Es la historia del enfrentamiento de Mario y Sila por el poder en Roma, y de la aparición de una nueva generación de jóvenes que con el tiempo también lucharán entre sí para ocupar los puestos más altos y de mayor autoridad. La novela hace partícipe al lector de los sentimientos y contradicciones de aquellos hombres que dieron forma al último de los grandes imperios de la antigüedad. La historia real y documentada, se cuenta aquí con inmediatez y realismo.
Colleen McCullough
La corona de hierba
Saga Roma / 2
ePUB v1.0
Batera18.06.11
Título original: The grass crown
© Colleen McCullough, 1991
© por la traducción, Francisco Martín, 1994
© Editorial Planeta S. A., 1998
Córcega, 273-279, 08008 Barcelona (España)
ISBN: 84-08-02399-3
A Frank Esposito, en testimonio de cariño, agradecimiento, admiración y respeto.
CEPIO
Quinto Servilio Cepio [Cepio]
Livia Drusa, su esposa [hermana de Marco Livio Druso]
Quinto Servilio Cepio hijo [el joven Cepio], su hijo
Servilia Maior [Servilia], su hija mayor
Servilia Minor [Lilla], su hija menor
Quinto Servilio Cepio (cónsul en 106 a. JC.), su padre
Servilia Cepionis, su hermana
CÉSAR
Cayo Julio César
Aurelia, su esposa (hija de Rutilia, sobrina de Publio Rutilio Rufo)
Cayo Julio César hijo [el joven César], su hijo
Julia Maior [Lia], su hija mayor
Julia Minor [Ju-ju], su hija menor
Cayo Julio César [el abuelo César], su padre
Julia, su hermana
Julilla, su hermana
Sexto Julio César, su hermano mayor
Claudia, la esposa de Sexto
DRUSO
Marco Livio Druso
Servilia Cepionis, su esposa (hermana de Cepio)
Marco Livio Druso Nerón Claudiano, su hijo adoptivo
Cornelia Escipionis, su madre
Livia Drusa, su hermana (esposa de Cepio)
Mamerco Emilio Lépido Liviano, hermano de sangre, adoptado
ESCAURO
Marco Emilio Escauro, príncipe del Senado (cónsul en 115 a JC., censor en 109 a. JC.)
Cecilia Metela Dalmática [Dalmática), su segunda esposa
MARIO
Cayo Mario
Julia, su esposa (hermana de Cayo Julio César)
Cayo Mario hijo (el joven Mario), su hijo
METELO
Quinto Cecilio Metelo Pío
Quinto Cecilio Metelo Numídico [el Meneítos] (cónsul en 109 a. JC., censor en 102 a. JC.), su padre
POMPEYO
Cneo Pompeyo Estrabón [Pompeyo Estrabón]
Cneo Pompeyo [el joven Pompeyo], su hijo
Quinto Pompeyo Rufo, su primo lejano
RUTILIO RUFO
Publio Rutilio Rufo (cónsul en 105 a. JC.)
SILA
Lucio Cornelio Sila
Julilla, su primera esposa (hermana de Cayo Julio César)
Elia, su segunda esposa
Lucio Cornelio Sila hijo [el joven Sila], su hijo habido con Julilla
Cornelia Sila, su hija habida con julilla
BITINIA
Nicomedes II, rey de Bitinia
Nicomedes III, su hijo mayor, rey de Bitinia
Sócrates, su hijo menor
PONTO
Mitrídates VI Eupator, rey del Ponto
Laódice, su hermana y esposa, primera reina del Ponto
Nisa, su esposa, segunda reina del Ponto (hija de Gordio de Capadocia)
Ariarates VII Filometor, su sobrino, rey de Capadocia
Ariarates VIII Eusebas Filopator, su hijo, rey de Capadocia
Ariarates X, su hijo, rey de Capadocia
99 a. JC. (655 AUC) (Anno Urbis Conditae, año desde la fundación de Roma, en el 753 a JC.)
Marco Antonio Orator (censor en 97 a. JC.)
Aulo Postumio Albino
98 a. JC. (656 AUC)
Quinto Cecilio Metelo Nepos
Tito Didio
97 a. JC. (657 AUC)
Cneo Cornelio Léntulo
Publio Licinio Craso (censor en 89 a. JC.)
96 a. JC. (658 AUC)
Cneo Domicio Ahenobarbo, pontífice máximo (censor en 92 a. JC.)
Cayo Casio Longino
95 a. JC. (659 AUC)
Lucio Licinio Craso Orator (censor en 92 a. JC.)
Quinto Mucio Escévola (pontífice máximo en 89 a. JC.)
94 a. JC. (660 AUC)
Cayo Celio Caldo
Lucio Domicio Ahenobarbo
93 a. JC. (661 AUC)
Cayo Valerio Flaco
Marco Herenio
92 a. JC. (662 AUC)
Cayo Claudio Pulcro
Marco Perperna (censor en 86 a. JC.)
91 a. JC. (663 AUC)
Sexto Julio César
Lucio Marcio Filipo (censor en 86 a. JC.)
90 a. JC. (664 AUC)
Lucio Julio César (censor en 89 a. JC.)
