros se paraban y todos los que venían detrás chocaban unos con otros. Algunos gritaban, otros lloraban, a aquél le limpiaba los mocos una de las maestras; el de allá iba marcando muy serio el paso como si estuviera en un desfile, éste iba hablando solo, la rubita acababa de deshacerse el lazo del pelo, una pareja seguía andando cogida de la mano con aire muy responsable y el último se había sentado en un charco. Mientras tanto, uno acababa de darse a la fuga hacia el semáforo más próximo, corriendo como una bala, y una cuidadora corría despavorida a atraparlo antes de que un automóvil lo hiciera picadillo.

Los estuve siguiendo un rato por disfrutar del espectáculo, hasta que, para alivio de las pobres maestras, la tropa fue puesta a buen recaudo en un autocar. Y recuerdo que, viéndolos irse, pensé en qué diablos les depararía el futuro. Cuántos de estos enanos chalados, me pregunté, serán con el tiempo guapos, feos, buenos y malos, triunfadores o fracasados, felices o no. Cuántos justificarán el hecho de su creación, engorde y supervivencia, y cuántos se convertirán en perfectos hijos de puta con quienes más hubiera valido que la maestra no llegara a tiempo al semáforo. En cualquier caso, asociando mi cachorro con aquella diminuta tropa, tuve una certeza: a esa edad no importa que seamos capaces de lo peor. No importan la infelicidad, el error, la muerte y la derrota. No importa que a menudo nos veamos atrapados en una broma de mal gusto diseñada por el azar o por un relojero cósmico desprovisto de sentimientos. A cada instante se pone a cero el contador, y el ser humano tiene un don maravilloso: la oportunidad de empezar, e intentarlo de nuevo.

El Semanal, 23 Marzo 1997

Cerveza tibia

La cerveza estaba tibia. Lo había dicho alto y bien clarito el portavoz Norberto Gamboa: «Hacía muchísimo calor, la cerveza estaba tibia, y aquel chico se les iba». La cerveza -según comprobó minutos más tarde el juez estaba, en efecto, tibia. Seis horas después, en su intervención parlamentaria de urgencia, el ministro Tomás Retortijosa, titular de Interior, hubo de rendirse a la evidencia: era agosto, hacía un calor tremendo, el chico había pedido una cerveza fría, y por una inexplicable negligencia, el policía que en ese momento cantaba rancheras para obligarlo a confesar dejó la guitarra a las 16.30, abrió el frigorífico a las 16.32 y le entregó una San Miguel tibia -«no demasiado fría», fue la versión oficial cínicamente sostenida por el ministro- a las 16.34. El hecho de que el negligente policía y su inspector jefe se encontrasen ya, a la hora de la comparecencia del titular de Interior, cantándole rancheras a la foca Peluso tras su traslado fulminante a la comisaria de Islas Chafarinas, no bastó para templar gaitas. Ni tampoco el hecho de que, por las restricciones de presupuesto, la comisaría sólo tuviese electricidad para el frigorífico y para todo lo demás de diez de la noche a siete de la mañana, amén de patrullar los maderos en sus coches particulares y pagar a escote la gasolina.

Pero lo peor fue lo de la uña. Y ahí se vio en apuros el ministro Retortijosa a la hora de aclarar el asunto. Los hechos que expuso, sin llegar a convencer a nadie, fueron los siguientes: a las 15.22, después de pegarle el tiro en la nuca a una víctima común cuyo nombre no venía al caso (hubiera sido echar mas leña al fuego), el chico se dio a la fuga, o tal vez sería menos peyorativo decir que se replegó, corriendo hacia ía esquina de las calles Ekintza e Iraultza, donde a las 15.26 se encontró («casualmente,, matizó el ministro) con dos policías nacionales jóvenes e inexpertos. Nada habría ocurrido si el chico hubiera seguido replegándose con cierta discreción. Pero hay que tener en cuenta que corría con una 9 Parabellum en la mano, dando los gritos de rigor, y además al pasar ante los policías los llamó cipayos y txakurras, o sea, perros. Así que, heridos en su amor propio (en este punto, el móvil claramente personal de la cosa fue muy abucheado por los indignados compañeros del portavoz Gamboa), los policías procedieron a la detención del chico. Quien, en indudable ejercicio del derecho a la libre circulación de personas y cosas, se resistió a ello a hostia limpia (a él se le había encasquillado el fusko, y a los policías les tenían prohibido usar los suyos salvo para suicidarse en caso de verse rodeados y que fueran a capturarlos vivos) durante un periodo de tiempo comprendido entre las 15.26 y las 17.45.

