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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Lennox (38 page)

Una vez más sentí que la habitación estaba demasiado iluminada, los colores eran demasiado intensos, los bordes demasiado afilados.

—Tengo que sentarme —dije y me desplomé sobre un sillón de cuero. Jonny me trajo agua de una jarra que estaba sobre el mostrador.

—¿Este cabrón se encuentra bien? —preguntó Sneddon. Su tono solícito me conmovió.

—Estoy bien —dije. Bebí un sorbo grande de agua—. ¿Saben lo que me gusta de ustedes, amigos? Son exactamente quienes dicen ser. Yo sé que cada uno de ustedes es quien es, un cabrón completamente corrupto.

—Lennox… —dijo Jonny en tono de advertencia.

—No —continué de la manera más alegre que pude—. Es algo bueno, lo he dicho como un cumplido. Miren, cada uno de los otros cabrones con los que he tenido que tratar era otra persona, no quienes decían que eran.

—Lennox, lo que dices no tiene sentido. —El tono de Jonny había pasado a ser de preocupación. No preocupación porque mi salud se hubiera deteriorado, sino porque estuviera a punto de hacerlo, de manera repentina e irrevocable, si no apaciguaba a Sneddon y a Murphy.

—Pero ésa es la cuestión —continué—. Nada tenía sentido. Que Frankie McGahern tratara de atacarme con McNab allí de testigo no tenía sentido. Que Frankie se quedara a esperar que le aplastaran la cabeza en su garaje no tenía sentido. Pero sí lo tiene si nadie es quién crees que es. Es bastante obvio si piensas en ello. Mellizos. Tam era el cerebro, un Rata del Desierto condecorado, ex miembro de la Fuerza Gideon… y para Frankie no había ninguna esperanza.

—¿Esto tiene que ver con tu teoría de que fue a Frankie a quien le dieron por el culo en el apartamento de arriba del Highlander, y no Tam? —preguntó Sneddon. Me alivió ver que se servía un vaso de la botella de whisky en lugar de blandiría contra Murphy.

—Sí que era Frankie. Al principio creí que se trataba de un caso de identidad errada: que fue un simple accidente el que Frankie estuviera allí en lugar de Tam. Ellos lo hacían como un juego, ¿saben? Eso dice Wilma, la puta que estaba allí aquella noche. Tam convencía a Frankie de que se acostara con ella cada tanto para ver si ella notaba la diferencia. Muy gracioso. Pero no era eso. A Frankie le tendieron una trampa, igual que a John Andrews y a media docena de tipos. Frankie era el hermano mellizo de Tam, su carne y su sangre, pero para Tam lo único que representaba era una cara igual a la suya y por lo tanto su billete para salir de un aprieto. Tam había planeado un gran golpe: el robo de todas esas metralletas Sterling-Patchett, si bien debido a los compradores que había conseguido para esas armas estaba recibiendo la presión de una banda que no cejaría hasta encontrarlo y matarlo.

—No tardaron mucho —dijo Jonny—. Si Frankie era Tam, entonces se lo cargaron pocas semanas después.

—En este caso, nadie es quien ustedes creen que es. Tam McGahern sigue vivito y coleando.

—¿Entonces quién coño era ese al que le aplastaron la cara…? —Sneddon se dio cuenta de lo que significaba lo que acababa de decir y no completó la oración.

—Exacto. La cara aplastada. Y Tam McGahern había hecho esfuerzos extraordinarios para asegurarse de que ni sus huellas digitales ni las de su hermano estuvieran registradas en ningún expediente. Mi suposición es que el cabrón con la cara destrozada era el ex comandante de Tam, un vago llamado Jimmy o Jamie Wallace. Wallace proporcionó gran parte de la información y el conocimiento necesario para este trato. También proporcionó un cadáver de un tamaño y una tez más o menos correctos.

