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Authors: Agatha Christie

Némesis (20 page)

—Sí, eso es —El profesor volvió a mirarla—. ¿A usted qué le sugiere?

—Creo que la descripción de la prenda nos puede dar una pista muy valiosa.

Llegaron al hotel. Sólo eran las doce y media y Mrs. Sandbourne propuso beber algo antes de pasar al comedor. Mientras servían jerez, zumo de tomate y otras bebidas, la representante de la agencia les comunicó los cambios de planes.

—He pedido el consejo del coroner y el inspector Douglas. Dado que el forense ha concluido su trabajo, mañana a las once se celebrará un funeral en la iglesia. Me encargaré de hacer los arreglos con Mr. Courtney, el vicario local. Pasado mañana reanudaremos el viaje. El programa sufrirá algunos cambios porque hemos perdido tres días, así que nos atendremos a los lugares más importantes. Sé que hay un par de personas que prefieren regresar a Londres. Comprendo los sentimientos detrás de la decisión y no pretendo interferir en sus planes. La muerte de miss Temple ha sido muy lamentable. No es la primera vez que ocurre una desgracia en aquel sendero, aunque en este caso no parece haber ninguna explicación geológica o ambiental. Creo que proseguirán las investigaciones hasta esclarecer los hechos. Claro que es posible que algún excursionista hubiera podido empujar el peñasco sin darse cuenta del peligro que representaba para las personas que transitaban por el sendero. Si así fuera y la persona se presentara a la policía, todo quedaría resuelto en un plazo relativamente corto, pero admito que no lo podemos dar por sentado. Es poco probable que la difunta miss Temple tuviera un enemigo o que alguien deseara causarle algún daño. Propongo que no hablemos más del accidente. Las autoridades locales se encargarán de las investigaciones pertinentes. Supongo que todos querrán asistir al servicio religioso de mañana y después continuar con el viaje. Nos ayudará a olvidar el trágico suceso. Todavía nos quedan por ver muchas casas muy famosas e interesantes, y también algunos panoramas muy hermosos.

Pasaron al comedor y nadie discutió el tema, al menos abiertamente. Después de comer, tomaron café en el vestíbulo y se formaron pequeños grupos que hablaban sobre los nuevos planes para el viaje.

—¿Continuará usted con la excursión? —le preguntó el profesor Wanstead a miss Marple.

—No —respondió la anciana con voz pensativa—. Creo que lo ocurrido me obliga a permanecer aquí un poco más.

—¿En el hotel o en la casona?

—Eso depende de si recibo o no una invitación de las tres hermanas. No quiero presentarme sin más porque la invitación era para las dos noches que el grupo debía estar aquí. Creo que lo mejor será quedarme en el hotel.

—¿No prefiere regresar a St. Mary Mead?

—Todavía no. Hay un par de cosas que podría hacer aquí. Una ya la he hecho —Advirtió la mirada de curiosidad del profesor—. Si usted piensa continuar con el resto del grupo, le diré lo que me llevo entre manos y le sugeriré una línea de investigación secundaria que podría ayudar. La otra razón por la que quiero quedarme se la contaré más tarde. Quiero hacer ciertas indagaciones en el pueblo. Quizá no den ningún resultado y, por lo tanto, no sirve de nada que se las mencione. ¿Qué hará usted?

—Me gustaría regresar a Londres, tengo trabajos pendientes, a menos que usted considere que le puedo ayudar aquí.

—No, al menos de momento. Supongo que usted también tiene cosas que investigar.

—Vine a este viaje para conocerla, miss Marple.

—Pues ya me ha conocido y sabe tanto como yo o prácticamente lo mismo que yo sé. Pero antes de que usted se marche, creo que hay un par de cosas en las que podría ayudar y conseguir algún resultado.

—Comprendo. Tiene usted ideas.

—Sólo estoy recordando lo que usted dijo.

—¿Quizás ha olido usted el olor del mal?

—Es difícil saber exactamente el significado de aquello que percibes como malo.

