¿qué dice el periódico? preguntó Block estirándose de nuevo; en realidad, no le interesaba en absoluto conocer la actualidad internacional, pero parecía que aquella frase encajaba bien con la luz alegre y trivial de la mañana —se trataba de acariciar con los dedos el polen del tiempo para provocar una lluvia, una irisación de tiempo puro… sólo lo he hojeado, dijo Jaime… como siempre, actos y ceremonias alrededor de la Exposición Universal, baladronadas de Jomeini, un artículo donde se defiende a los fumadores y una carta al director del obispo de Países, protestando por la emisión de
Dios te salve, María
, de Godard, en la televisión… Jaime había abierto el periódico y buscaba algo en algún rincón de aquel elefante de papel: había también algo que quizá te interesara: Karmin, el disidente ruso, ha logrado por lo visto salir de su país… le conoces, ¿no? Vassili Karmin… sí, contestó Block, he leído un par de libros suyos, pero no acabo de entender esa noticia, ¿qué significa que «ha logrado salir de su país»? ¿le han canjeado, o algo parecido…? no, no, dijo Jaime, ha salido del país ilegalmente, es decir que se ha escapado… ¿y dónde está ahora? preguntó Block con incredulidad… no lo saben, al parecer está oculto en algún lugar, quizá en Suecia, quizá en París… bah, dijo Block, todo eso es una estupidez, esa noticia es absurda… además, no da ninguna información real… pero ya no estaba en la cárcel, dijo Jaime, al parecer, había regresado hacía poco de un tratamiento psiquiátrico… o quizá estaba todavía allí… es imposible, dijo Block, nadie escapa de una de esas cárceles… además, si está en Occidente ¿por qué iba a seguir oculto, por qué seguir en el anonimato? lo más probable es que haya muerto… yo leí
El elefante enfermo
en París, en una traducción francesa, aunque era demasiado joven, creo, para apreciarlo debidamente; ¿conocéis a Karmin en Países?… no, que yo sepa, dijo Jaime, nadie se ha molestado en traducirle… todo eso es rarísimo, volvió a decir Block, además, querer huir de ese país es como querer huir del mundo, la mitad de las fronteras dan a ningún sitio: a estepas, a países salvajes, al océano, al Polo Norte, y las otras están bien cuidadas… es un país demasiado grande, demasiado grande… sí, dijo Jaime doblando ruidosamente el periódico; un gorrión (atentos a estas yuxtaposiciones: un periódico, la inmensidad del mundo, un gorrión), un gorrión se había posado en una de las ramas del castaño de Indias que había frente a la ventana y se balanceaba como una damisela de Fragonard, después saltó al alféizar… Block, rió Jaime, no me digas que dejas comida para los gorriones en tu ventana… por supuesto que no, dijo Block indignado, ¿cómo se te ocurre?… el gorrión picoteaba velozmente, y en seguida dos o tres más se acercaron a participar en el festín de restos de
plum-cake
seco que alguien se había tomado la molestia de desmigar allí encima… cuando Jaime dejó el periódico doblado sobre la mesa, los pájaros se asustaron y echaron a volar: ya volverán, dijo Jaime de buen humor… Block levantó la colcha y se sentó en la cama, su pijama también era verde, uno de esos pijamas anticuados, con botones, solapas y pantalón muy suelto —sus pies buscaban torpemente las zapatillas, escondidas debajo de la cama…
—¿qué libro estabas leyendo? preguntó Jaime… Block cogió el libro, que había quedado olvidado entre los pliegues y los helechos de la colcha, y se lo tendió… era un espirituoso volumen estampado en rosas rojas y negras, con los bordes muy desgastados por el uso; estaba impreso a dos tintas, roja y negra, con las letras capitales y los títulos en rojo-cuento-de-hadas y el cuerpo del texto en negro, y todas las páginas tenían orlas de dos colores que representaban flores de cardo entrelazadas por tallos espinosos, violetas que florecían y fructificaban sin cesar o cisnes negros que iban anudando amigablemente sus cuellos… Jaime lo hojeaba con el ceño fruncido, pasando página tras página, y sin entender ni una palabra de la misteriosa y exótica escritura cirílica… al principio del volumen había una hoja sedosa y translúcida y luego un grabado de acero en forma de óvalo que representaba a una muchacha de bucles negros, pecho de vidrio y grandes ojos oscuros, con uno de esos altos y complicados peinados del siglo XVIII de los que penden pequeñas joyas, collares y diademas, y una gargantilla de seda que depositaba una gema parecida a una lágrima entre sus dos prominentes y extenuadas clavículas…
—de nuevo tu Marfira III, dijo Jaime… me molesta no entender nada… tienen algo fascinante las poetisas, ¿verdad? al fin y al cabo son mujeres que se nos ofrecen, que se desnudan para nosotros… esta Marfira siempre me recuerda a otra poetisa que conozco, dijo Jaime mientras seguía en la inútil tarea de pasar páginas y páginas… y luego murmuró por lo bajo: Marfira, Mencía, Marfira, Mencía
—¿quién es?
