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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

Ira Divina (34 page)

Rebecca hizo una mueca de extrañeza.

—¿Qué tiene el petróleo que ver con todo esto?

El historiador se frotó el pulgar contra el índice.

—Dinero —explicó—. El petróleo enriqueció a los saudíes. De pronto, los wahhabistas dispusieron de dinero a raudales, y ¿se imagina en qué decidieron emplearlo?

—¿En levantar mezquitas enormes?

Tomás soltó una carcajada.

—También —dijo—. Pero, sobre todo, lo emplearon para financiar madrazas en todo el mundo islámico, con lo que consiguieron controlar toda la materia pedagógica que se enseñaba en ellas.

—¡Dios mío!

—¡Pues sí! En poco tiempo, todas las escuelas a lo largo y ancho del mundo islámico se convirtieron en viveros de fundamentalistas. Los nuevos currículos educativos propugnan el regreso al siglo VII, la matanza de infieles y el rechazo de la modernidad, alegando que el retorno al islam original situaría a los musulmanes en la vanguardia de nuevo.

—¡Pero eso no tiene mucho sentido! ¿Cómo van a volver a la vanguardia rechazando la modernidad? No lo entiendo…

—Bueno, tiene que entender que el mensaje de retorno a los orígenes les llegó en un momento de vulnerabilidad, en el que muchos musulmanes se sentían humillados por el colonialismo y por ser ciudadanos de segunda en su propia tierra…

—Pero ¿no era precisamente eso lo que ellos hacían con los cristianos, los judíos y los hindúes? ¿No se habían pasado siglos convirtiendo a otros en ciudadanos de segunda, obligándolos a pagar impuestos discriminatorios y humillantes para poder vivir en su propia tierra?

—Claro que sí —reconoció Tomás—. Pero cuando los cristianos se lo hicieron a ellos, no les gustó y, como es lógico, se sintieron humillados. Esa humillación fue la parte negativa, aunque quizá pedagógica, de la colonización europea. En cambio, la moneda tenía dos caras, y la otra era positiva. Los europeos construyeron infraestructuras que los países islámicos no tenían, instituyeron sistemas escolares y servicios públicos que no existían y abolieron la esclavitud. Bien visto, no hay comparación entre el grado de desarrollo de los territorios islámicos que fueron colonizados por los europeos y los que permanecieron bajo dominio musulmán. Sólo los palestinos crearon siete universidades desde la ocupación israelí en 1967. ¡Compárelo con las ocho universidades de la inmensamente rica Arabia Saudí o con el atraso de Afganistán! Y eso por no hablar del oscurantismo. Sólo para que se haga una idea: ¡desde el siglo IX, en todo el islam se han traducido unos cien mil libros, exactamente el número de libros que se traducen hoy en día en España en un solo año!

—Entonces, ¿dónde radica la confusión de los fundamentalistas? ¿No se dan cuenta de las ventajas de la modernización?

—Los fundamentalistas y los conservadores ven las cosas de manera diferente. ¿Qué le vamos a hacer? Ellos creen que Occidente superó al islam porque se desviaron de las leyes divinas y, bajo la influencia de los wahabitas financiados por el petróleo saudí, consideran que sólo el retorno a las prácticas del siglo VII les permitirá tomar de nuevo la delantera. No tienen nuna visión humanista del mundo, sino una visión ortodoxa islámica.

—¿Qué porcentaje de musulmanes piensa de esa manera?

—Es difícil saberlo. Yo diría que el musulmán medio sólo aspira a vivir su vida en paz y sosiego, a respetar a Dios y a ser feliz. Pienso que éstos son la mayoría. Tienen un conocimiento superficial del islam, desconocen los fundamentos islámicos de la yihad, pero saben que no quieren vivir en un país donde se aplique la
sharia
en su totalidad.

—Por tanto, la mayoría es secular.

—Sí, creo que podríamos decir que sí. No obstante, en algunos casos, la mayoría de la población musulmana puede ser fundamentalista. ¿No contó la Revolución islámica con amplio apoyo en Irán? ¿No ha ganado Hamás las elecciones en Palestina? ¿No ganó el Frente de Liberación Islámica la primera vuelta de las elecciones en Argelia? Y no ganó la segunda vuelta porque se cancelaron los comicios. ¡Los fundamentalistas argelinos se dedicaban a cortarle el cuello a miles de personas, pero, por lo visto, contaban con el apoyo de la mayoría de la población! Eso prueba que los fundamentalistas gozan de un apoyo popular mayor del que nos gustaría creer, aunque en general sean minoritarios.

—Por tanto, si lo he entendido bien, tenemos a los fundamentalistas, a los conservadores y a los seculares.

—Sí, y los laicos son la tendencia mayoritaria —insistió Tomás—. Pero no se haga ilusiones: los otros dos grupos son muy peligrosos y, en algunos países islámicos, son mayoría. Sería ingenuo creer que los musulmanes son todos muy tolerantes y que el conflicto se debe a meros problemas sociales y a la existencia de Israel. Desgraciadamente, la cuestión es mucho más compleja y peligrosa. La mayoría puede ser laica pero, al mismo tiempo, es silenciosa. En cambio, la minoría fundamentalista es muy activa y ruidosa.

