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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (52 page)

BOOK: La música del mundo
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—el oso estaba solo, dijo Estrella, y así, salió de su casa una fría mañana de invierno y echó a caminar ladera arriba…

ahora todos los osos cantaban:

un oso subió a la montaña

un oso subió a la montaña

la melodía era muy fácil de recordar, y en seguida Estrella y Jaime empezaron a tararearla y a cantar a la vez que los osos

un oso subió a la montaña

para ver lo que podía ver

nunca llegaban al final de la canción, y se contentaban con repetir una y otra vez la misma estrofa… «y cuando llegó a lo alto de la montaña, ¿qué demonios pasó?» preguntó Block… «ah, ¿tú qué crees?» dijo Estrella… «el final de la historia no es muy agradable, dijo Jaime, y la mayoría de los osos, sobre todo los mayores, se niegan a admitirla… cuando el oso subió a la montaña, lo que vio fue otra montaña…» «¿otra montaña?» preguntó Block «¡vaya historia!»

un oso subió a la montaña

un oso subió a la montaña

el norte de su mágico círculo de invierno coincidía, precisamente, con el depósito de miel de los osos… después de apartar unas cuantas brazadas de agujas de pino de entre las raíces de un enorme pino piñonero, pudieron asomarse de nuevo y contemplar el interior de la tierra… había un lío terrible en el almacén de la miel; los osos no hacían más que dar vueltas y chillar y lamentarse y mirar una y otra vez los frascos vacíos y encaramarse a los estantes más altos para ver si quedaba miel en algún frasco… «¡oh, Dios mío!» gritaban… «¡qué vergüenza, no queda ni una sola cucharada! ¡nada de nada!…» algunas osas de la cocina o de las despensas se arrancaban con furia la cofia rosada de la cabeza, y decían dando rugidos: «¡oh, como cojamos a ese osito que robó la miel! ¡ah, sí, cuando encontremos a ese pillastre!» entonces apareció el viejo Mascup en el almacén de la miel seguido de alguno de los osos mayores, y mandó callar a todo el mundo: «¿qué ha pasado aquí, diantres?» gritó con voz atronadora

—ese Mascup se hace respetar, dijo Block

—es el abuelo oso, dijo Jaime… cuando él habla, todos le escuchan… menos cuando están todos borrachos, claro

«un osito robó la miel», dijo Sabiewul, una osita muy joven que apenas podía contener las lágrimas «¡qué vergüenza! ¡no queda ni una sola cucharada!» «¿un osito? dijo Mascup, ¿qué osito? ¡decidme! ¿qué osito ha sido?» «¡no lo sabemos, Mascup! chillaban todos a la vez, ¡ah, si lo supiéramos! ¡le íbamos a dar una buena a ese pillastre!» «¡ah, cuando le cojamos! decía Lobiewul, ¡no le van a quedar ganas de volver a probar la miel en su vida!»

—mira que son retóricos, se quejó Block

en los setos que había cerca se notaban movimientos extraños; la fumigación empezaba a hacer su efecto —animales escapando de las galerías subterráneas, saliendo al exterior… corrieron a mirar detrás del seto —un gran galgo afgano con la lengua fuera, que huía blandamente, como en sueños, y dos maglobias listadas que chillaban dando vueltas y tropezándose una con otra… de una de las madrigueras surgió un caballo de Tales, con ojos despavoridos, que se fue cabalgando por entre la sombra de los árboles; era un caballo muy bonito, color rosado, crines blancas —en seguida empezaron a aparecer más: pequeños y multicolores caballos de Tales, surgiendo uno tras otro —luego se iban al galope por entre los helechos: uno amarillo, uno azul, uno verde claro, uno rosado con lunares blancos, uno rojo con lunares rosas, uno rosa con lunares morados, dos color añil que parecían hermanos gemelos y se fueron cabalgando uno al lado del otro, uno blanco con crines doradas, otro color añil con pintas verdes —y finalmente, una gran mariposa iridiscente y un pavo de plumas color cereza, con el luminoso bofe hinchado… habría sido imposible alcanzar a los velocísimos caballos de Tales, pero Jaime, Estrella y Block entraron en la región de los helechos y fueron corriendo en la dirección en que habían desaparecido los caballos, un gamblero que venía corriendo por entre los helechos, mirando hacia atrás para ver si le seguían, se tropezó con las piernas de Estrella —Estrella y él dieron un grito horrible

