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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (6 page)

—Es difícil saberlo.

Era una buena manera de no contestar. Vi que miraba el café.

—Sírvete tú mismo, por favor. —Cogí la jarra de plástico que había usado para llenar la cafetera, ahora que las dos cafeteras estaban llenas—. Iré a buscar un poco de agua para hacer más café. —Salí rápidamente del despacho y fui hasta el lavabo, donde llené la jarra y sentí una gran satisfacción.

Desde luego, no le gustaba la idea de haber dejado una impronta tan poco perdurable en mi recuerdo que ni siquiera lo reconociera. Si creía que me había pasado los últimos dos años recordándolo extasiada y llorando por todo lo que podría haber ocurrido, mi actitud le había aclarado las ideas. Pero, bueno, ¿qué se esperaba? ¿Un refrito de los viejos tiempos?

No en esas circunstancias, y no mientras él estuviera trabajando. Él era demasiado profesional para eso. Pero era indudable que había esperado que yo reaccionara a su presencia con la intimidad inconsciente que una demuestra cuando ha conocido a alguien personalmente, aunque la relación haya acabado.

Cuando salí del lavabo, los inspectores MacInnes y Forester hablaban con Wyatt en el pasillo en voz baja. Él se encontraba de espaldas a mí y, mientras estaba distraído con la conversación, tuve la oportunidad de echarle una buena mirada y diablos… volví a sentir que el corazón me daba un salto. Me paré en seco donde estaba, y me lo quedé mirando.

Wyatt no era un hombre guapo, no a la manera de mi ex marido. Jason era un guapo modelo, todo un cuerpo cincelado a mano. Wyatt parecía más bien desgastado, lo cual era de esperar teniendo en cuenta que había jugado un par de años como defensa en la liga de
football
profesional. Pero aunque no hubiera jugado, sus rasgos eran más bien duros. Tenía una mandíbula firme, su nariz rota mostraba una protuberancia en el medio y estaba ligeramente descentrada, y sus cejas eran unas líneas negras por encima de los ojos. Conservaba el cuerpo esbelto de un atleta para quien la velocidad y la fuerza son igualmente importantes, pero mientras Jason tenía un cuerpo que poseía la elegancia perfectamente delineada y fuerte de un nadador, el cuerpo de Wyatt estaba entrenado para servir de arma.

Sobre todo, liberaba una cantidad impresionante de testosterona. El buen aspecto es casi una cuestión sin importancia cuando un hombre tiene atractivo sexual, y Wyatt Bloodsworth lo tenía de sobras, al menos para mi gusto. Era pura química. Me es imposible explicarlo de otra manera.

Odio la química. No había podido tener relaciones serias con nadie en los dos últimos años debido a la dichosa «química».

Como los otros inspectores, llevaba vaqueros y una chaqueta deportiva con la corbata aflojada. Me pregunté por qué había tardado tanto en venir. ¿Lo habrían sorprendido en una cita con el
beeper
o el móvil apagados? No, él era demasiado responsable para eso, por lo cual se podía deducir que estaba lo bastante lejos como para haber tardado unas dos horas en presentarse. También había estado afuera bajo la lluvia porque tenía los zapatos y unos treinta centímetros de la parte baja de los pantalones empapados. Seguro que habría echado una mirada a la escena del crimen antes de entrar.

Los dos inspectores eran más bajos que él, y la expresión de MacInnes era escrupulosamente neutra. A los más viejos, pensé, no les gustaría demasiado la idea de ver a un hombre joven ascendiendo puestos tan rápido. Wyatt había ascendido como un cometa, sólo en parte porque era un buen poli. También era un hombre, un chico del pueblo que había llegado muy lejos, una celebridad que había jugado en el equipo de los
All-Pro
de la NFL el mismo año de su debut, y luego se había marchado para trabajar de poli en su ciudad natal después de sólo dos años en la liga profesional. Ser agente de la ley era su primer amor, declaró entonces a la prensa.

