Fabulosas narraciones por historias (6 page)

—Santos, cariño, no me has dado las buenas noches —musitó, y se inclinó sobre él para darle un besito. Él notó el mullido pecho de su tía y sus pezones, que casi habían coincidido con los suyos; le estremeció el calor de su cuerpo y la humedad de su cabello, que le refrescaba las mejillas. La tía Carmen le metió toda la lengua en la boca. No, no; cómo le iba a meter la tía Carmen toda la lengua en la boca. La tía Carmen le dio dos besos castos, aunque, eso sí, muy cerquita de los labios. No, no, no, tampoco. Cuando llegó a su cama, la tía Carmen le preguntó si le había despertado, y él dijo que no.

—Entonces, hazme un favor —le pidió ella—. Sácame el pañuelo blanco del pecho, que yo me acabo de pintar las uñas y todavía las tengo frescas.

Él metió con cuidado las yemas de los dedos entre los calientes pechos de su tía, pero no encontró nada.

—Santos, mete la mano entera y busca porque tiene que estar por ahí —le dijo; y él hundió primero una y luego las dos, y buscó por todas partes, pero no encontró sino unos pezones, que pellizcó suavemente.

—¿Lo has encontrado? —le preguntó su tía, creyendo que se trataba de una señal. Él dijo que no.

—Pues sigue buscando y no pares hasta encontrarlo.

—Tía, déjeme primero que le toque los pies —le suplicó—. Luego le busco el pañuelo.

La tía Carmen sonrió, colocó los pies descalzos sobre la almohada, y se subió levemente el vestido hasta dejar medio muslo al descubierto. Santos se volvió loco: acopló las piernas de su tía entre las suyas, se frotó contra sus muslos y sobó fuera de sí aquellos pies tan blancos y sus firmes pantorrillas, mientras oía su risa cristalina.

—Desahógate, hijo mío —le dijo.

No, no, no. Mejor lo del pañuelo.

—Sigue buscando y no pares hasta encontrarlo —le ordenó ella; y él buscó y buscó y buscó el pañuelo, pero no encontró nada; y entonces su tía, extrañada de que no estuviera allí, empezó a pensar que a lo mejor lo tenía él, el demonio de Santitos, el ladrón, el canalla, el bandido, más que bandido; y empezó a cantar otra vez
El Príncipe Carnaval,
haciendo caracolillos con las manos y aproximándolas al embozo de su cama, que fue bajando poco a poco hasta dejar todos los síntomas de Santos al descubierto. Los tomó con sus manos de largos dedos y uñas esmaltadas; manos ajadas por la lejía y el jabón Lagarto.

El Príncipe Carnaval,
¡Carnaval!
No es ningún Carcamal,
¡Carcamal!
Yo lo quiero para mí,
¡Tararí!
Su cuerpo lleno de sal
¡Entra y sal!
¡Entra y sal!
¡Entra y sal!

Ya lo daba todo por perdido cuando sintió el alivio. Dijo: me he hecho pis, seguro. Pero era ella, que, por arte de magia, había sacado, como una paloma, su pañuelo blanco. Y después del truco, ¡plas!, la tía Carmen desapareció.

«EL REPRESENTANTE DE LOS RESIDENTES RECONOCE EL DESCONTENTO DE LOS INTERNOS CON LA GESTIÓN DE JIMÉNEZ FRAUD Y ACUSA A LA DIRECCIÓN: "ELLOS SON LOS RESPONSABLES DEL TEMA DE MI AGRESIÓN.»

»En una entrevista exclusiva de Paco Martínez Johnson para
La Libertad,
Cristóbal Heado asegura que los internos no van contra Juan Ramón Jiménez sino contra el comportamiento reaccionario y dictatorial de la Dirección.

