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Authors: Cecilia Samartin

Tags: #Relato, Romantico

La abuela Lola (48 page)

—¡No queremos vuestro dinero! —le espetó Gloria.

—No seas estúpida —le respondió Susan—. Simplemente, acéptalo.

—No podemos.

—Sí, sí que podemos —dijo Dean.

—¡No, no podemos! —replicó Gloria, dirigiéndole una mirada de odio que habría convertido en piedra a alguien menos hombre.

—¿Por qué no puedes? —le preguntó Susan dando un pisotón en el suelo.

—Porque no —le respondió Gloria cruzándose decididamente de brazos.

—Pero ¿por qué?

—¡Ya te lo he dicho antes! ¡Porque no podemos!

—Esa no es una razón.

—Es una razón lo bastante buena para mí.

—Pero no para mí.

—¿Y qué? —exclamó Gloria, echando bruscamente la cabeza hacia atrás, igual que Susan había hecho hacía un momento—. ¿Desde cuándo tengo que justificarme ante ti?

—Eres una imbécil testaruda —le dijo Susan.

—Y tú eres una imbécil arrogante —le devolvió Gloria.

En ese momento, Mando se puso en pie y afirmó:

—Bueno, al menos todos estamos de acuerdo en ambas cosas.

Terrence se echó a reír, pero Gabi le detuvo poniéndole la mano en la rodilla.

Gloria dio media vuelta y se marchó, y Susan le gritó:

—Si sigues alejándote, se retira la oferta de encima de la mesa.

Gloria le hizo un gesto de desdén con la mano, como diciendo: «¡Hasta nunca!», y siguió caminando en línea recta.

—¡Si pasas de ese gran olmo, el segundo a tu izquierda, el trato se termina! —gritó Susan aún más alto.

Cuando Gloria alcanzó el olmo, vaciló y entonces se dio la vuelta para enfrentarse a su cuñada.

—¿Por qué quieres ayudarnos ahora? ¿Es porque te damos pena? Porque no necesitamos tu compasión.

—No os tenemos pena —le gritó Susan como respuesta—. Queremos ayudaros porque… porque… —Pero no fue capaz de continuar.

—Simplemente, dile lo que me dijiste a mí el otro día —la animó Mando, y Susan negó con la cabeza mirándose los pies, embargada por la emoción—. ¿Quieres que se lo diga yo por ti? —le preguntó él, y ella asintió sin levantar la mirada—. Escúchame, Gloria —dijo Mando, volviéndose hacia su hermana—. Todos queríamos muchísimo a Sebastian y, desde que ya no está entre nosotros, Susan y yo hemos estado pensando en lo mucho que significáis para nosotros. Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero eso no cambia el hecho de que, nos guste o no, somos todo lo que tenemos.

Miró a todos los que estaban reunidos alrededor del fuego, tratando de contener sus emociones lo mejor que podía. Inspiró profundamente y dijo:

—Propongo que, a partir de ahora, si alguno de nosotros cae, caigamos todos. Pero lo mejor es que, si nos mantenemos unidos, ninguno de nosotros caerá.

Aquellas eran las palabras que Gloria había anhelado escuchar durante años, pero ahora que había sucedido, no tenía ni la menor idea de cómo reaccionar. Lola le dio un codazo a Dean, que fue a reunirse con su esposa, la cogió de la mano y la trajo de vuelta al lugar en donde Susan se encontraba, todavía con la cabeza gacha. Y a medida que el fragante humo del asado formaba volutas a su alrededor, aquellas dos empecinadas mujeres que apenas se habían dirigido la palabra durante años se abrazaron.

El cabrito siseó en el asador mientras daba vueltas al fuego y, con cada vuelta, fue adquiriendo un aspecto más dorado y hermoso.

Lola se limpió las manos en el delantal.

—Las bebidas están listas dentro. Jennifer, ¿te importaría sacarlas?

Jennifer corrió hacia la casa sintiendo más energía de la que había tenido en las últimas semanas. Momentos más tarde apareció con varios vasos en equilibrio en una bandeja y una botella de vino bajo cada uno de los brazos.

