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Authors: Florencia Bonelli

Nacida bajo el signo del Toro (10 page)

La abrumaba mantener un diálogo de características intimistas con un compañero al cual había escuchado pronunciar pocas palabras, rara vez dirigidas a ella; un compañero que la miraba con antipatía y gesto serio y que siempre lucía enojado, en especial con ella. Si se hubiese tratado de Sebastián Gálvez, no la habría importunado esa sensación de irrealidad. Habría estado nerviosa, sin duda, pero no sumida en el desconcierto. Gómez era el último chico al que habría creído gustarle, el último al que habría pensado que le daría el primer beso. ¿Le interesaba o estaba jugando con ella? Quería mostrarse enojada y ofendida, y no lo conseguía.

—¿Por qué me besaste?

—¿Vos qué creés?

—No me respondas con otra pregunta.

Las puertas del ascensor se deslizaron hacia los costados al tocar la planta baja. Max salió primero y Camila apresuró la marcha detrás de él. Gómez la sujetó por el antebrazo y la arrastró tras una columna de mármol, al resguardo de ojos indiscretos. Percibió el frío de la piedra en la espalda cuando Lautaro se recostó sobre ella y ejerció presión. La obligó a elevar el rostro. ¿Por qué no lo empujaba y salía corriendo?

—Te besé porque me gustás. —Se inclinó y le rozó los labios, con ánimo provocador—. Me gustás mucho. —Un beso ligero—. Muchísimo. —Otro más—. Estoy loco por vos, Camila.

—¿Desde cuándo?

La pregunta lo descolocó y tomó distancia para observarla con ojos bien abiertos y una sonrisa sobradora.

—¿Desde cuándo? —repitió él.

—Sí, desde cuándo. Si alguien me hubiese preguntado esta mañana: “Che, Camila, ¿qué creés que piensa Lautaro Gómez de vos?”, le habría dicho: “Me odia”.

—¿Que te odio?

—Sí, habría dicho que no me soportás. Siempre me mirás como si quisieras matarme. Y después de la pelea con Sebastián… Bueno, ahí sí confirmé que me odiabas.

—¡Sí, te odié! —Camila dio un respingo—. Ya te dije que me emboló que te dejaras sacar el diario íntimo.

—Entonces, si me odiaste, si estás embolado conmigo, ¿por qué me besás? ¿Pensaste que era una chica fácil, de la que te podías burlar? —Se removió, con furia—. Dejame ir.

Se preguntó de qué le valía ser taurina, grandota y fuerte, si el compañero al que Bárbara y Lucía llamaban “langosta” la sometía sin dificultad.

—Te quiero desde el primer momento en que te vi. —Le habló cerca del rostro, y su aliento le acarició los labios aún sensibles—. Te quiero desde el primer día de clase del año pasado, cuando apareciste en el aula. Tenías el pelo suelto y una vincha blanca, y estos mismos aros de perlas. —Le acarició el lóbulo izquierdo, y la garganta de Camila se secó—. Y una pollera larga hasta el piso, de color blanco, y unas zapatillas All Star rosas, y una carterita en bandolera, también rosa. No podía dejar de mirarte. Ese día me juré que ibas a ser mi novia.

—Yo… —Lo observaba, estupefacta, incapaz de hilar una frase coherente—. No me di cuenta —susurró—. Nunca me di cuenta. Sos tan antipático conmigo.

—Así soy.

—¿Te gusté? ¿En verdad te gusté?

La recorrió con la mirada hasta regresar a sus ojos.

—Sí, ya te dije que sí. —Camila retenía el aliento y lo miraba sin pestañear. Anhelaba sus palabras, su reconocimiento, su cariño—. Siempre quise mirarte así de cerca porque estaba seguro de que tu piel era perfecta. No tiene falla —agregó, y le rozó la mejilla con el dorso de los dedos—. Qué suave es —se sorprendió—. Me encanta tu nariz. —Le delineó el puente con el índice—. Y tu boca… —Se inclinó para besarla, y Camila apartó la cara girando la cabeza sobre el mármol—. ¿Qué pasa? —El apretón de él se intensificó en la cintura—. Decime qué pasa —le exigió.

—No soy tu novia y estás besándome —respondió para ganar tiempo; en realidad, la espantaba la idea de no saber dar un beso francés—. No está bien.


Sos
mi novia.

—No soy tu novia porque nunca me lo pediste. ¿Quién te creés que sos para decidir algo así sin preguntarme?

