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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (45 page)

BOOK: Espacio revelación
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El análisis de espectro del destello de rayos gamma indicaba que estaba sujeto a un pequeño pero mensurable cambio Doppler, un tanto por ciento de la velocidad de la luz. La conclusión era obvia: el destello se había originado en una nave que se encontraba en su fase final de desaceleración de la velocidad de crucero interestelar.

—Supongo que ocurrió algo —dijo Sylveste, asimilando la noticia de la pérdida de la nave con calmada neutralidad—. Seguramente, la unidad sufrió alguna avería.

—Eso fue lo que pensamos en un principio —respondió Sluka, dando unos golpecitos al papel—. Unos días después supimos que estábamos equivocados, puesto que el objeto seguía allí; débil pero inconfundible.

—¿La nave sobrevivió a la explosión?

—A lo que fuera. Desde entonces hemos percibido un corrimiento al azul de la unidad. La desaceleración ha continuado con normalidad, como si la explosión nunca se hubiera producido.

—Y supongo que tenéis una teoría.

—Media. Creemos que la explosión la originó un arma, aunque no sabemos de qué tipo. Ninguna otra cosa podría haber liberado tanta energía.

—¿Un arma? —Sylveste intentó mantener la voz completamente calmada, como si sólo sintiera una curiosidad natural, aunque en verdad sentía variaciones de puro terror.

—Extraño, ¿no crees?

Sylveste se inclinó hacia adelante. Un escalofrío recorrió su columna.

—Supongo que esos visitantes… sean quienes sean, comprenden la situación de este lugar.

—¿Te refieres al panorama político? Lo dudo.

—Pero habrán intentado establecer contacto con Cuvier.

—Eso es lo más extraño. No se han comunicado con nosotros.

—¿Quién está al corriente de todo esto? —preguntó. Ahora, incluso a él le costaba oír sus palabras; tenía la impresión de que había alguien dentro de su tráquea.

—Unas veinte personas en la colonia, todas ellas con acceso a los observatorios. Aquí, aproximadamente una docena… y algunas menos en Ciudad Resurgam… Cuvier.

—Estoy seguro de que no se trata de Remilliod.

Sluka permitió que el papel fuera reabsorbido por la mesa.

—¿Entonces, tienes alguna teoría sobre quién podría ser?

Soltó una carcajada y se vio obligado a preguntarse cuán próxima a la histeria había sonado.

—Si no me equivoco… y no suelo hacerlo, son malas noticias para mí y para todos nosotros.

—Adelante.

—Es una larga historia.

Sluka se encogió de hombros.

—No tengo ninguna prisa. Y creo que tú tampoco.

—De momento.

—¿Qué?

—Es sólo una sospecha.

—Deja de jugar a los acertijos, Sylveste.

Él asintió, sabiendo que no serviría de nada demorarlo. Ya había compartido con Pascale el más profundo de sus miedos y, para Sluka, ahora sólo sería cuestión de ir rellenando los agujeros, aquellas partes de la conversación que no eran obvias simplemente porque desconocía el contexto. Sabía que si se resistía, encontraría la forma de descubrir todo lo que quisiera, ya fuera extrayéndole la información a él o, peor aún, a Pascale.

—Se remonta a hace mucho tiempo —empezó—. A la época en la que acababa de regresar a Yellowstone tras haber visitado a los Amortajados. ¿Recuerdas que en aquel entonces desaparecí?

—Siempre negaste que hubiera ocurrido algo.

—Fui secuestrado por los Ultras —dijo Sylveste, sin esperar a ver su reacción—. Me llevaron a bordo de una bordeadora lumínica que orbitaba alrededor de Yellowstone. Uno de sus miembros estaba herido y querían que lo… «reparara».

—¿Que lo repararas?

—El Capitán era un quimérico extremo.

Sluka se estremeció. Estaba claro que, como la mayoría de los colonizadores, su experiencia con los límites radicalmente alterados de la sociedad habían quedado confinados en gran medida a horripilantes holodramas.

—No eran Ultras corrientes —continuó Sylveste, deseoso de beneficiarse de las fobias de Sluka—. Habían estado ahí fuera demasiado tiempo, mucho más de lo que podemos considerar una existencia humana normal. