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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (11 page)

Tengo buenos recuerdos relacionados con esos chismes. El abuelo tenía uno y durante mi penúltimo año en el instituto, había salido durante dos meses enteros con un chico del último curso, Tad Bickerstaff, que conducía una de esas grandes camionetas pick-ups. Me había dejado conducirla, lo cual me parecía de lo más sublime. Pero nuestro romance se marchitó tan rápidamente como había florecido, y Tad y su camioneta siguieron hacia otra chica.

Con los papeles ya firmados y el tanque de gasolina lleno, metí mi bolsa en el asiento trasero y me abroché el cinturón. ¡Playa, allá voy!

Reconozco que el verano no es el mejor momento para ir a la playa si una no ha hecho una reserva. Peor aún, era viernes, el día en que todos los que salían a pasar el fin de semana hacían lo mismo que yo. Sin embargo, teniendo en cuenta que sólo era mediodía, les llevaba una buena ventaja a las muchedumbres del fin de semana, aunque también habría gente como yo que confiaban en conseguir una habitación de motel cuando llegaran a la playa. La gente hace eso sólo porque… bueno… porque suele dar resultado.

Conducir desde el oeste del estado hasta la costa del este son varias horas, sobre todo en mi caso, porque tuve que parar a comer a mediodía. Decidí que era fabuloso conducir un todoterreno porque ir sentada más alto permitía ver mucho mejor, además de que este coche en particular tenía todos los extras que pudiera desear. La conducción era suave, el aire acondicionado, de primera, el sol había salido y Wyatt Bloodsworth no tenía ni idea de dónde estaba yo. Las cosas empezaban a pintar bien.

Cerca de las tres sonó mi móvil. Miré el número en la pantalla. Yo misma lo había marcado esa mañana, así que sabía perfectamente quién llamaba. Dejé que contestara el buzón de voz y seguí conduciendo y haciendo camino.

Ya me había ilusionado con mis minivacaciones. Un par de días en la playa me sentarían la mar de bien y, además, me mantendrían lejos de la ciudad mientras el asesinato de Nicole acaparaba la atención. Normalmente, soy muy responsable, porque Cuerpos Colosales es como un bebé para mí, pero esta vez pensé que las circunstancias justificaban que me diera un respiro. Quizá debería haber puesto un cartel en la puerta principal del gimnasio anunciando a mis clientes la fecha aproximada de reapertura. Dios mío, ¡ni siquiera había pensado en mis empleados! Debería haber llamado personalmente a cada uno de ellos.

Estaba tan enfadada conmigo misma que llamé a Siana.

—No puedo creer que haya hecho esto —dije, en cuanto respondió el teléfono—. No he llamado a mi gente para decirles cuándo esperaba volver a abrir Cuerpos Colosales.

Lo mejor que tiene Siana es que, habiendo crecido juntas, aprendió a leer entre líneas y a rellenar mis espacios en blanco. Supo enseguida que no hablaba de mis clientes. Eran tantos que llamar a cada uno me habría llevado tanto tiempo como… hasta que Cuerpos Colosales hubiera vuelto a abrir, así que era evidente que hablaba de mis empleados.

—¿Tienes una lista con sus números en tu casa? —me preguntó.

—Hay una lista impresa en mi libreta de direcciones, en el cajón superior izquierdo de mi mesa de trabajo. Si la encuentras, te llamaré cuando me haya instalado y pueda anotar todos los nombres.

—No te molestes. Yo los llamaré. Como estoy aquí mismo y son llamadas locales, tiene más sentido hacerlo desde aquí que desde tu móvil. También le pediré a Lynn que actualice la grabación del buzón de voz.

—Te debo una. Piensa en lo que te gustaría que te regalase. —Adoro a esa chica. Es una maravilla tener una hermana como ella. La llamé al trabajo; ella podría haberme dicho tranquilamente que estaba ocupada y que ya vería lo que podía hacer en cuanto saliera, lo que podía ser al día siguiente. Pero Siana no es así. Se ocupó de todo lo que le pedí como si tuviera todo el tiempo del mundo. Ya os habréis dado cuenta de que no digo lo mismo acerca de Jenni, que se sigue creyendo una especie de privilegiada. Además, no he olvidado que la pillé besando a mi marido por voluntad propia. No suelo mencionarlo y, en general, nos llevamos bien, pero el recuerdo siempre está ahí, en algún rincón de mi pensamiento.

—No hagas ese tipo de promesas abiertas. Puede que te pida prestado algo más que tu mejor vestido. Por cierto, hay alguien que te anda buscando, y parece enfadado. ¿Quieres adivinar su nombre? Te daré una pista. Es teniente de policía.

