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Authors: Agatha Christie

Némesis (28 page)

—Parece usted sentir más pena por la asesina que por la víctima.

—No es así. Son dos cosas muy distintas. Siento pena por Verity, por todas las cosas que se perdió, por aquello que estuvo muy cerca de conseguir: una vida de amor, devoción y servicio al hombre que había elegido y amaba de todo corazón. La perdió y nada puede devolvérsela. Siento pena por ella, por lo no que no tuvo. Sin embargo, se evitó lo que Clotilde tuvo que sufrir: la desdicha, la pena y el miedo. Clotilde tuvo que vivir con todo eso, con la tristeza y el amor frustrado que no podía recuperar, con dos hermanas que sospechaban de ella, que la temían y, además, tenía que vivir con la muchacha.

—¿Se refiere a Verity?

—Sí, enterrada en el jardín, sepultada en la tumba que Clotilde le había preparado. Estaba en la casa y creo que Clotilde lo sabía. Puede que incluso la viera o imaginara verla cuando iba a recoger unas cuantas flores de
polygonum
. En aquellos momentos tuvo que sentirse muy cerca de Verity. No podía pasarle nada peor que eso, ¿no les parece?

Capítulo XXIII
 
-
Las Últimas Piezas
1

—Esa vieja me produce escalofríos —dijo sir Andrew McNeil, después de darle las gracias y despedir a miss Marple.

—Tan amable y al mismo tiempo despiadada —manifestó el segundo jefe.

El profesor Wanstead acompañó a miss Marple hasta el coche que la esperaba y luego volvió al despacho.

—¿Qué opina de ella, Edmund?

—Es una mujer temible —contestó el ministro.

—¿Despiadada?

—No, no diría tanto, pero sí temible.

—Némesis —dijo el profesor en tono pensativo.

—Aquellas dos mujeres —comentó el representante de la fiscalía— encargadas de su protección hicieron un relato impresionante de su comportamiento. Entraron en la casa sin problemas, se ocultaron en una pequeña habitación de la planta baja hasta que todas se fueron a sus habitaciones y, después, una se metió en el armario y la otra permaneció en el rellano. La que estaba en el dormitorio dijo que, cuando salió del armario, se encontró con la vieja sentada en la cama, con una toquilla rosa en la cabeza y una expresión plácida, charlando la mar de tranquila. La verdad es que se quedaron impresionadas.

—Una toquilla rosa —murmuró Wanstead—. Sí, sí, lo recuerdo.

—¿Qué recuerda?

—Al viejo Rafiel. Me habló de ella y después se echó a reír. Dijo que nunca la olvidaría. Me contó que una noche, durante un viaje a las Antillas, una vieja con un aspecto ridículo se había presentado en su dormitorio en plena noche, con una toquilla rosa en la cabeza, para decirle que necesitaba su ayuda para impedir un crimen. Él le preguntó: «¿Qué demonios se cree usted que es?» y miss Marple le respondió que era Némesis. ¡Némesis! A mí me gusta el detalle de la toquilla rosa. Sí, me gusta mucho.

2

—Michael —dijo el profesor Wanstead—, quiero presentarte a miss Jane Marple, alguien que ha hecho mucho en tu favor.

El joven de unos treinta y dos años miró a la anciana de cabellos blancos y aspecto un tanto ridículo con una leve expresión de duda.

—Sí, me han hablado de usted. Muchas gracias —manifestó Michael. Después se dirigió al profesor—. ¿Es cierto que me concederán el indulto o una tontería por el estilo?

—Sí. La orden no tardará en llegar. Dentro de muy poco volverás a ser un hombre libre.

—Vaya.

—Supongo que tardará usted un tiempo en acostumbrarse a la idea —intervino miss Marple con un tono bondadoso.