—Está bien —claudicó, con un suspiro—. Camila, ¿querés ser mi novia?

—No sé. Voy a pensarlo.

—¡Ja! —exclamó él, sin humor.

Los ladridos de Max se mezclaron con las voces de unos vecinos que ingresaban en la recepción. Camila se rebulló y Gómez la soltó. Salieron a la calle. Él intentó tomarla de la mano, pero ella lo rechazó. ¿Por qué jugaba ese juego perverso? ¿Por qué no le daba la mano si los dedos le picaban de las ganas de sentir su contacto? ¿Por qué se comportaba de ese modo que iba contra su propio deseo? Lo hablaría con Alicia.

Al doblar la esquina, se dieron de bruces con Bárbara Degèner.

—¡Ey, qué sorpresa! ¡Hola, Lauti! —Se puso en puntas de pie para besarlo en la mejilla.

A Camila seguía asombrándola ese “Lauti”.

—¡Hola, Maxito! —Aferró las orejas del perro y las sacudió.

Camila quedó perpleja. ¿De dónde conocía a Max?

—¡Hola, Cami!

—Hola, Barby. Sí, qué sorpresa. ¿Qué hacés por aquí?

—Vengo del instituto de karate.

Camila le echó un vistazo disimulado. Aun así, en
jogging
y con una cola de caballo, era preciosa. La remera no le llegaba a la cintura, por lo que se le veía el ombligo con el
piercing
.

—No sabía que hacés karate.

—Empecé hace poco. Voy al mismo instituto de Lauti. ¿No, Lauti? Aunque él es instructor, no alumno como yo.

—¿Ah, sí? —Camila se giró para enfrentarlo y se quedó atónita ante su gesto. Había fijado los ojos en Bárbara y no pestañeaba. Su nariz lucía más grande debido a que las paletas se le habían dilatado. Las cejas formaban una única línea. Camila notó que los pelos del lomo de Max se encrespaban, a tono con la tensión de su amo.

—Sí —masculló él por fin.

—¿Adónde van?

—A mi casa.

—Vamos, los acompaño —propuso Bárbara. Tomó del brazo a Camila y se posicionó entre ella y Gómez.

Emprendieron la marcha.

—Vamos a bailar esta noche, ¿no, Cami?

—No sé. Estoy muy cansada.

—¡No seas ortiba! ¡No me podés cagar ahora! No arreglé otra salida porque vos me…

—Está bien, está bien. Vamos a bailar. Pero mi papá nos lleva porque ya me dijo que no puedo ir en remís.

—OK.

—Tu papá nos va a buscar, ¿no?

—Sí, claro —aseguró Bárbara—. ¿Dónde hacemos la previa?

—¿No íbamos al matiné?

—No, es un bodrio. ¿Dónde hacemos la previa?

—En mi casa —decidió Camila.

—OK. Traigo una peli para matar el tiempo.

Se despidieron a la puerta del edificio. Camila destinó la última mirada a Gómez, y, aunque le sonrió, él la contempló con gesto de pocos amigos. En tanto esperaba el ascensor, los vio dar vuelta y alejarse, y un sentimiento extraño la asaltó. No le gustó que Bárbara y Lautaro se quedasen solos.

 

♦♦♦

 

Fue a lo de Alicia para contarle las novedades. Apenas la vio entrar, la vecina la estudió a través del espacio del
living.

—¿Qué te pasó que venís tan contenta? Es la primera vez que te veo tan feliz.

—¡Ay, Ali, no sabés!

—Vamos a la cocina. Quiero todos los detalles.

Alicia cebaba mates dulces mientras la escuchaba.

—Tengo que conocer a ese escorpiano —concluyó la astróloga—. Traelo a casa un día de estos. Además, quiero hacerle la carta. ¿Qué día nació?

—El 17 de noviembre de… No, del 95 como yo, no. Él es del 94.

—Sin la hora del nacimiento, no podremos saber muchas cosas. Pero con estos datos nos enteraremos de algunas otras muy interesantes, como de la Luna.

Alicia se marchó a su estudio para consultar el programa que calcula la carta natal. Camila, con Lucito en la falda, se sentó en el sillón y se puso a leer el libro de Linda Goodman.
Cómo reconocer a Escorpión.
A medida que avanzaba en la lectura, su sonrisa se desplegaba pues, con cada frase, la autora le confirmaba que un escorpiano de pura cepa acababa de darle su primer beso. Por ejemplo, se lo confirmaba al asegurar que son grandes simuladores y que, por más que se encuentren conmovidos, rara vez las emociones se reflejan en sus rostros,
en el rostro impasible e inmóvil de Escorpión.