—¡es un gamblero! dijo Estrella… ¿por qué no miras por dónde andas?

—vamos a salir de aquí, dijo Jaime… si han salido los gambleros también pueden salir los cocodrilos de mar, y nos morderán los pies

—¡qué horror! gimió Estrella

—¿cocodrilos de mar? dijo Block… en mi vida he oído hablar de los cocodrilos de mar

salieron a un claro entre los árboles, absolutamente inundado de hojas secas; parecía que todos los árboles del bosque habían almacenado allí su interminable archivo de suspiros, millones de hojas doradas, rojas, amarillas, leonadas, pardas, pintadas, que unos duendes diminutos iban amontonando hasta formar pirámides, cordilleras, murallas, mesetas, fortalezas, rampas de juegos, vallas de jardines, caminos… «¿por qué serán siempre tan viejos los duendes?» dijo Estrella, contemplando a dos que llevaban una bellota cada uno (las llevaban rodando sobre las hojas, como si fueran barricas de vino), pero entonces Jaime la hizo callar con un gesto: había algo que se movía entre las hojas, y los tres se quedaron inmóviles

—¿qué es? preguntó Block, ¿una serpiente?

—es un animal de las hojas, dijo Estrella en voz baja… son muy peligrosos

—sí, parece un animal de las hojas, murmuró Jaime… hay que quedarse quieto y no hacer ruido

el animal avanzaba jadeando y revolviéndose por entre las hojas, gruñendo y como dando zarpazos o dentelladas secas… de improviso, hubo un revuelo de hojas, una especie de estallido de hojas amarillas

—¿ha salido? preguntó Estrella… yo creo que ha salido de las hojas

—yo no veo absolutamente nada, dijo Block

—yo creo que sí ha salido, dijo Jaime… los animales de las hojas pueden hacerse invisibles, pero entonces se vuelven ciegos… a lo mejor se ha hecho invisible y ha salido de las hojas, pero entonces no puede vernos

algo avanzaba bufando por entre las hojas, un animal grande y pesado; se dirigía hacia ellos, y entonces los tres echaron a andar procurando no hacer ruido, y saliendo del claro volvieron a entrar entre los árboles para llegar de nuevo al seto y al camino… todo el bosque estaba lleno de carreras, de gritos y chillidos, y ellos continuaron caminando por el paseo, alejándose de la zona de las fumigaciones… uno de los conejos mecánicos pasó corriendo a toda velocidad a lo largo de un seto; tenía los ojos encendidos y destellantes… un poco más allá, había montículos de arena de los que salían columnas de humo azul; los empleados municipales se colocaban cerca de los montículos con grandes redes parecidas a cazamariposas e iban atrapando a los animales a medida que salían…

—¡eh, mirad allí! dijo Estrella

—¿qué pasa?

—allí, al fondo… está saliendo un oso, espero que no le vean

pero los empleados le vieron en seguida, y dos o tres de ellos corrieron hacia allí y atraparon al osito, que era muy joven y llevaba una cofia rosa como las de las ayudantes de la cocina… Jaime, Estrella y Block se acercaron allá, para ver si podían ayudar en algo al osito atrapado

—ah, me ha puesto perdido, decía uno de los empleados

—sí, que bicho, tiene las patas llenas de miel

—¡helo ahí! dijo Jaime, ése es el osito que robó la miel

se acercaron, el osito lloraba y lloraba

—¡mentira! ¡yo no robé nada! ¡yo estaba en el depósito de miel, es verdad, pero yo no robé, no robé!