—Pero esto no es como lo de los mellizos —dijo Murphy—. La primera vez era alguien que parecía idéntico al tipo verdadero; la segunda vez han de darse cuenta de que tienen al cliente equivocado. ¿O me estás diciendo que en realidad eran trillizos?

—No. Estoy diciendo que los tipos que cometieron el asesinato en el apartamento sobre el Highlander no fueron responsables del segundo homicidio. Fue el mismo Tam McGahern: le aplastó la cara a Wallace y lo vistió como Frankie.

—¿Entonces McGahern está escondido en alguna parte? —preguntó Jonny—. ¿O habrá salido de la ciudad? Dios sabe que no puede aparecer por Glasgow.

—El otro día salí con una chica —dije—. Fuimos a ver una película con Jack Palance y ella dijo que yo le recordaba a él. Yo le expliqué que había una buena razón. Un piloto de bombardero ucraniano-estadounidense de apellido impronunciable se niega a eyectarse de su avión en llamas. Muy heroico, pero se quema toda la cara. Meses de cirugía plástica no consiguen corregírsela y la piel le queda muy tensa, pero le da un aspecto único. Adiós, Volodymyr Palahniuk, hola, Jack Palance. La razón por la que me parezco a él es que yo estaba cerca de una granada cuando estalló y me dio en la cara. Terminé con la cara tensa, pómulos prominentes, etcétera.

—¿En serio? —dijo Murphy, con los ojos bien grandes de asombro—. Eso es absolutamente fascinante, mierda. Ahora, ¿vas a ir al puto grano? Porque si no, haré que los muchachos te bailen encima de la cara. Así podrás entretener a cualquier zorra con la historia de cómo terminaste igual que el condenado Lon Chaney.

—El grano es que Tam McGahern ya no enseña su cara en Glasgow, porque no la tiene. Tam y Sally Blane, o Lillian Andrews, como se hace llamar ahora, organizaron toda la operación con las chicas y atraparon a un montón de personas importantes, incluso, me parece, a un policía de alto rango. En cualquier caso, uno de sus objetivos era un cirujano plástico llamado Alexander Knox. Tam no quería su dinero, sólo una cara nueva. Ya le había arreglado la cara a Lillian después de un accidente de coche y lo habían obligado también a recomponer la de uno de los compañeros del ejército de Tam. Pero yo creo que Tam no lo hizo por lealtad hacia su camarada… Sólo quería evaluar cuán brillante era Knox. La cuestión es que Tam McGahern anda con una identidad nueva acompañada de una cara nueva.

—¿Y tú cómo has deducido todo esto? —preguntó Sneddon.

—¿Qué puedo decir? Soy un genio. A eso hay que añadirle que parte de la historia me la contó una puta con clase que se hace llamar Lizzie. Pero yo apuesto a que ella es otra persona, como todos los otros cabrones. Así como Tam se hizo pasar por Frankie y Sally se hizo pasar por Lillian, creo que Margot Taylor, la hermana de Sally, se hace pasar por Lizzie. Eso, a su vez, significa que al menos la mitad de lo que ella me contó es ficción. —Hice una pausa para beber otro sorbo de agua—. Sí, creo que el choque existió y que el resultado fue una cara un poco destrozada, pero no me parece que Margot haya muerto. Aunque podría estar equivocado. Lo importante es que Margot y Rally, haciéndose pasar por Lillian, ayudaron a Tam a montar esta trampa con las chicas. Pero no estaban solos. Arthur Parks participó. Les mandaba a algunos clientes y a un par de sus mejores chicas. En un momento pensé que una vez que Tam y Lillian obtuvieron lo que querían de la operación, Arthur Parks sería un excedente, de modo que lo mataron. Pero eso no encaja con la manera en que murió. A Parks lo mató alguien que quería sacarle información, no fue una muerte rápida. Ahora creo que o bien fueron los nuevos socios de Tam o esos tipos muy profesionales que creyeron que habían matado a Tam aquella noche en el piso de arriba del Highlander. A Ronnie Smails se lo cargó el mismo que asesinó a Arthur Parks.

