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Authors: Cecilia Samartin

Tags: #Relato, Romantico

La abuela Lola (25 page)

BOOK: La abuela Lola
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A medida que cruzaba el campo preguntándose qué tendría en mente la señorita Ashworth para él, Sebastian oyó que Keith le gritaba: «¡Eh! ¡Niño mono!», y tiraba la pelota hacia él. Era un tiro potente, y cuando llegó hasta donde él se encontraba, inmediatamente le propinó una buena patada para lanzarlo de vuelta, sorprendido al ver que la pelota trazaba una clara trayectoria hacia su objetivo, tal vez con más fuerza incluso que antes. Se sintió satisfecho consigo mismo, más de lo que se había sentido en mucho tiempo.

—¡No está nada mal, niño mono! —comentó Keith, sonriéndole simpático mientras paraba la pelota con el pie—. Venga, necesitamos un jugador extra.

En ese momento, Sebastian localizó a Kelly también fuera del campo con las gafas brillándole bajo la luz del sol mientras esperaba para ver qué haría él. Le echó una mirada a la señorita Ashworth, que estaba esperándolo en el borde del patio y después miró a Keith, que todavía seguía sonriendo con el pie apoyado sobre la pelota. A Sebastian nunca antes le habían pedido que se uniera a un partido de fútbol y se sintió como si estuviera de pie en el umbral de una nueva vida. Sabía que lo más sensato que podía hacer era agradecerle a Keith la oferta y marcharse, pero no pudo. La oportunidad le fascinaba porque sabía que no habría otra. Y entonces, de repente, algo se movió en su interior, como si se hubiera abierto una ventana en su alma, permitiendo que entrara aire fresco en las esquinas más solitarias, frías y húmedas de su ser. Y en ese momento, descartó la multitud de promesas que le había hecho a su madre y las incontables conversaciones que había mantenido con el doctor Lim sobre las limitaciones de su corazón. Antes de que pudiera inspirar una nueva bocanada de aire, se lanzó a caminar a buen paso, que rápidamente se convirtió en un trote lento y tranquilo.

—¡Aquí viene el niño mono! —voceó Keith—. ¡Nos va a demostrar que, después de todo, no es un completo inútil! —dijo, lanzándole el balón de nuevo a Sebastian, que logró pararlo fácilmente con el pie.

—¡Keith, no llames «niño mono» a Sebastian! —le regañó la señorita Ashworth, que prosiguió diciendo—: Sebastian, ¿qué haces dentro del campo?

Pero fue Keith quien le contestó.

—Nos va a demostrar que puede correr. Apuesto a que corre incluso más rápido que yo.

—¡No, Sebastian, no! —exclamó la señorita Ashworth, pero el niño oyó su voz muy lejana.

Puede que, en realidad, estuviera diciéndole: «¡Corre, Sebastian, corre! ¡Demuéstrales de lo que estás hecho! ¡Corre como el viento!».

Sebastian echó a correr por el campo, propinándole patadas al balón mientras lo hacía. Ya entonces, su corazón se estaba acelerando por encima del límite de comodidad razonable, pero sus piernas seguían moviéndose como pistones de alta potencia con voluntad propia. Aceleró y perdió de vista a todo el mundo, aunque todavía podía oír la aguda voz de la señorita Ashworth que lo llamaba desde algún lugar del patio.

A pesar del martilleo que notaba en los oídos, percibió que alguien corría junto a él, pero no se atrevió a bajar el ritmo para volverse a ver de quién se trataba. Supuso que era Keith, y aquello lo animó a apretar el paso aún más. Cuando ya se encontraba a mitad del campo, sintió un extraño entumecimiento recorriéndole la cara y extendiéndosele por el resto del cuerpo. Dejó de sentir el suelo bajo los pies y el viento en el rostro. Flotó por encima de las sensaciones físicas del cuerpo, y la liberación que sintió fue diferente a todo lo que conocía, como soñar con los ojos abiertos o respirar bajo el agua. Y entonces, sin previo aviso, alguien o algo tiró de él y lo derribó bruscamente haciéndole caer al suelo. El aterrizaje lo dejó sin aliento y durante varios segundos no logró ver u oír nada en absoluto. Dio varias vueltas sobre sí mismo y, cuando recobró la vista, lo único que vio fue el césped y cielo azul girando, yendo y viniendo cada vez más rápido. Cuando al final todo se detuvo, cerró los ojos y se presionó ambas manos contra el pecho. Sintió el infame martilleo de su corazón y sus pulmones a punto de explotar por la falta de oxígeno. Se imaginó que el dique de su pecho se abría de golpe y la sangre salía a borbotones como si se tratara de un río salvaje y que a su marcapasos se le saltaban los resortes y se le fundían los plomos. Así que esperó a que le llegara el final.

—¡Eres un idiota! —le gritó alguien al oído—. ¿Estás intentando matarte o qué?

Abrió los ojos para ver a Kelly Taylor sentada a horcajadas sobre él, con las gafas ladeadas y las mejillas manchadas de tierra. Keith se acercó por detrás de ella, con una sonrisa de decepción pintada en el rostro.