—y entonces, ¿por qué tienes las patas manchadas? le preguntó Estrella con severidad

—bueno, suspiró el osito… es posible que abriera algún frasco y probara un poco de miel para ver si estaba lista para el banquete… a veces, cuando la miel lleva mucho tiempo guardada se pone sólida, ¿sabéis? y entonces hay que…

—bueno, bueno, dijo Jaime intrigado… entonces, ¿quién robó la miel?

—creo que fue un médico suizo que había bajado hasta allí para visitar a una osa que tenía problemas de reumatismo… ah, sí, creo que fue él

—¿un médico suizo? preguntó Block

—sí, dudó el osito… se llamaba Sanchipanzen o algo así… Saultchipalzausen, Salmistchopfen… era de Bolonia, la Selva Negra, y había estudiado en la universidad del lago Ladoga, según me contó; parecía cultísimo, y yo no pensé que lo que quería en realidad era distraerme para robar la miel… me contó muchas cosas, algunas en francés, que no entendí, y luego me dijo que quizá tuviera que meterme en cama dos meses, que tenía la cara amarilla y que eso era contusión aguda, y yo me asusté muchísimo

—¿la Selva Negra? dijo Block

—¿la universidad del lago Ladoga? dijo Jaime

—¡ha sido el conejo!

los tres reían, y el osito no entendía nada

—¿qué pasa? decía el osito, ¿de qué os reís?

—¡ese conejo! nos ha tomado el pelo también a nosotros

—claro, dijo Estrella, por eso le abultaba tanto el abrigo… ¡debía de llevar encima toda la miel de los osos! vamos a buscar al cazador y a contárselo, seguro que le da un ataque de rabia

—¿de qué conejo estáis hablando? dijo el osito… ¿estáis locos o qué?

—ese médico suizo que estuvo hablando contigo no era en realidad un médico, le dijo Jaime… puedes dormir tranquilo, no tienes contusión aguda

—ah ¿sí? dijo el osito… pues ¿quién era entonces?

—un conejo, dijo Jaime… un cuentista terrible

—ja, ja, dijo el osito… ya me han tomado el pelo una vez, ¿por qué iba a creerte ahora a ti?

—pero osito, le dijo Estrella, tienes que confiar en la gente

—en nadie, en nadie, decía el osito furioso… nunca jamás, nunca jamás…

cuando volvían, ya para salir del parque, se encontraron con una escena peculiar: el cazador acababa de disparar a uno de sus propios conejos mecánicos, y estaba pisoteando su escopeta sobre el hielo, loco de rabia… el conejo le había puesto a uno de los conejos mecánicos sus gafas negras y su bufanda y el cazador había mordido el anzuelo y lo había despanzurrado de un disparo cuando el infeliz mecanismo atravesaba uno de los lagos helados… «¡te haré pagar por esto, conejo! gritaba el cazador, rojo de ira, ¡esos conejos mecánicos estaban recién importados de Corea y costaban un ojo de la cara!…» el hielo ya empezaba a resquebrajarse bajo sus pies, y Jaime, Estrella y Block esperaron, mirando desde el borde del estanque, hasta que el hielo se rompió y el cazador se hundió con un grito en el agua helada… apareció de nuevo, escupiendo un pez rojo que acababa de tragar, y apoyándose en el borde de la brecha que él mismo había abierto, tecleó con los dedos sobre el hielo, expresando una desesperación infinita