—¿Nota usted algo malo en el ambiente?

—Sí, con toda claridad.

—Sobre todo después de la muerte de miss Temple que, por supuesto, no fue un accidente por mucho que se empeñe Mrs. Sandbourne en negarlo.

—No, no fue un accidente. Creo que no le he dicho lo que miss Temple me manifestó en un momento de la excursión, que esto era para ella una peregrinación.

—Interesante, sí, muy interesante. ¿No le mencionó cuál era el objetivo de su peregrinación?

—No, pero si hubiese vivido un poco más y no hubiera estado tan débil, quizá me lo hubiese dicho. Desgraciadamente, la muerte le llegó demasiado pronto.

—¿O sea que no tiene usted más ideas sobre el tema?

—Así es. Sólo la seguridad de que su peregrinaje tenía por objetivo reparar un mal. Alguien quiso evitar que llegará a su punto de destino o impedir que cumpliera con su objetivo. Sólo nos queda la esperanza de que el azar o la providencia nos den alguna pista.

—¿Ese es el motivo por el que se quedará aquí?

—Hay algo más. Quiero averiguar todo lo que pueda sobre una muchacha llamada Nora Broad.

—Nora Broad —repitió Wanstead intrigado.

—La otra muchacha que desapareció más o menos al mismo tiempo que Verity Hunt. Recuerde que fue usted quien la mencionó. Una muchacha que tenía muchos novios y que, según tengo entendido, quería tenerlos. Una tonta, pero aparentemente atractiva para los hombres. Creo que, si averiguo algo más de ella, me será útil en mis pesquisas.

—Como usted diga, inspectora Marple.

El funeral se ofició a la mañana siguiente. No faltó ninguno de los participantes en la excursión. Miss Marple observó a la concurrencia. Había unas cuantas personas del pueblo. Mrs. Glynne y su hermana Clotilde entre ellas. La más joven, Anthea, no estaba. No reconoció a los otros, pero supuso que habían venido atraídos por una curiosidad morbosa ante lo que ahora se sospechaba que no era un accidente. También estaba presente un viejo clérigo con polainas que debía tener los setenta y pico, un hombre de hombros anchos y una abundante cabellera blanca. Padecía de un leve cojera y le costaba trabajo arrodillarse. Tenía unas facciones nobles, se dijo miss Marple, mientras se preguntaba quién podría ser. Tal vez un viejo amigo de Elizabeth Temple o alguien que hubiera venido de muy lejos para asistir al oficio.

Cuando salían de la iglesia, miss Marple intercambió algunas palabras con sus compañeros de viaje. Ahora ya sabía lo que haría cada uno. Los Butler regresaban a Londres.

—Le dije a Henry que no podía seguir con esto —afirmó Mrs. Butler—. Tengo la sensación permanente de que, en cualquier momento, cuando lleguemos a cualquier esquina, alguien, cualquiera, podría dispararnos o tirarnos una piedra, alguien que tiene algo en contra de las Casas Famosas de Inglaterra.

—Venga, Mamie, por favor —le rogó Mr. Butler—, no te dejes llevar por la fantasías. Es imposible.

—Tú qué sabes de lo que puede pasar en estos tiempos. Terroristas que secuestran aviones, atentados, tiroteos y todo lo demás. La verdad es que no me siento segura en ninguna parte.

La vieja miss Lumley y miss Bentham, ya mucho más tranquilas, continuarían el viaje.

—Hemos pagado nuestro buen dinero por este viaje y nos parece una pena perdernos algo bueno sólo porque haya ocurrido este lamentable accidente. Anoche llamamos a una muy buena vecina nuestra y ella se ocupará de los gatos, así que no tenemos motivos para preocuparnos.

La muerte de miss Temple sería siempre un accidente para las dos solteronas. Habían decido que así sería más cómodo.

