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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (37 page)

se dejaron caer de nuevo hasta el fondo, y Jaime le dijo a Estrella: están ahí arriba, Estrella, hay que correr y llegar antes que ellos a la colina… ¿qué importa la colina? dijo Block, que empezaba a ponerse nervioso, lo mejor que podemos hacer es volver por donde hemos venido… ya no podemos volver, hombre, dijo Jaime, les tenemos detrás, hay que huir hacia adelante… es cierto, dijo Estrella, ellos nunca subirán a la colina, si llegamos allí antes que ellos estamos salvados… ¡es de locos! gruñó Block, como tantas veces ese día —ahora sí corrían, corrían con todas sus fuerzas; a medida que se acercaban a la colina, la grieta se hacía cada vez más empinada, más estrecha y menos profunda… era difícil correr por allí, con las dos paredes de roca casi tocándose, con escarpaduras, rocas que surgían del suelo y difíciles escalones erizados de raíces por los que había que trepar —perdiendo preciosos instantes, más preciosos en verdad de los que Block recordaba hacía mucho tiempo… Estrella mostraba de pronto una sorprendente ligereza para trepar por los obstáculos que surgían en el camino, y mostraba una especie de tenacidad, una especie de «buena disposición» que hizo sonreír a Block —para trepar agarrándose a las raíces o elevarse por las esbeltas chimeneas de arena, usando codos, rodillas, hombros, sin preocuparse, como una atleta o una bailarina, de que la falda cubriera sus muslos…

la grieta les arrojó a la superficie en las praderas, en las faldas de la colina, y entonces ellos pudieron ver lo cerca que estaban los caníbales, que les perseguían por todas partes —y los caníbales pudieron verles a ellos, y entonces empezaron a dar gritos de júbilo y algunos rodaban por la hierba demostrando su felicidad y como deseando retrasar el delicioso momento de la captura… los caníbales corrían mucho más rápido que ellos, les perseguían igual que dolorosos recuerdos, imponiéndose por encima de rocas, flores salvajes, grandes cómodas sosteniendo las puertas, Jaime, Estrella y Block oían sus gritos tan cerca que parecía imposible que no les hubieran atrapado ya; dos de ellos corrían a escasos metros de Estrella… corrían muy inclinados, con los azulados brazos inclinados hacia las floraciones del vestido; sus dedos de uñas rosadas rozaban una y otra vez el borde ondeante, hasta que uno de ellos lo asió, arrancando una flor anaranjada y con el puño crispado por ese trozo de tela inútil; otra garra atenazó el borde del vestido y entonces Estrella y el nativo rodaron sobre la hierba… ahora los dos nativos la arrastraban por la hierba tirando de la falda y dando gritos horribles; mientras Jaime y Block corrían hacia ella, Estrella logró levantarse y mantener el equilibrio dando traspiés, mientras los dos salvajes seguían agarrados a su tensa falda de flores; ahora tiraban los tres, las manos de Estrella agarrando sobre su vientre la tela retorcida, dando fuertes sacudidas y avanzando paso a paso hacia donde ella no quería ir…

de pronto ella dejó de resistirse, y ante el inhumano grito de júbilo de los dos salvajes, que la atraían hacia sí, se soltó el lazo de tela que anudaba la falda sobre su vientre y les dejó revolcándose en la hierba con las inútiles flores de su vestido, rasgado de arriba abajo; Jaime la levantaba del suelo con un grito de alegría y los tres corrían otra vez, entrando en los primeros árboles de la colina, y empezando a trepar por los escalones arenosos, por entre los arbustos leñosos y oscuros, colina arriba… ¡no subirán aquí, dijo Jaime, estamos a salvo!, subieron más y más por las arenosas laderas llenas de agujas de pino, por entre las encinas enanas, por entre los matorrales de encinas, resbalando por las laderas cubiertas de espuma de pino y agarrándose a las retorcidas ramas de las encinas, y por fin la cesta de la merienda cayó rodando, y ellos se dejaron caer en la hierba, exhaustos… ¿qué vamos a hacer ahora? preguntó Estrella, yo no puedo ir así por el mundo… son espectaculares, dijo Jaime; por eso, dijo ella arrugando la nariz… un triángulo de encaje, como un pequeño e hinchado escudo, era sostenido en su sitio por dos estrechas bandas elásticas que rodeaban a ambos lados las alas del coxis, entreabiertas como las de una mariposa… Estrella empezó a bombardear a Block con piñas, medio en serio medio en broma, y a Block le resultó curioso aquel inesperado pudor: Block descendió de nuevo los escalones, los extraños caminos en medio de los matorrales salvajemente silenciosos; la falda estaba abandonada sobre la hierba, Block la recuperó, después de mirar por todas partes, asustado como un ciervo adolescente, y subió con ella hasta donde Jaime y Estrella se besaban pensativamente, ella con los ojos abiertos y pensando en otra cosa…