Cuando todos estuvieron servidos, se sentaron juntos alrededor del fuego contemplando el cabrito dar vueltas en el asador, y Lola observó a toda su familia reunida. No estaban allí por una boda ni por un funeral y, durante un instante, no pudo creer lo que veían sus ojos. Entonces sacó el dibujo de la anciana de pelo negro del bolsillo de su delantal y lo estudió durante largo rato, sonriendo mientras lo hacía.

—¿Qué es eso, abuela? —le preguntó Cindy inclinándose para mirarlo mejor.

—Es un dibujo que Sebastian hizo hace tiempo —le respondió Lola—. Me dijo que había dibujado a una misteriosa anciana de pelo negro que había conocido en el hospital.

—¿Una misteriosa qué? —preguntó Cindy.

—Sebastian me habló de ella —afirmó Dean, inclinándose hacia delante—, pero para ser sincero con vosotros, no… no entendí realmente de qué me estaba hablando.

—Durante los últimos meses, esta, ah…, anciana ha estado visitando a Sebastian y le ha estado aconsejando y guiando —les contó Lola—. Y tengo razones para pensar que está con él ahora.

—¿Qué demonios…? —exclamó Gloria, poniéndose en pie—. Sebastian nunca me habló de una anciana de pelo negro. ¿Y cómo es posible que esté con él ahora?

Lola no le contestó, simplemente le pasó el dibujo a Gloria, que lo contempló durante mucho rato, y cuanto más lo miraba, más perpleja parecía. Pero entonces, de repente, se quedó sin aliento y lo comprendió todo. Le entregó el dibujo a Susan para que ella y Mando pudieran mirarlo y, en poco tiempo, un destello de reconocimiento se encendió en los ojos de ambos, y Mando se puso pálido. Entonces le entregó el dibujo a Gabi, que comprendió casi inmediatamente lo que ellos habían visto y se echó a llorar. Bastante preocupado, Terrence la envolvió entre sus brazos, haciendo todo lo posible por consolarla y entonces, ante el asombro de todos, Gabi dejó de sollozar y repentinamente explotó a reír. Trató de explicarse, pero era difícil hablar mientras intentaba recuperar el aliento al mismo tiempo. Lo máximo que pudo hacer fue pasarle el dibujo a Dean, que lo contempló durante un rato mientras meneaba la cabeza. Había cogido la broma al instante, pero no creía que fuera su turno de decir nada.

Al principio, Mando y Gloria no comprendieron qué le hacía tanta gracia a Gabi, pero pronto lo hicieron y no pudieron evitar sonreír e incluso reírse un poquito ellos mismos. Sí, era bastante gracioso cuando pensaban en ello, condenadamente gracioso.

—¿Qué creéis que diría él de todo esto? —le preguntó Gabi a su hermano una vez recuperada de su ataque de risa.

—No le habría gustado —respondió Mando meneando la cabeza.

—Estás siendo demasiado duro con él —le dijo Lola—. Puede que a veces fuera brusco, pero también tenía un lado muy tierno. En realidad, no es tan sorprendente que haya podido haber un poquito de confusión…

—¡Oh, venga ya, mami! —exclamó Gloria—. Sabes tan bien como yo que a papi no le habría gustado que nadie lo confundiera con una anciana, y menos su propio nieto.

Y después de que Gloria pronunciara aquellas palabras que todo el mundo estaba pensando, todos ellos estallaron en carcajadas hasta que se les humedecieron los ojos. Hacía años desde que se habían reído juntos de aquella manera, y ni siquiera Terrence, que no había conocido al abuelo Ramiro, pudo resistirse y dejarse llevar por aquella alegre oleada de purificación, más curativa que un mar de lágrimas. Y cuando terminaron de reírse, se quedaron sin aliento, aturdidos, mientras se miraban unos a otros a los ojos. Y lo que tenían delante era algo maravilloso: vieron una familia.

