Pero mientras en la tribuna recibía el tributo del ejército, a Sila se le ocurrió una idea, que no creía que le hubiese venido a la mente a Mario en aquellos años en Numidia y Galia, aunque quizá sí durante la guerra contra los itálicos. Aquel mar de rostros en orden de desfile, en traje de gala… era un mar de hombres que pertenecía a Lucio Cornelio Sila. Ahí están mis legiones. Son mías antes que de Roma: las he creado yo, las he dirigido, les he concedido la mayor victoria de la guerra… y tengo que procurarles la recompensa cuando se retiren. Dándome la corona de hierba, me dan un regalo mucho más importante: se me entregan, y, si quisiera, podría llevarlas a donde me apeteciera. Podría incluso llevarlas contra Roma. Era una idea absurda, pero que acudió a la mente de Sila en aquellos momentos en que ocupaba la tribuna ceremonial. Una idea que quedó en reserva en el subconsciente.
Pompeya se rindió al día siguiente, después de que los habitantes contemplaron la ceremonia de condecoración desde las murallas. Los heraldos de Sila habían proclamado la noticia de la derrota de Lucio Cluentio ante los muros de Nola y la noticia había llegado a Pompeya, que, bombardeada implacablemente con proyectiles incendiarios desde la flota en el río, padecía lo indecible. Era como si todos los vientos transmitieran el mensaje de que la hegemonía itálica y samnita se desmoronaba y la derrota era ya inevitable.
De Pompeya, Sila marchó con dos de sus legiones contra Tabiae, mientras Tito Didio llevaba las otras dos a Herculaneum. El último día de abril capitulaba Stabiae y poco después se rendía Surrentum. A mediados de mayo, Sila volvía a emprender la marcha, en esta ocasión en dirección este. Catulo César había entregado legiones de refresco a Tito Didio antes de Herculaneum y Sila recuperó sus otras dos legiones. Aunque Herculaneum era la ciudad que más había tardado en unirse a la insurrección de los itálicos, demostraba que sabia perfectamente a lo que se exponía si se rendía a Roma, y, aunque sus calles ardían por efecto de los bombardeos navales, continuaba desafiando a Tito Didio mucho después de la capitulación de los otros puertos.
Sila pasó con sus cuatro legiones ante Nola sin dignarse mirar la ciudad, aunque envió a Metelo Pío el Meneitos a ver al comandante de la legión que la asediaba con un mensaje para que el pretor Apio Claudio Pulcher no levantara el sitio bajo ningún pretexto hasta que la ciudad se rindiese. Hombre austero, que había enviudado hacía poco, Apio Claudio se limitó a asentir con la cabeza.
Al final de la tercera semana de mayo, Sila llegaba a la ciudad de Aeclanum sobre la Via Appia. Sus servicios de espionaje le informaron que los hirpinos habían comenzado a concentrarse allí; pero él se había propuesto impedir toda concentración de insurrectos en el sur. Un vistazo a las defensas de Aeclanum y el rostro de Sila se iluminó con la más temible de sus sonrisas, mostrando los incisivos. Aquellas murallas, aunque altas y bien construidas, eran de madera.
Sabiendo con certeza que los hirpinos habían enviado una petición de ayuda a Marco Lamponio, Sila dispuso sus fuerzas ante la ciudad sin levantar el campamento y envió a Lúculo ante la puerta principal para conminarlos a la rendición. La respuesta de la ciudad llegó en forma de pregunta: ¿Podría Lucio Cornelio Sila conceder un día a Aeclanum para que lo pensaran y adoptasen una decisión?