los tres descendieron por una de las avenidas del parque —cuyos paseos de arena y de hierba e hileras de heroicas estatuas en reposo conducían, allá al fondo, a una doble fuente y una puerta de hierro con tres arcos… caminaban por la hierba; iban los tres cogidos del brazo, casi corriendo, felices… ¿qué más se puede añadir? el viento en el rostro, el corazón ligero… los tres tenían las mejillas rojas por el frío, no se oían cantos de pájaros en los árboles… un avión cruzaba los cielos de Países; un globo meteorológico color amarillo parecía descender desde alguna colección celestial de motivos surrealistas… el espacio se combaba con su amor, si extendían los brazos, podrían rozar las nubes con los dedos… rodearon la fuente helada, las carpas dobles por entre dobles nenúfares y cisnes duplicados en el reflejo y curvados en la reminiscencia; pasaron por debajo de los arcos… saliendo del parque Servadac, cruzaron la calle Alfonso XII sin esperar al semáforo, y luego caminaron en dirección a la puerta de Alcalá… tal como aquellas dos viejas agentes de otro mundo, venidas a éste aparentemente para disfrutar de su lado más material y frívolo, habían explicado, la distribución espacial era la esperada —y ¿por qué nos sorprende tanto, se preguntó Block, por qué nos parece tan increíble y nos hace tan felices el hecho de que un espacio de la realidad coincida con un espacio descrito? está todo, decimos, está igual: esto está aquí y esto allí, todo coincide —¿por qué nos hace esto tan felices? entraron en La Gamella y dejaron los abrigos en la entrada, Pedro y Rosa ya estaban sentados a la mesa, y un camarero les servía dos copas llenas de líquido rosa oscuro (Pedro) y de fluido dorado rojizo (Rosa)… las cartas se abrían ante ellos, llenas de nombres dulces y exaltaciones de los sentidos… los nombres del bosque se enlazaban con los nombres del mundo… la tierra y el mar rendían sus frutos, el invierno vaciaba sus graneros, las esencias volaban por el aire… olía a flores… el vino de los aperitivos olía a flores y a las islas de los piratas… los nombres del bosque se unían a los nombres del mar… a veces, Rosa se pintaba de manera que parecía japonesa: sus labios, sus ojos oscuros, complicados como estanques donde se reflejan y se multiplican los abetos y los cielos… Estrella extendía los dedos de su mano para que Pedro pudiera comprobar lo helados que estaban… Rosa y Estrella deshacían un tímido intento, por parte de Jaime, Block y Pedro, de celebrar allí y en aquel momento, una reunión informal de la Academia de los Dormidos; el camarero colocó en el centro de la mesa un plato hexagonal con una esfera de paté fresco de oca al moscatel y una canastilla de tostadas, y entonces los temas de conversación descendieron al nivel de las hojas del bosque, las setas encantadas, las hojitas de menta, el pavo salvaje, la trufa enterrada… Estrella le dio a Block una cucharada llena de su huevo en cocotte con caviar de mújol (más tarde, con vino rosado en las copas, todos cayendo suavemente sobre su primer plato, entreabriendo, seccionando suavemente, entrando aquí y allá), y Block le dio a Estrella una cucharada de su sopa de langosta con ostras, Pedro quiso probar (de nuevo) el pastel de chorizo y pimientos rojos de Jaime, y Rosa también lo probó, y puso en el plato de Jaime una loncha de salmón marinado con una de las salsas, delicada, misteriosa…

—oh, dijo Estrella, cuánto he comido

—Block debe de estar un poco harto, dijo Jaime volviendo la cabeza hacia él, que les contemplaba metido en la cama

—no, dijo Block, yo creo que no… todavía parece divertido

estaban los tres terminando sus postres —natillas con brandy de ciruelas, el postre favorito de Jaime y Estrella y una de las grandes magias de La Gamella— sentados en la rodilla izquierda de Block, sobre el edredón… la rodilla derecha era la colina de las Fieras Salvajes, en el parque Servadac, esto tenía una cierta lógica espacial o figurativa, pero ¿qué hacían ahora subidos en la otra rodilla? empezaban a adivinar que sus desplazamientos espaciales a lo largo y lo ancho del edredón de Block eran en gran medida arbitrarios…

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