Miró al joven pensativamente. Veía en retrospectiva cómo había sido diez años antes. No había perdido todo su encanto, a pesar de los años pasados en prisión. Había sido un joven muy atractivo, con un encanto especial. Ahora esto había desaparecido, pero podía volver a recuperarlo. La boca débil y unos ojos capaces de mirar a la cara, y que probablemente le habían sido muy útiles a la hora de contar mentiras. Se parecía mucho a... ¿a quién se parecía? Buceó en sus recuerdos. Por supuesto, a Jonathan Birkin. Había cantado en el coro. Una voz de barítono preciosa. ¡Las chicas se volvían locas por el muchacho! Tenía un buen trabajo en la empresa de Mr. Gabriel. Fue una lástima que tuviera aquel pequeño desliz con los cheques.

—Oh, ha sido usted muy amable —manifestó Michael cada vez más incómodo—. Le agradezco que se tomara tantas molestias por mí.

—He disfrutado haciéndolo. Me alegro mucho de haberle conocido. Adiós. Le deseo todo lo mejor. Sé que nuestro país no va muy bien en estos momentos, pero estoy segura de que encontrará algún empleo digno.

—Sí, sí, muchas gracias. Se lo agradezco.

El tono de Michael reflejaba una profunda desconfianza.

—No es a mí a quien debe dárselas sino a su padre.

—¿Papá? Él nunca se preocupó mucho por mí.

—Su padre, poco antes de morir, estaba muy interesado en que se le hiciera justicia.

—¿Justicia?

—Sí, su padre creía que la justicia era importante. Creo que era un hombre muy justo. En la carta que me envió para hacerme la propuesta, incluyó una cita:
«Que la justicia corra como una riada y la rectitud como un manantial eterno.»

—¿De quién es? ¿De Shakespeare?

—No, de la Biblia —Miss Marple desenvolvió el paquete que había traído—. Me dieron esto. Creyeron que me gustaría tenerlo, porque les ayudé a descubrir la verdad. Sin embargo, creo que usted es el primer interesado, si es que desea tenerlo. Quizá no lo quiera ya tener.

Le entregó el retrato de Verity Hunt que Clotilde le había enseñado en la sala de la casona.

Michael cogió la foto. La expresión de su rostro se suavizó mientras la contemplaba, pero después volvió a endurecerse.

Miss Marple le observó en silencio. Por su parte, el profesor miraba a la anciana y al joven. Pensó que estaba asistiendo a una crisis, a un instante que podía cambiar toda una vida.

Michael Rafiel exhaló un suspiro, al tiempo que le devolvía la foto a miss Marple.

—Tiene usted razón, no la quiero. Toda esa vida ha desaparecido. Ella se ha ido, no puedo tenerla ya conmigo. Todo lo que haga ahora tendrá que ser nuevo, tengo que seguir adelante —Miró a la anciana—. Usted me comprende, ¿verdad?

—Sí, le comprendo. Tiene usted razón. Le deseo buena suerte en su nueva vida.

El muchacho se despidió y salió de la habitación.

—Bueno, no parece muy entusiasmado —comentó el profesor—. Podría haberse mostrado un poco más agradecido.

—No se preocupe. No esperaba que lo hiciera. Eso le habría avergonzado aún más. Es muy duro tener que darle las gracias a los demás mientras te enfrentas a una nueva vida y tienes que verlo todo desde otra perspectiva. Creo que saldrá adelante. No está resentido y eso es muy importante. Comprendo muy bien por qué aquella muchacha se enamoró de Michael.

—Quizás esta vez siga por el camino recto.

—No sé que decirle. Por supuesto, lo mejor para él sería encontrar a una muchacha buena de verdad.

—Lo que más me gusta de usted es su sentido práctico —manifestó el profesor.

3

—No tardará en llegar —le dijo Mr. Broadribb a Mr. Schuster.

—Todo este asunto ha sido bastante extraordinario.

—Al principio no me lo podía creer —afirmó Mr. Broadribb—. Ya sabe, cuando el pobre Rafiel se estaba muriendo, me pareció que todo el asunto era producto de una mente senil. Pero tampoco era tan viejo como para chochear.

Sonó el interfono. Mr. Schuster atendió la llamada.

