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Authors: Agatha Christie

Némesis (27 page)

—¿El hecho siguiente fue la muerte de miss Temple?

—No. En realidad, fue mi llegada a la casona. Me recibieron y me trataron con una gran hospitalidad. Eso también fue obra de Mr. Rafiel. Por lo tanto, sabía que era mi obligación ir aunque desconocía la razón. Bien podía tratarse de un lugar donde recoger información para continuar con la búsqueda —Miss Marple hizo una pausa—. Perdonen, creo que les estoy aburriendo con mi charla. No es necesario que les cuente todo lo que pensaba en esos momentos.

—Por favor, continúe —dijo el profesor—. Puede que usted no lo sepa, pero todo lo que me cuenta es muy interesante. Se relaciona con mucho de lo que he aprendido y visto en mi trabajo. No vacile en contarme todo lo que pensó.

—Sí, hágalo —manifestó sir McNeil.

—Era una sensación. No se trataba en realidad de una deducción lógica. Se basaba en algo así como una reacción emocional o susceptibilidad a lo que yo sólo puedo llamar atmósfera.

—Sí, es algo que se aprecia en las casas, en los lugares, en los jardines, en el bosque, en un local público, en una cabaña.

—Las tres hermanas. Eso es lo que pensé, sentí y me dije a mí misma cuando fui a la casona. Lavinia Glynne me recibió con la máxima amabilidad. Había algo en aquella frase: las tres hermanas, que sonaba siniestro. Encaja con las tres hermanas de la literatura rusa y las tres brujas de Macbeth. Allí había una sensación de pena, de profunda desdicha y también de miedo que se enfrentaba a otra que sólo puedo denominar de normalidad.

—Esa última palabra me interesa —señaló Wanstead.

—Creo que se debía a Mrs. Glynne. Fue ella quien vino a mi encuentro cuando llegó el autocar y me trasmitió la invitación. Era una viuda, una mujer normal y agradable. No era muy feliz, pero cuando digo que no era muy feliz no tiene nada que ver con la desdicha de las otras. Sencillamente, se encontraba en un ambiente que no le iba a su carácter. Me llevó con ella y me presentó a las otras dos hermanas. A la mañana siguiente, una vieja criada me habló de una vieja tragedia, una joven asesinada por su novio, y también mencionó los casos de otras varias muchachas de la vecindad que habían sido víctimas de ataques o asaltos sexuales.

«Llegó el momento de hacer la segunda apreciación. Había descartado a las personas del autocar porque no tenían nada que ver con mi misión. Sin embargo, en algún lugar había un asesino. Me pregunté si no estaría en la casona, en la casa a la que me habían enviado; si se trataba de Clotilde, Lavinia o Anthea. Los nombres de las tres hermanas eran bastante extraños. ¿Eran felices, desdichadas? ¿Qué eran? La primera que me llamó la atención fue Clotilde. Una mujer alta y bien parecida, una personalidad con mucho carácter, lo mismo que Elizabeth Temple. Me pareció que comenzaba a limitar el campo. Debía averiguar todo lo posible sobre aquellas tres mujeres. ¿Cuál podía ser una asesina? ¿Qué clase de crimen podría cometer? Poco a poco comencé a percibir, como si se tratara de una miasma, una atmósfera. No se me ocurren otras palabras para expresarlo, aparte de una atmósfera malvada. No es que alguna de las tres fuera malvada, pero desde luego vivían en un lugar donde había ocurrido un acto malvado, que había dejado su huella o que aún las amenazaba. Me centré en Clotilde, la mayor. Era robusta y fuerte. Una mujer capaz de sentir emociones muy fuertes. La vi, lo reconozco, como una posible Clitemnestra.

—Hacía poco —añadió miss Marple, cambiando de tono—, que había asistido a una obra griega representada por un grupo de estudiantes de un colegio no muy lejos de mi pueblo. Me impresionó el personaje de Agamemnon y todavía más la muchacha que interpretaba a Clitemnestra. Una representación muy buena. Me pareció que en Clotilde podía imaginarme a una mujer capaz de asesinar a su marido en el baño.