—¿A Smails lo torturaron? —preguntó Jonny.

—No. Y eso no encaja. Todavía.

—¿Entonces quiénes son los de esta banda altamente profesionalizada de la que no dejas de hablar? —Sneddon encendió un cigarrillo y me miró fríamente. Escépticamente, pensé.

—Éste es el punto en que todo se vuelve muy político. Y la razón por la que a ustedes los arrestaron. —Tomé otro sorbo grande de agua. La cabeza comenzaba a dolerme de nuevo y todo seguía pareciendo irreal, como si estuviera separado de mí mismo y estuviera oyendo mis propias palabras como pronunciadas por otra persona—. Yo sé adónde se dirigen las armas robadas. No sé cuándo, pero sé cómo y puedo arriesgar una corazonada sobre en qué barco van a partir. Tengo una amiga que me dijo que estaba harta de Glasgow y de la forma en que nadie puede ver más allá de los límites de la ciudad. Bueno, Tam McGahern sí lo hizo. Luchó en Oriente Medio y vio décadas de combates en el futuro y las oportunidades que esos combates le ofrecían. Tam era ambicioso, pero cada vez que trataba de cumplir sus ambiciones terminaba en el camino de los Tres Reyes. Así que decidió esquivarlos, ir más allá de sus horizontes. Esas armas robadas pronto estarán camino de Aqaba, Jordania, y supongo que de allí irán a parar directamente a manos de insurgentes árabes.

Les concedí un momento para que comprendieran lo que acababa de contarles.

—Creo que Tam lleva más de un año con esto —continué—. Empezó con excedentes del ejército, armas viejas y fuera de servicio. Pero los árabes se enfrentan a uno de los ejércitos mejor equipados y más disciplinados del mundo, y Tam vio la oportunidad de hacerse de oro. De dar un solo golpe muy grande que le serviría para obtener una cara nueva y una vida en otro país, Estados Unidos. Así que planeó este robo con Jackie Gillespie y consiguió el talento y el dinero extra que necesitaba mediante el chantaje. Diría que hay por lo menos un miembro de alto rango del Ejército británico en su lista.

—Todo esto suena muy elaborado —dijo Sneddon—. Un poco demasiado ambicioso para un par de capullos
taig
. No te ofendas, Murphy.

Martillo Murphy no respondió sino que mantuvo su mirada de odio asesino hacia Sneddon. Sobre todos.

—Muy ambicioso —continué—. Las armas robadas no son un par de rifles viejos. Hablé con un amigo mío militar; él me contó que se encargaron el año pasado para que fueran las nuevas armas ligeras del ejército. La ametralladora Sterling-Patchett L2A1 es capaz de disparar quinientas cincuenta balas por minuto, y los árabes están desesperados por echarle el guante a esta clase de material. Tam encontró oro, pero la razón por la que necesitaba una cara nueva y un comienzo nuevo es que sabía que los israelíes ya lo tenían en la mira y no cejarían hasta encontrarlo. Ésa es la pandilla profesional, señor Sneddon. El Mossad, si no me equivoco. Y por eso ustedes tres están de mierda hasta las orejas. La Policía de la Ciudad de Glasgow va a recibir tremendas presiones para aclarar todo esto. No tengo la menor idea de cuánto sabrán sobre el destino de las armas o la participación de los israelíes, pero estoy bastante seguro de que habrán adivinado que las armas van a Oriente Medio.

Hice una pausa. La cabeza me dolía otra vez y sentía náuseas. Bebí más agua. Noté que todos miraban a Jonny Cohen.

—¿Qué? —dijo, con el rostro nublado por la ira y la incredulidad—. ¿Creéis que porque soy judío tengo algo que ver con esto? El que Murphy sea un jodido «comedor de patatas» no significa que trafique con armas para el IRA.