Mrs. Riseley-Porter también seguiría. El coronel y Mrs. Walker tenían muy claro que nada les impediría ver una rarísima colección de fucsias en el jardín que visitarían pasado mañana. El arquitecto, Jameson, tampoco quería perderse varias casas que tenían un interés especial. En cambio, Mr. Caspar regresaría a Londres en el primer tren. Miss Cooke y miss Barrow parecían indecisas.

—Hay muchos sitios agradables para pasear por estos alrededores —comentó miss Cooke—. Creo que nos quedaremos en el Golden Boar un poco. Eso mismo hará usted, ¿no es así, miss Marple?

—Creo que sí. No me siento con ánimos de reemprender el viaje ahora mismo. Creo que un par de días de descanso me ayudarían mucho después de lo sucedido.

Mientras el pequeño grupo se dispersaba, miss Marple se alejó discretamente. Sacó del bolso la hoja que había arrancado de su libreta y en la que había anotado dos direcciones. La primera correspondía a una bonita casa blanca con un jardín bien cuidado al final de la calle, donde vivía una tal Mrs. Blackett. Una mujer baja y muy pulcra abrió la puerta.

—¿Mrs. Blackett?

—Sí, sí, señora, soy yo.

—Me preguntaba si podría pasar y hablar con usted un par de minutos. Acabo de asistir al servicio fúnebre y estoy un poco mareada. ¿Podría sentarme un momento?

—Oh, cuanto lo siento. Pase, señora, pase, no le pasará nada. Siéntese aquí. Ahora mismo le traeré un vaso de agua ¿o prefiere que le prepare un té?

—No, muchas gracias. Sólo quiero un vaso de agua. En cuanto beba se me pasará.

Mrs. Blackett volvió con un vaso de agua. Su rostro mostraba una expresión de placer ante la perspectiva de una amable charla sobre mareos y enfermedades diversas.

—Tengo un sobrino al que le pasa lo mismo. A su edad no tendría que pasarle, no hace tanto que cumplió los cincuenta, pero de vez en cuando se marea sin más y si no se sienta de inmediato... bueno, no me creerá, se desploma inconsciente. Terrible. Algo realmente terrible. Los médicos no saben qué hacer para que no le pase. Aquí tiene el vaso de agua.

—Ah, muchas gracias —Miss Marple bebió un trago—. Ya me siento mucho mejor.

—¿Ha estado en el funeral por la pobre señora a la que mataron según unos y que murió en un accidente según otros? Yo digo que fue un accidente, pero cada vez que hay una encuesta judicial, siempre quieren que sea un homicidio.

—Sí, estuve en el funeral. Por cierto que me han contado muchas cosas por el estilo ocurridas hace años. He oído hablar mucho de una muchacha llamada Nora. Creo que se llamaba Nora Broad.

—Ah, Nora, sí. Era la hija de mi prima. Sí. Pasó hace mucho tiempo. Se marchó y ya no regresó nunca más. No hay manera de retener a las chicas. Se lo dije a Nancy Broad, mi prima. Le dije: «Te pasas todo el día trabajando fuera de casa» y le dije: «¿Sabes lo que está haciendo Nora? Es de ésas a las que les gustan mucho los chicos. Pues ya verás que cualquier día tendrá problemas». Eso le dije y no me equivoqué.

—¿Se refiere a... ?

—La historia de siempre. Sí, se quedó embarazada. Creo que mi prima Nancy todavía hoy no lo sabe. Pero, por supuesto, yo ya tengo sesenta y cinco años y sé muy bien cómo son estas cosas. Sé cómo cambian las chicas y creo que también sé quien fue, pero no estoy segura porque él continuó viviendo aquí y lo pasó muy mal cuando Nora desapareció.

—Se marchó, ¿verdad?

—Aceptó la invitación de alguien que se ofreció a llevarla en su coche. Un extraño. Fue la última vez que la vieron. Ya no recuerdo la marca del coche. Tenía un nombre curioso. Un Audit o algo así. La cuestión es que la habían visto un par de veces en aquel coche. Así que se largó. Dijeron que era el mismo coche donde también habían visto a la muchacha que asesinaron. Pero no creo que le pasara lo mismo a Nora. Si la hubieran asesinado, el cadáver ya tendría que haber aparecido, ¿no cree?

