casi nadie se adentraba tanto en el parque Servadac, según le contaron Jaime y Estrella a Block mientras se adentraban en las misteriosas extensiones del parque, y Jaime, seguramente, tampoco se habría decidido a llegar hasta tan lejos si no hubiera sido por la Biblioteca Nacional (explicó él, con esa particular sonrisa con la que parecía pedir perdón por no ser suficientemente explícito, divirtiéndose al mismo tiempo por no ser entendido del todo) y por Hálifax y Farfán, añadió Estrella… éste debió de ser un sitio maravilloso, dijo Block mirando los canales y avenidas del parque de Almadrea, ¿quién es Hálifax y Farfán? ah, se asombró Estrella, pero ¿no te ha hablado Jaime de Hálifax y Farfán? no, todavía no, gruñó Jaime, todavía no… ¿cómo podía haberle hablado si ni yo mismo, todavía…? ah, dijo Estrella bajando los ojos, y Block percibió de pronto su extrañeza, que no podía acabar de entender, ¿tan importante era que Jaime no le hubiera hablado de ese personaje de nombre pintoresco? Estrella se miraba la punta de los zapatos al caminar; entre las zarzas, a ambos lados de la avenida, se veían grandes rostros de piedra blanca, pedestales vacíos, todo el aire estaba envuelto en un silencio extraño que parecía de otra época del mundo, un silencio persa, un silencio merovingio, una tranquilidad bizantina…
EN EL PARQUE DE ALMADREA
había extrañas estatuas y pabellones en el parque de Almadrea… una estatua de mármol azulado representaba a una mujer joven y vestida como una novia de los tiempos antiguos, con una inscripción al pie en la que se leía: «tú fuiste mi amor un día»; tenía una mirada irania, complacida, y el cuerpo cubierto de joyas suavemente caídas: más allá, la misma muchacha era representada en un tosco trono de flores, y con la inscripción: «así era la felicidad»… las siguientes estatuas representaban a la muchacha danzando medio desnuda, danzando con un centauro, danzando con serpientes, y las inscripciones la acusaban: «tú agotaste la copa más impura» «amaste a las serpientes, hablaste y viviste entre ellas»… en la siguiente escultura un demonio abrazaba horriblemente a la muchacha, que luego aparecía como una anciana miserable, a orillas de un río, mendigando el pan y cubriéndose con harapos: «este fin te aguarda» anunciaban las terribles letras de piedra; al fin, un pabellón de verano donde una vez crecieron jóvenes y flexibles flores, encerraba una escultura de la diosa de la muerte y una ventana abierta al cielo que simbolizaba las fauces del infierno, la salida del alma de este mundo, el Ojo de la Aguja…
—no, no te he hablado de Hálifax y Farfán, dijo Jaime después de un silencio, ni de otras cosas, porque todavía yo mismo no tengo ideas claras sobre lo que hay que contar… le voy hablando a Estrella de lo que encuentro en la Biblioteca Nacional, de lo que voy leyendo, y ella se figura que todo eso es algo, algo inteligible, que se puede contar a un tercero, pero en realidad no es así…
habían salido del camino y ahora caminaban entre la vegetación, y fue entonces cuando Jaime empezó a hablarle a Block sobre Agustín María de Hálifax y Farfán, naturalista, ilustrado, hombre de letras, activo difusor de la cultura, enciclopedista (en el sentido literal de la palabra), viajero impenitente por Europa y Asia… no le habló de los aspectos más extraños de la personalidad de Hálifax y Farfán, de su extraña afición por inventarse detalles, particularidades morfológicas, o incluso flores y plantas enteras, curiosas propiedades o especies nuevas, ni tampoco de su vinculación con la Sociedad de la Región Confabulada ni de la aparente locura que oscureció sus últimos años… le habló de sus rencillas con Linneo, que supuso que divertirían a Block, de algunas de sus variopintas actividades literarias, de la Academia del Buen Sueño, que fue quizá la única tertulia del Países dieciochesco donde no se hablaba de toros, de los periódicos que fundó y en los que defendió alternativamente ideales contrarios firmando con seudónimos distintos, de su feroz opúsculo contra los fumadores de tabaco, escrito en un estilo que parodiaba deliberadamente a fray Antonio de Guevara, y de una sátira algo retorcida en la que un miembro de una remota tribu de indios americanos criticaba el lujo y los perfumes y otros «vicios» de su comunidad —todo esto mientras se adentraban más y más entre los arbustos silvestres, rodeando lentamente las grandes rocas que surgían de la tierra…
