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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

Las nieblas de Avalón (19 page)

BOOK: Las nieblas de Avalón
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—¿Envenenado?

—Isolda (y yo le confiaría mi vida, señora) jura que sólo puso hierbas inofensivas en la sopa. Sin embargo, cayó enfermo, como si le hubieran añadido setas venenosas. Pero ¿cómo pudo suceder? Ella sabe distinguir las comestibles de las otras, y todavía tiene buena vista. ¿Crees que alguien está conspirando contra la vida de mi hermano, señora Viviana?

La sacerdotisa la atrajo hacia sí.

—Vine porque recibí una advertencia. Aún no he preguntado de dónde viene el peligro; no tuve tiempo. ¿Todavía tienes la videncia, Morgana? La última vez que nos vimos me dijiste…

La niña bajó la mirada al suelo, ruborizada.

—Me ordenaste no hablar de eso. E Igraine dice que tengo que pensar en cosas reales, no en sueños, así que he tratado…

—De momento, Igraine tiene razón: no tienes que hablar ociosamente de estos temas con los que sólo han nacido una vez. Pero conmigo puedes hablar siempre libremente. Mi videncia sólo puede enseñarme lo que incumbe a la seguridad de la isla Sagrada, pero el hijo de Uther es hijo de tu madre y, por medio de ese vínculo, tu videncia podrá determinar quién trata de matarlo. Bien saben los dioses que Uther tiene muchos enemigos.

—Pero no sé utilizarla.

—Yo te enseñaré, si lo deseas —dijo Viviana.

La niña levantó la mirada, atemorizada.

—Uther ha prohibido hechicerías en su reino.

—Uther no es mi amo —replicó la sacerdotisa lentamente—. Y nadie puede mandar sobre la conciencia de otra persona. Sin embargo… ¿crees que es ofender a Dios tratar de descubrir si alguien conspira contra tu hermano?

—No, no creo que sea malo. —Morgana tragó saliva. Finalmente dijo—: Y no creo que tú me indujeras a hacer nada incorrecto, tía.

Una punzada de dolor atravesó el corazón de Viviana. ¿Qué había hecho para ganar aquella confianza? Lamentaba con toda el alma que esa niña no fuera su hija, la que nunca había podido ofrecer a la isla Sagrada.

«¿Estoy dispuesta a ser implacable también con ella? ¿Puedo adiestrarla con rigor o mi cariño me hará menos inflexible de lo necesario para preparar a una suma sacerdotisa? ¿Puedo usar su amor por mí, que no merezco, para ponerla a los pies de la Diosa?»

Usando años de disciplina, esperó a que su voz sonara límpida y perfectamente firme.

—Así sea, pues. Tráeme un cuenco de plata o de bronce, totalmente limpio y restregado con arena, y llénalo de agua de lluvia fresca. Una vez que hayas terminado, no hables con nadie, hombre o mujer.

Serenamente sentada junto al fuego, aguardó el regreso de Morgana.

—Tuve que restregarlo yo misma —dijo la niña, ofreciéndole una jofaina reluciente, llena hasta el borde de agua limpia.

—Ahora suéltate el pelo, Morgana.

La miró con curiosidad, pero Viviana dijo con voz severa:

—Sin preguntas.

Morgana se quitó la horquilla de hueso y largos mechones, gruesos, oscuros y completamente lacios, cayeron en masa en los hombros.

—Ahora quítate todas las joyas y ponlas aquí, lejos de la jofaina.

La niña tiró de los dos pequeños anillos sobredorados que llevaba en un dedo y desprendió el broche de su sobreveste. Sin comentarios, Viviana le ayudó a quitársela. Luego, abrió un saquito que llevaba colgado al cuello y sacó una pequeña cantidad de hierbas molidas que despedían un olor dulzón. Después de echar unos cuantos pellizcos en el agua, dijo en tono grave y neutro:

—Mira dentro del agua, Morgana. Serena tu mente y dime qué ves.