Me quedé pasmada, no porque me estuviera buscando y, encima, enfadado, sino porque había llamado a Siana. En una de nuestras citas le había dicho que tenía dos hermanas, pero estoy segura que no le dije sus nombres ni le di datos personales. Por otro lado, era ridículo que aquello me sorprendiera. Wyatt era poli. Sabía cómo averiguar cosas sobre las personas.

—Vaya. No habrá empezado a quejarse, ¿no?

—No, estaba muy controlado. Dijo algo así como que seguro que yo era tu abogado. ¿De qué iba eso?

—Tengo una lista de quejas contra él. Le dije que le llevaría la lista a mi abogado.

Siana ahogó una risilla.

—¿Y qué tipo de quejas tienes? —me preguntó.

—Cosas como maltrato, secuestro, actitud presuntuosa. Me quitó la lista, así que tengo que escribir una nueva. Seguro que a medida que pase el tiempo, añadiré unas cuantas cosas más.

Ahora Siana se reía sin tapujos.

—Supongo que le habrá encantado lo de la actitud presuntuosa. ¿De verdad me vas a necesitar? ¿Te has metido en algún lío?

—No lo creo. Me dijo que no abandonara la ciudad, pero no me consideran sospechosa, así que no creo que pueda hacer eso, ¿no?

—Si no eres sospechosa, ¿por qué diría eso?

—Creo que ha decidido que vuelve a estar interesado. Pero también puede que simplemente quiera vengarse porque fingí no reconocerlo. Durante un rato, se lo creyó.

—Entonces, probablemente es una mezcla de las dos cosas. Está interesado, y quiere vengarse. Además, quiere asegurarse de que estés en algún sitio donde te pueda encontrar.

—No creo que lo haya conseguido —dije, mientras me dirigía por la Autopista 74 hacia Wilmington.

P
odría haberme dirigido a Outer Banks, pero supuse que tendría más posibilidades de conseguir una habitación en la costa sur. Me daba igual, podía seguir hacia el sur hasta llegar a Myrtle Beach, si fuera necesario. En cualquier caso, no era diversión lo que buscaba, sólo un lugar donde pudiera relajarme un par de días hasta que las cosas en casa se calmaran.

Llegué a Wilmington hacia las seis de la tarde y crucé la ciudad en dirección a Wrightsville Beach. En cuanto vi el Atlántico, Tiffany (recordaréis que Tiffany es la chica playera que hay en mí) suspiró, contenta. Así de fácil es darle una alegría.

Tuve suerte y encontré una bonita cabaña en la playa en el primer lugar donde me detuve. La familia que la había alquilado acababa de cancelar la reserva. ¡Qué maravilla! Prefiero mil veces una cabaña que una habitación de motel, debido a la privacidad. Era un lugar encantador, un bungalow de madera con un porche protegido por rejillas y una barbacoa en el lado izquierdo. Eran sólo tres ambientes. En la parte delantera había una cocina diminuta y un espacio para comer abierto al salón. En la parte de atrás, una bonita habitación y un cuarto de baño. El que había decorado la habitación debió pensar en mí, porque la cama estaba cubierta por una mosquitera. Me encantan esos pequeños detalles, cosas delicadas y femeninas.

Mientras sacaba las cosas de mi maleta, el móvil volvió a sonar. Era la tercera vez que veía el número de Wyatt en la pantalla y esta vez volví a dejar que respondiera el buzón de voz. El móvil no dejaba de emitir pitidos para recordarme que tenía mensajes, pero todavía no había escuchado ninguno. Pensé que si no escuchaba lo que me decía, técnicamente no había ningún desafío de mi parte, ¿no? Puede que me amenazara con detenerme, o algo así, en cuyo caso no conseguiría sino fastidiarme, así que decidí que era mejor no prestar atención a los mensajes.

Después de deshacer la maleta, fui a un excelente restaurante de mariscos y comí gambas en su caldo (un plato que adoro) hasta reventar. Era uno de esos lugares de ambiente informal y servicio rápido, y llegué justo antes de que se llenara de gente. Entré, cené y salí en cuarenta y cinco minutos. Cuando volví a mi pequeña cabaña, empezaba a anochecer y ya hacía menos calor. ¿Qué mejor momento para dar un paseo?

Estaba muy contenta. Después del paseo, llamé a Mamá para decirle dónde me podía encontrar. No me comentó que hubiera llamado el teniente Bloodsworth, así que pensé que no los había molestado.

Esa noche dormí como un tronco y me levanté al amanecer para ir a hacer
jogging
a la playa. El día anterior no había hecho ejercicio, y me pongo muy nerviosa si dejo pasar más de veinticuatro horas sin ejercitar mis músculos. Llena de energía, troté unos cinco kilómetros por la orilla, lo cual es muy bueno para las piernas. Luego me duché y busqué una tienda donde comprar leche, cereales y fruta.

Después de desayunar, me puse mi biquini color turquesa y me unté de loción solar impermeable, cogí un libro y una toalla de playa, me puse las gafas de sol y me dirigí a la playa.