—Mencía Rodríguez… es una amiga de Estrella… bastante peligrosa, creo, una poetisa loca, una mujer con garras de pájaro y llena de deseos de desgarrar carne humana
—¿la conoceré?
—sí, cuando Estrella vuelva de Mallorca… ahora están las dos allí, y supongo que volverán juntas… suelen pasar temporadas largas en la casa de los padres de Estrella, tienen una especie de mansión campesina en la orilla del mar… Marfira, Mencía, Marfira, Mencía… cuéntame algo de tu Marfira III…
—Marfira III, suspiró Block… entendamos a Block: ahora levanta los ojos al cielo, apoya las manos sobre la cama, como si hablar de su reina de pelo de cuervo le produjera un enorme hastío —en realidad, es uno de sus temas favoritos… Marfira III fue una reina de mi país a finales del siglo XVIII, gran protectora de las artes y autora de un epistolario y un libro de poemas… entre esos poemas está lo mejor que se ha escrito nunca en ragudano… creo que vuestro siglo XVIII no es muy vistoso
—nuestro siglo XVIII es triste, dijo Jaime —aunque ahora está de moda decir que es una maravilla… lo más lírico y emocionante son algunos discursos y memoriales… la poesía es terrible, si exceptuamos al grande y olvidado Meléndez, y es posible disfrutar con algunas de las poesías orientales del conde de Noroña… en cuanto a la novela, sólo hay cinco o seis en todo el siglo, y entre ellas horrores tales como
la Vida
de Torres o
Fray Gerundio de Campazas
, aunque yo salvaría
Las aventuras de Juan Luis
, donde se describe una utopía divertidísima… pero lo más divertido de nuestro dieciocho son los periódicos, que es el tema en el que yo estoy trabajando…
—nuestro XVIII fue la edad de oro, dijo Block, sobre todo por Marfira III, aunque también por Valman y por las novelas de Moreçul
Rádula y Ergástula
, que deberían ser traducidas a todas las lenguas —aunque el que suele considerarse nuestro poeta nacional, Gròdul, floreció a principios del siglo XVI… pero tú no has oído jamás hablar de ellos… es lógico… Gròdul es nuestro Spenser, nuestro Garcilaso… una figura que uno se imagina bajo un cielo sin nubes, al lado de una fuente, escribiendo apoyado sobre el lomo de una cierva… pero Marfira III es una figura trágica, no, algo menos, una mujer, una persona, tan sólo una mujer desdichada… es posible sentir su presencia: Gròdul camina entre las flores, Marfira habita en todos los rincones oscuros, las palabras con que yo nombro la desesperación, el amor, la soledad de las tardes, el cielo vacío de la noche, las inventó Marfira… Marfira III se casó con un noble del norte, hijo de un rey más tarde destronado, un hombre de gustos rudos —nunca fue muy querido por el pueblo, delegó sus obligaciones políticas en validos y fue famoso por su brutalidad y sus borracheras… pero esto no es lo más triste de la vida de Marfira —un marido estúpido no la habría hecho sufrir demasiado, ya que ella conocía los placeres de la inteligencia y bajo los tapices de sus habitaciones habría lugar, creo yo, para una o varias puertas secretas… la llamativa tristeza que tanto embellece sus retratos (ese grabado que has visto en el libro es una copia de un famoso óleo de Gandál el Joven; el grabado es bonito, pero en el cuadro original su pecho está hinchado (sí, es increíble) hinchado por un suspiro, y los músculos de su cuello están tensos por la hermosa y real obligación de no llorar… ¿conoces a alguien que haya pintado un suspiro?) esa tristeza de los retratos, decía, tiene su origen en hechos más antiguos… cuando Marfira había escrito los dieciséis sonetos de su