»Reuma, gota, enfermedades de la piel, úlceras, eczemas de las piernas, enfermedades de los órganos de la circulación, varices, flebitis, enfermedades del corazón, arteriosclerosis, manifestaciones sifilíticas. La amenaza está ahí, permanente, le acecha a usted al menor desfallecimiento: es un crimen olvidarlo. El medio de evitar el peligro es, no obstante, sencillísimo, y será precisa una cura de DEPURATIVO RICHELET, que pone al organismo en un perfecto estado de defensa contra el enemigo, siempre al acecho, y que equivale a un seguro contra la muerte. Testimonios de millares de enfermos curados, que han deseado dar a conocer los resultados inesperados que habían obtenido; estímulos fervorosos, recibidos de todas partes del mundo; y recomendaciones que emanan de notabilidades médicas, maravilladas por las curas realizadas, nos dispensan de insistir.

«Cristóbal Heado es el nuevo representante de los internos de la Residencia de Estudiantes, después de que el pasado año Alonso Vacas fuera apaleado por unos desconocidos y tuviera que abandonar la Residencia (ver
La Libertad,
2-XII-22). En la cara de Cristóbal Heado todavía permanecen las señales de la injusta agresión que sufrió el pasado día quince de septiembre, cuando intentaba protestar por la invitación que la Residencia ha cursado al refinado poeta y exquisito prosista Juan Ramón Jiménez para que se aloje en ella durante este curso. Este reportero le preguntó en varias ocasiones a lo largo de la siguiente entrevista por la identidad de los agresores. Cristóbal Heado fue rotundo en su respuesta: Me agredió la Dirección de la Residencia, dijo.

»PACO MARTÍNEZ JOHNSON: ¿Cuál es el origen del problema?

«CRISTÓBAL HEADO: El problema es que la Dirección de esa bendita casa ha vuelto a hacer otra de las suyas, otro ejercicio de prepotencia y arbitrariedad al tomar la decisión absolutamente unilateral de invitar por segundo año consecutivo a Juan Ramón Jiménez, cuyas visitas ya provocaron incidentes con anterioridad.

»PMJ: ¿De modo que no es la primera vez que se aloja en ella?

»CH: No, no; es la cuarta o la quinta vez, por no decir la sexta.

»PMJ: Ha dicho usted que sus visitas provocan incidentes. ¿Qué clase de incidentes?

»CH: El año pasado la mayoría de los residentes nos oponíamos a que se quedara. Aquella lucha se saldó con el paralís del compañero Vacunin, que fue mi predecesor en este cargo, y sirvió para que la Dirección se sentara a negociar con un comité residencial. En aquellas reuniones se acordó un tema: que la Dirección consultaría cualquier decisión con el comité residencial y que tendrían en cuenta nuestras reivindicaciones. Y mire usted: dos meses después de estos acuerdos, la Dirección decide unilateralmente invitarle otra vez sin consultar nuestros posicionamientos y encogiéndose de hombros frente a la abierta oposición y el manifiesto malestar de la inmensa mayoría de los residentes. Hemos sido nosotros los que, en una lección de generosidad y responsabilidad, hemos apaciguado los ánimos: antes de que empezara el curso no nos hemos cansado de pedir a la Dirección que se sentara a negociar sin posturas previas ni condiciones, pero ella, en línea con sus comportamientos soberbios, altaneros y prepotentes, ni siquiera se ha dignado contestarnos.

»PMJ: ¿Qué ocurrirá si la Dirección continúa haciendo oídos sordos a sus reivindicaciones?

»CH: Si el tema no cambia, habrá huelgas y manifestaciones. Se lo hemos advertido, pero la Dirección no ha querido saber nada del tema. El compañero Vacunin entró en la Residencia caminando y salió de ella impedido, en silla de ruedas, a causa de la paliza que le dieron. Le j… bien por defender los intereses de la mayoría, y sería inmoral que le olvidáramos.

»PMJ: ¿Se da cuenta de que su actitud puede ser incomprendida por el público, dada la fama y el prestigio mundial de ese refinado poeta y exquisito prosista que es Juan Ramón Jiménez?