nos hemos llevado un buen susto, dijo Block al cabo de un rato; los que se besaban a sus espaldas murmuraron algo y cambiaron de posturas, y mientras se daba la vuelta, Block recordó un divertido pensamiento de Wittgenstein («¿qué me impide pensar que cuando yo me doy la vuelta…?») Estrella se arreglaba la falda con un imperdible y Jaime mordía una hoja, chupando su pulpa ácida, el sabor del color verde… espero que esto no te haya estropeado la visita, dijo Jaime; realmente hoy nos están pasando cosas un poco extrañas, cosas que no pasan nunca o casi nunca… no, no me ha estropeado nada, dijo Block, pero la verdad es que estoy bastante cansado, hoy han pasado demasiadas cosas… ¿quieres que volvamos? preguntó Estrella… pero Block no sabía lo que quería, o mejor dicho, no sabía lo que quería querer; han estado a punto de cogerte, dijo, ¿qué habría pasado si…? muy fácil, dijo Estrella, habríais venido vosotros y me habríais rescatado… supongo… besó a Jaime en la mejilla, y Jaime dijo: ¿y Block? también se lo merece; Estrella se volvió, miró a Block durante unos instantes y le besó en la mejilla… Jaime y Estrella se besaron en los labios, luego Estrella se volvió y besó a Block en los labios; pero sólo la tercera vez se besaron realmente Estrella y Block, Estrella abrió la boca y sus bocas y sus labios jugaron y Block bebió la saliva de Estrella… Block no sabía qué diablos significaba todo eso, y entonces Estrella dijo, como sin aliento, «ahora, los tres somos amigos…» siguieron en silencio, tumbados en la hierba con las manos cogidas; luego se soltaron, alguien suspiró y el tiempo fluyó lento y sin palabras… les invadía la somnolencia del atardecer, el cansancio del día, la sensación de amor que produce la felicidad compartida; la languidez de la juventud, como añoraba el autor de
Memorias de un Castillo cerca de York,
oh, cómo volver a encontrar esa languidez, esa disponibilidad del cuerpo, esa dulce facilidad para dejarse y olvidarse… sin palabras, porque las palabras de Estrella habían borrado todas las palabras, igual que la aparición de un luminoso astro en el cielo nocturno «apaga» con su luz la luz de los astros más pequeños… cometas, estrellas fugaces, en el cielo de sus ojos…

se quedaron los tres inmóviles, tumbados en la ladera de la colina y con la mirada perdida en los juegos de luz de las hojas de los árboles… más lejos, cada vez más lejos… las frases crecen, vegetales
(my vegetable love should grow vaster than empires
—and more slow)
, imagen de la posibilidad infinita revelada una y otra vez en una diamantina cascada de luz, en la virgen-origen, la deípara, y también en la «ramificación eterna», tal como Rivady definía a la realidad; pisadas secas, pisadas polvorientas, buscando la civilización perdida entre las montañas del Himalaya, en esas grutas inmensas e inaccesibles donde se guardan las obras de arte, las esculturas, los textos sagrados… la realidad es demasiado complicada, pensó Block, sólo comprendemos fragmentos; el hombre, como la hoja del árbol, muere, pero el árbol sigue vivo; un solo árbol, como una humanidad, muere, pero el bosque sigue vivo: ¿cuál era el origen de estos pensamientos? se preguntó Block… «mira, así era la felicidad» había cantado Ribemependros —los jardines de Vessaranta, la corte del rey de Benarés, ésta era la felicidad del mundo, ya que el mundo es como un elefante que vive en las aguas de un estuario que se ramifica eternamente; para Estrella, era la hermosura del «mundo como es», si queremos seguir practicando esa diversión de eruditos que es la cita transferida, la seudocita intertextual, la palingenesia politextual, para Block —para Block todo crecía como una marea incesante, todo creaba asociaciones inconcebibles (cf. los peligrosos garfios del «Lenguaje Perdido») todo se complicaba a través de gamas de colores maravillosos, ante la amenaza de las nebulosas del hemisferio del oído, en la rebelión de los «animales del espejo» de la vieja fábula china, todo era demasiado difícil, y sólo el amor (sospechaba) podría hacernos olvidar esa dificultad, abstenerse de la ramificación eterna que acecha nuestros insomnios, nuestras duermevelas… todo crecía; Block se sentía como un verdadero Emperador de un imperio de Presentimientos, presentimientos como enormes ríos dorados atravesando arrozales y ciudades erizadas de pagodas, se inclinaba a la izquierda, levantaba la cortinilla malva del palanquín inferior y encontraba allí a Estrella desnuda y enjoyada de retorcidas serpientes de oro, dos de las cuales parecían morder el vértice rosado de sus senos, con hileras de perlas alrededor de su cuello o su cintura, Estrella embarazada y sonriendo con sus dos manos abiertas apoyadas sobre su vientre hinchado y suave; el emperador había sido desde la cuna condenado a la traición y el engaño, un día terminan los presentimientos, miles de campesinos mueren por los campos de arroz agostados; habían nacido para morir (comprendió Block, de igual manera que es posible «comprender» el silbido de una serpiente, el pecho desnudo y lánguido de una mujer, la corola de una flor, la universal caída de la hoja en el otoño), pero también habían nacido para fracasar y para disgregarse en medio del bosque de la noche, habían nacido para el miedo y el desconsuelo, para desear lo imposible, para no comprender, para morir sin comprender, para morir sin comprender… como si la colina les hablara: ¿por qué se había sentido tan sorprendido de que los animales hablaran, en el parque Servadac? hablaban las sirenas, hablaba él elefante de la isla de Lamberto, hablaban los pavos reales, y él viajaba entre las emociones, entre las ramificaciones de la posibilidad, sin lograr entender nada, la presencia de una mujer-sirena cantando entre las hojas, el miedo a los antropófagos, el beso de Estrella, todo posesionado por una Kali terrible, ebria de deseos, por la avidez infinita de los buscadores de imposibles, de las almas que viven riendo y llorando, riendo y llorando, en medio del fuego de la sustancia de las cosas… la avidez de comprender era una avidez sin fin, había un lugar en que el camino del sabio se separaba del camino de las fragancias y las pagodas (esto es, el color blanco de Diana, la luz-sin-color que se extiende en la «Maura», la región más allá del velo) pero él deseaba las fragancias y las pagodas, él deseaba caminar para siempre por los senderos y las verdes colinas de Sikkim; «comprender» significa «desaparición», pero entonces, qué cruel resulta la estructura de la realidad para nosotros, occidentales, ya que el deseo de comprender (le decía la colina a Block, murmurando la gramática de su idioma salvaje en el oído de Block como un ocelote lamiendo una caracola rosada) sólo termina cuando termina el deseo… ante la monstruosa complejidad y ramificación, Block deseaba las fragancias y la Pagoda de Posibles, en cuyo jardín de hierbas secas se recuestan las mujeres de los sabios, y el aire se llena de almizcles; no quería seguir el camino del sabio: puesto que deseaba, deseaba seguir muriendo, deseaba seguir naciendo, no quería apartarse de las sirenas, de la imagen de Estrella embarazada, provocada por la visión de su vientre desnudo y palpitante, del beso de Estrella, que le había hecho conocerla, y con el que ella le había dicho: «soy una mujer, pero también soy tu amiga… los dos somos jóvenes y deseables, nuestra amistad deberá florecer en un lugar así; sí, debemos ser amigos así, sabiendo que los dos somos hermosos y estamos vivos…» había besado a Jaime, luego a él, luego de nuevo a Jaime y luego a él, «estoy enamorada, le había dicho Estrella, los dos somos amigos, y yo soy una mujer, y estoy enamorada… debemos ser amigos así, yo estoy enamorada, pero tú eres un hombre, y yo una mujer, y somos jóvenes y hermosos, y sería fácil y posible, sería hermoso, que tú y yo, que somos amigos, nos deseáramos al mismo tiempo…» en cierto modo, la promesa de amistad de Estrella había sido también una invitación dulce a que se desearan a distancia, ya que ése sería el color, el misterio, el aire de fuego de su amistad… ahora le pareció a Block comprenderlo todo, y miró a Estrella como a una hermana —«quiero inscribir la marca de mi cuerpo en ti, quiero que sientas mi presencia, la mujer que yo soy… no podríamos ser amigos sin esa presencia, sin ese juego invisible, sin el equívoco de un sentimiento fraternal, esa simpatía, esa ternura, no sería posible si tú no supieras que yo soy una mujer, y que podríamos desearnos… sonriendo, riéndonos de nosotros mismos —y soñando…»

