Las corrientes del espacio (9 page)

Lo que se hubiera considerado delito en otros mundos, era prácticamente inexistente aquí, en la oscuridad. Los pobres estaban fácilmente a mano pero no había nada que sacar de ellos y los ricos estaban fuera de alcance.

Terens siguió avanzando, y al pasar por debajo de una de las aberturas del cementoide superior no pudo menos que levantar la vista.

¡Fuera de alcance! ¿Estaban realmente fuera de alcance? ¿Cuántos cambios de actitud respecto a los Nobles de Sark había experimentado durante su vida? De chiquillo no había sido más que un chiquillo. Los patrulleros eran unos monstruos vestidos de plata y negro, de los cuales se huía, hubiese uno hecho algo malo o no. Los Nobles eran superhombres legendarios y míticos, inmensamente ricos, que vivían en un paraíso conocido por Sark y velaban atenta y celosamente por el bienestar de la estúpida población masculina y femenina de Florina.

Cada día en la escuela tenía que repetir: «¡Que el espíritu de la Galaxia vele por los Nobles como ellos velan por nosotros!» Sí, pensaba ahora, ¡exacto!, ¡exacto! Que el espíritu fuese para ellos lo que ellos para nosotros. Ni más ni menos. Sus puños se cerraron en las sombras.

Cuando tenía diez años había escrito un ensayo en el colegio sobre lo que imaginaba debía ser la vida en Sark.

Era una obra de pura imaginación creativa destinada a revelar sus condiciones de escritor. Recordaba muy poco, sólo un fragmento en realidad. En él describía a los Nobles reuniéndose cada mañana en un amplio vestíbulo pintado de colores como los de la flor del kyrt, de pie bajo el esplendor de veinte pies de altura discutiendo sobre los pecados de los florinianos y meditando sombríamente acerca de la triste necesidad de volverlos a la virtud.

El maestro había quedado muy satisfecho y a final de curso, cuando los demás discípulos de ambos sexos siguieron sus cortas lecciones de lectura, escritura y moral, él fue ascendido a una clase superior donde empezó a aprender aritmética, galactografía, e historia sarkita. A los dieciséis años le llevaron a Sark.

Podía recordar todavía la grandiosidad del día y se estremecía aún al evocarlo. Sólo esa idea le avergonzaba.

Terens se acercaba a los arrabales de la ciudad. Algún que otro soplo de brisa llevaba hasta él el fuerte olor nocturno de las flores de kyrt. Se encontraría durante algunos minutos todavía en la relativa seguridad del campo abierto donde no había guardias regulares de patrulleros y donde, a través de los barrancos desgarrados, volvería a ver las estrellas. E incluso la estrella de luz dura y amarillenta que era el sol de Sark.

Había sido su sol durante la mitad de su vida. Cuando por primera vez lo vio a través de la portilla de la nave del espacio, apenas más que una estrella, como una canica de una insoportable brillantez, sintió deseos de caer de rodillas. La idea de que se estaba aproximando al paraíso alejaba incluso el paralizante terror de aquel primer vuelo a través del espacio.

Aterrizó en aquel paraíso y fue entregado a un viejo floriniano que se ocupó de que fuese debidamente bañado y vestido. Lo llevaban hacia un gran edificio cuando por el camino el anciano guía se inclinó profundamente ante una figura que pasaba.

—¡Saluda! —dijo en voz baja el anciano al joven Terens.

—¿Quién era? —preguntó Terens confuso, después de haber obedecido.

—¡Un Noble, ignorante campesino!

—¿Eh? ¿Un Noble?

Se detuvo en seco donde estaba y hubo que insistir para hacerle continuar su camino. Era la primera vez que veía a un Noble. Nada de veinte pies de altura, sino un hombre como los demás hombres. Otros muchachos florinianos podrían haberse recuperado de su desilusión, pero Terens no.

En él se había producido un cambio interno, permanente. Durante toda su educación, durante todos sus profundos estudios, jamás olvidó que los Nobles eran hombres. Durante diez años estudió, y cuando no estudiaba, ni comía, ni dormía, aprendía a ser útil de mil maneras diferentes. Aprendió a llevar mensajes y varias cestas de papeles, a hacer una profunda inclinación cuando pasaba un Noble ya volverse respetuosamente de cara a la pared cuando pasaba una mujer noble. Durante cinco años más trabajó en el Servicio Civil, mandado como de costumbre de un puesto a otro a fin de poner más eficazmente a prueba sus capacidades en una gran variedad de condiciones. Una vez recibió la visita de un rollizo floriniano que le brindó su amistad con una sonrisa, dándole gentilmente golpecitos en el hombro y le preguntó qué opinaba de los Nobles. Terens refrenó sus deseos de dar media vuelta y echar a correr. Se preguntó si sus sentimientos no estarían impresos con alguna misteriosa clave en las líneas de su frente. Movió la cabeza y murmuró una serie de trivialidades sobre la gentileza de los nobles. Pero el hombrecito rollizo avanzó los labios y dijo:

—No piensas eso. Ven a este sitio esta noche —y le dio una tarjeta que se arrugó y abrasó a los pocos minutos.