Un rato después, Jennifer y Cindy también tuvieron la oportunidad de examinar el dibujo, y Jennifer le contó a su prima como unos días antes había pedido una señal que le indicara que su hermano estaba bien, que no se encontraba solo. No le cabía la menor duda de que aquello era lo que había anhelado.

Cindy contempló a su prima con ojos desorbitados.

—¿Y a quién se lo pediste exactamente?

Jennifer, en realidad, no había pensado en ello, aunque supo instantáneamente la respuesta.

—A Dios —le contestó encogiéndose de hombros—. ¿A quién si no?

Aceptando la respuesta de su prima sin cuestionársela, Cindy entonces le preguntó:

—¿Y realmente piensas que el abuelo Ramiro y Sebastian están juntos en el cielo?

—Sé que lo están —respondió Jennifer, sorprendentemente cómoda con aquella nueva filosofía mística que acababa de adoptar—. Y aunque no estoy segura de cómo funciona eso de la vida después de la muerte, puedo garantizarte que Sebastian y el abuelo Ramiro están aquí con nosotros en este preciso instante.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Cindy, mirando nerviosa hacia las sombras alargadas que se cernían a su alrededor.

—Lo noto —le respondió Jennifer colocándose la mano sobre el corazón, como siempre hacía Sebastian.

Cindy también se puso la mano en el corazón.

—Sí, yo también lo noto —murmuró.

Y cuando el sol se puso en Bungalow Haven, encendieron velas y sacaron el cabrito del asador para trincharlo con sumo cuidado. Aquella era la comida más deliciosa que cualquiera de ellos podía recordar haber tomado en muchísimo tiempo. Y mientras comían y bebían, contemplaron el brillo de las ascuas, y Lola se reclinó en su asiento y se pasó los dedos por el cabello púrpura. La paz y el bienestar que sentía al saber que su querido esposo y su nieto estaban juntos iban más allá de su comprensión, pero dejó que ambas sensaciones se asentaran en su alma y la embargaran por completo. Pidió que le devolvieran el dibujo para poder guardarlo y entonces, sin que nadie se diera cuenta, lo echó al fuego. En un instante, lo consumieron las llamas y el humo se elevó hacia el firmamento, retorciéndose en anillos de deliciosos vapores más allá de los árboles.

Y en el suave halo de luz que se entretejía entre las ramas de los árboles por encima de sus cabezas, Lola habría jurado que vio a Sebastian corriendo como el viento, con sus pequeños brazos y piernas impulsándose con una alegre despreocupación por el campo de fútbol hasta alcanzar el final mismo. Y entonces saltó para aterrizar en los brazos de su abuelo, que lo estaba aguardando, y ambos desaparecieron en el brillo de la luna y las estrellas y de todas las infinitas posibilidades que iluminan el cielo.

Las recetas de la abuela Lola

«Una comida preparada con amor no solo alimenta el cuerpo, sino que también nutre el alma.»

Guiso de cordero

—Y bien, ¿qué te parece? —le preguntó su abuela.

—Está bueno —le contestó Sebastian, deseando comer más.

Lola se colocó las manos sobre las caderas.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Solo que está bueno?

—Está muy pero que muy bueno —le aseguró él, preparándose para insistir en sus cumplidos y decirle que era la mejor salsa que había probado en su vida, cuando vio algo en la encimera tras ella.

Formando un buen montón en una fuente grande había varios hermosos huesos de aspecto prehistórico, algo que los hombres de las cavernas habrían utilizado para golpear sus tambores antediluvianos.

Percibiendo su interés, su abuela le explicó:

—Eso son jarretes de cordero. Habría hecho cabrito, pero es difícil encontrarlo en los supermercados de la zona. En la isla era fácil conseguirlos, pero ahora me dicen que es casi imposible. Tendré que ir al centro y encargarlo para una ocasión especial.

—¿Cabrito? ¿Y eso se come? —preguntó Sebastian sin poder apartar los ojos de aquella carne de aspecto extraño.