—Tratan de ganar tiempo, con la esperanza de que mañana lleguen los refuerzos de Lamponio —dijo Sila a Metelo Pío y a Lúculo—. Tengo que pensar en ese Lamponio, porque no puede consentirse que siga campando por su respeto en Lucania. — Se encogió de hombros, pero optó por resolver la situación que tenía a la vista—. Lucio Licinio, llé
Vale
s mi respuesta. Disponen sólo de una hora. Quinto Cecilio, coge cuantos hombres necesites y recorre todas las granjas que puedas recogiendo leña y aceite, apila la leña mojada en aceite a lo largo de las murallas a ambos lados de la puerta principal y emplaza en cuatro puntos distintos las cuatro piezas de artillería. Cuando lo tengas todo listo, pegas fuego a las murallas y comienzas a lanzar proyectiles sobre la ciudad. Seguro que sus edificios son también de madera y arden como yesca.
—¿Y si lo tengo todo dispuesto antes de una hora? —inquirió el Meneitos.
—Pues lo prendes —contestó Sila—. Los hirpinos no juegan limpio, ¿por qué vamos a hacerlo nosotros?
Como la madera con que estaban construidas las fortificaciones de Aeclanum era vieja y seca, las llamas eran voraces, igual que el incendio de los edificios. Las puertas de Aeclanum se abrieron de par en par y sus habitantes salieron en tropel dando gritos de rendición.
—Matadlos y saquead la ciudad —dijo Sila—. Ya es hora de que los itálicos sepan que de mí es inútil que esperen clemencia.
—¿Mujeres y niños también? —inquirió Quinto Hortensio, el otro primer tribuno de los soldados.
—¡Qué!, ¿no tienes estómago para hacerlo, abogado del Foro? —replicó Sila con sorna.
—No es ésa la intención de mi pregunta, Lucio Cornelio —contestó Hortensio sin alterar su hermosa voz—. No me anima ninguna piedad por los mocosos hirpinos, pero, como cualquier abogado del Foro, me gustan las cosas claras para saber a qué atenerme.
—Que no haya supervivientes —añadió Sila—. Pero di a los hombres que gocen de las mujeres antes de matarlas.
—¿No te interesa hacer prisioneros para venderlos como esclavos? —inquirió el Meneitos, práctico como siempre.
—Los itálicos no son enemigos extranjeros. Aunque saquee sus ciudades, no haré esclavos. Prefiero verlos muertos.
De Aeclanum, Sila fue en dirección sur hacia la Via Appia y dirigió sus contentas tropas a Compsa, segundo bastión hirpino. Igual que la ciudad hermana, sus murallas eran de madera; pero la noticia de la suerte de Aeclanum había llegado antes que Sila y nada más aproximarse vio que la ciudad aguardaba con las puertas abiertas y una comitiva de magistrados afuera. En esta ocasión, Sila optó por la clemencia y no saqueó Compsa.
Desde Compsa, el general envió una carta a Capua para Catulo César, diciéndole que enviase a Lucania dos legiones al mando de los hermanos Aulo y Publio Gabinio. Las órdenes eran tomar todas las ciudades de Marco Lamponio y liberar la Via Popilia hasta Rhegium. Luego, Sila se acordó de otro hombre de valía y añadió una posdata para Catulo César para que incluyese al segundo legado Cneo Papirio Carbón en la expedición a Lucania.
En Compsa, Sila recibió dos mensajes. Uno de ellos informándole de que Herculaneum había caído finalmente tras un ataque duramente repelido los días antes de los idus de junio, pero que Tito Didio había muerto en el combate.
—Toma represalias contra Herculaneum —contestó Sila a Catulo Cesar.
El segundo mensaje le llegó a través de Apulia y era de Cayo Cosconio:
Después de un viaje estupendo y sin incidentes, desembarqué mis legiones en una zona de lagunas salinas cerca del pueblo pesquero de Salapia a los cincuenta días exactos de zarpar de Puteoli. Todo salió conforme a lo previsto. Desembarcamos de noche cautelosamente, atacamos Salapia y al amanecer la arrasamos. Me aseguré de que se aniquilaba a todos los que vivían en las cercanías para que no pudieran avisar a los samnitas.