—Ya veo.

—El islam está, pues, viviendo un gran resurgir. Existe una voluntad muy fuerte por parte de algunos musulmanes de pasar a la ofensiva y de extender el islam por todo el planeta, imponiendo…

—¡Listo!

Miraron hacia delante y vieron a Jarogniew con el aparato en la mano, preparado para volver a instalarlo. Tomás se incorporó y se acercó al hombre, que ajustó el aparato al cinturón del historiador y comenzó a hacer las conexiones.

—¿Cuál era el problema?

—Había unos cables que no hacían bien el contacto —explicó Jarogniew—. Es un problema frecuente y, a veces, pone en peligro las operaciones. Me acuerdo de una vez que…

Tomás ya no le oía. Tenía los ojos fijos en un muchacho vestido con un
shalwar kameez
blanco y un turbante gris. Su aspecto le resultaba familiar, pero no estaba seguro: llevaba una barba negra muy larga y estaba muy delgado. Sin embargo, todas sus dudas se esfumaron cuando el muchacho levantó el rostro por unos instantes.

—Es él —murmuró.

—¿Qué?

—Charlie ha llegado.

32

L
a visita de su madre a la cárcel de Tora era siempre un acontecimiento para Ahmed. La esperaba con impaciencia. Su padre se negaba a ir a verlo. Decía que lo había avergonzado y que había llevado la desgracia y la deshonra a la familia, pero su madre era su madre. Las visitas a los reclusos que no estaban confinados en alas especiales se permitían dos veces al mes y su madre no falló nunca. Era siempre de las primeras en llegar y le traía casi siempre comida casera que hacía las delicias del hijo y compensaban el rancho austero de la prisión.

Al principio los guardas inspeccionaban con gran cuidado los paquetes, abriéndolos y hundiendo los dedos sucios en la comida. Cuando oyó a su pupilo quejarse de los registros, Ayman le explicó qué debía hacer para evitar que emporcaran la comida de esa manera.


Baksheesh
.

—¿Qué?

—¡Tienes que pagar a los guardias!

Aunque fuera algo elemental, le pareció una idea genial. A partir del momento en que empezó a pagar el soborno a los carceleros, que podía ser en dinero o en tabaco, todo fue más fácil.

La madre siempre traía la ansiedad dibujada en el rostro. Al fin y al cabo, no era fácil tener un hijo en la cárcel. Pero, ese día, Ahmed vio que había algo diferente en ella: era una expresión que le bailaba en el rostro; no parecía estar tan ansiosa y tenía un aire en cierto modo feliz, lo que le sorprendió.

—¿Qué pasa? —le preguntó en cuanto se sentaron en la sala de visitas.

Ella lo miró con una sonrisa luminosa.

—No me digas que no lo sabes…

—No.

—Han admitido la petición que presentamos ante el tribunal.

Ahmed mantuvo un aire indiferente.

—¿Y?

La madre estaba escandalizada, desconcertada con la displicencia del muchacho.

—¿Y? —preguntó, sorprendida—. ¡Hijo mío, el juez ha decidido que deben ponerte en libertad! ¿Te parece poco?

Ahmed se encogió de hombros.

—Es una mera formalidad —observó sin entusiasmo—. No vale para nada.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Madre, llevo preso un año y medio. Después de haber cumplido la mitad de la pena sin que haya quejas de mi comportamiento, es normal que el juez decrete mi libertad condicional.

—Pero ¿y aún te quejas? ¡Condicional o no, recuperarás la libertad! ¡El juez ha ordenado que te suelten! ¿Te parece poco?

—¿Cuándo será eso?

—Dentro de dos semanas.

Ahmed se rio sin ganas.

—Madre, ¿se ha creído usted ese cuento?

—Claro que sí. —Lo miró con un aire desconfiado—. ¿Por qué? ¿No debería creerlo?

—Claro que no.

—¿Por qué?

Ahmed señaló al guarda de prisiones que vigilaba la sala.

—¡Porque son unos mentirosos! ¡Porque hacen lo que quieren! ¿Cree que me van a soltar alguna vez?

—Pero la decisión no la tomaron los guardas, hijo. Ni siquiera el Gobierno. Ha sido un juez.

—¿Y qué? Mire: ya ha visto cuatro casos de hermanos de Al-Jama’a a quien el juez concedió la libertad. ¿Sabe que les pasó? ¡Siguen presos! ¡El Gobierno no quiere saber nada de decisiones de jueces! Si los jueces nos ponen en libertad, el gobierno invoca las medidas especiales previstas para el estado de emergencia y nos mantiene encerrados. Sólo saldremos de aquí cuando ellos lo decidan, no cuando lo ordenen los tribunales…

Su madre recuperó la sonrisa.

—A ver, ¿acaso eres tú de Al-Jama’a?

—Bueno…, en realidad, no lo soy.

—Eso fue lo que nos dijo el tío Mahmoud, que conoce bien a la gente de la policía. Parece que se dieron cuenta de que no eres de Al-Jama’a, y por eso no van a invocar el estado de emergencia para impedir tu puesta en libertad.