Todos sabían por qué había jugado en la liga profesional: el dinero. Los Bloodsworth eran una antigua familia adinerada, lo cual significaba que en una época habían tenido dinero aunque ahora lo hubieran perdido. Su madre vivía en una centenaria casa victoriana de trescientos cincuenta metros cuadrados, que adoraba, pero el mantenimiento era una sangría constante. Su hermana mayor, Lisa, tenía dos hijos y, aunque estaba felizmente casada y ella y su marido podían con los gastos ordinarios, les sería imposible pagar las matrículas de la universidad para sus hijos. Con espíritu pragmático, Wyatt decidió que la responsabilidad de devolver el equilibrio a la cuenta corriente de la familia recaía en él, así que dejó de lado la carrera que había soñado como policía para jugar en la liga profesional de fútbol. Un par de millones de dólares al año sería una excelente baza para restablecer la situación económica de la familia, y le permitiría cuidar de su madre, pagarles la universidad a los sobrinos, etc.

A los más veteranos del cuerpo les habría molestado, un poco por lo menos. Por otro lado, se alegraban de tenerlo en sus filas porque era un buen poli, y no estaba obsesionado con alcanzar la gloria. Utilizaba su nombre cuando le convenía al departamento, no para su beneficio personal. Y conocía a personas que era importante conocer, una más de las razones por las que había ascendido tan rápido. Wyatt podía coger el teléfono y llamar al gobernador. El jefe de policía y el alcalde tendrían que haber sido ciegos para no ver los beneficios de aquello.

Llevaba un buen rato parada ahí. Empecé a caminar hacia ellos y MacInnes me vio por el rabillo del ojo y enseguida dejó su frase a medias, por lo que me hizo cavilar sobre qué conversaban que yo no podía escuchar. Los tres se volvieron hacia mí con miradas duras.

—Perdón —murmuré, y me deslicé entre ellos para entrar en mi despacho. Me mantuve ocupada preparando otra cafetera y me pregunté si, por algún motivo, había recuperado mi posición como Sospechosa Número Uno.

Quizá no fuera necesario que llamara a Mamá. Quizá tuviera que llamar a Sianna. Su especialidad no era lo penal, pero eso no importaba. Sianna era lista, era implacable y era mi hermana. Con eso bastaba.

Fui hasta la puerta de mi despacho, me crucé de brazos y lancé una mirada de rabia al inspector MacInnes.

—Si piensan detenerme, quiero llamar a mi abogado. Y también a mi madre.

Él se rascó la barbilla y miró a Wyatt, como diciendo «
Tú, ocúpate de esto
».

—El teniente Bloodsworth contestará a sus preguntas, señorita.

Wyatt alargó el brazo y me cogió por el codo, me hizo girar suavemente y me obligó a entrar en mi despacho.

—¿Por qué no te sientas? —sugirió mientras se servía otra taza de café. Seguro que se había tomado la primera de un trago.

—Quiero llamar a…

—No necesitas un abogado —interrumpió—. Hazme el favor de sentarte.

Había algo en su tono de voz, algo diferente a la mera voz de la autoridad, que me hizo sentarme.

Él cogió la silla del otro lado de la mesa y la giró para quedar mirándome, y se sentó tan cerca que nuestras piernas casi se tocaban. Yo me retiré un poco, de esa manera mecánica que tiene una de apartarse cuando alguien se acerca demasiado. No tenía derecho a invadir mi espacio personal, eso se había acabado.

Él se percató de mi movimiento, desde luego, y apretó los labios. No sé qué debió pensar, pero cuando habló, lo hizo en un tono muy formal.

—Blair, ¿estás metida en algún lío del que no sepamos nada?

Vale, puede que aquello no fuera del todo propio de un policía; era más bien del todo inesperado. Yo pestañeé.