De Salapia marché hasta Cannae y la tomé sin combate; después vadeé el Aufidius y avancé hacia Canusium. A unas quince millas me tropecé con una nutrida fuerza samnita mandada por Cayo Trebatio y no pude evitar el enfrentamiento. Como nos superaban en número y el terreno me era desfavorable, la lucha fue encarnizada y cruenta. Pero también lo fue para Trebatio. Decidí retirarme a Cannae antes de perder más hombres, reagrupando a la tropa en orden para volver a vadear el Aujidius con Trebatio a la zaga. Luego vislumbré una estratagema y fingí huir presa del pánico, escondiéndome detrás de una montaña en la orilla de Cannae. Y dio resultado. Seguro de sí mismo, Trebatio comenzó a vadear la corriente con las tropas en desorden, mientras que mis hombres estaban tranquilos y preparados para proseguir el combate. Los rodeamos en círculo y caímos sobre él cuando aún se hallaba cruzando el río. Ha sido una victoria para Roma. Tengo el honor de informarte que quince mil samnitas han perecido en el Aufidius. Trebatius y los pocos supervivientes huyeron a Canusium, que se ha preparado para el asedio a que los he obligado.
He dejado ante Canusium una fuerza de cinco cohortes, incluidos los heridos, al mando de Lucio Luccio y con las quince cohortes restantes me dirigí al norte hacia tierras de los frentanos. Ausculum Apulium se rindió sin lucha, y también Larinum.
Redactando este informe, recibo noticia de Lucio Luccio de que Canusium ha capitulado. Cumpliendo mis órdenes, Lucio Luceio ha saqueado la ciudad, matando a sus habitantes, aunque parece que Cayo Trebatio logró escapar. Como no estamos en situación de hacer prisioneros y no puedo permitir que haya tropas enemigas en retaguardia, no me quedaba otra alternativa que arrasar Canusium. Espero que no te contraríe. Desde Larinum proseguiré el avance hacia los frentanos, aguardando noticia de tus movimientos y nuevas órdenes.
Sila dejó la carta en la mesa con gran satisfacción y llamó a voces a Metelo Pío y a sus dos primeros tribunos de los soldados, que eran dos jóvenes que estaban actuando notablemente.
Tras comunicarles las noticias de Cosconio y escuchar con la mayor paciencia de que fue capaz sus frases de entusiasmo (nadie estaba al corriente del viaje de Cosconio), procedió a impartir nuevas órdenes.
—Ya es hora de que paremos los pies al propio Mutilo —dijo—. Si no lo hacemos, caerá sobre Cayo Cosconio con tantas tropas que no quedará vivo un solo romano, y eso sería una parca recompensa para tan audaz campaña. El servicio de espionaje me ha informado de que en este momento Mutilo está pendiente de mis movimientos para decidir si se dirige contra mí o contra Cayo Cosconio. Lo que espera es que yo vuelva hacia el sur por la Via Appia y concentre mis esfuerzos en torno a Venusia, que está suficientemente fortificada para entretenerme mucho tiempo. Una vez que le llegue noticia confirmándoselo, atacará a Cayo Cosconio. Así que hoy mismo levantamos el campamento y nos dirigimos al sur. Pero al anochecer damos la vuelta y salimos de la carretera. El terreno de aquí a Volturnus es duro y accidentado, pero hay que hacer ese avance. El ejército samnita hace tiempo que está acampado a medio camino entre Venafrum y Aesernia, y Mutilo no da señales de emprender la marcha. Tenemos casi doscientas millas de camino muy difícil hasta llegar a donde está. Pero, de todos modos, caballeros, nos encontraremos allí dentro de ocho días y listos para el combate.
Nadie intentó hacer objeciones. Sila arreaba a su ejército sin piedad, pero tal era su moral desde Nola, que los soldados hacían lo que fuese necesario. El saqueo de Aeclanum también había influido favorablemente en la tropa y Sila no se había quedado con nada; sus oficiales, sólo con algunas mujeres, y no las mejores.