Terens fue. Tenía miedo, pero sentía curiosidad. Allí encontró amigos suyos que le miraron con el secreto pintado en los ojos y compartieron más tarde su trabajo con vacías miradas de indiferencia. Escuchó lo que decían y descubrió que muchos de ellos parecían creer lo que él a su vez había acumulado en su mente y creía con toda sinceridad ser de su propia creación y de la de nadie más.

Aprendió que algunos por lo menos de los florinianos consideraban a los Nobles como unos villanos brutos que ordenaban Florina por sus riquezas y su propio interés, mientras los pobres indígenas sucumbían en la ignorancia y la pobreza. Aprendió que se acercaba el momento en que se produciría un gigantesco alzamiento contra Sark y todo el lujo de Florina caería en manos de sus legítimos dueños.

—¿Cómo? —preguntó Terens. Lo preguntó una y otra vez. Después de todo eran los Nobles y los patrulleros quienes tenían las armas.

Y le hablaron de Trantor, del gigantesco mundo que se había hinchado durante los últimos siglos hasta formar parte de él la mitad de los mundos habitados de la Galaxia. Trantor, decían, destruiría a Sark con la ayuda de Florina.

Pero, se decía Terens, primero a sí mismo, y después se lo decía a los demás, si Trantor era tan grande y Florina tan pequeño, ¿por qué Trantor no sustituiría a Sark como más vasto y más tiránico dueño? Si era el único camino, era preferible soportar a Sark. Era mejor un dueño conocido que un dueño por conocer.

Se rieron de él y le despreciaron, amenazando su vida si decía una palabra de lo que había oído. Pero algún tiempo después fue observando que uno tras otro todos los que formaban la conspiración iban desapareciendo hasta que sólo quedó el primer individuo rollizo.

Algunas veces lo veía susurrar misteriosas palabras a algún conocido, pero no hubiera sido prudente advertir a la presunta víctima que le ofrecían una tentación para ponerle a prueba. Que buscase él mismo la calidad, como la había buscado Terens.

Terens había pasado algún tiempo en el Departamento de Seguridad, cosa que muy pocos florinianos podían esperar conseguir. Fue una corta estancia, porque el poder concedido a un funcionario de Seguridad era tal que el tiempo pasado en su ejercicio era siempre más corto que el pasado en cualquier otro servicio. Pero en él Terens descubrió, con cierta sorpresa, que había realmente una conspiración que sofocar. Los hombres y las mujeres de Florina se reunían clandestinamente y tramaban una rebelión. Generalmente eran subrepticiamente apoyados por el dinero de Trantor. Algunas veces los presuntos rebeldes llegaban a creer que Florina podía triunfar sin ayuda ajena.

Terens meditaba sobre todo esto. Hablaba poco, observaba una conducta correcta, pero sus pensamientos estaban en desorden. Odiaba a los Nobles, en parte porque no tenían veinte pies de altura, en parte porque no podía mirar a sus mujeres y también porque había servido a algunos con la cabeza baja, y encontró que pese a toda su arrogancia no eran más que unas criaturas idiotas no mejor educadas que él mismo y generalmente mucho menos inteligentes.

Y sin embargo, ¿qué alternativa le quedaba a aquella esclavitud personal suya? Cambiar la estúpida Nobleza Sarkita por el Imperialismo Trantoriano era inútil. Esperar que los campesinos florinianos hiciesen algo por cuenta propia era sencillamente una locura. Por lo tanto, no había salida.

Este era el problema que ocupaba su mente desde hacía muchos años, como estudiante, como modesto funcionario y como Edil.

Y entonces se había producido aquella inesperada serie de circunstancias que pusieron en sus manos una inesperada respuesta en la persona de aspecto insignificante que había sido en un tiempo analista del espacio y ahora balbuceaba algo acerca del peligro que corrían todos los habitantes, hombres y mujeres de Florina.

Terens estaba ya en campo abierto donde la lluvia de la noche cesaba ya y las estrellas brillaban húmedas entre las nubes. Lanzó un profundo suspiro pensando en el kyrt que era el tesoro de Florina y a la vez su melancolía.

No se hacía ilusiones. Ya no era Edil. No era siquiera un campesino floriniano libre. Era un criminal en fuga, un fugitivo que tenía que ocultarse.

Y no obstante en su mente ardía algo. Durante las últimas veinticuatro horas había tenido en sus manos el arma más poderosa que se pudiese soñar contra Sark. Sabía que Rik recordaba correctamente que había sido antes analista del espacio, que había sufrido la prueba psíquica del vaciado de cerebro; y que recordaba algo verdadero, horrible y poderoso.

Estaba seguro de ello. Y ahora Rik estaba en manos de un hombre que fingía ser un patriota floriniano pero era en realidad un agente trantoriano.