—¿Quieres decir, aparte de pensar que me habían disparado y, en su lugar, enterarme de que he sido testigo de un asesinato? ¿No te parece suficiente?

—En tu declaración has dicho que tuviste un incidente con la víctima por la tarde cuando le comunicaste que no se le renovaría su inscripción como cliente del club, y que ella se puso violenta.

—Así es. Y hay testigos. Ya le he dado sus nombres al inspector MacInnes.

—Sí, ya lo sé —dijo él, paciente—. ¿Te amenazó?

—No, quiero decir, me dijo que su abogado se pondría en contacto conmigo, pero eso no me inquietaba.

—No hizo ninguna amenaza de que te haría daño físicamente.

—No, ya les he contado todo eso a los inspectores.

—Lo sé. Pero ten paciencia. Si no te amenazó físicamente, ¿por qué pensaste que corrías algún tipo de peligro cuando viste su coche aparcado ahí atrás?

—Porque es… era… una psicópata. Copiaba todo lo que yo hacía. Se tiñó el pelo del mismo tono que el mío. Empezó a vestirse igual que yo, se hizo el mismo peinado, los mismos pendientes. Incluso se compró un descapotable blanco porque yo tengo uno igual. A mí me ponía los pelos de punta.

—Entonces, ¿te admiraba?

—No lo creo. Creo que me odiaba. Hay varios clientes que piensan lo mismo.

—Entonces, ¿por qué te imitaba?

—¿Quién sabe? Quizá no fuera capaz de adoptar un aspecto propio, así que copiaba a otras personas. No era demasiado brillante. Era lista, pero no brillante.

—Entiendo. ¿Alguien más te ha amenazado?

—Desde que me divorcié, no. —Me miré el reloj con gesto de impaciencia—. Teniente, estoy agotada. ¿Cuánto tiempo más tendré que quedarme aquí? —Para empezar, cuando todos los polis hubieran salido del edificio. Sólo entonces podría cerrar. Seguro que habrían delimitado el perímetro del aparcamiento trasero con cinta amarilla de la policía, pero supuse que antes me dejarían sacar mi coche.

Entonces pensé que era probable que acordonaran todo el edificio y los dos aparcamientos. No podría abrir al día siguiente, ni tampoco al otro. O quizá no podría abrir antes de que pasara mucho más tiempo.

—No falta mucho —dijo Wyatt, obligándome a volver mi atención hacia él—. ¿Cuándo te divorciaste?

—Hace cinco años. ¿Por qué me lo preguntas?

—¿Tu ex marido te ha creado problemas?

—¿Jason? Dios mío, no. Ni siquiera he vuelto a verlo desde el divorcio.

—Pero ¿te amenazó entonces?

—Fue un divorcio. Me amenazó con destrozarme el coche. Nunca lo hizo, por cierto. —En realidad, me amenazó con destrozarme si alguna vez yo hacía pública cierta información. Yo respondí amenazándolo que haría pública cierta información si no se callaba la boca y me daba todo lo que yo le pedía. O al menos Siana lo amenazó. Sin embargo, no creía que Wyatt debiera saber todo eso. Eso pertenece a la categoría de Demasiada Información.

—¿Tienes algún motivo para pensar que te guarda rencor por algo?

Oh, al menos eso esperaba yo. Era el motivo por el que todavía conducía el Mercedes descapotable. Pero negué con un gesto de la cabeza.

—No veo por qué. Volvió a casarse hace unos años y, por lo que sé, es muy feliz.

—¿Y nadie más te ha amenazado de ninguna otra manera?

—No. ¿Por qué me haces todas estas preguntas?

Era imposible descifrar su expresión.

—La víctima iba vestida casi idéntica a ti. Conducía un descapotable blanco. Cuando te vi y me di cuenta de las similitudes, se me ocurrió que, finalmente, era posible que el verdadero blanco fueras tú.

Me quedé mirándolo boquiabierta.

