Read La biblia de los caidos Online
Authors: Fernando Trujillo
Dentro hacía calor. Sara vio al Gris tirado en el suelo, inmóvil. Elena estaba sentada con la espalda apoyada en la pared, con el miedo pintado en la cara. En la esquina opuesta, el demonio aullaba. Sara no podía creer que esos berridos deformados y atronadores brotaran de la garganta de una niña tan pequeña, tan delgada, de aspecto tan frágil. Pero entonces vio sus ojos amarillos de reptil, sus garras destrozando el suelo, y ya no le pareció frágil, le pareció horrible y peligrosa, y sintió miedo.
Aquella imagen terrible era la constatación de que los demonios existían, de que había seres temibles con un poder difícil de concebir. Sara había oído hablar de ellos, y a su vez, había hablado de ellos a otros, pero sin verdadera convicción, como quien sabe que nunca verá uno y que, por tanto, en la práctica, era como si no existieran. Sin embargo, existían. Sara comprendió por primera vez que se estaba adentrando en un mundo peligroso, sombrío, un mundo en el que una dulce niña podía ser infectada por un ser maligno y convertirse en una fuerza demoledora.
Debía repasar cuanto sabía de demonios y espíritus, averiguar cuánto era mentira, habladurías sin sustancia, y cuánto era cierto. Debía aprender y deprisa.
Observó que la niña-demonio estaba encerrada. Unos símbolos dibujados en el suelo la mantenían recluida en la esquina. Y arrodillado sobre uno de esos símbolos, repasándolo, tal vez reforzándolo, estaba...
—¡Álex! —chilló Miriam bajando el martillo—. ¿Cómo has llegado tan rápido?
—Tenía que ayudar al Gris —respondió sin alzar la vista de la runa que dibujaba.
—Eso no explica que llegaras antes que yo.
—Me importa muy poco lo que explique o deje de explicar.
Sara perdió el interés en la discusión que se avecinaba entre ellos. Por lo visto, Miriam y Álex eran incapaces de estar de acuerdo en algo.
Mario observó a su hija con una expresión indescriptible y luego acudió con su mujer. Sara fue directa a comprobar si el Gris estaba herido.
No había sangre, eso era bueno. El Gris yacía boca arriba, con el rostro ladeado. Su gabardina estaba abierta y Sara pudo ver un símbolo tatuado asomando en su cuello. Se alarmó al no ver su pecho subiendo y bajando. Buscó el pulso en la yugular. No lo encontró y se angustió todavía más. La piel estaba fría, todo indicaba...
—Está bien —dijo Álex detrás de ella.
—No respira —le contradijo ella sin esconder su preocupación.
—Está bien —repitió tajante. Sara le odió con todas sus fuerzas. Ella solo quería ayudar, pero Álex era tan... —Su respiración es débil, eso es todo —añadió con un tono discretamente más amable.
Una sucesión de golpes llamó la atención de todos.
—¡Maldición! —gritó Plata desde la puerta. Se había vuelto a caer y luchaba por levantarse—. ¿Qué me he perdido? ¿Qué? ¿Era un dragón?
—Dicen que eres un engendro, una rareza. —La voz sonaba distorsionada. El Gris se removió, yacía en una superficie blanda—. Les he oído. Te comparan con las peores criaturas. Peor que un vampiro. Tú no robas la sangre, Gris, tu juego es infinitamente más peligroso, te atreves a comerciar con almas, como hacen los demonios. Practicas las artes del infierno. ¿Tal vez porque al no tener alma no aprecias su valor? ¿Es ese tu secreto? Consideras las almas como un bien intercambiable, con el que se puede negociar y hacer tratos. No eres capaz de comprender que son la esencia de todo ser vivo, su yo más íntimo y su inmortalidad. ¿O tal vez es la envidia lo que mueve tus actos? Tu vacío interno te diferencia de los demás, te mantiene separado, y te impide valorar un alma como lo que realmente es. Ambicionas una para poder comprender, saber qué es la vida. Algo que desconoces porque en realidad estás muerto. ¿De qué otro modo clasificar tu condición? Y por ello te desprecian, no te quieren a su lado. Toleran tu presencia porque te necesitan puntualmente, pero eso es todo. Luego te repudian. Todo eso cuentan de ti, Gris. ¿Es cierto? ¿Hay algo de verdad en esas palabras? Me gustaría saberlo.
El Gris consiguió alzar los párpados, no sin esfuerzo. Aún le dolía cada centímetro de su cuerpo, moverse era una tortura. No reconoció el lugar en el que se encontraba, pero la cama era confortable.
