Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—Gracias —dijo Elena, apoyando las palmas de las manos sobre sus muslos cuando él la soltó—. Y no solo por lo de ahora. —Alzó la vista—. También por lo de antes.
Los ojos del arcángel se llenaron de asombro.
—Esperaba un arranque de furia.
—No soy ninguna estúpida. Testaruda quizá sí, pero no estúpida. —Se enderezó y dejó escapar un suspiro—. No me gusta ser tan vulnerable ante ti, pero tengo que aceptar que eso no cambiará de la noche a la mañana. —Había tomado a un arcángel como amante conociendo la disparidad de fuerza que existía entre ellos—. Sabes que lucharía hasta mi último aliento si intentaras coaccionarme en una situación normal. Lo que ocurrió sobre el río —se le aceleró el corazón al recordar aquel instante— no fue una situación normal. —Una ráfaga de viento los atacó justo entonces, una ráfaga que se llevó las últimas palabras que salieron de sus labios y tiró de sus alas como si quisiera arrancárselas.
Rafael la acurrucó contra su cuerpo para protegerla y extendió las alas sobre ellos mientras el viento los azotaba una y otra vez.
¿
Lo notas
?
Elena se quedó inmóvil ante aquella pregunta. El viento… transportaba una esencia. Leve. Muy, muy leve. Y tan inusual que no lograba identificarla. Solo sabía que era la misma que había percibido cuando se le aplastaron las alas mientras sobrevolaba el río.
¿
Qué aroma es ese
?
El de una rarísima orquídea negra que solo se encuentra en las profundidades de la selva amazónica
.
Elena se estremeció.
—¿De verdad es ella?
Eso parece
.
Cuando por fin se aplacó la furia del viento con una última ráfaga cortante, Elena alzó la vista y apartó los mechones azabache del rostro de Rafael para revelar aquella increíble belleza que tenía el poder de hacer llorar a los mortales.
—Todavía no es muy fuerte. —El viento solo había durado un minuto, como máximo.
—No. —Y añadió mentalmente:
Pero parece que ha distinguido a mi consorte
.
—Dios, hoy estoy lenta de entendederas… —Aquella ráfaga de viento sobre el Hudson no había sido casual. Había sido una flecha cuyo único objetivo era que se rompiera todos los huesos al caer sobre el agua a toda velocidad—. ¿Está consciente, entonces?
Rafael negó con la cabeza.
—Le he pedido a Jessamy que investigara un poco —dijo, refiriéndose a la depositaria de los conocimientos angelicales, a la guardiana de sus historias… y uno de los ángeles más amables que Elena había conocido jamás—. Ven, hablaremos de ello dentro.
Entraron en la casa y se dirigieron a la biblioteca, una estancia que despertaba la naturaleza curiosa de Elena. La primera vez que entró en aquel lugar, solo se había fijado en los libros dispuestos en las estanterías que cubrían las paredes, en la chimenea que había a la izquierda y en el maravilloso juego de mesa y sillas situado junto a la ventana.
Sin embargo, al igual que las demás habitaciones de los ángeles, aquella tenía un techo increíblemente alto… y aquel techo era una obra de arte: las vigas de madera habían sido talladas con una encomiable atención al detalle, y tenían incrustadas varias piezas de color más oscuro que encajaban a la perfección.
—¿Aodhan?
—No —dijo Rafael tras seguir su mirada—. Eso es obra de un humano, un maestro en su trabajo.
—Asombroso. —Seguro que el hombre había sentido un inmenso orgullo después de construir semejante estancia para un arcángel.
Rafael acarició su cabello con la mano. Una caricia extrañamente tierna.
—¿Arcángel?
—Soy mucho más poderoso que cuando Caliane desapareció. —Sus palabras revelaban una atormentada sensación de agonía y muchos recuerdos—. Pero sigo siendo su hijo, Elena. Miles y miles de años más joven.
Ella hizo un gesto negativo con la cabeza.
—También eras más joven que Uram. Y aun así lo venciste.
—Mi madre está por encima de Uram, por encima de Lijuan. —Elena sintió un escalofrío en la espalda al escuchar aquellas palabras—. Ha vivido como arcángel durante decenas de miles de años. No hay forma de saber en qué se ha convertido.
Al pensar en lo que Lijuan había hecho en Pekín, en la mancha de humo y muerte que, según se decía, aún sobrevolaba el cráter vacío que en su día había sido una ciudad vibrante y llena de vida, Elena notó que el miedo intentaba aferrarse a su corazón. Se negó a permitirlo, ya que el amor que sentía por aquel arcángel era mucho más fuerte que cualquier posible enemigo.
—Ella tampoco sabe en qué te has convertido tú, Rafael.
La expresión del arcángel no cambió, pero Elena sabía que la había oído.
—Jessamy —añadió él— me ha dicho que Caliane se encuentra ahora en un estado entre el sueño y la vigilia. Posee cierta conciencia, pero no tiene un conocimiento real de sus actos.