»CH: Somos conscientes de ese peligro, y por eso le agradezco la pregunta. Nosotros no estamos poniendo en cuestión el tema de si es buen poeta o si es mal poeta, si nos gusta o nos disgusta; en realidad no se está hablando de ese tema. Nos hubiera indignado igual que la Dirección hubiese invitado a Roberto Quincoces, a Uzcudun o a Einstein. No protestamos contra Jiménez, como quieren creer algunos, sino contra un procedimiento absolutamente ilegal y antidemocrático, llevado a cabo por la Dirección de la Residencia. Ése es el tema. Por supuesto, el comportamiento reaccionario y dictatorial de la Dirección nos molesta doblemente si el invitado es quien es.

»PMJ: ¿A qué se refiere?

»CH: Me refiero a que sus visitas alteran completamente nuestras costumbres. Estamos obligados a comer acelgas durante todo el año por la sencilla razón de que son su comida favorita y porque la Dirección quiere que él se sienta como en casa. El cocido se ha desterrado de los menús porque a Jiménez le parece vulgar; ha ordenado prohibirlo porque dice que es el origen de todos los males de España. Ése es su granito de arena en esta empresa de regeneración civil que es la Residencia. Vamos hacia la europeización de España a través de la supresión de los garbanzos. Y por si fuera poco, se prohíbe radicalmente el uso del desodorante axilar porque Jiménez, que tiene un olfato finísimo, detesta ese producto.

»PMJ: ¿Podría explicar a nuestros lectores qué es el desodorante axilar?

»CH: Es un producto perfumado que se aplica en las axilas y que sirve para eliminar el olor fuerte de los hombres.

»PMJ: ¿Alguna otra restricción?

»CH: Se nos prohíbe llegar a la Residencia más tarde de las diez, que es cuando él se acuesta, con la amenaza de no poder entrar hasta las siete, que es cuando él se levanta. Como tiene un oído privilegiado y cualquier ruido, por mínimo que sea, le atormenta, se prohíbe la celebración de tertulias en las habitaciones durante sus horas de creación y sueño. Pero tal vez el tema-becas sea el tema más importante: las han reducido a la mitad porque Jiménez ha exigido un cuarto muy especial y muy poético. ¡Ha exigido un cuarto rodeado de espejos y peceras! ¡Rodeado de espejos y peceras! ¿Sabe usted lo que debe de costar un cuarto forrado de espejos y peceras? Me pregunto en qué país vivimos. ¿Es esto democracia? ¿Es esto europeísmo? ¿Es esto modernización de España?

»PMJ: Tiene usted el labio partido. ¿Qué le ha pasado?

»CH: Cuando protesté por todo esto, la Dirección contrató a unos matones que me dieron una paliza.

»Use Petróleo Gal. Suprime la caspa, vigoriza el pelo. ¡Y verá por fin el peine limpio, sin pelos enredados! Use Petróleo Gal para que no se le caiga el pelo. Frasco: 2,50 ptas. Timbre aparte.

»Según las investigaciones de este reportero, la Residencia de Estudiantes recibe una de las subvenciones más altas de este país. Sin embargo, gran parte de estos fondos no sólo no es empleada, como cabría pensar, en la creación de becas que permitan a los más humildes tener acceso educativo; antes bien: se usa para invitar a los amigos de la Dirección y para construirles habitaciones especiales que luego hay que destruir porque nadie quiere utilizar. ¿Quién va a querer vivir en un cuarto con peceras y espejos cuando se marche Juan Ramón Jiménez? Luego, a los estudiantes se les cobra la desorbitada cifra de veinte pesetas diarias; y si alguien protesta por esta flagrante injusticia, le dan una paliza.

»¿Asma? ¿Catarros? ¿Bronquitis crónica? Gotas helenianas Batllés. Farmacias. Droguerías.»