en el parque de Almadrea, entre las ruinas de antiguas construcciones, en medio de unos zarzales que se extendían sin fin en dirección al poniente, había una antigua fuente de piedra en la que un león sostenía entre las fauces el caño de hierro y el agua era helada y transparente; la humedad de la fuente había creado un óvalo de césped que cubría los escalones y desniveles del terreno formando una serie de mullidos bancos naturales… allí al lado, Jaime les mostró una lápida de piedra medio oculta entre las altas hierbas, en la que todavía podían leerse las palabras que alguien grabó, muy toscamente, hacía muchos años… como en una égloga, Estrella se sentó al lado de la fuente, y descalzándose hundió sus pies morenos y blancos en el agua helada; según entendió Block, ella sólo había estado antes una vez allí, después de que Jaime realizara el «descubrimiento» que ahora quería enseñarle a Block —desde luego no eran aquellos lugares a los que los paiseños fueran a menudo, ni siquiera los traficantes, ni siquiera los enamorados se adentraban tanto…
Jaime apartó las altas hierbas e invitó a Block a que se arrodillara al lado de la piedra y a que intentara descifrar las débiles runas: fueron escritas hace mucho tiempo, le explicó, no sé con qué clase de objeto punzante, pero no debía de ser muy duro o el que lo escribió tenía poco empuje —o muy poco tiempo… las marcas eran tan suaves sobre la piedra que parecía imposible que Jaime hubiera podido descubrirlas en aquel rincón tan oscuro, tan apartado de los caminos habituales y ahogada por las altas hierbas del verano… se acercó allí, pensó Block, llamado por un presentimiento, anduvo como borracho por entre las buganvillas en flor, no dudó, no erró los caminos, se dejó embrujar por los espíritus de Almadrea, entró entre las zarzas, como en sueños; la piedra le había llamado, sí, sin duda la piedra le había hablado… pero ¿cómo la descubriste? le preguntó, pasando las yemas de los dedos por las letras talladas; y observando que Jaime y Estrella cambiaban una mirada en silencio… ¿tampoco te ha contado nada del mapa, le preguntó Estrella, de su dichoso mapa? ojos iranios, ojos llameantes; Jaime sonrió… sí, tenía un mapa, dijo, pero no creo que eso conteste a tu pregunta; en realidad tenía un trozo de un mapa, una esquina, para ser más exactos —la esquina sudoeste, si yo no estoy equivocado… el mapa me trajo aquí y no me trajo, es complicado; ya te hablaré de todo esto más despacio… Estrella suspiró, mientras Block, tendido en la hierba, intentaba leer las palabras grabadas en la piedra:
anno domini
1726, leyó…
hasta aquí llegó
en el año de las nieves
buscando la R. C. S.
huyendo de Talmenia
Agustín de Farfán
hay dos líneas que no entiendo, dijo Block
un pez rosado flotaba ahora en el centro geométrico de la pileta, y las dos torres ebúrneas que eran las piernas de Estrella no parecían causarle la menor inquietud; su cola y sus aletas ondulaban como unas suaves llamas, como si lo atravesara un furioso viento… esta lápida, explicó Jaime, la escribió Hálifax y Farfán en una roca del Himalaya, al final de uno de sus viajes más extenuantes, en el vértice de una garganta helada que no puedo situar en el mapa… estaba solo desde hacía días, y, según creo, tenía extrañas visiones —yo no sé si en los desiertos de hielo se pueden producir espejismos… tampoco sé lo que buscaba Hálifax y Farfán en ese viaje, pero sospecho que era algo más que raras especies botánicas —había llegado a unas alturas, me parece, en las que ya no existen especies botánicas… al año siguiente realizaría su último viaje asiático, en el sur de China, buscando una especie de flor mítica llamada «flor de las nieves», pero quizá había empezado antes esa búsqueda… era una tierra desolada, una tierra de glaciares y ventisqueros, y tuvo que dejar su recua de mulas en el valle, cerca de lo que hoy es (me figuro) Namché Bazar —junto con sus prensas, sus frascos y centenares de cuadernos, muchos de los cuales perdió en ese intervalo… parecía andar a la búsqueda de algún extraño Shangri-La, y por eso habla de las «rosas del Himalaya», de las «praderas que esperan en las alturas»; el que mintió una vez puede mentir ciento, y no hay que olvidar que en el siglo XVIII todavía tenían esa tendencia, que llega, según creo, hasta Frazer, de creer cualquier cosa que les contaran los nativos —sobre el pico siguiente o el valle siguiente, ya