Ahí se produjo, admitió el ministro, el desgraciado incidente de la uña rota. Y muy a su pesar, Retortijosa hubo de reconocer que el hecho de que los dos policías nacionales fuesen encapuchados, con gafas de sol y máscaras, respectivamente, del pato Donald y Pocahontas, y las máscaras y los pasamontañas y las gafas de sol les obstaculizasen la visión, no podía considerarse atenuante válido para el hecho incontestable de que en el forcejeo le rompieran una uña al chico en el momento de ponerle las esposas. Que el ministro de Interior admitiese lo de la uña fue saludado por el grupo del portavoz Gamboa con silbidos y gritos de «dimisión, dimisión» y «váyase, señor Retortijosa». Y acto seguido, en su turno de réplica, el portavoz puso los puntos sobre las íes. Por muy equivocados que estén estos chicos, argumentó, a la policía se la entrena, señor ministro, para que ponga las esposas a la gente sin romper uñas ni romper nada. Y -añadió, enérgicos! un chico está siendo salvajemente torturado por la sed, en una comisaría y en agosto, y pide una cerveza fría, se le da la cerveza fría, y en paz. Porque eso de la cerveza tibia y la uña rota nos recuerda sospechosamente otros tiempos y maneras, que todos tenemos en la memoria y que mi grupo parlamentario no cita directamente porque está feo señalar. «Además, la cerveza estaba tibia y yo sé lo que me digo», se reafirmó Gamboa con aire de quien no cuenta todo lo que sabe, mientras sus compañeros de partido se daban con el codo unos a otros. Muy bueno lo tuyo, portavoz. Dales caña. A nosotros nos la van a meter doblada estos hijoputas, o sea, ellos.

El Semanal, 30 Marzo 1997

Mis mendigos favoritos

Llovía en la esquina de la Rué de Buci, a tiro de piedra del Sena, y el fulano se acercaba a los transeúntes tan educado y correcto que éstos se detenían, creyendo que iba a preguntar por una calle o algo así. Era un tipo con barba gris y chaquetón mojado por la lluvia; y estuvo allí una hora larga sin conseguir más que unas pocas monedas. Luego entró en el café donde yo estaba sentado, y pidió un coñac. Imaginé que era para quitarse el frío; pero cuando se calzó la tercera copa sin respirar comprendí que su mendicidad estaba estrechamente vinculada al agua de fuego. En ningún momento lo había visto hacer un mal gesto a quienes le negaban la limosna. Discreto. Correcto. Este mendigo gabacho, concluí con respeto, es un profesional.

Y qué distintos somos según latitudes, me dije, incluso a la hora de pedir. Ya en 1599 decía Mateo Alemán que hasta en su manera de limosnear son diferentes los pueblos: «Los alemanes cantando en tropa, los franceses rezando, los flamencos reverenciando, los portugueses llorando, los tos-canos con arengas, los castellanos con fueros, haciéndose mal requisitos, respondones y mal sufridos»… Y la verdad es que, en lo que a españoles se refiere, tampoco en eso han cambiado mucho las cosas desde aquellas Ordenanzas Mendicativas del Guzmán de Alfarache, el talante orgulloso y la insolencia de los picaros y mendigos del Lazarillo de Tormes o El Buscón de Quevedo. Recuerdo que una noche, paseando por Murcia con mi amigo el profesor y crítico Pepe Belmonte, nos abordó un joven de aspecto desastrado que parecía un sonámbulo: -Dame algo, colega, que estoy tieso. Me lo dijo tal cual, sin apelar a la compasión, ni a la caridad, ni a ninguna milonga pampera. Tú podrías ser yo y viceversa, decían su tono y su gesto. Le di veinte duros y me miró muy fijo entre las greñas. Luego me dio la mano y, con una voz de hecho polvo total, dijo:

-¡Dales caña, colega!… ¡Dales caña y que se jodan!

Nunca supe a quiénes se refería. Pero era tanta su pasión, su rencor, que yo también deseé de corazón que se jodieran todos ellos, fueran quienes fuesen. Qué quieren ustedes. No se trata de solidaridad social. Quizá son resabios de nuestra literatura picaresca, o simple curiosidad simpática. Porque debo confesar que colecciono mendigos desde hace años. Me refiero a sus vidas, dichos y actitudes. Al modo de las marquesonas de antaño, aquellas que el gran Serafín inmortalizó en La Codorniz, yo también tengo mis pobres favoritos. Como Said, que pasó todo el invierno acurrucado ante el aparcamiento de la plaza Mayor de Madrid. Said es un moro rifeño, pero se instala rodeado de estampas de la Virgen y del Sagrado Corazón y nunca abre la boca. Si le dan algo, vale; y si no, también. Cuando estaba en el talego, Said era oyente de La ley de la calle y eso crea vínculos; así que de vez en cuando deja sus estampas en el rincón y nos metemos en un bar a charlar un rato tomando un café. Otro de mis favoritos es un individuo de mediana edad, gaditano, tranquilo, que pone la gorra en el suelo, se apoya en la pared con las manos en los bolsillos, e, impasible, dice a todo el que pasa por delante: «Echa algo ahí, pisha». Otros amenazan directamente, como cierto habitual de la calle Princesa de Madrid, que acorrala a la gente contra la pared, y a quien no le da lo pone de vuelta y media. Más de un transeúnte le ha partido la boca, que lleva siempre llena de puntos y de mercromina; pero no cambia de método, el tío. En Cartagena hay uno jovencito que antes de pedirte cinco duros te pregunta siempre por la familia. Y en la plaza Conde de Barajas de Madrid se busca la vida otro que, cada vez que le das algo, comenta: «Ya falta menos para el Mercedes».