Su sobrina se arrodilló frente al cuenco, mirando atentamente la superficie clara. El cuarto estaba muy silencioso, tanto que se oía el leve chirriar de algún insecto en el patio. Entonces Morgana dijo, con voz vacilante:

—Veo una barca. Tiene colgaduras negras y en ella van cuatro mujeres… Cuatro reinas, pues llevan corona… y una de ellas eres tú… ¿o yo?

—Es la barca de Avalón —explicó Viviana—. Sé lo que ves. —Pasó levemente la mano por el agua—. Mira otra vez, Morgana.

En esa ocasión el silencio fue más prolongado. Al fin, la niña dijo:

—Veo ciervos, una gran manada de ciervos, y un hombre entre ellos con el cuerpo pintado… Lo atacan con los cuernos…, oh, ha caído, lo matarán…

Su voz tembló otra vez y Viviana volvió a pasar la mano por la superficie del agua.

—Basta —ordenó—. Ahora verás a tu hermano.

Volvió a quedar en silencio, un silencio que se alargaba pesadamente. Viviana sintió el cuerpo entumecido por la tensión de la inmovilidad, pese a la disciplina aprendida. Por fin Morgana murmuró:

—Qué inmóvil está… pero respira y pronto despertará. Veo a mi madre… No, no es mi madre, es tía Morgause, con todos sus hijos… Son cuatro…, qué extraño, todos llevan corona… y hay otro que tiene una daga… ¿por qué es tan joven? ¿Es hijo suyo? Oh, va a matarlo, va a matarlo… ¡Oh, no!

Su voz se elevó hasta el grito. Viviana la tocó en el hombro.

—Basta —dijo—. Despierta, Morgana.

La niña cabeceó como un cachorro que se desperezara después del descanso.

—¿He visto algo? —preguntó.

Su tía asintió con la cabeza.

—Algún día aprenderás a ver y recordar —dijo—. Por ahora es suficiente.

Ya estaba preparada para enfrentarse a Uther y a Igraine. Hasta donde ella sabía, Lot de Orkney era un hombre honorable y había jurado apoyar a Uther. Pero si el Pendragón moría sin heredero… Morgause ya le había dado dos hijos varones y probablemente habría más, puesto que la niña había visto cuatro. En el pequeño reino de Orkney no había lugar para cuatro príncipes. Al llegar a la edad adulta los hermanos se arrancarían mutuamente los ojos. Y Morgause… Viviana recordó con un suspiro la desmedida ambición de su hermana menor. Si Uther moría sin heredero, el candidato más lógico para el trono sería Lot, el cuñado de la reina. Sería el gran rey y sus hijos, herederos de los reinos menores.

¿Se rebajaría Morgause a conspirar contra la vida de un niño? Viviana no quería pensar eso de la criatura que ella misma había amamantado. Pero Morgause y Lot, juntos, con sus ambiciones… No sería difícil sobornar a un mozo de cuadra o introducir a uno de sus hombres en la corte de Uther, con órdenes de poner al niño en peligro con toda la frecuencia posible.

«Todos nuestros planes pudieron haber fracasado en un momento.»

A la hora de la cena encontró a Uther solo a la mesa principal, mientras los vasallos y los criados comían pan con tocino en otra. Se levantó para saludarla cortésmente.

—Igraine aún está con su hijo, cuñada; le imploré que se acostara, pero dijo que dormirá cuando el niño recobre la conciencia.

—Ya he hablado con ella, Uther.

—Ah, sí, me dijo que le disteis vuestra palabra de que vivirá. ¿Os parece prudente? Después de eso, si muriera…

Estaba ojeroso y preocupado. No parecía haber envejecido desde su boda con Igraine; su pelo era tan rubio que nadie sabía si estaba encanecido o no. Vestía lujosamente y se afeitaba a la manera romana. Aunque no portaba corona, lucía en los brazos dos ajorcas de oro puro y un collar del mismo material.

—Esta vez no morirá. Tengo alguna experiencia en lesiones de cabeza. Y los golpes del cuerpo no llegan a los pulmones. En uno o dos días estará corriendo.

