—lejos, dijo Jaime… al final, donde las estatuas
cuando salieron de la sombra y empezaron a cruzar de nuevo espacio abierto, Block se sintió sorprendido al comprobar lo vastas que eran las dimensiones del estanque, que desde la orilla le había parecido mucho más pequeño… estaban tan lejos de la orilla opuesta, que casi no podía distinguir las columnas blancas del embarcadero, e incluso el discurrir y el color de las aguas eran por aquí diferentes, así como la calidad y la densidad de las sombras y ese algo indefinible y que parece residir en ciertos reinos intermedios de la región del aire y que a falta de una palabra mejor solemos llamar «música»; de pronto, parecía que se encontraban en otro país o en otra época… atravesaban fácilmente el agua tensa, flotando sobre imaginativas poblaciones de plantas acuáticas, todas danzando o desenredándose bajo el impulso de los remos…
estaban llegando a una zona más solitaria; surgían de las aguas extrañas estatuas de piedra que representaban elefantes sentados sobre los cuartos traseros…
en los pedestales de estas estatuas había hornacinas en forma de flor de loto donde los hinduistas de Países (muy pocos, en realidad, pero muy activos) ponían ofrendas de flores, lámparas de aceite y candelabros dorados que representaban la rueda de las reencarnaciones…
más allá de los elefantes, una vaca de piedra parecía caminar sobre las aguas… era una vaca india, esbelta y huesuda, un cebú, el animal sagrado… en su costado había una inscripción en hindi y sobre sus cuernos un collar de peonías frescas; sus costados vagamente cerúleos y la gruesa lengua rosada sugerían que en tiempos la estatua había estado pintada de colores… sus ojos habían sido verdes, sus patas rosadas o rojas… ni Jaime ni Estrella sabían qué representaba aquella estatua, ni cuál era la razón de que estuviera allí colocada; una abeja que salió de pronto de la corola intensamente malva de una de las peonías, le recordó a Block algo vivido antes (¿en una vida anterior?)
entraban ahora en una zona de nenúfares, y en seguida la barca se encontró rodeada por todas partes de bandejitas verdes y de flores blancas y amarillas sobre las que volaban las libélulas azules… las flores estaban muy abiertas, tocadas por el verano con alguna orla quemada o carmesí en el reborde de sus pétalos ajados y luminosos, y cada flor expresaba por sí sola la débil y hermosa realidad del mundo, cada flor celebraba la Apariencia que flota sobre las aguas oscuras de la Nada… ¿qué les sugerían a Block, a Estrella y a Jaime la visión de los nenúfares? a Estrella, un viejo, roñoso, descolorido y grasiento
tanka
tibetano que había soñado comprar durante varios meses (hasta que desapareció de la tienda), donde el Buda apoyaba su pie izquierdo sobre una enorme flor de loto rosa, en medio de demonios, dioses, fuego y budas de otros mundos; Jaime recordaba parecidos rincones ponzoñosos en lejanos jardines del sur; Block pensaba, algo absurdamente, en la flor de lis que D'Artagnan descubría en el hombro desnudo de Milady (después de muchas noches de amarse en la oscuridad) y también en los fosos de un castillo lejano, en los campos de flores de lis de las enseñas medievales y en las fantásticas cacerías de ranas de su infancia… ahora se veían en medio de los nenúfares, y todos estaban en silencio, cada uno abstraído en sus pensamientos… y de pronto, sucedió algo asombroso: hubo una ondulación bajo la alfombra de hojas sedosas, y a pocos metros de ellos apareció entre las flores la cabeza de una joven bañista, que se llenó los pulmones de aire, les contempló con una expresión de terror en sus grandes ojos verdes y volvió a hundirse en el agua —¿qué hacía, nadando por allí…? un poco más lejos, otra joven asomó entre los nenúfares su torso desnudo (se había impulsado con tal fuerza que quedaron al descubierto sus clavículas en forma de V y sus pequeños senos), tomó aire y se hundió de nuevo… ahora ondulaba toda la superficie de nenúfares… casi al lado de la barca, surgió de pronto la cola de un enorme pescado, brillante y erizada como un abanico, que al hundirse en el agua produjo un salpicón en forma de explosión luminosa, rápidamente arrastrada por la brisa sobre las cabezas de los tres ocupantes de la barca
—¡ah, demonios! dijo Estrella con fastidio, retorciendo entre las rodillas el borde de su vestido… ¡son sirenas!