Leí durante un rato. Cuando el sol empezó a quemar, me zambullí en el océano y volví a leer otro rato. Hacia las once, el calor se me hizo insoportable, así que me calcé las hawaianas, me puse el pareo, cogí mi bolso y me fui de compras. Me encanta ese detalle de los pueblos de la costa: a nadie le importa un comino que una vaya de compras vestida sólo con un biquini.

Encontré unos pantalones cortos muy monos con una blusa blanquizaul que hacía juego, y un bolso de paja con un pez bordado con hilo metálico que brillaba a la luz del sol. El bolso era perfecto para meter todas mis cosas de playa. Comí en una terraza con vistas al mar, y un tipo bastante atractivo intentó ligar conmigo. Pero yo había ido a descansar, no a tener amores pasajeros, así que no tuvo suerte.

Finalmente, volví a la cabaña. Había dejado el móvil cargándose, y cuando lo consulté, no había llamadas perdidas, así que era evidente que Wyatt se había dado por vencido. Me volví a poner loción solar y salí de nuevo hacia la playa. La misma rutina, a saber: leer, refrescarme en el mar y leer otro poco. Hacia las tres y media tenía tanto sueño que no pude mantener los ojos abiertos. Dejé el libro a un lado, me estiré y me quedé dormida.

Me desperté cuando alguien intentó levantarme. Quiero decir, literalmente. Lo curioso es que no me alarmé, al menos cuando pensé que estaba siendo raptada por algún loco de la playa. Abrí los ojos y vi un rostro duro y enfurecido que conocía muy bien. Pero incluso antes de que abriera los ojos ya lo
sabía
, no sé si por una extraña química superficial o porque reconocí inconscientemente su olor. El corazón me dio un vuelco.

Me llevaba hacia la cabaña.

—Teniente Bloodsworth —dije, como si las circunstancias exigieran un saludo.

Él me miró echando ascuas.

—Madre mía. Cállate de una vez, hazme el favor.

No me gusta que me hagan callar.

—¿Cómo me has encontrado? —Sabía que Mamá no se lo habría dicho, sencillamente porque es mi madre y habría pensado que si no era capaz de saber dónde andaba, no era su problema, y que si yo hubiera querido que él supiera dónde estaba, yo misma se lo habría dicho.

—Has pagado con tu tarjeta de crédito.

Llegó a la cabaña, que no estaba cerrada, puesto que me había instalado en la playa justo al frente, y se giró para hacerme pasar de lado. El aire acondicionado me puso la piel de gallina, en contraste con el sol que me calentaba.

—Quieres decir que le has seguido la pista a mi tarjeta de crédito, como si fuera una vulgar delincuente…

Me soltó las piernas, pero no me dejó ir por la cintura, y me cogí de su camisa para no perder el equilibrio. Acto seguido, volvió a levantarme en vilo y acercó su boca a la mía.

Creo haber mencionado que yo me derretía como si nada cada vez que Wyatt me tocaba. Habían pasado dos años, y aquello no había cambiado. Su boca era la misma y su sabor también. Estaba todo duro y caliente contra mí, y los brazos musculosos con que me rodeaba eran de acero vivo. Cada una de mis terminaciones nerviosas exigía una atención inmediata. Era como una corriente eléctrica que me traspasaba, me magnetizaba y me atraía hacia él. Hasta dejé escapar un gemido mientras le rodeaba el cuello y colgaba mis piernas alrededor de su cintura, cuando le devolvía los besos con el mismo ardor que él ponía en los suyos.

Había mil motivos para haberlo parado en ese instante, y yo hice oídos sordos a todos. La única idea coherente que me cruzó por la cabeza fue
Gracias a Dios que estoy tomando la píldora
, cosa que no había dejado de hacer desde mi anterior experiencia con él.

La parte de arriba del biquini quedó en el camino a la habitación. Con unas ganas irreprimibles de sentir su piel junto a la mía, le jalé y tiré de la camisa, y él me complació alzando primero un brazo y luego el otro para que se la quitara por encima de la cabeza. Tenía un pecho robusto y velludo, y endurecido por los músculos. Me froté contra él como una gata mientras él se apresuraba a desabrocharse el cinturón y soltarse los tejanos. Yo no era de gran ayuda, pero es que no quería parar.

Luego me dejó en la cama y me quitó la parte baja del biqy tu menteuini. Tenía los ojos vidriosos cuando me miró, estirada desnuda sobre la cama. Recorrió con la mirada hasta el último centímetro de mi cuerpo, y su mirada caliente se demoró en mis caderas y mis pechos. Me abrió las piernas y me miró. Me sonrojé, pero entonces él me metió suavemente dos dedos y me olvidé del sonrojo. Plegué las piernas y levanté las caderas cuando sentí que una ola de placer me recorría de arriba abajo.

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