—Imposible. Quiero decir, yo
creí
que me estaban disparando, pero sólo porque pensé que Nicole estaba chalada. Es la única persona con la que he tenido problemas.

—¿No has tenido ningún enfrentamiento que quizás hayas visto como algo sin importancia pero que otra persona se haya podido tomar más en serio?

—No, ni siquiera un enfrentamiento de nada. —Como vivo sola, mi vida tiende a ser bastante apacible.

—¿Es posible que alguno de tus empleados esté enfadado contigo por algún motivo?

—No que yo sepa y, en cualquier caso, todos me conocen personalmente. Y todos conocen a Nicole. Es imposible que uno de ellos me confundiera con ella. Además, todos saben dónde aparco, y no es en la parte trasera del aparcamiento. No creo que esto tenga nada que ver conmigo, aparte de haber estado ahí en el momento indebido. No puedo ayudarte y señalarte a alguien que quizá me la tenga jurada. Además, Nicole era el tipo de persona que se metía sistemáticamente con los demás.

—¿Conoces a alguna de esas personas?

—Molestó a todas las mujeres clientes de Cuerpos Colosales, aunque a los hombres solía agradarles porque tenía esa manera de ser, como una gatita inocente. En cualquier caso, te aseguro que el que disparó era un hombre, lo cual parece un mal asunto, pero que nos trae a la cuestión de los celos. Nicole es… era… el tipo de mujer que se entregaría al juego de los celos.

—¿Conocías a alguno de sus amigos, o había alguien en especial?

—No, no sé nada de su vida privada. No éramos buenas amigas, ni mucho menos. Nunca hablábamos de cuestiones personales.

Wyatt no me había quitado la mirada de encima en ningún momento, lo cual empezaba a ponerme nerviosa. Veréis, tiene los ojos de un color muy pálido, ese tono de verde que resalta si la persona tiene el pelo y las cejas oscuras, como en este caso. En un hombre rubio, unos ojos así no se notarían tanto, a menos que se tiñera las pestañas y las cejas con tintes oscuros. Qué importa. Wyatt no era el tipo que se teñiría. En cualquier caso, su mirada era penetrante. Cuando se me quedaba mirando, me sentía como clavada.

No me gustaba tenerlo tan cerca. Me desenvolvía mucho mejor cuando guardaba cierta distancia. Si hubiéramos tenido una relación, habría sido diferente, pero no la teníamos. Y, después de mi última experiencia con él, no estaba dispuesta a jugármela en el terreno emocional con alguien que se portaba de esa manera tan radical. Sin embargo, estaba tan cerca que podía sentir el calor de sus piernas, así que me aparté otros cuantos centímetros. Mejor. No era lo ideal, pero estaba mejor.

Maldito sea, ¿por qué no se habría quedado afuera bajo la lluvia? El inspector MacInnes ya sabía cómo ocuparse de las cosas ahí dentro. Si Wyatt se hubiera quedado afuera, yo no estaría teniendo esos recuerdos tan punzantes de cómo olía su piel, de cómo sabía, los ruidos que hacía cuando se ponía…

No, prohibido internarse por ese camino. Porque cuando él se ponía… yo me ponía igual.

—¡Blair! —dijo, en un tono un tanto enérgico.

Yo di un respingo y volví a concentrarme, con la esperanza de que no se hubiera dado cuenta de por dónde divagaban mis pensamientos.

—¿Qué?

—¿Te he preguntado si viste detenidamente la cara del hombre?

—No, todo eso ya se lo he contado al inspector MacInnes —insistí. ¿Cuánto tiempo se dedicaría a hacerme preguntas que ya había contestado?—. Estaba oscuro y llovía. Yo me di cuenta de que era un hombre, pero nada más. El coche era de un color oscuro y de cuatro puertas, pero no sabría decirte ni la marca ni el modelo. Lo siento, pero aunque entrara en el despacho en este mismo momento, no sería capaz de identificarlo.

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