Dos ojos cálidos le observaban. Eran brillantes, sinceros, pero no podía ver su color. Aun así los reconoció.
—¿De veras quieres saber la verdad, Sara? ¿Podrás encajarla?
—¡No te muevas! Estás bien, pero debes descansar. Te trajimos a una habitación para que pudieras recobrarte a solas. Los demás esperan fuera. Vendrán pronto. Tenemos poco tiempo.
El Gris renunció a levantarse, continuó tumbado.
—¿Poco tiempo para qué?
—Para que me cuentes, para que me expliques si lo que he oído es cierto. —La voz de Sara sonaba triste—. Para eso he venido. Me ofreciste una prueba, una muestra de lo que me esperaría si decidía acompañarte, ¿recuerdas? ¿O acaso me mentiste?
—No te mentí, pero la prueba es para ti también. Tengo que saber si puedes venir con nosotros, cuál es tu límite, y hasta dónde puedes llegar.
—¿Entonces dudas de mí?
—Se necesita de una gran fortaleza. Casi nadie es capaz de soportarlo. El anterior rastreador nos abandonó porque era demasiado para él.
—¿Qué hay del niño y Álex? Ellos llevan mucho tiempo contigo, lo sé, les he oído. Incluso Miriam dice haber coincidido contigo en numerosas ocasiones. ¿Son ellos más fuertes que yo?
—Es diferente. Les mueven otras motivaciones. Ellos no precisan de tanta fortaleza.
—¿Por qué no?
—Porque no son normales. Tú sí lo eres.
—¿Quieres decir...?
—No es lo que piensas. Tienen alma, en eso no se diferencian de ti, pero no son personas normales y corrientes, ya lo irás comprendiendo. No es fácil. Sus motivos son complicados de entender.
—¿Quieres decir que no son tus amigos? ¿Te acompañan solo por interés?
—Como te he dicho, tienen sus razones. Y son mucho más poderosas de lo que puedas imaginar. No, no son mis amigos. Y sin embargo tal vez sean mi única familia, o lo más parecido a una familia que yo pueda tener.
—No parecéis tener ese tipo de relación en absoluto. Es cierto que se nota que os conocéis desde hace tiempo, pero una familia es mucho más. ¿Por qué ellos?
—Porque nadie más puede serlo.
Se produjo un silencio incómodo. Sara no supo qué decir ante aquella afirmación tan categórica, pero no le sentó bien.
—¿Qué hay de ti? ¿Eres aquello de lo que te acusan? ¿Un monstruo más parecido a un demonio que a un ser humano?
—Algo hay de cierto.
La expresión de Sara cambió, se apagó y ensombreció su rostro.
—Esa no es una respuesta clara. —Su voz también se debilitó. Con toda seguridad, no esperaba la anterior contestación del Gris—. Más bien parece una evasiva, un modo de no revelar la verdad.
—Es cuanto puedo decirte por ahora. Sara, tienes que entenderlo. Vas a ver cosas increíbles, algunas de ellas, terribles. Si decides no acompañarme lo entenderé. En ese caso, cuanto menos sepas mejor, es por tu seguridad.
—Si me quedo, ¿me dirás toda la verdad acerca de ti?
—Al menos hasta donde yo sé.
Sara se tomó un momento para pensar.
—¿Por eso consientes que te traten de ese modo? ¿Por qué no replicaste a Mario o a su mujer cuando te insultaron?
—No lo hicieron. Ellos creen que soy un monstruo. Hay mucha gente que piensa lo mismo, no es para tanto.
—Eso explica que a Diego y Álex no les extrañara. Pero aun así, ¿no te molesta que otros te consideren algo que no eres?
—¿Crees que cambiarían las cosas si les dijera que no lo soy? Nada en absoluto. Discutir ese punto es una pérdida de tiempo.
—No has contestado a mi pregunta.
—No, no me molesta. Están en su derecho. ¡No, espera! Déjame terminar, y escúchame con atención. Hay un precio para que yo esté aquí...
—Lo sé. Yo también cobro por mis lecturas. Tenemos que vivir de algo, pero eso no implica que no ayudemos a los demás.