que a medida que nos alejamos en el espacio nos parece que la realidad se va tornando más maravillosa, y nos vamos haciendo cada vez más crédulos… estos nombres geográficos a los que hace referencia Hálifax y Farfán, no están documentados, son virtualmente hápax, o al menos hápax en este lado de la realidad, en «nuestro mundo» —si es que es nuestro… los relatos de otros viajeros, los inventarios geográficos, los mapas de todos los tiempos, los ignoran… se detuvo, como si de pronto se hubiera acercado a un terreno difícil… Telmú, dijo, por ejemplo, en un ventisquero del Himalaya; una ruta que se puede documentar, saludos de los pequeños reyes locales, misiones diplomáticas de Cristianía o de París o de Países (más raramente. Países contaba poco en el siglo XVIII), recepciones para el extranjero importante, Hálifax y Farfán debió de ser un gran conversador, un mistificador divertidísimo, y de pronto, un salto en el vacío, una caravana de mulas deslizándose por la soledad de las piedras y los rododendros, bajo cielos donde blancos estuches de nubes vacían lagos dorados o carmesíes, nombres desconocidos, soledad, inexplicable soledad y silencio, la inmensidad de las montañas y Telmú… Estrella movió las piernas dentro del agua, con los pies estirados revelando su curvado empeine de bailarina, y el ondulante pez rojo que era como el alma y el centro espiritual del pequeño mundo de agua y líquenes, huyó a esconderse entre las piedras… sus piernas tenían una elegancia pausada, tenían toda la levedad, la aparente ausencia de peso que da la fuerza muscular, y eran esbeltas, diabólicamente onduladas; se nos va a hacer muy tarde, dijo Estrella, el sol está ya muy bajo… bueno, resumiendo muchísimo, dijo Jaime, subiendo por las montañas de Bhután o Sikkim, o Nepal, llegó a lo alto de una cresta desde la que se divisaba la inmensidad del mundo, o podríamos decir, una inmensidad del mundo; había rosas y praderas más arriba, según escribía, aunque él nunca llegó a ver nada parecido; lo más que llegó a ver, en una de las raras mañanas en que las nubes se abrían y el sol iluminaba las cumbres, fue toda la inmensidad de valles por los cuales llevaban días o semanas ascendiendo, valles negros por cuyo fondo corrían ríos de mercurio, o quizá el brillo de los glaciares; comprendió las nervaduras de las sierras, la forma en que se iban arracimando en torno a las cadenas, que a su vez se convertían en nervaduras de las cadenas más grandes… llaneza, amigo Jaime, le dijo Estrella, ¿todo eso escribió tu amigo del siglo XVIII?… sí, dijo Block, más parece Chateaubriand… es una sensación, una especie de conocimiento no-intelectual, dijo Jaime, lo que intento transmitir es lo que yo imagino, después de conocer un poco al personaje, algo así como lo que hacen los científicos al fabricar un modelo del átomo —algo que nunca has visto… intento comprender de qué manera se sintió lejos de todo, llegado al límite del mundo, de qué manera sintió que aquellas rocas eran para él el límite de una región inaccesible y a la vez una conquista, una victoria sobre sí mismo… intento comprender por qué no pudo o no quiso llegar más allá y por qué se entretuvo en grabar un mensaje en una roca… hay varias explicaciones, la primera es que esa mañana en que en mi imaginación se abren las nubes y se revela de pronto la inmensidad de los Himalayas, valles verdes y ríos azulados, Hálifax y Farfán sintió que había llegado a un techo, a un límite, sintió que ése era uno de los grandes y gloriosos momentos de su vida y quiso dejar constancia en la piedra de esa felicidad: eso explica las primeras palabras: «hasta aquí llegó…» etc… mi segunda hipótesis es que Hálifax y Farfán sí fue más allá, o quiso ir más allá, y que la piedra, entonces, serviría como señal para otros, o como testimonio de su paso efectivo por aquellos lugares si acaso desaparecía, y si acaso alguien algún día iba tras sus pasos… Hálifax y Farfán, entonces, quiso dejar grabado en la piedra que él había estado realmente allí por si acaso la región de blancura reluciente que había más allá le devoraba, y más tarde la historia le olvidaba o le convertía en un mito o una sombra, quiso dejar grabado que estuvo allí en carne y hueso… no acabo de entender, dijo Block, ¿por qué podría desaparecer? ¿por qué podría desaparecer precisamente
a partir