Pero de todos ellos, mi debilidad es un gorrilla de esos que te señalan las plazas de aparcamiento libres en el centro de Sevilla. Lo conocí un día que nos acababa de indicar un hueco para estacionar el coche de mi compadre el escritor Juan Eslava Galán, quien buscaba inútilmente en sus bolsillos una moneda para darle. Ni él ni yo llevábamos nada suelto, y el fulano, muy flaco, chupaillo y lleno de tatuajes, nos miró y, alzando una mano, sentenció, sereno y muy digno:

-Si no tenéis, tampoco pasa ná.

Y le dio a Juan una magnánima palmadita en el hombro.

El Semanal, 06 Abril 1997

Soldadito español

Total. Que compro los periódicos y me encuentro en primera página el aforo de don José María Aznar subido encima de un tanque, con una guerrera de camuflaje y una gorra de lo mismo, con esa sonrisa que Dios le ha dado, y que le sientan, guerrera, gorra y sonrisa, igualito que a un Cristo una chupa de cuero y una recorta. Y lo miro y me pregunto de qué diablos se estará riendo mi primo allí en el tanque, rodeado de milites gloriosos que no salen en la foto pero que sin duda andarían cerca riéndole la cosa, ele la grasia y el garbo castrense, presidente, qué alférez de complemento se perdió el mundo, oyes, con esa gorra y ese tanque y esa apostura marcial que te sientan de cojones.

Yo, fíjense ustedes, antes de gobernar lo primero que le pido a un presidente es que no haga el ridículo, tirándose el folio con una gorra que encima no es de su talla; más que nada porque luego los americanos, y los alemanes, y todos los que andan por ahí dándonos por saco en la OTAN y en la CEE y hasta en las colas de las taquillas de Disneylandia, nos pierden todavía más el respeto y luego se dan con el codo y se despelotan de risa cuando nos, ponemos chulos para exigir que el cabo cuartel del mando de la OTAN en la península Ibérica sea de nacionalidad española, o exigimos contrapartidas a cambio de prestar apoyo logístico y lumis de los puticlubs de Torrejón para que la aviación norteamericana bombardee Cuba más desahogada si cabe.

Porque pase que al Papa lo fotografíen con penacho de plumas de jefe sioux cuando viaja al lugar pertinente. Eso forma parte de su oficio, pues también los sioux van al cielo, o a los grandes cazaderos, o a donde carajo vayan cuando palman en gracia de Manitú. O que a un presidente mejicano cualquiera los narcos de la zona lo nombren charro del año y le saquen fotos con sombrero y mariachis. Todo eso está justificado, y forma parte del negocio de cada cual. Pero en cuanto a don José María Aznar, lo de la gorra cuartelera no tiene justificación alguna, salvo una de peloteo y demagogia filocastrense por completo fuera de lugar en un país donde las fuerzas armadas se encuentran en un estado de desmantela-miento y miseria nunca igualado desde el día siguiente a la batalla de Guadalete: lo que me parecería de perlas si fuera política de Gobierno, pero sólo es incompetencia y dejadez, en un país cuyo ejecutivo dice que va a reconvertir su ejército a profesional pero no destina un duro para ello, salvo para pintarla en ferias internacionales balcánicas, mientras insumisos y objetores siguen teniendo problemas que no resuelve nadie. Un país empeñado en alinearse con la OTAN y con la madre que la parió, de cara a un eventual enemigo de vaya usted a saber, cuando quien de verdad un día puede ponernos los pavos a la sombra se desayuna diciendo Al-lah il-lahlah ua Muhammad rasul Alian. Y cuando ésos vengan a decir hola buenas donde yo me sé, nuestros aliados de la OTAN, el mando estratégico europeo y el copón de Bullas, donde, eso sí, andamos integradísimos de organigrama, estarán todos mirando hacia otra parte o habrán ido a comprar tabaco.

Además, con gorra o sin gorra, me gustaría que alguien explicara, cuando se habla de dotar y modernizar y adecuar nuestras fuerzas armadas, qué es lo que se entiende por nuestras, qué se entiende por fuerzas armadas, y qué es lo que, llegado el caso, tendrían que defender en esta especie de casa de putas en la que hemos convertido la corrala. Verbigracia: si un día los chinos desembarcan en Salou, habría que ir aclarando desde ya mismo si la defensa territorial corresponderá a las fuerzas armadas españolas, o nacionales, o como se llamen, y si coordinará Washington, o Lisboa, o si, como dicen en mi tierra, cada perro va a tener que lamerse su pijo. Es decir, si el asunto será competencia del MOTRACAT (Mando operativo Transferido Catalán), del Tambor del Bruch o de los MACHECHAS (Maquis de Chetniks Chamegos) que para entonces se hayan echado al monte porque estén hasta los huevos. Tampoco estaría de más saber si el EJAGUDA (Ejercito Autónomo de Gudaris) y la división acorazada Nafarroa se iban a poner de parte de nosotros -suponiendo que Salou aún fuéramos nosotros-, o de ellos, o sea, de los chinos: esos chicos que tampoco se expresan en la lengua de Franco.

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