Linda Goodman aconsejaba no pedir la opinión ni el consejo de un nativo de Escorpio, a menos que se estuviese dispuesto a aceptar la verdad brutal y cruda. “No debo olvidar esto”, se exhortó Camila, que tembló al imaginarse la respuesta de Lautaro a una pregunta como: “¿Te parece lindo mi cuerpo?”. Sin duda, él contestaría: “Sí, pero estás un poco gorda y tenés celulitis”.

Linda Goodman continuaba diciendo:
Cuando te diga algo
agradable, atesóralo: puedes estar segura de que es sincero y sin
adornos.
Camila evocó lo que Gómez le había dicho después de que ella tradujese “Insensitive”. “Sabés muchísimo inglés. Lo entendés perfectamente. No es fácil ir traduciendo así, de manera simultánea. Mi hermana va a un colegio bilingüe y no sabe ni la mitad que vos”.

Lo que seguía la estremeció de pánico, pero también de anticipación.
Si te has enamorado de un varón Escorpión, y la palabra pasión te da miedo, ponte un calzado cómodo y escapa como si
te persiguiera King Kong, porque Escorpión lo es.
“¡Guau!”, exclamó para sus adentros. A pesar de que el rostro del escorpión es una máscara sin expresión, la autora afirmaba que, por dentro, sus pasiones están al rojo. Sin embargo, no había que confundirse: su naturaleza también se halla dominada por la razón. Pasión y razón, las maneja por igual y a su antojo. Ese poder le viene de la energía de Plutón, que es el planeta que rige a la constelación de Escorpio.

En un punto de la lectura no consiguió refrenar una carcajada nerviosa, que despertó a Lucito. La Goodman aseguraba que
hasta es posible que tenga pecas y un cajón lleno de insignias
que consiguió cuando era boy
scout. No obstante, la última frase la dejó atónita:
Cuando él empiece a indagarte con sus ojos ardientes y sus preguntas implacables, apenas si te quedarán secretos.

 

 

 

El ronroneo del motor y los rebajes de los cambios de marchas se habían convertido en el único sonido dentro del automóvil. Su padre manejaba con un ceño que se había instalado allí después de la última discusión con Josefina. Bárbara iba en la parte trasera y se retocaba el maquillaje con mala cara; le parecía demasiado temprano; a la una y media de la mañana, encontrarían el boliche vacío. Camila, ubicada en el sitio del copiloto, se hallaba inmersa en el mundo de sus ideas. Un pensamiento destacaba: Lautaro Gómez. Después de haber leído el capítulo destinado a los escorpianos, se arrepentía de no haberle dado una respuesta a la pregunta: “Camila, ¿querés ser mi novia?”. Habría contestado que sí, aunque lo más sensato, si sopesaba con cautela lo que acababa de descubrir acerca de los hombres de ese signo, habría sido decir que no. Eran tan peligrosos como el arácnido que los representa, y su picadura, letal.

Alicia no había colaborado para que ella actuase con sensatez y se decidiese por el no.

—Como ya te comenté, Lautaro tiene como energía natural (porque ahí está su Sol) la que vos tenés que aprender. No te olvides de que tu Ascendente es Escorpio. Por otro lado, no te olvides de que es tu opuesto complementario. Escorpio es el opuesto complementario de Tauro. Él tiene todo lo que a vos te falta. Y vos, lo que le falta a él. Si saben crecer juntos, pueden potenciarse a las mil maravillas. De más está decir que Escorpio y Tauro, en la cama, sacan chispas.

—¡Alicia!

La astróloga soslayó el aspaviento de Camila y prosiguió:
—Escorpio está regido por Plutón, un planeta muy complejo, ya te he hablado largamente de él. Plutón es el poder. Los plutonianos se sienten tan cómodos con el poder como vos con tus manos. Sienten… No, mejor dicho,
saben
que pueden dominar cualquier situación. A nada le temen. Son imponentes. Hay que saber respetarlos. Pero, por otro lado, Cami, tu Plutón es también muy fuerte. Así que será para alquilar balcones ver cómo funcionan ustedes dos. Me gusta este chico —concluyó—. Vos necesitás alguien de carácter, porque, si no, serás de las que tienden a dominar al macho de la pareja. Y eso, tarde o temprano, terminará frustrando tu naturaleza taurina y venusina, que es romántica.

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