—Pero yo no cobro dinero. Bueno, la verdad es que sí, un poco, pero eso es solo una parte del pago, la más pequeña. Quien me contrata me paga con su alma. Por tu cara veo que ahora empiezas a entenderlo. No importa, es comprensible. He visto esa expresión muchas veces, demasiadas. Así reaccionan las personas ante mí, con rechazo, con desprecio..., con miedo. Estoy acostumbrado, es parte de mi mundo afrontar esa mueca cada vez que alguien me conoce. Pero no soy un demonio. No me entregan su alma como cuando sellas un pacto con auténtico demonio. Mi situación es diferente. En mi caso es una especie de préstamo.
—Pero... —A Sara le costaba asimilar lo que acababa de oír—. Eso es imposible. Va en contra del código, lo sé muy bien. Jugar con el alma de otra persona es un pecado imperdonable. Los ángeles te matarían si se enteraran de que...
No terminó la frase. Una idea empezó a formarse en su mente.
—Ya lo saben —dijo el Gris confirmando sus sospechas.
—Entonces, ¿cómo es que no...?
—Porque soy una excepción, una anomalía. Mientras no estén seguros de qué o quién soy no acabarán conmigo. Sé que es difícil de creer que los ángeles no sepan algo, pero así es. El tiempo apenas tiene significado para ellos, pues son inmortales, y por ello decidieron investigar mi caso, no precipitarse antes de tomar una decisión. Por eso, el código hace una excepción conmigo, por eso puedo tomar un alma por poco tiempo, siempre y cuando me la ofrezcan.
—Ahora comprendo por qué Mario pidió la presencia de un centinela antes de cerrar el trato contigo. No quería ofrecerte su alma sin que alguien vigilara que no habrá ningún problema, que no la perderá definitivamente.
El Gris asintió.
—Tenía miedo. Y no le culpo. Él odia hacerlo, me odia a mí por exigir ese pago y le aterroriza la idea de entregar su bien más preciado a alguien que no se muestra al sol. Tú conoces la razón de mi rechazo a la luz natural, pero él no. Solo ha escuchado cómo me comparaban con un demonio roba-almas y no le queda más remedio que aceptar el precio para salvar a su hija. Esa es la verdadera motivación de la mayoría de la gente que me contrata: la desesperación. Siempre han probado otro método antes de recurrir a mí. Siempre.
—Pero si los ángeles han retocado el código para contemplar tu situación, no debería preocuparle. Al fin y al cabo, está todo regulado.
—¿De veras? ¿Entregarías tu alma sin más a un desconocido? ¿Arriesgarías tu inmortalidad? No, no lo harías, lo sabes muy bien. Al menos, no sin haber agotado antes otras opciones más... digamos que más baratas.
—Entonces es culpa de los ángeles. ¿Por qué no hacen pública tu condición? Si hablaran de ti al mundo oculto, si la gente te conociera como alguien que está bajo su protección, desaparecerían esos rumores.
—No pueden hacer eso. No saben quién soy realmente y no pueden arriesgarse a apoyarme por si luego resulto estar del otro lado. Además, no lo has entendido. Ellos no me han aceptado. Han hecho un paréntesis hasta que averigüen la verdad, y puedes estar segura de que lo harán, es solo cuestión de tiempo. Es una forma de mantenerse neutros ante una de las escasísimas situaciones que no controlan. Eso se les da muy bien. Pero cuando llegue el momento de la verdad, se librarán de mí, cuando sepan que no corren ningún peligro al hacerlo, no dudarán. Y cuando eso suceda, será el fin para mí...
—Porque no tienes alma —terminó Sara.
—Exacto. Como ves, mi tiempo es limitado. Mi camino es una carrera. Debo alcanzar mi meta, antes de que ellos se decidan a actuar.
—¿Y cuál es esa meta? ¿Qué objetivo persigues?
—Eso no puedo revelártelo todavía. Pero no temas, si decides acompañarme lo sabrás, te lo prometo. No te pediría que lo hicieras sin saber dónde te metes.
—Está bien, esperaré. Pero hay algo que debo saber, que necesito saber. Es una idea un poco estúpida. No me importa reconocer que me da vergüenza preguntártelo, pero tengo que sacarme la duda de encima o me volveré loca. Es una tontería, pero cuando algo se mete en la cabeza, no puedo ignorarlo. Y esto lo tengo atravesado desde que escuché algo antes, a los demás. Hablaban de ti y de mí. No saben por qué me has pedido que me una a vosotros. Y he caído en la cuenta de que yo tampoco lo sé. Hay otros rastreadores, y con más experiencia que yo, algo sencillo ya que soy una novata. Así que solo quiero saber... ¿me has seleccionado para hacerte con mi alma?