Ahmed clavó los ojos en su madre, observándola con atención, como si intentase ver a través de ella.

—Madre, ¿habla usted en serio?

—Claro que sí.

—¿Eso es lo que la policía le dijo al tío Mahmoud?

Ella levantó la mano frágil y, cariñosa y tierna, le pasó los dedos cálidos por la cara.

—Hijo mío —le dijo con dulzura—, volverás a casa.

También Ayman, conocedor de las prácticas habituales del gobierno en circunstancias semejantes, reaccionó inicialmente con escepticismo ante la noticia. Sin embargo, los detalles de la conversación del tío Mahmoud con la policía acabaron por convencerlo de que la liberación de su pupilo era inminente.

—Pues tu madre tiene razón —observó Ayman, moviendo afirmativamente la cabeza—. En realidad, no estás afiliado a Al-Jama’a. Deben de haber investigado y, como es evidente, no habrán encontrado ningún documento ni testimonio que te relacione con nosotros. Por tanto, es perfectamente natural que te pongan en libertad.

Estaban en la cantina de la prisión a la hora del almuerzo y acababan de servirles la sopa. Escuchando distraídamente la opinión de su maestro, Ahmed puso un gesto de abandono.

—Me resulta del todo indiferente.

Ayman lo miró con curiosidad.

—No pareces muy satisfecho…

—¿Qué voy a hacer ahí fuera? Como mi hermano dijo, y muy bien, vivimos en una sociedad
jahili
que finge ser creyente. ¿Cómo crees que me siento al estar fuera y no poder hacer nada para imponer la voluntad de Alá? ¿Cómo puede un verdadero creyente vivir en medio de la
jahiliyya
?

El maestro recorrió la cantina con la mirada, observando a los reclusos que almorzaban.

—La mayoría de los hermanos salen de aquí rotos, con miedo de volver a enfrentarse a los
kafirun
que dicen ser creyentes y mandan sobre nosotros. —Volvió a mirar a Ahmed—. ¿Y tú? ¿Qué crees que te ha hecho la experiencia de la cárcel? ¿También sientes miedo?

—¿Miedo yo? —gruñó el pupilo, con la mirada encendida, indignado por la mera sugerencia—. ¡Nunca! ¿Quién crees que soy?

—¿Y entonces?

—¡Salgo de aquí con rabia! ¡Salgo de aquí sublevado! ¿Aceptaré algún día lo que nos está haciendo el Gobierno? ¡Jamás! ¿Cómo puedes pensar que soy tan débil? —Se puso la mano en el pecho—. ¡Nosotros somos creyentes y ellos persiguen a los creyentes! ¿Cómo te atreves, hermano, a pensar siquiera que tengo miedo de esos… perros? ¡Si cree que esa maldita gente me da miedo, se equivoca!

Ayman abrió las manos en un gesto de aprobación.

—¡Alabado sea Alá, eres un verdadero creyente! —exclamó—. Perdóname por haber dudado, pero debes saber que sólo unos pocos reaccionan como tú. Cuando los someten a tortura y encierro, la mayoría de los hermanos se rompe. Pero algunos, pocos y valientes como tú, ganan determinación. Ésos son la vanguardia del islam, aquellos que marchan por el océano de la
jahiliyya
con una antorcha en la mano y guían a la humanidad hasta Dios.

Al oír estas palabras, la indignación del pupilo se ahogó en un torbellino de emociones y dio paso a una ola embriagante de orgullo.

—Si hubiera una manera, yo también levantaría la antorcha. —Se golpeó el pecho—. ¡Yo también lo haría!

Ayman tamborileó con los dedos en la mesa.

—Hay una manera.

—¿Cuál?

—La del Profeta, que la paz sea con él.

Ahmed entornó los ojos.

—¿Qué está sugiriendo?

—La yihad.

El pupilo se calló. Hacía mucho tiempo que reflexionaba sobre el asunto. Desde que había empezado a entender el Corán y la sunna del Profeta de verdad, se preguntaba si no era su obligación obedecer las órdenes de Alá: extender la fe predicando cuando fuera posible y por la fuerza si predicar no era suficiente. Él y su maestro no habían abordado nunca abiertamente su participación en Al-Jama’a, pero era algo implícito, que siempre flotaba, como un fantasma, en las conversaciones entre ambos.

Sin embargo, había algo que cada vez se le hacía más evidente: si creía realmente en Alá y en su mensaje, tendría que obedecerle. La obediencia no era en una opción, sino una orden divina. Y la orden instituida en las últimas revelaciones de Dios al Profeta era que la humanidad entera debía someterse al islam. «Combatidlos hasta que no exista la tentación y sea la religión de Dios la única», dijo Alá en el Corán, sura 8, versículo 40. «¡Combatidlos hasta que sea la religión de Dios la única!». Por Alá, ¿podía haber una orden más explícita? ¿Cómo podría un creyente ignorar esta instrucción divina? ¡Dios mandaba combatir a los
kafirun
hasta que se sometieran!

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