Publio Rutilio Lupo
89 a. JC. (665 AUC)
Cneo Pompeyo Estrabón
Quinto Pompeyo Rufo
88 a. JC. (666 AUC)
Lucio Cornelio Sila
Quinto Pompeyo Rufo
87 a. JC. (667 AUC)
Cneo Octavio Ruso
Lucio Cornelio Cinna
Lucio Cornelio Merula, flamen dialis (cónsul sufecto)
86 a. JC. (668 AUC)
Lucio Cornelio Cinna (segundo mandato)
Cayo Mario (séptimo mandato)
Lucio Valerio Falco (cónsul sufecto)
—
E
l suceso más digno de relieve de los últimos quince meses —dijo Cayo Mario— fue el elefante que presentó Cayo Claudio en los
ludi romani
.
—¿Verdad que fue una maravilla? —inquirió Elia con rostro radiante, inclinándose en la silla para alcanzar con la mano el cuenco de gruesas olivas verdes importadas de la Hispania Ulterior—. ¡Aquel animal se levantaba sobre las patas traseras y andaba, bailaba con las cuatro patas, se sentaba en un sofá y comía con la trompa…!
—¿Por qué le encantará a la gente ver cómo los animales imitan al hombre? —terció Lucio Cornelio Sila con frialdad, volviendo su hosca cara hacia su esposa—. El elefante es el ser más noble del mundo, pero a mí, la bestia que exhibió Cayo Claudio Pulcro me parece una farsa mitad hombre y mitad elefante.
La pausa que siguió fue infinitesimal, pero bastó para que todos los presentes lo advirtieran inquietos; luego, Julia, con una jovial carcajada, hizo que todas las miradas se apartaran de la afligida Elia.
—¡Oh, vamos, Lucio Cornelio, fue la atracción que más aplaudió el público! —replicó—. ¡Yo lo vi, y su habilidad y energía eran admirables! ¡Había que verlo levantando la trompa y haciéndola sonar al compás del tambor! Además —añadió—, ni hizo mal a nadie.
—A mí lo que me gustó fue su color —añadió Aurelia por poner su granito de arena—: ¡rosa!
Intervenciones a las que Lucio Cornelio Sila no prestó atención, girando sobre el codo para entablar conversación con Publio Rutilio Rufo.
—Cayo Mario —dijo Julia a su marido con un suspiro y los ojos tristes—, creo que es hora de que las mujeres nos retiremos y os dejemos disfrutar del vino. Nos perdonaréis.
Mario extendió el brazo sobre la estrecha mesa situada entre su camilla y la silla de Julia y ella alargó el suyo para darle un afectuoso apretón de mano, tratando de no sentirse más triste al ver su agria sonrisa. ¡La despedía! No obstante, su cara conservaba signos de las secuelas del súbito infarto. Pero lo que la fiel y amante esposa no podía admitir era que el ataque hubiese afectado el cerebro de Mario; sí, ahora se malhumoraba por una nadería, se irritaba cada vez más por trivialidades en su mayoría imaginarias, endurecía su actitud frente a sus enemigos.
Se puso en pie, desligó su mano de la de Mario, dirigiéndole una sonrisa muy particular, y puso la mano en el hombro de Elia.
—Vamos, querida —dijo—, bajemos al cuarto de los niños.
Elia se levantó de la silla y Aurelia hizo lo propio, mientras los hombres permanecían tumbados en las camillas, aunque interrumpieron la conversación hasta que en el comedor no quedaron mujeres ni criados.
—Así que el Meneítos vuelve por fin a Roma —dijo Lucio Cornelio Sila, una vez se aseguró de que su detestada segunda esposa no podía oírle.
Desde el extremo de la camilla del centro, Mario lanzó un resoplido de irritación, pero menos duro que los de antaño, ya que la hemiplejia procuraba al remanente de mueca un algo de aflicción.
—¿Qué es lo que te gustaría oírme decir, Lucio Cornelio? —inquirió finalmente.
—¿Qué voy a querer…? Que me respondas lo que piensas —contestó Sila con una breve carcajada—. Aunque me permito señalarte que no lo planteé como pregunta, Cayo Mario.
—Ya lo sé, pero, de todos modos, requiere una respuesta.
—Cierto —admitió Sila—. Bien, lo plantearé de otra manera. ¿Qué te parece que al Meneítos le hayan levantado el destierro?
—Pues que no entono himnos de alegría —replicó Mario dirigiéndole una penetrante mirada—. ¿Y a ti?
Se habían distanciado ligeramente, pensó Publio Rutilio Rufo, que estaba reclinado en solitario en la segunda camilla. Tres años antes, o incluso dos, no habrían mantenido un diálogo tan tenso. ¿Qué había sucedido? ¿Quién tenía la culpa?
—Sí y no, Cayo Mario —respondió Sila bajando la vista hacia su copa de vino—. ¡Me aburro! —añadió entre dientes—. Al menos cuando vuelva el Meneítos al Senado las cosas pueden tomar un cariz interesante. Echo de menos aquellos titánicos enfrentamientos que os traíais los dos.
—En ese caso te llevarás una decepción, Lucio Cornelio, porque no voy a estar en Roma cuando llegue el Meneítos.
Sila y Rutilio Rufo irguieron el tronco.
—¿Que no vas a estar en Roma? —inquirió Rutilio Rufo con un chillido.
—No voy a estar en Roma —repitió Mario, sonriendo con agria satisfacción—. Acabo de acordarme de un voto que hice a la Gran Diosa antes de derrotar a los germanos: si vencía, iría en peregrinaje a su santuario de Pessinus.
—¡Cayo Mario, no puedes hacer eso! —añadió Rutilio Rufo.
—¡Publio Rutilio, sí puedo! ¡Y pienso hacerlo!
—¡Sombras de Lucio Gavio Stico! —dijo Sila riendo y dejándose caer de espaldas.