de allí? y en todo caso ¿de qué sirve una piedra en medio de millones de piedras, una roca en medio de las cordilleras…? un objeto de la realidad, dijo Jaime, un ancla débilmente agarrada a la realidad, cuya cadena se pierde en una difusa región de sueños y blancura… y el mismo gesto imperfecto del que lanza al mar una botella con un mensaje, el mismo ciego y desesperado confiarse al abismo del azar…
en todo caso, suspiró Jaime, no es eso lo más extraño… yo tenía noticias de que Hálifax y Farfán hizo ese viaje y de que, llegado a una cierta altura inaccesible que él llama «la cola del gallo», grabó un mensaje en una piedra, este mismo mensaje, que él transcribe en el único volumen de su
Flora asiática
que se conserva en la Biblioteca Nacional… en ese volumen no cuenta este viaje por el Himalaya, y por eso los detalles y las circunstancias son un completo misterio para mí; conocía, sin embargo, el mensaje que grabó en la piedra, y por eso fue una sorpresa increíble cuando caí por este rincón del parque y me encontré con esto… y ¿cuál es la explicación? preguntó Block; si no he entendido mal, dices que ese libro sólo lo conoces tú, y que tu Hálifax y Farfán es un perfecto desconocido, ¿quién ha podido, entonces…? los dos contemplaban la piedra, hundida en el suelo, ligeramente inclinada hacia atrás, suavemente redondeada… el problema no es «quién», dijo Jaime, sino «cómo»… porque estoy convencido de que
esta
piedra es la que Hálifax y Farfán grabó en el Himalaya, esta misma… mira, he estudiado un poco el tema y esta piedra, con esta forma y estas marcas, es el producto de la erosión de un glaciar; como sabes, no hay glaciares en Países, esta piedra no es de aquí… uf, es un poco fantástico, resopló Block… sí, muy fantástico, dijo Jaime, o alguien está mintiendo, alguien intenta engañar… pero ¿a quién se le podría ocurrir traer desde allí la piedra, para hundirla en la tierra en este rincón ponzoñoso…? quizá no era tan ponzoñoso a principios del siglo XVIII, dijo Block… y sigo sin entender cómo la has podido encontrar; es posible hasta pasar por delante y no darse cuenta de que hay algo escrito… con un mapa se puede llegar a cualquier parte, canturreó Estrella, que caminaba descalza trazando círculos por la hierba y convenciéndose de que no había moras en esa época del año, a cualquier parte, con un mapa… todo esto es muy, pero que muy extraño, dijo Block mirando alternativamente a Jaime y a Estrella; entonces ¿era esto lo que queríais que viera? esto también, dijo Jaime, pero no, lo que quiero que veas está un poco más allá, en la zona sur de Almadrea… también está relacionado con Hálifax y Farfán; pero eso sí que es realmente inexplicable y misterioso… tenemos el tiempo bastante justo, si no queremos que se nos haga de noche, dijo Estrella, aunque el sol brillaba en lo alto del cielo y parecía que quedaban todavía muchas perezosas e interminables horas de luz… sí, dijo Jaime, además, si el sol baja demasiado y empieza a haber sombra entre las casas, no veremos absolutamente nada… volvieron por donde habían venido, y en seguida las zarzas devoraron de nuevo la pradera de la fuente, la fuente, con su cara de león, y la lápida hundida en la hierba… pequeñas mariposas blancas revoloteaban a su alrededor, como almitas hermosas y delicadas, por encima del mar de zarzas y de helechos, y Block pensó en esa misteriosa vida de los lugares y los objetos, que aguardan dócilmente a nuestra llegada, y a los que abandonamos con la seguridad de que no se moverán de allí, en esa extraña vida de las piedras, las flores y los demás seres de la naturaleza, siempre inmóviles y como guardando un saber secreto, pensó en la lápida que Hálifax y Farfán grabó en lo alto del Himalaya y que ahora languidecía allí cerca, en un parque rodeado por los edificios de una ciudad cualquiera del siglo XX, hundiéndose progresivamente entre las hierbas salvajes… ahora atravesaban jardines de crisantemos morados, y mariposas con cuerpos de mujer volaban de unas flores a otras; una brisa de edades pasadas movía las hojarascas griegas del parque de Almadrea, produciendo una confusa música de hojas mezcladas que evocaba toda una secreta y reposada dulzura de vivir hecha de una ininterrumpida sucesión de veranos felices, y ellos caminaban bajo el vuelo de los mirlos, que atravesaban cantando todo ese verde desmadejamiento estival, arrancando distraídamente flores de diversos aromas y hojas con formas de corazón, de estrella, de pluma, de almendra, de hoja de lanza…