—¿Por qué lo has parado? Sabes que quería ver cómo le explotaba el corazón.

Kelly se puso en pie, se ajustó las gafas y volvió a adoptar aquella irresistible postura, con un pie más adelantado de lo habitual.

—¿Se ha muerto el niño mono? —preguntó alguien.

—¡Nah, qué va! Todavía está vivo —respondió Keith, claramente decepcionado.

La señorita Ashworth corrió hasta ellos y se arrodilló junto a Sebastian, pasándole las manos temblorosas por el rostro y el cabello. En ese momento todos los demás alumnos estaban de pie formando un corrillo, pero la profesora les ordenó frenéticamente que se retiraran.

—Apartaos para que le llegue el aire —les dijo—. Kelly, ve al despacho del director y pídeles que llamen a una ambulancia.

—No me hace falta una ambulancia —rezongó Sebastian, e incluso logró incorporarse apoyándose sobre los codos—. Lo único que necesito es tiempo y espacio… para recuperar el aliento.

—Parece que se va a poner bien, señorita Ashworth —comentó Kelly Taylor, y la genuina preocupación en sus ojos conmovió a Sebastian y le animó a incorporarse del todo.

Se sacudió la hierba que tenía en el pelo y, segundos después, logró ponerse en pie. Por primera vez, disfrutó de que todas las miradas se centraran en él. Y mientras se marchaba del campo de fútbol con la señorita Ashworth a su lado, se preguntó si aquello sería lo que sentirían los futbolistas profesionales cuando los lesionaban durante algún partido espectacular y eran capaces de marcharse del campo sin ayuda.

—Vamos a ir directamente a ver a la enfermera, y voy a llamar a tu madre para contarle lo que ha sucedido —le advirtió la señorita Ashworth con la voz todavía temblorosa.

Puede que Sebastian hubiera sido capaz de librarse de la ambulancia, pero sabía que no iba a poder escaparse de visitar la enfermería.

—Vale, pero ¿de verdad tiene que contarle a mi madre lo que ha pasado? Últimamente está muy estresada.

—Lo lamento, Sebastian —le respondió la profesora mientras sus muslos producían un rápido frufrú—. No tengo elección. —Y entonces le preguntó—: ¿Por qué te has echado a correr de esa manera?

Sebastian se encogió de hombros.

—Creo que quería saber si era capaz.

—Bueno, pues espero que te hayas quedado satisfecho.

—Pues, en realidad, no —le contestó el niño—. Me hubiera gustado marcar un gol.

Gloria se hallaba de pie junto a la ventana, de espaldas a su hijo. Sentado en la camilla, Sebastian volvió a acordarse de los acontecimientos del día anterior. Tras recibir la llamada de la señorita Ashworth, su madre había salido inmediatamente del trabajo y había ido al colegio a recogerlo. Se había negado a llevarle a casa de la abuela y había insistido en que se metiera directamente en la cama y descansara. Estaba enfadada y asustada, y Sebastian notaba que quería gritarle, pero se contenía porque no deseaba disgustarlo. No deseaba que experimentara más estrés del que ya había padecido.

—Ni… ni… ni siquiera sé qué decir —confesó Gloria suavemente antes de apagar la luz de la habitación de su hijo—. Todavía no me puedo creer lo que la señorita Ashworth me ha contado que ha sucedido hoy en el colegio.

—Lo siento, mamá —musitó, mirándola desde la cama.

Y era cierto que lo lamentaba sinceramente, aunque cada vez que pensaba en cómo se había sentido corriendo, corriendo de verdad por primera vez en su vida, una sensación maravillosa le bajaba por la columna vertebral. ¿Habría sido capaz de marcar un gol si Kelly no lo hubiera detenido?, se preguntó.

—Si te pasara algo…

—He dicho que lo siento —repitió él.

Ella se dio la vuelta para que su hijo no pudiera verle la cara.

—No llores, mamá —le rogó—. No lo volveré a hacer. Te prometo que no lo volveré a hacer nunca más.

Su madre no dijo nada y guardó silencio durante el resto de la noche. Eso había sucedido casi veinticuatro horas antes, y todavía no había desaparecido el mal ambiente entre ellos. Gloria apenas le había dirigido la palabra a Sebastian a lo largo de la noche anterior y, cuando lo miraba, aunque fuera brevemente, sus ojos estaban cubiertos por un velo de desconfianza. Tal y como estaban las cosas, prefirió no mirarla él tampoco y se alegró de que, mientras esperaban en la sala de reconocimiento, se encontrara de espaldas a él. Y tampoco le importaría si en aquella cita tenían que hacerle varias pruebas dolorosas. Tal vez, si sufría un poquito, su madre volvería en sí y le perdonaría por lo que había sucedido en el patio del colegio.

El doctor Lim entró en la sala unos minutos después, y en su rostro había una sonrisa tan grande que casi no parecía él mismo.

—Estoy muy orgulloso de ti, Sebastian —anunció, dando unos emocionados golpecitos sobre el historial con el bolígrafo—. Has engordado casi dos kilos y medio desde la última vez que viniste.