Uther se relajó un poco.

—Si descubro quién soltó la yegua… ¡Tendría que despellejarlo a azotes por haber montado a Trueno

—No tendría sentido. Ya ha pagado el precio de su desobediencia —dijo Viviana—. Pero tendríais que tenerlo más vigilado.

—No puedo hacerlo vigilar día y noche —dijo Uther con mala cara—. Me ausento con mucha frecuencia para hacer la guerra. Y un niño tan mayor no puede vivir pegado a las faldas de su aya. No es la primera vez que estamos a punto de perderlo.

—Eso me dijo Morgana.

—Mala suerte, mala suerte. El hombre que sólo tiene un hijo varón está siempre a merced de cualquier golpe de mala suerte. Pero estoy faltando a la cortesía. Sentaos a mi lado y compartid mi plato, si deseáis. Sé que Igraine deseaba mandaros llamar y le di autorización para enviar a un mensajero. Pero habéis acudido mucho antes de lo que podíamos imaginar. ¿Es cierto, pues, que las brujas de la isla Sagrada pueden volar?

Viviana rió entre dientes.

—¡Ojalá pudiera! ¡Así no habría destrozado en el pantano dos pares de buen calzado! —Cogió un trozo de pan y algo de mantequilla— Vos, que lleváis serpientes en las muñecas, tendríais que saber que no se puede dar crédito a esas viejas tabulas. Pero entre Igraine y yo hay un vínculo de sangre y cuando me necesita, lo sé.

Uther apretó los labios.

—Demasiado he tenido de sueños y brujerías. No quiero más en toda mi vida.

Eso acalló a su cuñada, tal como él pretendía. Viviana se dejó servir cordero salado y habló cordialmente sobre las verduras frescas, las primeras del año. Después de comer con mesura dejó su cuchillo, diciendo:

—No importa cómo llegué aquí, Uther: fue buena suerte y eso es señal de que vuestro hijo está bajo la protección de los dioses porque será imprescindible.

—No puedo esperar mucho más de la buena suerte —dijo él, con voz tensa—. Si en verdad sois hechicera, cuñada, os ruego que deis a Igraine alguna pócima contra la esterilidad. Cuando nos casamos pensé que me daría muchos hijos, pero sólo hemos tenido uno y ya tiene seis años.

«Está escrito en las estrellas que no tendrás otro varón», pensó Viviana, pero en cambio dijo:

—Hablaré con Igraine para asegurarme de que no sea alguna enfermedad lo que le impide concebir.

—Oh, concibe sin dificultad, pero no puede gestar a la criatura durante más de una o dos lunas. Y uno que llegó a nacer se desangró cuando le cortaron el cordón umbilical —explicó Uther, ceñudo—. Tal vez fuera lo mejor, porque era deforme. Si pudierais hacerle algún hechizo para lograr un hijo sano… No sé si creo en esas cosas, pero estoy dispuesto a asirme a un clavo ardiendo.

—No cuento con esos hechizos —dijo Viviana compadecida—. Y en todo caso, no puedo entrometerme en el destino. ¿No os lo ha dicho vuestro sacerdote?

—Oh, sí. Pero mi sacerdote no tiene que gobernar un reino que caerá en el caos si muero sin heredero. ¡Ésa no puede ser la voluntad de Dios!

—Nadie sabe cuál es la voluntad de Dios. Pero me parece obvio que tenéis que cuidar la vida de este pequeño, puesto que ha de ocupar el trono.

Uther apretó los labios.

—Dios no lo permita —dijo—. El niño es bueno y prometedor, pero no puede heredar el trono de Britania. Todo el mundo sabe que fue engendrado cuando Igraine aún estaba casada con Gorlois. Y nació una luna antes de lo que habría debido. Claro que era pequeño y debilucho, como los niños que salen del vientre antes de tiempo, pero no puedo dar esas explicaciones a todos los que estaban contando con los dedos, ¿verdad?