—Desde luego, eso parece lo más probable —admitió miss Marple—. ¿La muchacha era una buena estudiante?

—No, que va. Era muy haragana y nada inteligente. No. Sólo le interesaban los chicos. Desde que cumplió los doce no pensaba en otra cosa. Supongo que al final decidió largarse con alguno, convencida de que era el hombre de su vida, pero no se lo dijo a nadie. Ni siquiera se molestó en enviar una tarjeta postal. Para mí que se marchó con alguien que le prometió el oro y el moro. Cuando yo era joven, una vez conocí a una muchacha que se fue con un africano. Le dijo que su padre era un jeque en algún lugar de África o de Argelia. Sí, en Argelia o en algún lugar de por allí. Le prometió que tendría las cosas más maravillosas. Le contó que su padre tenía seis camellos y un montón de caballos y que ella viviría en una casa fantástica, con alfombras en las paredes, lo cual parece un lugar bastante curioso para poner las alfombras. Así que ella se marchó. Sí, la pobre lo pasó fatal. Fue horrible. Vivían en una casucha miserable hecha con ladrillos de barro. Sí, algo espantoso. Sólo comían una cosa que llamaban cus-cus. Yo siempre creí que era algo así como lechuga, pero no lo era. Se parecía más a una papilla de sémola. Fue terrible. Para colmo, un día el africano le dijo que ella no era una buena esposa y se divorció. Le explicó que sólo tenía que decir: «Me divorcio de ti» tres veces, cosa que hizo y se fue. Así que ella se encontró sin nada y tuvo suerte de que una sociedad benéfica accediera a pagarle el billete de regreso a Inglaterra. Así acabó la historia. Pero han pasado treinta o cuarenta años. En cambio, lo de Nora ocurrió hará unos siete años. Estoy convencida de que aparecerá el día menos pensado con el rabo entre las piernas. Al menos habrá aprendido la lección y no volverá a creer en falsas promesas.

—¿Tenía alguien a quien acudir además de su madre, me refiero a su prima, alguien que...?

—Había muchas personas que la apreciaban. Estaban las señoras de la casona. Mrs. Glynne no estaba allí por aquel entonces, pero sí miss Clotilde, que siempre se ha mostrado muy atenta con todas las chicas que van a la escuela. Sí, le hizo muchos regalos a Nora. En una ocasión, le regaló un pañuelo y un vestido muy bonito, un vestido de verano y un pañuelo de seda. Miss Clotilde era muy buena. Siempre se preocupaba por los estudios de Nora y hacía todo lo posible para que fuera más aplicada y cosas parecidas. Le aconsejó que cambiara de conducta, le dijo que no iba por buen camino. No quiero hablar mal de nadie y menos tratándose de la hija de mi prima, aunque sólo sea mi prima porque se casó con mi primo. Pero me refiero a que era terrible la locura que sentía por los chicos. Se dejaba ligar por cualquiera. Al final te daba pena, porque ya la veías haciendo la calle. No creo que pudiera tener otro futuro. No me gusta decir estas cosas, pero es la verdad. En cualquier caso, creo que quizá no esté tan mal que la asesinaran como le pasó a miss Hunt, que vivía en la casona. Aquello fue algo muy cruel. Al principio, creyeron que se había marchado con alguien y la policía investigó el asunto. Hicieron un montón de preguntas y se llevaron a comisaría a muchos jóvenes que la habían conocido para interrogarlos. Entre ellos estaban Geoffrey Grant, Billy Thompson y Harry, el hijo de los Landford, todos en el paro, aunque podían haber aceptado cualquiera de los muchos empleos que les ofrecían. Las cosas ya no son como cuando yo era joven. Las chicas se comportaban correctamente y los chicos sabían que el trabajo era la única manera de prosperar.

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