Terens sintió la amargura de su cólera en el fondo de la garganta. Desde luego el panadero aquel era un agente de Trantor. No había tenido la menor duda desde el primer momento. ¿Qué otro habitante de Ciudad Baja hubiera dispuesto del capital suficiente para construir un falso horno de radar?

No podía dejar que Rik cayese en manos del agente de Trantor. Estaba dispuesto a correr riesgos sin límites, ¿qué importancia tenían los riesgos? Había incurrido ya en la condena a pena de muerte...

En un rincón del cielo había una vaga claridad. Esperaría a que amaneciese. Las diferentes estaciones patrulleras debían tener su identificación, desde luego, pero quizá tardasen algún tiempo en registrar su aparición.

Y durante pocos minutos sería aún Edil. Aquello le daba el poder de hacer algo que incluso ahora, incluso ahora..., no se atrevía a permitir a su mente pensar en ello...

Habían transcurrido diez horas desde la entrevista de Junz con el funcionario cuando vio a Abel Ludigan nuevamente.

El embajador recibió a Junz con su habitual cordialidad superficial, esta vez con una definida y turbadora sensación de culpabilidad. Durante su primera entrevista hacía ya mucho tiempo (había transcurrido cerca de un Año Standard), no había prestado gran atención a la historia que le referían per se. Su único pensamiento había sido: «¿Puede esto ayudar a Trantor?».

¡Trantor! Ésta era siempre su primera idea, y, sin embargo, no pertenecía a la especie de idiotas capaces de adorar un grupo de estrellas o el dorado emblema del sol y la nave que las fuerzas armadas de Trantor usaban.

En una palabra, no era un patriota en el sentido corriente del término, y Trantor, como tal, no significaba nada para él.

Pero adoraba la paz; tanto más cuanto iba envejeciendo y le gustaba su vaso de vino, su atmósfera saturada de música suave y perfumes, su siestecita por la tarde, y su apacible espera de la muerte. Era como, a su manera de ver, tenían que sentir todos los hombres; y no obstante todos los hombres sufrían la guerra y la destrucción.

Morían helados en el vacío del espacio, convertidos en vapor por una explosión atómica, hambrientos en un planeta asediado y bombardeado.

¿Cómo forzar, pues, la paz? No mediante la razón, seguramente, ni por la educación. Si un hombre no era capaz de pensar en la paz y en la guerra y elegir la primera preferencia a la segunda, ¿qué otro argumento podía persuadirle? ¿Qué condena de la guerra podía haber más elocuente que la guerra misma? ¿Qué tremenda acumulación de dialéctica podía llevar en sí la décima parte de la fuerza de una sola nave destruida con su cargamento de muerte?

Así pues, para terminar el mal empleo de la fuerza sólo quedaba una solución, la fuerza misma.

Abel tenía un mapa de Trantor en su estudio diseñado para mostrar la aplicación de esta fuerza. Era un ovoide cristalino en el cual se habían insertado lentes galácticas de tres dimensiones. Sus estrellas eran puntas de polvo de diamante blanco, sus nebulosas manchas de luz o de niebla negra, y en la profundidad central había algunos puntos rojos que habían sido la República Trantoriana.

No «eran», sino «habían sido». La república Trantoriana había consistido sólo en cinco mundos, hacía quinientos años.

Pero era un mapa histórico y mostraba la República en aquel estado sólo cuando la esfera marcaba cero.

Adelantando la aguja un punto, la imagen de la Galaxia aparecía tal como era cincuenta años después y una corona de estrellas se enrojecía en el borde de Trantor.

En diez épocas, transcurría medio milenio y el rojo se extendía como una mancha de sangre que se desparrama hasta que más de la mitad de la Galaxia había caído en la charca roja.

El rojo era un rojo sangre en un sentido no sólo fantástico. Mientras la República Trantoriana se convertía en Confederación Trantoriana e Imperio Trantoriano, su avance había tenido lugar a través de una intrincada selva de hombres aniquilados, de naves destruidas y mundos desolados. Y a pesar de todo, Trantor había llegado a ser fuerte y en su rojo interior reinaba la paz.

Ahora Trantor se estremecía en el borde de una nueva conversión. De Imperio a Imperio Galáctico y entonces el rojo absorbería todas las estrellas y reinaría una paz universal. Pax Trantorica.

Era lo que Abel quería. Quinientos años, cuatrocientos años, doscientos años antes, Abel hubiera visto a Trantor como un desagradable nido de gente malvada, agresiva y materialista, indiferente a los derechos de los demás, imperfectamente democrática en sí misma pero muy dispuesta a ver la menor esclavitud en los demás, rencorosa sin finalidad. Pero ese tiempo había pasado.

No era Trantor sino el fin universal que Trantor representaba. De manera que la pregunta: «¿Hasta dónde apoyaría esto la paz en la Galaxia?», se convertía en: «¿Hasta dónde apoyaría esto a Trantor?”

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