In Arcadia
, que son obras académicas y por tanto felices, se enamoró del conde Karel Lipömov de Präste, un joven rubio ambarino, de labios muy rojos… Karel era un soldado poeta, y en los descansos de la guerra solía escribir canciones de amor llenas de espinos, suspiros y ruiseñores… le mataron los turcos cuando ella tenía diecisiete años, y lo devolvieron a nuestro país en un cofre… bueno, mejor dicho, en doce pequeños cofres… ese suceso terrible no se puede rastrear en los versos más que de forma muy indirecta: no en alusiones más o menos escondidas, no en la expresión del dolor y del horror…
—¿se puede expresar el dolor o el horror con la poética rococó?
—no, pero en los versos de Marfira sucedió, a mi modo de ver, algo mágico: todo lo que ella tocaba se convertía en sustancia, sustancia animada por un soplo mortal y tembloroso… las estrofas se elevan, blancas, heladas, y dejan tras de sí el misterio de lo irremediable… por en medio de las estrofas la muchacha, perdida en miriñaques y corpiños (era hermosa como una gitana, tenía ojos negros, cabellera morena larga y rizada, y un rizado toisón púbico, si es cierto que la segunda gracia del
Triunfo de Venus
de Pavel Valman la retrata en secreto)… en medio de las estrofas la muchacha saca un brazo, como muchas tardes, arrastrada por un barco río abajo, una barca deslizándose sobre el agua, un espejo sólido de reflejos y nenúfares; sacando el brazo sobre el costado de la barca sus dedos se hunden en el agua oscura, donde vive Oleg el príncipe Tritón y su corte de veintidós ondinas fluviales… y su mano, por fuera de las estrofas perfectas como zafiros, extiende los cinco dedos, los extiende deseando alcanzar… y toca, en silencio, el suelo de una región de lagos ponzoñosos y árboles malditos, toda dominada por lo irremediable… entre una estrofa y otra hay un vacío, ella está tocando esa tierra irremediable y todo, todo se transubstancia… todo sale de sí, como unas mariposas oscuras, todo es más… todo es más —se oye, pero ¿desde dónde se oye? se oye desde lo irremediable, donde ella ha puesto su gran sillón para ponerse a meditar y a recordar para siempre:
Fue el verano pasado, cuando las amapolas
llenaron los campos, y el astro que apaga las estrellas
dominaba sobre el usual campo de Diana
¿qué es esto? una vulgar perífrasis por «sol» —quizá… pero comparar al amado con el sol es una vieja fórmula petrarquista:
Sola di tutti Alcina era piú bella
Sí come è bello il sol piú d'ogni stella
entonces es Karel, el sol, que domina a la luna, que es la luna del turco… pero también el «usual campo de Diana» puede ser una perífrasis del lecho, y la virginal Diana, diosa de los bosques, la oscuridad y la pureza, una forma subrepticia de aludirse a sí misma… en ese caso, ese verso reúne dos alusiones, y dos alusiones falsas: porque a partir de ese verso algo autosuficiente (y eso teniendo en cuenta que se trata de una frase hecha), comienza a intrigar Ibn-Malek para que la luna venza finalmente al luminoso Karel, y Diana perderá su doncellez entre las cortinas del lecho de un castillo que hoy es museo nacional… o quizá no hay nada de esto: «fue el verano pasado, cuando las amapolas llenaron los campos y el sol comenzó a brillar con más fuerza…»
los dos quedaron en silencio; Jaime cerró el libro y lo depositó de nuevo entre los helechos de tela; uno de los pájaros de la ventana echó a cantar con una especie de apasionada inocencia
—una mansión a la orilla del mar, dijo Block, volviendo al tema de Estrella… estoy impresionado… ¿cuándo vuelve a Países?