las nubes flotaban por encima de sus cabezas —flotaban, soñando… mundos flotantes, flotantes formas, agua del cielo; mundos de vapor, flotantes mundos de vapor en medio de las dos riberas, la de la tierra y la del cielo… pasan, pasa la blanca caravana, entre los que miramos desde nuestra colina terrestre y los que miran desde el cielo; y estamos aquí en nuestra colina, asomados, venidos a mirar, contemplando la flotante caravana, las luminosas carrozas, los luminosos y vacíos cargamentos… caídos entre los matorrales oscuros, dormidos, encogidos y soñando, o bien despiertos, bebiendo vasos de vino y con los ojos abiertos… «no te olvides que yo soy una mujer, le había dicho Estrella, somos amigos, pero no te olvides que soy una mujer… ante ti, sin embargo, no podría desembarazarme de todo mi pudor, no podría desnudarme en tu presencia, no desearía verte desnudo, no podría contártelo todo de mí, no me gustaría que me conocieras hasta ese extremo, quiero que recuerdes que soy una mujer, y una mujer tiene su pudor: precisamente porque quiero que sientas que soy una mujer, quiero que sientas mi pudor, mi timidez ante ti… seamos amigos intensos, recordemos que somos distintos…» «comprendo, había dicho Block, la tercera vez que se besaban: comprendo… comprendo que no hay aquí nada sexual, apenas nada sensual —aunque lo sensual se da siempre por añadidura, y para nosotros incluso mirarnos desde lejos no podría no ser sensual… comprendo que me ofreces la amistad de tu sexo y no las gracias de tu sexo… comprendo que jugaremos siempre a que nos deseamos a distancia para disfrazar el hecho de que nos queremos, de que somos amigos… todo es sencillo y emocionante, nos besamos porque somos amigos, y sin embargo ésta no es la última razón… en cierto modo somos amigos desnudos… y comprendo tu ofrecimiento de amistad como una segunda boca, como un tercer brazo, como un nuevo corazón, de tu amor por Jaime… en cierto modo, si te beso es porque no puedo besarle a él, cuyos labios estamos también besando en nuestros besos…» y en la perfumada piel de ella reconocía también la piel de Jaime, en la presencia de ella, la presencia más profunda y silenciosa de Jaime… en cierto modo, el cariño que sentía hacia ella no era sino un reflejo del que sentía por Jaime, y la admiración que ella, aun conociéndola tan poco, le había producido en apenas el término de un día, no era sino un reflejo del amor que Jaime sentía por ella… entonces comprendió, ya que sus pensamientos se hacían más coherentes, que se estaba despertando, y que se había dormido y había estado soñando y luego imaginando un diálogo misterioso y dulce en medio de la duermevela —pero ni siquiera recordaba con quién, con alguien muy próximo y querido, y de pronto ya ni siquiera recordó que había habido un diálogo y le quedó tan sólo una agridulce sensación de felicidad sin objeto…

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