—Se parece mucho a vos —observó Viviana—. ¿Creéis que en esta corte todos son ciegos?

—¿Y los que nunca han estado en la corte? No: es preciso que tenga un heredero de nacimiento sin mácula. Igraine tiene que darme un hijo varón.

—Dios así lo quiera —dijo la sacerdotisa—. Pero no podéis imponerle vuestra voluntad ni permitir que se pierda la vida de Gwydion. ¿Por qué no lo enviáis a Tintagel? Si lo mandáis tan lejos, a cargo de vuestro vasallo de mayor confianza, todos pensarán que es realmente hijo de Gorlois y que no tenéis la intención de nombrarlo gran rey. Tal vez así no se molesten en conspirar contra él.

Uther frunció el entrecejo.

—Aunque lo enviara a Roma o al país de los godos, sólo estará a salvo cuando Igraine me haya dado otro hijo varón.

—Y con los peligros del viaje, eso no es práctico —reconoció Viviana—. Tengo otra sugerencia. Enviadlo a Avalón. Allí nadie puede entrar, salvo los fieles que sirven a la isla Sagrada, y aprenderá todo lo que tiene que saber sobre la historia de este país, su destino y el de Britania. Ninguno de vuestros enemigos sabe dónde está la isla; en Avalón no sufriría ningún daño.

—Así estaría a salvo, pero no es posible, por razones prácticas. Mi hijo ha de ser educado en la fe cristiana. La Iglesia es poderosa y no aceptaría a ningún rey…

—¿No habéis dicho que no puede sucederos? —observó con sequedad.

—Bueno, la posibilidad existirá mientras Igraine no tenga otros varones —manifestó el rey desesperado—. Si se educa entre los druidas… Los sacerdotes dirán que eso es maligno.

—¿Os parezco maligna, Uther? ¿Os lo parece Merlín?

Le miraba directamente a los ojos. Él bajó la mirada.

—No, por supuesto. Pero yo también desconfío de la magia de Avalón. —Con un gesto nervioso, tocó las serpientes tatuadas en sus brazos—. En aquella isla vi cosas que harían palidecer a cualquier cristiano. Y cuando mi hijo sea hombre, toda esta isla será cristiana. No habrá necesidad de que el rey entienda de esas cosas.

Viviana tuvo deseos de gritarle: «¡Estúpido! No fueron tus curas cristianos los que te pusieron en ese trono, sino Merlín y yo.» Pero de nada serviría discutir.

—Tenéis que hacer lo que vuestra conciencia os indique, Uther. Pero os ruego que lo pongáis bajo la tutela de alguien de confianza en un lugar secreto. Divulgad que preferís criarlo en el anonimato, lejos de los halagos que rodean en la corte a un príncipe; eso es muy común. Haced creer que va a la baja Britania, como mi hijo Galahad, que pronto irá a educarse en la corte de Ban, su padre. Luego enviádselo a uno de vuestros vasallos más pobres y dignos de confianza.

Uther asintió lentamente.

—Para Igraine será un gran dolor separarse del niño —dijo—, pero un príncipe tiene que ser educado como convenga a su futuro y adiestrado en cuestiones militares. Ni siquiera a vos, cuñada, os diré dónde he de enviarlo.

Viviana sonrió para sí, pensando: «¿De verdad crees que podrías ocultármelo si yo deseara saberlo?» Pero era demasiado diplomática para decirlo en voz alta.

—Tengo otro favor que pediros, cuñado —dijo—. Dadme a Morgana para que la eduque en Avalón.

Él la miró fijamente y negó con la cabeza.

—Imposible.

—¿Qué es imposible para un gran rey, Pendragón?

—Para Morgana sólo hay dos caminos posibles. Casarse con un hombre completamente leal a mí o, si no encuentro a semejante aliado, tomar el hábito de monja.

—No parece lo bastante religiosa para ser buena monja.

Uther se encogió de hombros.

—Con la dote que puedo darle, cualquier convento la aceptará con gusto.

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