Sin embargo, la marcha hasta el campamento de Mutilo les llevó veintiún días y no los ocho previstos. No había ninguna carretera y las montañas eran escarpados riscos que muchas veces exigían bordearlas con complicadas maniobras. Aunque para sus adentros iba irritado, Sila tuvo la prudencia de mostrarse en todo momento animoso y considerado ante la tropa y los oficiales, asegurándose de procurar a los soldados las mínimas comodidades. En cierto modo, la corona de hierba le había hecho más amable y su única obsesión era su ejército. Si el terreno hubiese sido tan fácil como él había creído, les habría hecho apretar el paso, pero tal como se presentaba, vio la necesidad de mantenerlos animosos y aceptar lo inevitable. Si la Fortuna seguía favoreciéndole encontraría a Mutilus donde esperaba. Y Sila pensaba que la Fortuna seguía de su parte. Así estaban las cosas cuando al final del
Quinctilis
Lúculo entró en el campamento de Sila con la cara radiante.
—¡Sigue ahí! —exclamó sin rodeos.
—¡Estupendo! —dijo Sila, sonriente—. Eso significa que ha agotado su suerte, Lucio Licinio… porque la mía continúa. Difunde esa noticia a la tropa. ¿Dala impresión de que piense ponerse en marcha pronto?
—Más bien parece que ha dado unas largas vacaciones a sus hombres.
—Están hartos de esta guerra, y Mutilo lo sabe —añadió Sila alegre—. Además, estará preocupado porque lleva más de sesenta días en ese campamento y todas las noticias que le llegan hacen cada vez más difícil decidir hacia dónde dirigirse. Ha perdido la Campania occidental y está perdiendo Apulia.
—¿Qué hacemos, entonces? —inquirió Lúculo, que tenía una inclinación bélica natural y le encantaba todo lo que estaba aprendiendo con Sila.
—Levantamos un campamento sin fuegos en el lado opuesto de la última sierra que desciende hasta el Volturnus y esperamos sin hacer ruido —contestó Sila—. Me gustaria caer sobre él en el momento en que se disponga a ponerse en marcha. Tendrá que hacerlo pronto o perderá la guerra sin entablar batalla. Si fuese Silo seguramente optaría por evitarla, pero tratándose de Mutilo, que es samnita y nos odia…
Seis días después, Mutilo optaba por emprender la marcha. Lo que Sila no sabia era que el jefe samnita acababa de recibir noticia de una terrible batalla en las afueras de Larinum entre Cayo Cosconio y Mario Egnatio, pues, aunque había mantenido su ejército inactivo, Mutilo no había consentido que Cosconio invadiera el norte de Apulia como quien efectúa una parada militar, y había enviado contra él un curtido ejército de samnitas y frentanos al mando de Egnatio. Pero la reducida fuerza romana estaba en excelentes condiciones, confiaba plenamente en su comandante y había llegado a creerse invencible. El derrotado había sido Mario Egnatio, pereciendo en el campo de batalla con la mayoría de sus hombres. Aciaga noticia para Mutilo.
Poco después del amanecer, las cuatro legiones de Sila salían de su escondite de la sierra y caían sobre Mutilo. Sorprendido con el campamento a medio desmontar y con las tropas en desorden, el samnita estaba perdido. Gravemente herido, huyó con los restos de su ejército a Aesernia, donde se encerró. De nuevo la asediada ciudad se dispuso a aguantar otro sitio, sólo que ahora con Roma fuera y el Samnio dentro.
Cuando todavía estaba estudiando las consecuencias de la derrota samnita, Sila recibió la noticia de la victoria sobre Mario Egnatio del propio Cosconio y se mostró eufórico. Por muchos focos de resistencia que persistieran, la guerra estaba decidida. Y Mutilo lo sabía desde hacía más de dos meses.