—¿De verdad? —Y entonces, se acordó de que los pantalones le estaban empezando a quedar un poco justos.

—Es lo máximo que has engordado en varios meses. ¿Qué ha cambiado?

—Mi abuela me ha estado preparando la comida y es una cocinera buenísima.

—¿En serio? ¿Y qué te prepara? —le preguntó el doctor Lim.

Gloria se apartó de la ventana antes de que Sebastian pudiera responderle.

—¿Recibió usted mi mensaje? —le preguntó al médico bruscamente.

El doctor Lim dejó de sonreír.

—Sí, claro.

—Esperaba que pudiera hablar con Sebastian sobre lo que sucedió en el colegio ayer.

El doctor Lim se ajustó las gafas y se volvió hacia Sebastian.

—¿Hasta dónde llegaste en el campo de fútbol? —le preguntó, conteniendo una sonrisa.

—Pues casi hasta la mitad —respondió Sebastian—. Quería marcar un gol, pero no pude.

—¿Por qué? ¿Qué pasó?

Gloria cruzó los brazos enfurruñada y regresó a la ventana. Aquel no era el tipo de charla que esperaba, pero, momentos después, la oyeron rezongar y se volvieron para verla concentrada en algo que estaba mirando por la ventana.

—¿Ha llamado usted a casa para confirmar nuestra cita? —le preguntó al doctor Lim.

El médico pareció confundido.

—Mi secretaria llamó para confirmarla, como siempre hace —le respondió—. ¿Hay algún problema?

—Pues no lo sé —le respondió Gloria, pero lo único que hizo fue mirar hacia delante, con los brazos cruzados y tamborileando con nerviosismo sobre sus propios antebrazos.

Unos minutos más tarde, llamaron suavemente a la puerta de la sala de reconocimiento y Dean entró en ella. Su mirada se cruzó con la de Gloria durante un gélido instante de tensión, y después se presentó al doctor Lim, que pareció bastante contento por tener al padre de su paciente presente por primera vez. A petición de Dean, el médico le resumió los progresos de Sebastian hasta la fecha y se mostró entusiasta por discutir la opción de la intervención quirúrgica, que esperaba poder llevar a cabo en un futuro cercano. Dean asentía mientras escuchaba, intercalando alguna que otra palabra para demostrar que lo estaba comprendiendo. A continuación, miró brevemente a Gloria y dijo:

—Por algún motivo, siempre he tenido la impresión de que no existía la posibilidad de someter a Sebastian a otra operación.

El doctor Lim pareció preocupado al escuchar aquello.

—Lo lamento si no me he explicado con claridad. Como le he estado diciendo a la señora Bennett durante todo este tiempo, creo que esa intervención es la mejor opción para Sebastian. Y ahora que finalmente está ganando algo de peso, no encuentro ningún motivo para seguir esperando.

—Hábleme sobre esa operación —le pidió Dean, y el doctor Lim comenzó a explicarle que el objetivo de la misma era reparar las paredes del corazón que todavía no se habían fusionado, para que el órgano pudiera funcionar con una mayor normalidad.

—Por supuesto, siempre existen riesgos —concluyó el doctor Lim con un gesto deferente hacia Gloria—, pero creo que los beneficios pueden superar con creces las posibles complicaciones.

El médico habría sido más explícito sobre los riesgos de no llevar a cabo la intervención: que con el tiempo Sebastian estaría más discapacitado que entonces, pero pensó que sería mejor esperar hasta que el niño no se encontrara presente.

Gloria permaneció en silencio, taladrando con la mirada el rostro de su marido.

Dean se volvió hacia Sebastian y sonrió.

—¿Y tú qué piensas de todo esto, hijo?

Sebastian no estaba seguro de a qué se refería su padre. ¿Estaba hablando de la operación, de que se hubiera separado de su madre, de que Gloria hubiera estado ocultándole información importante sobre su salud? Sacudió la cabeza en señal de negativa, demasiado desconcertado como para hablar.

—¿Entonces no quieres operarte? —le preguntó Dean.

Ante aquello, Gloria se apartó bruscamente de la pared, incapaz de mantenerse en silencio durante más tiempo.

—Sebastian tiene diez años y es demasiado pequeño como para tomar una decisión de ese estilo.

—Pero yo no tengo diez años —le espetó Dean con la voz firme y una mirada inquebrantable—. Y tengo todo el derecho del mundo a involucrarme en las decisiones que tengan que ver con la salud y el bienestar de mi hijo.

Gloria profirió una carcajada, era la misma risa cínica que Sebastian había escuchado a través de la pared la última vez que habían discutido.

—¡Ah! ¿Resulta que ahora sí quieres involucrarte? Este es un momento estupendo, Dean. No creo que nadie vaya a cuestionar tus motivos.

—Que yo esté aquí no tiene nada que ver con nuestra separación, si es a eso a lo que te refieres.

—Bueno, y entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué has sacado tiempo de tu ocupada agenda? ¿No deberías estar yéndote a beber algo por ahí con otras mujeres u otra cosa por el estilo?

El doctor Lim carraspeó y, con el rostro totalmente colorado, dijo:

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