—¿Es posible que crea que todo es un sueño?
Rafael cerró la mano sobre su nuca y tiró de ella para acercarla.
—Sí. —Su beso fue algo más que peligroso.
Pero nosotros no hemos venido aquí a hablar de Caliane
.
Elena apretó los labios contra el marcado ángulo de su mandíbula, y la emoción convirtió en cenizas los últimos vestigios del miedo que había sentido mientras caía.
—A ver si sudamos un poco…
U
na hora después, Elena, más que sudar, sufría un infierno. Rafael le había proporcionado el combate sin trabas que había pedido… y mucho más.
—¿Sabes qué es lo que más me cabrea? —le dijo mientras apoyaba las manos en las rodillas al otro lado del irregular círculo de prácticas que habían creado en el césped.
Rafael, cuyo torso desnudo brillaba a causa de una finísima capa de sudor, se echó hacia atrás el cabello.
—Basta de charlas —le ordenó—. Arriba.
Elena le enseñó los dientes.
—Pues que tú ni siquiera jadees cuando yo me siento como si hubiera acabado con una manada de vampiros.
Aun así, se enderezó, porque si lograba aprender cómo resistirse a Rafael aunque solo fuera por un segundo, sería invencible contra la mayoría de los vampiros y de los humanos.
El arcángel la atacó sin avisar, a toda velocidad. Elena se agachó para esquivarlo y se arrojó al suelo. Los entrenamientos previos con Galen evitaron que se dañara las alas al caer, pero las plumas quedaron aplastadas contra el césped cuando Rafael se abalanzó sobre ella para inmovilizarla.
—Galen no me enseñó eso —señaló Elena, cuyo pecho subía y bajaba debajo del arcángel, quien le sujetaba ambas manos por encima de la cabeza.
—¿El qué? —Su cuerpo desprendía calor, y sus ojos tenían un brillo que ella solo le había visto en la cama.
No pudo evitarlo. Elena se arqueó, lo besó y sacó la lengua para saborear la agresiva masculinidad que irradiaba su cuerpo.
—Eso que haces con las alas.
En lugar de responder, Rafael le separó más las piernas, y de pronto la posición fue mucho más íntima.
—Rafael… —Una ronca censura—. Lo más probable es que Montgomery nos esté vigilando.
—Mi mayordomo nunca sería tan maleducado. —Un beso ardiente en el cuello—. ¿Con las alas?
Elena luchó por lograr que su cerebro volviera a funcionar.
—Tú las utilizas. Galen me enseñó a mantenerlas fuera de peligro, para que no me las dañara con un cuchillo o con la espada corta, pero tú las usas para equilibrarte, e incluso te elevas un poco para esquivar los golpes. —Nunca había visto a nadie con aquella gracia letal. Galen era un tipo de luchador diferente, más brutal, de movimientos más bruscos.
Otro beso con un roce de dientes. Elena soltó un silbido y estaba a punto de rodearlo con una pierna cuando Rafael se apartó de ella y le tendió una mano para ayudarla a levantarse.
—Galen te enseñó lo necesario para sobrevivir —dijo una vez que ella se puso en pie—. Debía concentrarse en las tácticas que sabía que tú llegarías a dominar en el tiempo que quedaba hasta el baile de Lijuan.
Elena levantó los brazos para volver a hacerse la coleta y asintió con la cabeza.
—Imagino que sí. Supongo que me llevará mucho más tiempo aprender a utilizar las alas de la forma en que tú lo haces.
—Por el momento —dijo Rafael, alejándose para coger dos espadas cortas que Elena había dejado al borde del círculo de prácticas—, tus alas son poco más que un estorbo en el combate.
La cazadora cogió las espadas por la empuñadura y observó cómo Rafael recogía un juego de cuchillos mucho más pequeños.
—¿Vas a darme ventaja?
Una sonrisa cargada de arrogancia.
—Todavía eres un bebé de pecho, Elena. —Se concentró en ella con los cuchillos a los costados—. No sería justo vencerte de nuevo tan pronto.
Elena se puso en cuclillas, con las alas bien pegadas a la espalda.
—Vamos, entonces, angelito. —Mantuvo la vista clavada en los músculos de sus hombros y percibió el instante en que se tensaban.
Una fracción de segundo después, ambos se movían en una danza peligrosa y perversa de aceros y cuerpos. En realidad jamás había tenido la oportunidad de enfrentarse a Rafael de aquella forma y, a decir verdad, era lo más divertido que había hecho en su vida. El arcángel era bueno. Mejor que bueno. Aquello no era ninguna sorpresa, pensó mientras bloqueaba los cuchillos y atacaba con la espada en pleno giro. Ninguno de los Siete le habría prometido lealtad a un arcángel a quien no respetara en el campo de batalla.
Un susurro metálico en el aire.
—Para.
—Joder… —Elena bajó las manos y contempló el fino arañazo que tenía en el brazo—. ¿Eso me habría costado el brazo en un combate real?