El profesor Wanstead hizo todo lo posible por contener la risa. El tono tan serio de miss Marple le resultaba gracioso. La anciana le guiñó un ojo.

—La verdad es que suena ridículo —admitió—, pero así es como me la imaginaba. Por desgracia, nunca había tenido marido y, por lo tanto, no podía asesinarlo. Luego consideré a Lavinia Glynne. Parecía una mujer íntegra y muy agradable. No obstante, hay muchos asesinos que han dado esa impresión, son personas encantadoras. Muchos asesinos lo fueron y la gente se llevó grandes sorpresas cuando acabaron en la cárcel. Son los que llamo asesinos respetables, aquellos que cometen un asesinato por razones puramente prácticas, sin emoción, que sólo buscan un fin determinado. Aunque no parecía probable, no podía descartar a Mrs. Glynne. Había tenido un marido. Era viuda desde hacía años. Podía ser. Lo dejé así y pasé a la tercera hermana: Anthea. Una personalidad inquietante. Histérica, algo ida, y presa de un estado emocional que califiqué como miedo. Tenía miedo de algo. Había algo que le provocaba muchísimo miedo. Eso también encajaba. Si había cometido un crimen, un delito que creía olvidado, quizá la presencia de miss Temple y el temor de lo que pudiera haber averiguado, la hubieran llevado a pensar que resucitaría el pasado y que acabarían por descubrirla. Tenía una manera muy curiosa de mirar. Primero miraba a ambos lados y después por encima del hombro, como si presintiera la presencia de alguien a su espalda, algo que le provocara miedo. Por lo tanto, ella podía ser la respuesta. Una asesina algo desquiciada que podía haber matado al sentirse perseguida, porque tenía miedo.

»No eran más que ideas, pero el ambiente en la casona me resultaba cada vez más opresivo. Al día siguiente, salí a dar un paseo por el jardín en compañía de Anthea. Al final del sendero principal, había un montículo, construido con los restos de un viejo invernadero desmoronado. Debido a la falta de las reparaciones necesarias y a la escasez de jardineros al finalizar la guerra, la construcción se había desmoronado, y lo que habían hecho había sido amontonar los ladrillos, taparlos con hiedra y plantar una trepadora que se llama
polygonum
. Se utiliza mucho precisamente para ocultar algo desagradable o feo en un jardín. Es capaz de crecer en cualquier terreno y acaba con todas las demás plantas. A veces resulta siniestra, pero da unas flores blancas muy bonitas. Aún no había florecido, aunque no le faltaba mucho. Mientras estábamos allí, Anthea me manifestó su profundo pesar por la pérdida del invernadero. Dijo que tenía allí unas uvas deliciosas; al parecer, era lo que más recordaba de su infancia. También parecía desesperada por conseguir el dinero necesario para quitar el montículo, nivelar el suelo, reconstruir el invernadero y volver a cultivar uvas y melocotones. Lo que sentía era una tremenda nostalgia por el pasado y también algo más. Una vez más, percibí el miedo con toda claridad. Había algo en aquel montículo que la asustaba. Entonces no se me ocurrió qué podría ser. Ustedes ya saben lo que ocurrió después: la muerte de Elizabeth Temple, y no hay duda, por las declaraciones de Emlyn Price y Joanna Crawford, de que no fue un accidente, sino un asesinato intencionado.