—Tranquilo, Jonny —dije, y luego me volví a los otros—. Jonny tiene razón. El Mossad sólo trabaja con sus propios operativos.

—¿Y uno de ellos es el tipo con el que te topaste en Perth? —preguntó Sneddon.

—Sí. Se hacía llamar Powell y se parecía a Fred MacMurray. Él y sus camaradas han estado metidos en esto desde el principio. Ellos fueron los que mataron a Frankie McGahern pensando que se trataba de Tam. Pero no es fácil engañarlos, así que secuestraron a Wilma y se enteraron por ella de que habían asesinado al McGahern equivocado.

—¿Entonces dices que ellos torturaron y mataron a Parky? —preguntó Sneddon.

—Es posible. Pero me parece que hay algo más en eso. Hay un holandés en todo este embrollo, un tipo grandote y rico. Creo que él fue el intermediario en la venta de las armas.

—¿De ahí los viajes de McGahern a Ámsterdam? —volvió a preguntar Sneddon.

—Ésa es mi suposición.

—Bueno —dijo Murphy—. Esos condenados judíos nos han metido en un montón de problemas. Digo que nos venguemos.

Me reí de Murphy y él me recordó con una mirada amenazadora que no estaba acostumbrado a esa experiencia.

—No lo entiende, ¿verdad? —dije—. Hace apenas ocho años murieron seis millones de judíos en Europa, tal vez más. Algunos millones más quedaron sin hogar o totalmente hechos mierda. Hoy en día lo único que los judíos saben es que se produjo un intento muy serio y casi logrado de borrarlos de la faz de la tierra. Podrán llamarlos susceptibles, pero al parecer se enfadaron mucho por todo aquello. Ha de metérselo en la cabeza, señor Murphy… Todos ustedes… Las personas de las que sugiere vengarse son los cabrones más duros, más pesados, más letales, más implacables que han pisado la tierra. No sé cuál es el lema del Mossad, pero puedo suponerlo: «Nadie jode a los judíos nunca más».

—¿Entonces qué hacemos?

—Hay tres barcos que McGahern ha utilizado para mandar armas a Jordania. Todo a través de la empresa de transportes de John Andrews. Lo único que tengo que averiguar es cuándo planean trasladar las armas.

—¿Y luego qué? —preguntó Jonny Cohen.

—Una de dos. Podemos poner sobre aviso a la policía para que capture a McGahern y compañía en el acto, o ustedes pueden combinar todas sus fuerzas y atacarle juntos. Luego nos deshacemos de las armas y le decimos a la policía dónde encontrarlas. La solución ideal sería ponernos en contacto con los muchachos del Mossad. Ellos son más que capaces de ocuparse de todo. Por desgracia al parecer olvidaron poner su número en la guía telefónica.

—Una decisión jodidamente fácil —dijo Murphy—. Se lo contamos a la policía y que ellos corran con todos los riesgos. Y tal vez así empiecen a dejarnos en paz a nosotros.

—Eso sería ideal… Pero, como he dicho, tengo la extraña sensación de que McGahern tiene a un policía en su nómina. Es posible que ese policía los ponga sobre aviso y en ese caso estaríamos como al principio.

—Entonces la forma de solucionarlo sería un puto baño de sangre en los muelles… ¿Eso es lo que sugieres? —preguntó Murphy.

—Escuche, la alternativa es que ustedes pierdan sus coronas. Hasta ahora esto ha sido un juego de cuatro partes: sus tres organizaciones y la policía. Y seamos honestos, amigos, todos ustedes tienen al menos a un par de policías en el bolsillo. Pero Tam McGahern ha elevado las apuestas, y la temperatura. Como estas armas han desaparecido, Glasgow estará a reventar de tíos del Ministerio de Defensa, Divisiones Especiales e Inteligencia Militar. Añadámosle a eso que aquí hay una división de asesinos profesionales del Mossad y, podría suponer, unos cuantos árabes para vigilar de cerca el trato.

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