—¿Está aquí? Hágala pasar. Sabe, es la cosa más extraña que he visto en mi vida —comentó—. Llamar a una vieja y enviarla a dar vueltas por esos mundos de Dios en busca de algo que ni sabía qué era. La policía está convencida de que aquella mujer no cometió uno, sino tres asesinatos. ¡Tres! El cadáver de Verity Hunt estaba enterrado en el montículo tal como dijo la vieja. No la habían estrangulado ni le habían machacado la cabeza.

—Yo me pregunto cómo es que miss Marple no acabó asesinada. Es demasiado vieja para cuidar de sí misma.

—Al parecer, había un par de mujeres detectives encargadas de protegerla.

—¿Qué? ¿Dos detectives?

—Sí. Yo tampoco lo sabía.

Miss Marple entró en el despacho.

—La felicito, miss Marple —dijo Mr. Broadribb, levantándose para saludarla.

—Mis más sinceras felicitaciones —manifestó Mr. Schuster, mientras le estrechaba la mano.

Miss Marple se sentó muy compuesta.

—Como les comuniqué en mi carta, creo que he cumplido con los términos de la propuesta. He salido airosa en lo que se me pidió que hiciera.

—Lo sabemos. El profesor Wanstead y la policía nos lo ha comunicado. Un trabajo excelente, miss Marple. Nuestras felicitaciones.

—No niego que al principio me pareció una tarea imposible, algo demasiado difícil.

—A mí también. No sé cómo pudo hacerlo.

—Sólo era cuestión de perseverancia. Con tesón y empeño consigues lo que quieres.

—Bien, ocupémonos ahora del dinero. Está a su disposición. No sé si quiere usted que lo ingresemos en su banco o si prefiere consultar con nosotros respecto a la posibilidad de invertirlo. Es una cantidad considerable.

—Veinte mil libras. Sí, es una cantidad considerable.

—Si lo desea, podemos ponerla en contacto con nuestros agentes de bolsa y ellos le recomendarán las mejores inversiones.

—No, no quiero invertirlo.

—Pero, sin duda...

—No tiene ningún sentido ahorrar a mi edad. Estoy segura de que Mr. Rafiel esperaba que yo disfrutara de ese dinero.

—Lo comprendo. ¿Quiere usted que lo ingresemos en su banco?

—Sí. En el Middleton's Bank, 132 High Street, St. Mary Mead.

—Supongo que tendrá usted una cuenta de ahorros. ¿Lo depositamos en la cuenta de ahorros?

—Por supuesto que no. Ingréselo en mi cuenta corriente.

Miss Marple se levantó dispuesta a marcharse.

—Podría usted consultar con el director de su banco. Nunca se sabe si en algún momento puede hacernos falta en un día lluvioso.

—Lo único que necesito para un día lluvioso es mi paraguas —afirmó miss Marple. Estrechó las manos de los abogados—. Muchas gracias a las dos. Han sido ustedes muy amables al darme toda la información que necesitaba.

—¿De verdad quiere que depositemos el dinero en una cuenta corriente?

—Sí. Me lo voy a gastar. Quiero divertirme un poco.

Llegó a la puerta y, antes de salir, soltó una risita. Por un momento, a Mr. Schuster, que era un hombre con más imaginación que su socio, le pareció ver a una joven bonita dándole la mano a un vicario durante una fiesta al aire libre. Comprendió que era un recuerdo de su juventud, pero miss Marple le recordó por un instante a aquella joven alegre, dispuesta a divertirse.

—Es lo que querría Mr. Rafiel —añadió al salir del despacho.

—Némesis —dijo Mr. Broadribb—. Así la llamó Rafiel. Némesis. En mi vida he visto a nadie que se parezca menos a Némesis. ¿Tú sí?

Mr. Schuster meneó la cabeza.

—Sin duda, fue otra de las bromas de Mr. Rafiel —afirmó Mr. Broadribb.

Notas

[1]
«Broad» significa ancho
(N. del T.)

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