Rafael vio la expresión de disgusto de Elena y contuvo una sonrisa de orgullo. El cabello recogido a la manera práctica de un guerrero, el cuerpo brillante a causa del sudor, una musculatura flexible y elegante… así era su consorte.
—Ha sido un error táctico —respondió él, pues sabía que Elena poseía el potencial de convertirse en alguien invencible con aquellas espadas. Lo único que necesitaba era un poco de tiempo para desarrollar su inmortalidad, y más instrucción experta—. Aprovechaste una oportunidad —señaló—, y bajaste la guardia por la izquierda porque pensaste que yo no podría girar tan rápido, pero no puedes juzgar la agilidad de otros ángeles, ni siquiera la de los vampiros antiguos comparándola con la tuya.
Elena era ángel desde hacía menos de medio año. El hecho de que ya fuera tan buena, de que sus instintos de cazadora empezaran a destacar, no era motivo para ponérselo fácil. Todo lo contrario, necesitaba que la presionaran más aún.
La cazadora alzó las espadas.
—Una vez más.
—Vamos.
El estrépito del acero, los movimientos de los cuerpos sudorosos, la experiencia salvaje de todo aquello, entusiasmaba a Rafael. Entrenaba con sus Siete de vez en cuando, pero siempre eran ejercicios prácticos destinados a mantener las habilidades físicas en plena forma. Elena luchaba como si la batalla formara parte de su ser, y él se había contagiado tanto de su euforia que la sentía como un latido bajo la piel.
«Entonces ella te matará. Te convertirá en mortal.»
Lijuan no tenía ni idea, pensó mientras esquivaba la hoja de una de las espadas cortas y deslizaba el cuchillo bajo el tirante de la camiseta de Elena para cortarlo con un único movimiento. Tal vez se curara más despacio y pudiera sufrir daños con más facilidad, pero estaba vivo de una forma que Lijuan no había conocido nunca ni conocería jamás… porque ella había matado al humano que una vez, mucho tiempo atrás, amenazó con convertirla en mortal.
Elena hizo caso omiso del tirante cortado, retrocedió y arrojó las dos espadas. Desprevenido, Rafael se echó hacia atrás y aplastó las alas contra el suelo. Aun así, una de las espadas pasó a un centímetro escaso de su rostro. La otra le rozó la mejilla y se clavó en la tierra, por detrás de él.
—¡Maldita sea, Rafael! —Elena le había cubierto la cara con las manos antes de que pudiera recordarle que no era una buena idea arrojar las únicas armas que se poseían—. Se supone que no puedes sufrir heridas. Esa es la única razón por la que utilizamos espadas de verdad.
Por primera vez en su vida, Rafael se quedó mudo. No por las palabras de Elena, sino por la ternura de sus manos, la preocupación de sus ojos. Él era un arcángel. Le habían infligido heridas mucho, muchísimo peores y no les había prestado la más mínima atención. Sin embargo, nunca había habido una mujer con la piel bañada por el sol del atardecer y unos ojos grises como las tormentas que lo regañara por atreverse a resultar herido.
—¿Me estás escuchando? ¡Podría haberte hecho daño! —
Otra vez
.
Rafael se deshizo de su estado de aturdimiento para responder a ese comentario que no había dicho en voz alta.
—Podría haber desviado las espadas utilizando mi poder. Pero entonces no habría sido una pelea justa.
Esta situación no se parece en nada a la de la noche que me disparaste, Elena. En aquel momento, yo era peligroso para ti
.
En respuesta, ella le giró la cabeza hacia la luz y se puso de puntillas para examinar el corte.
—Es mucho más profundo que esa picadura de mosquito que tú me hiciste cuando cometí un error.
Rafael sujetó los cuchillos en una sola mano para cubrir con los dedos la mejilla de su cazadora.
—Esto es menos que una picadura de mosquito para mí. No te preocupes, no tendrás que buscarte otro consorte.
—No se te ocurra bromear con esas cosas. —Acto seguido se relajó, y apoyó las manos en sus caderas—. Vale, ¿cómo hice eso?
—Me lanzaste tus armas. Galen debería haberte enseñado que no debes hacer eso nunca.
—Estabas a punto de alcanzarme. Pretendía distraerte para poder coger mis cuchillos… o mis pistolas, si esto hubiera sido una lucha real. —Bajó la vista hacia su ala izquierda, dejando claro que se refería al arma diseñada para dañar las alas de los ángeles.
A Rafael no le hacía ninguna gracia haberla obligado a defenderse con tanta violencia aquella noche, pero lo cierto era que le gustaba la estrella de plumas doradas que había quedado como cicatriz en su ala. En lo que a él se refería, era una marca de posesión de Elena, igual que el anillo de ámbar que llevaba en el dedo.
—Tal vez sea una buena estrategia en ciertas situaciones —dijo, intentando ver las cosas desde el punto de vista de ella—. Trabajaremos en ello.