»Creo que fue a partir de aquel momento que lo supe. Llegué a la conclusión de que se habían producido otros tres asesinatos. Escuché toda la historia del hijo de Mr. Rafiel, el delincuente, el violador, y me dije que sería todas esas cosas, pero que ninguna de ellas demostraba que fuera un asesino. Todas las pruebas estaban en su contra. Nadie dudaba de que él había matado a Verity Hunt. Pero el archidiácono Brabazon fue quien puso la guinda. Había conocido a los jóvenes. Habían ido a verle para solicitarle que él los casara. Consideró que no era un matrimonio muy recomendable, pero que estaba plenamente justificado por el hecho de que se amaban. La muchacha amaba a su novio con lo que él llamó verdadero amor, un amor tan verdadero como su nombre. Se dijo que el muchacho, a pesar de sus pésimos antecedentes, quizá se redimiría de sus malas tendencias por el amor que sentía. El archidiácono no era optimista. Tampoco creía que fuera a ser un matrimonio muy feliz, pero sí necesario. Digo necesario porque, si amas mucho, tienes que pagar un precio, aunque sea la desilusión y algo de desdicha. Pero aquí había otra cosa de la que estaba segura: el rostro desfigurado y la cabeza aplastada no podían ser obra de un muchacho enamorado. No se trataba de un ataque sexual. Estaba dispuesta a aceptar la palabra del archidiácono, pero también sabía que tenía la pista correcta, la que me había dado Elizabeth Temple. Había dicho que el amor había sido la causa de la muerte de Verity.

«Ahora estaba claro. Creo que ya lo sabía desde hacía tiempo. Sólo hacía falta encajar los pequeños detalles. Encajaban con lo que miss Temple había dicho. La causa de la muerte de Verity. Primero había dicho: «El amor» y, después, «Amor puede ser una palabra terrible». Todo aparecía con una claridad asombrosa. El tremendo amor que Clotilde había sentido por la muchacha. La devoción y, la dependencia de la joven pero, después, a medida que maduraba, la aparición de los instintos normales: quería amor, quería ser libre para amar, casarse, tener hijos. En el momento oportuno apareció el muchacho del que se enamoró. Sabía que no era de fiar, que era lo que se llamaba una mala pieza, pero eso no desanima a las muchachas. Al contrario, siempre les ha gustado. Se enamoran de ellos.

»Verity se enamoró de Michael Rafiel, y Michael estaba dispuesto a pasar página, a casarse y a no volver a mirar a otra mujer. No digo que fueran a vivir un cuento de hadas, pero lo suyo era, como dijo Brabazon, el verdadero amor. Así que decidieron casarse. Creo que Verity le escribió a Elizabeth para decirle que se casaría con Michael. Querían mantenerlo en secreto porque, a mi juicio, Verity era consciente de que lo suyo era una fuga. Escapaba de una vida que la ahogaba, de una persona a la que quería, pero no como quería a Michael. Pero era consciente de que no se lo permitirían, que le pondrían mil y un obstáculos. Por lo tanto, como tantas otras parejas jóvenes, se fugarían. Tenían la edad legal para el matrimonio, y ella apeló a su viejo amigo, el archidiácono Brabazon, que la había confirmado siendo ella una niña.

»Se convino el día, la hora y el lugar. Es probable que Verity comprara en secreto un vestido de novia. Sin duda, quedaron en encontrarse en un lugar determinado. Creo que él fue allí, pero ella no se presentó. Michael la esperó en vano. Después, tal vez intentó averiguar la razón. Creo que entonces le dieron un mensaje e incluso recibió una carta falsa, diciendo que ella había cambiado de opinión, que se había acabado todo y que se marchaba por un tiempo. No lo sé, pero estoy segura de que Michael nunca llegó a imaginar el verdadero motivo. Ni por un momento pensó que la habían asesinado con toda deliberación. Clotilde no estaba dispuesta a perder a la persona que adoraba. No la iba a dejar escapar, no se la entregaría a un joven al que despreciaba. Retendría a Verity, la retendría a su manera.

«Pero lo que me negaba a creer y me parecía imposible era que, además de estrangularla, le hubiera destrozado el rostro. Lo que hizo fue construir una especie de mausoleo con los restos del viejo invernadero y panes de césped. La muchacha ya había tomado el somnífero, todo muy en la tradición griega de beber la cicuta, aunque no fuera cicuta, y ella la enterró en el jardín.