—¿sirenas?
alguien rozó la barca por debajo, oyeron algo parecido a risas ahogadas entre las flores, pero ya no volvieron a ver a ninguno de los extraños animales; ahora, todo estaba en silencio… Jaime había abandonado los remos, y la barca se deslizaba sola por entre los nenúfares, impulsada por una fuerza suave, abriendo los nenúfares con la quilla y sin dejar ni rastro de su paso por la encantada extensión —y ellos miraban a todas partes, en silencio… sus ojos trazaban amplios círculos alrededor de la barca, y también miraban por entre las hojas de los nenúfares que rodaban por el casco, temiendo encontrar allí mismo los ojos verdes, la sonrisa de una sirena… Estrella había cruzado los brazos en un instintivo gesto de miedo; Jaime le tocó suavemente la pierna y ella dio un salto, y de pronto Block entendió por qué la barca estaba deslizándose sola por entre los nenúfares, y por qué ellos estaban en aquella barca, en medio de las flores de loto y a merced de las sirenas… ¡maldito! le dijo Estrella a Jaime, deslizándose hacia él; sus bocas se unieron varias veces…
—nunca había visto sirenas por aquí, dijo Estrella…
al parecer, las sirenas estaban siempre en un pequeño estanque sobre el que caían unas cascadas bastante artísticas (merecía la pena verlo) y nunca salían de allí… todos los estanques del parque Servadac estaban, sin embargo, comunicados, y no era imposible escapar o deslizarse subrepticiamente de uno a otro —a través de canales plateados entre las espadañas, no muy limpios… entonces Block recordó los «plateados hilos» de agua que él había visto desde su ventana de la Residencia, en medio de la verde extensión que había resultado ser el parque Servadac… ah, pero no creo que vieras esas cascadas, dijo Jaime, haciendo un ejercicio de representación espacial, pirueteando por el aire como un genio persa, intentando situarse por encima del tejido espacial de Países en la vertical de la Residencia Jorge de Montemayor, para, una vez allí,
darse la vuelta
(vid. «Mira los arlequines», problema allí mal resuelto) y enfocar ese particular escorzo del parque, levantado en tres dimensiones… no, dijo Jaime, desde allí es imposible que las veas…
—¿es posible ver esas cascadas? preguntó Block… ¿es posible ver a las sirenas?
—por supuesto, dijo Jaime… no están muy lejos de aquí
seguían mirando con desconfianza a su alrededor, temiendo todavía encontrarse más sirenas… lentamente, salían de los nenúfares…
se pusieron a remar en dirección al embarcadero; Block y Jaime se turnaban en los remos… Estrella se puso a pelar una naranja; la peladura dorada giraba en el aire enroscando lentamente sus anillos, imitando la rotación de la tierra, el suave fluir de la energía del mundo…
—mirad, dijo entonces, señalando con el cuchillo en dirección a la orilla
en una extensión de césped que había a orillas del estanque se estaba representando la escena de Afrodita saliendo del baño… una multitud de hombres vestidos con frac y sombrero de copa, que charlaban animadamente entre sí y bebían champán en copas aflautadas, se amontonaban al lado de la orilla… los que estaban en primer término se acercaban al borde de mármol del estanque quitándose los sombreros de copa; uno de los caballeros más ancianos estaba sobre el borde de mármol sosteniendo una sábana blanca… en el agua había varias mujeres hundidas hasta los hombros; la más próxima al borde de mármol tenía largos rizos rubios que se hundían en el agua… avanzaba moviendo un hombro y luego el otro, cuando llegó al borde de mármol aceptó graciosamente la mano que le ofrecía uno de los caballeros y subió sin dificultad; sus crenchas empapadas se le pegaban a los omóplatos, la columna vertebral se arqueaba como una serpiente viva, en sus caderas liriformes había dos hoyuelos simétricos que se movían justo encima de las nalgas… estaba completamente desnuda; una vez arriba, con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo en una actitud de divino impudor, el caballero más anciano la envolvió con la sábana blanca y ella se pasó el pico de la sábana sobre el hombro izquierdo… todos los presentes aplaudieron
—¿qué es esto? preguntó Block
—Afrodita saliendo del baño, dijo Estrella
salieron después del estanque otras dos mujeres desnudas, con frascos de perfume, esponjas y tarros de pomada, que fueron también envueltas en sábanas blancas, y varios niños también desnudos que llevaban bandejas de fruta y collares de flores… la muchacha que era Venus iba caminando lentamente por entre los grupos y saludaba a unos y a otros con inclinaciones de cabeza
entregaron la barca con casi quince minutos de retraso, pero los empleados del embarcadero, caminando de un lado para otro por los senderos de tablas con sus largos garfios, estaban demasiado ocupados con las bellezas que surgían de las aguas cien metros más allá como para prestar atención…
fueron caminando por entre las mesas de la terraza de un café situado al borde de las aguas, bajo la sombra de los castaños de Indias, y luego encontraron un camino que discurría por la orilla del lago… a su paso, los patos mandarines se iban levantando y entraban en el agua uno tras otro; los cisnes permanecían inmóviles sobre la hierba y les miraban con desinterés
—rumbo al estanque de las sirenas, dijo Jaime… sólo tenemos que decidir por dónde queremos ir
—podríamos desviarnos un poco al norte, dijo Estrella, y dar una vuelta por la isla de los náufragos del
Titania
y parar un momento para ver los tapices del Palacio de Cristal
—¿qué son los náufragos del
Titania
?