La Libertad,
30-IX-1923, pág. 15.

«Juan Ramón, el delicado poeta que mejor oye el silencio, hace tiempo que está desolado.

»No logra encontrar una casa en que reine el silencio. Siempre hay ruido en la calle o en la vecindad y siente que no se interrumpen los ruidos, y el poeta es como un palo de telégrafo lleno de ruido […].

»—¿Pero por qué no se muda usted a las afueras?

»—No es eso tampoco lo que quiero… Yo quiero estar dentro de la ciudad, entre sus gentes, y, sin embargo, gozar del silencio.

»[…] Yo, que conozco todas estas delicadezas confusas del poeta, le hablé con cuidado extremando mi cortesía.

»Juan Ramón entonces se me confesó.

»—Sí, oigo hasta el agua que va por las cañerías del agua; la oigo atropellarse […].

»—Si yo le hablase como un doctor poético, le diría que bebiese silencio; pero como tengo que encontrarle una solución práctica, le voy a recomendar que cubra de espejos su habitación… Los espejos todo lo recogen, menos el ruido… En los espejos se reflejan las cosas, los gestos, hasta el fondo de los ojos, pero la palabra no se ve… Somos hasta mudos frente a los espejos; y yo, que una vez monologué frente a un espejo, sentí que hablaba como un sordomudo y hubo un momento en que me hablé por muecas y señas… Además, para completar esta astringencia de los espejos, le recomiendo que tenga una pecera sobre su mesa o colgada del techo… No hay nada también que deje más sorda una habitación que la pecera cerrada, en que se mueve una vida silenciosa y sorda que no sólo está dentro de la bomba del cristal, sino dentro del agua… Ese efecto, esa suposición de esa vida como en un elemento metido en el corazón de otro elemento influye mucho en el ambiente…

»Juan Ramón me contestó que lo haría aunque escondería su mesa entre biombos para no verse en los espejos demacradores.»

Ramón Gómez de la Serna,
El doctor inverosímil. Novela,
Buenos Aires, Losada, 3.ª ed., 1961 (1.ª ed. 1914), págs. 115-118.

La Dirección no asignaba un consejero a cada residente, eso hubiera sido coartar la libertad individual. Cada uno elegía el suyo, aunque no tuviera relación con el área de especialización. A la hora de decidirse, muchos sólo tenían en cuenta el físico o la forma de vestir; muy pocos basaban su decisión en criterios científicos. Don José Moreno era el preferido de los residentes, y Homero Mur, el que menos tutorandos dirigía, ya que en la Residencia era considerado un positivista autoritario de ideas reaccionarias, contrario a la imaginación y consumidor de café. Santos le había elegido como tutor el primer año por su nombre sonoro, Homero Mur, y porque era joven. Por el momento estaba muy contento con él; no le parecía autoritario ni reaccionario ni contrario a la imaginación. Y en cuanto a lo de consumir café, Santos sólo tenía una queja: como el café debía de desvelarlo, Homero Mur siempre le citaba en su despacho a la voluptuosa hora de la siesta, cuando Santos tenía cosas mucho más importantes que hacer. Por eso aquella tarde llamó a su puerta con una cierta impaciencia.

—Adelante, adelante —respondió don Homero desde dentro. Santos entró. El despacho era muy luminoso gracias a una enorme cristalera del tamaño de una pared, y en él reinaba el desorden más absoluto. Por todas partes se amontonaban papeles, libros, que no en todos los casos eran de medicina, carpetas, muestras de tejidos, bustos célebres, maquetas del cuerpo humano, frascos de todos los colores, mapas y grabados. Pese al caos, la habitación tenía un aire acogedor. En su interior podía percibirse el aroma del café que don Homero tomaba constantemente y el perfume del tabaco que fumaba en pipa. Qué tal el verano. Muy bien, gracias, ¿y el suyo? Muy bien también, gracias.

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