—¿Ninguna de las otras hermanas llegó a sospechar?

—Mrs. Glynne no estaba. Su marido aún vivía y se encontraban en el extranjero. Pero Anthea sí que estaba. Creo que Anthea intuyó algo de lo ocurrido. No sé si sospechó que Verity estaba muerta, pero sabía que Clotilde se había ocupado de plantar una trepadora en el montículo al final del jardín. Quizá se enteró poco a poco de la verdad. Clotilde, mientras tanto, después de aceptar el mal y de hacerlo, no tuvo reparos a la hora de cometer el paso siguiente. Creo que disfrutó planeándolo.

»Tenía cierta influencia sobre una muchacha de bastante mala fama en el pueblo. Supongo que un día la invitó a que la acompañara a una excursión o algo así hasta un lugar bastante alejado y que ya había escogido, a unas treinta o cuarenta millas. Estranguló a la muchacha, le destrozó la cabeza, metió el cadáver en una zanja y lo tapó con tierra suelta y ramas. ¿Por qué iba nadie a sospechar que ella había hecho algo así? Había dejado el bolso de Verity y un collar de la muchacha. Según sus cálculos, tardarían en encontrarla y aprovechó el tiempo para divulgar rumores sobre la relación de Nora Broad con Michael. Tal vez incluso llegó a decir que Verity había roto el compromiso a la vista de las reiteradas infidelidades de su novio. Pudo decir cualquier cosa y creo que disfrutó haciéndolo, pobre mujer.

—¿Por qué dice «pobre mujer», miss Marple?

—Porque supongo que tuvo que ser una agonía terrible vivir durante diez años con aquel sufrimiento, verse obligada a convivir cada día con aquello. Había retenido a Verity, la tenía en la casona, en el jardín, la había retenido para siempre. Al principio, no se dio cuenta de lo que significaba, pero luego le invadió la desesperación por devolverle la vida. No creo que sintiera remordimientos, ni siquiera tuvo ese consuelo. Sufrió año tras año. Ahora comprendo lo que quiso decir Elizabeth Temple. El amor es algo terrible y, si lo anima el mal, es todavía peor, y ella tenía que aguantarlo. Creo que de allí venía el miedo de Anthea. Tenía cada vez más claro lo que Clotilde había hecho y que su hermana sospechaba que ella lo sabía. Tenía miedo de lo que pudiera hacer Clotilde. La hermana mayor mandó a Anthea con el paquete a la estafeta. Me habló de los trastornos mentales de Anthea, de su manía persecutoria, de sus celos por Verity. No me extrañaría que ya hubiera pensado en matar a Anthea, justificándolo como un suicidio.

—No obstante, siente usted pena por esa mujer —intervino sir Andrew—, una persona maligna como un cáncer, que sólo provocó el sufrimiento de los demás.

—Por supuesto.

—Supongo que ya sabe lo que ocurrió aquella noche, después de que sus ángeles guardianes la sacaron de la casa, ¿verdad? —manifestó el profesor.

—¿Se refiere a Clotilde? Recuerdo que cogió mi vaso de leche. Lo tenía en la mano cuando miss Cooke me sacó de la habitación. Supongo que se lo bebió.

—Sí. ¿Está enterada de las consecuencias?

—No he pensado en el tema, pero me las imagino.

—Nadie tuvo tiempo de detenerla. Actuó con mucha rapidez y nadie se dio cuenta de que pudiera haber nada letal en la leche.

—¿O sea que se la bebió?

—¿Le sorprende?

—No. Para ella tuvo que ser algo de lo más natural. En aquel momento no quería otra cosa que escapar, verse libre de todas las cosas con las que había vivido, de la misma manera que Verity había querido escapar de la vida que llevaba en la casa. Es curioso que la retribución que recibió se pareciera tanto a la que causó.

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