—¡Claro, es el hijo de la cabra y, sí, se come! —le contestó ella.

—Tú comes… ¿cabras? ¿Esos animales que tienen cuernos y hacen «beeeeee» como las ovejas? —le preguntó haciendo el mismo sonido que Keith y sus compinches le habían obligado a hacer a él unas semanas antes.

—Pues claro. Vienes de una larga estirpe de comedores de cabras. Tu bisabuela me enseñó a cocinar cabrito. Bueno, en realidad, no me enseñó: aprendí a hacerlo del mismo modo que aprendí a andar, a hablar o a subirme a los árboles. Ya ves, allí en la isla, aprender resultaba fácil y natural. No exigía el grandísimo esfuerzo que hace falta aquí, simplemente sucedía, del mismo modo que las orquídeas crecían en la selva sin la ayuda de un jardinero.

ELABORACIÓN

En una olla grande o
cocotte
, caliente el aceite y la mantequilla a fuego medio y reserve una cucharada sopera de aceite. Cuando esté caliente pero sin humear, añada los jarretes de cordero y dórelos por todos los lados. Retírelos de la olla a un plato y tápelos. Añada la cucharada sopera de aceite y saltee la cebolla durante uno o dos minutos. Añada el ketchup, el vinagre, la salsa de soja y el tomillo, y cocínelo todo a fuego medio alto durante tres minutos, removiendo constantemente. Añada el vino para adelgazar la salsa, rascando el fondo para incorporar los restos tostados. Vuelva a introducir los jarretes en la olla, añada la hoja de laurel y suficiente caldo como para cubrir la carne. Tape la olla, llévelo a ebullición y, a continuación, baje el fuego y déjelo cocer a fuego lento durante aproximadamente hora y media hasta que la carne esté tierna. Si la salsa queda demasiado caldosa, saque la carne y suba el fuego para que la salsa hierva ligeramente y se reduzca. Añada más vino o caldo si la salsa queda demasiado seca. Salpimiente al gusto una vez que la salsa haya adquirido la consistencia adecuada.

4 raciones

INGREDIENTES

4 Jarretes de cordero de tamaño medio, 1,5 kg aprox.

2 Cebollas picadas

¼ de taza de vinagre

1 Cucharada sopera de ketchup

2 Tazas de caldo de carne

1,5-2 Tazas de vino tinto de buena calidad

2 Cucharadas soperas de aceite de oliva

2 Cucharadas soperas de mantequilla para sofreír

2 Cucharadas soperas de hojitas secas de tomillo

1 Hoja de laurel grande

2 Cucharadas soperas de salsa de soja

Sal y pimienta al gusto

Arroz sazonado básico

—Pero yo no me desanimé. Mientras ellas flirteaban, yo me apartaba, contemplando y esperando. Estudié su comportamiento, lo que le hacía sonreír o enfadarse, quiénes eran sus amigos y con quién evitaba relacionarse. En muy poco tiempo, me sabía de memoria la mayoría de las cosas que le gustaban y le disgustaban, y pronto me enteré de que su plato favorito desde que era niño era el arroz sazonado y de que estaba totalmente convencido de que nadie podía prepararlo mejor que su propia madre.

»No perdí ni un minuto e inmediatamente me puse manos a la obra para perfeccionar mi receta. Durante semanas, experimenté con una gama de distintas verduras y carnes, e innumerables condimentos para darle al plato el sabor perfecto. Cuando terminé, no hubo ni una sola persona que no dijera que aquel era el mejor arroz sazonado que habían probado en su vida y, en el fondo de mi corazón, supe que si Ramiro lo probaba, tal vez tendría alguna oportunidad con él. Aun así, no podía ponerme delante de él con un plato de arroz sin más y obligarle a comérselo. Tendría que esperar la ocasión adecuada y, si estábamos hechos el uno para el otro, yo sabía que acabaría por presentarse. Esperé durante más de un año y, cuando ya estaba empezando a pensar que quizá no sucedería, un día se presentó la oportunidad perfecta.

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