—sí, ése es un buen itinerario, aunque nos perdemos la Selva de los Garamantes… pero, añadió dirigiéndose a Block, si Estrella quiere que veas su amada colección de tapices, me temo que no hay nada más que discutir
—la colección es magnífica, dijo Estrella… hay, por ejemplo, una representación de
La construcción del arco invisible
que es un motivo iconográfico único en la historia del arte… está además el tapiz
Diciembre
de las «Cacerías de Maximiliano» de Jean Gheteels, una de las maravillas de la escuela holandesa, además del
Recibimiento de los embajadores polacos
de las «Fiestas en la corte de Valois»
era una cuestión de intensidad, pensó Block; ella se lanzaba a las cosas sin pensar en las consecuencias, vivía en medio de una especie de exaltación sagrada… Estrella hablaba de un maravilloso bosque de árboles azulados, todo atravesado por las luces del invierno y por el que corren monteros, cazadores a caballo, perros y osos; hablaba de un árbol indiferente en medio de la cacería, cubierto por una hiedra de hojas amarillas y azules donde una abubilla, una ardilla y un mirlo miran al cielo pensativamente… les habló de Otto Venius de Amberes, uno de los maestros de Rubens, y de las «Fiestas en la corte de Valois», donde nobles damas y caballeros vestidos con brocados carmesíes danzaban la gavota sobre un lecho de hojas doradas, de cielos falsos y de falsos jardines donde los ciervos pueden ser esculturas, ciervos reales o muchachos disfrazados, de arroyos que bien podrían ser de lana y pájaros mecánicos que cantan canciones de carillón en los blandos árboles de tela… aparecían áspides y flores de lis en los escudos, los zapatos de los personajes no pisaban las flores eternamente jóvenes, las damas tocaban pequeños órganos portátiles y en los complicados pliegues de su vestido se representaban los dibujos del brocado, los motivos florales, con enormes flores seccionadas y los estambres y cotiledones ingeniosamente multiplicados y embellecidos, las roscas de pájaros, los estilizados animales que huían, todos ignorando la ondulación de los pliegues y mostrándose al ojo del espectador en ordenación perfecta…
lo que más amaba Estrella de la historia del arte eran los caminos que se pierden entre los árboles, no las grandes avenidas, los objetos preciosos, las representaciones de la felicidad de vivir: la pintura rococó, los tapices franceses y holandeses del quinientos, las pinturas del imperio Gupta, las ilustraciones de Ivan Bilibin, los bajorrelieves de Angkor Vat…
—me gusta todo eso que queda fuera de las grandes corrientes, decía Estrella, prefiero los juncos a la corriente, me divierte más ver las ranas por allí, y los escarabajos de agua atrapando una burbuja de aire y sumergiéndose con ella… a Jaime le encantan los grandes mundos de Rubens, por ejemplo, pero a mí… he escandalizado a muchas personas diciendo que en la
Anunciación
de Fra Angélico me gustan mucho más las flores que las personas…
—el museo favorito de Estrella, dijo Jaime, es la Wallace Collection de Londres
—ahí está
El columpio
de Fragonard
—sí, dijo Estrella, Fragonard, y Vernet, y Greuze, aunque el piso de abajo está lleno de viejas armaduras polvorientas
en una pequeña glorieta habitada tan sólo por palomas, y con hierbas y flores salvajes surgiendo por las junturas de las losas, estaba el
tamelet
, un monumento o columna decorativa un tanto excéntrico, colocado allí en el siglo XVIII por deseo o instrucción expresa de uno de los constructores del parque Servadac (y que, según Jaime suponía, no era otro que el propio Hálifax y Farfán)… saliendo del camino, se acercaron los tres a contemplar el
tamelet
… estaba compuesto por una columna de pórfido rosa jaspeado, un fuste de hierro fundido, una bola de piedra negra, un cubo de escayola o quizá de madera con escenas mitológicas pintadas en cada una de sus caras, y cuatro piezas metálicas destinadas, quizá, a sostener en lo alto una gran bola de cristal translúcido, una escultura o simplemente un fanal (¿era el
tamelet
en realidad el diseño extravagante de una farola de alumbrado público —aun antes de que se inventara el alumbrado público?)… según explicó Jaime, nadie sabía exactamente qué era el
tamelet
; el nombre «
tamelet
» (palabra virtualmente
única
en nuestro idioma, sin significado alguno ni conexión posible con ninguna otra palabra conocida) aparecía escrito en la parte de pórfido, a la altura de los ojos, con letras irregulares talladas finamente en el mármol… en ninguna de sus lecturas sobre el siglo XVIII o sobre la construcción del parque Servadac había encontrado nunca Jaime el menor indicio que le revelara nada sobre el origen o utilidad de
tamelet
; los libros de arte solían describirlo como «columna original, parte seguramente de una construcción cuyo propósito desconocemos», «monumento extravagante», «pilar exótico de gusto dudoso y función no definida», «triste combinación de gusto neoclásico y materiales heterodoxos», etc., etc.