—en cualquier momento, dijo Jaime… no tiene realmente obligaciones en Países, pero supongo que a estas alturas ya estará harta de Mallorca, de su familia e incluso de Mencía
—¿cómo es Estrella? preguntó Block… durante los últimos días había pensado mucho en ella; en la casa de Jaime había un par de fotografías suyas, despeinada frente a una taza de café humeante, en un bar de París; su rostro iluminado por el sol, al lado del mar, en Valencia; sus ojos ligeramente rasgados, iluminados por una sonrisa, por encima del horizonte de su brazo de arena… Block se había inventado el rostro de Estrella, es decir, creía conocerlo, a partir de esta última fotografía, en la que en realidad no se veía otra cosa que su frente, sus cejas, sus ojos… su frente-luna, sus cejas abisinias, sus ojos persas…
—Estrella es… dijo Jaime… es una chica preciosa… tiene unos ojos verdes muy bonitos… te enamorarás de ella sin remedio
—eres un extraño libertino, estando enamorado de tu mujer, dijo Block mirándole con curiosidad
—todos los libertinos lo están… ¿qué es un libertino, más que un oral compulsivo que necesita una madre, una presencia femenina bienhechora? ella les salva, ella es Diana, que les libra de la Venus ferina… ¿ves?, el marido de tu Marfira también la amaría locamente… además, ¿quién te ha dicho que yo soy un libertino?… lo que pasó el otro día con aquellas muchachitas no significa nada… mira, a mí ya se me había olvidado, ¿cómo puede ser eso importante?
Block se había puesto a bostezar de nuevo; luego, como tomando una resolución repentina, se puso de pie, se alisó un poco el pelo con las dos manos y se dirigió al armario para coger su bolsa de baño y una toalla…
—me voy a dar una ducha, dijo… tardo cinco minutos… los libros nuevos están sobre la mesa… son ese montón que está debajo del abrecartas de marfil…
—bien, dijo Jaime
se levantó de la silla; no le molestaba esperar, ya que ahora podía admirar a sus anchas el desorden de Block, investigarlo de cerca… en la mesilla de noche había una partitura de una obra de Mahler totalmente desconocida para él, y también un caleidoscopio… en realidad, en aquella habitación había muchos juguetes: un kinetoscopio, apoyado cómodamente en un libro de fotografías de Yugoslavia, en lo alto de la estantería; un par de soldaditos de plomo con un uniforme que le resultaba desconocido, un pequeño y desconchado caballo de madera, un ábaco —un intruso en este mundo idílico de juguetes no utilitarios… apenas miró los libros de Block, que ya conocía de memoria, pero estuvo un rato hojeando un libro sobre Shishkin que contenía una extensa colección de láminas en color: eran bosques misteriosos, iluminados por un sol misterioso y misteriosamente vacíos y carentes de significado, cuando veía aquellos cuadros Jaime sentía que se asomaba a una especial región de la hermosura por la que no sabía cómo caminar ni hacia dónde… entre las adquisiciones recientes de Block, había un libro sobre Artur Schnabel, el libro
Sueños
de Borges,
El bosque de la noche
de Djuna Barnes y las
Listas de los Animales del Arca
de Prosper Michel; abrió
El bosque de la noche
, había frases subrayadas con lápiz azul o rojo… leyó: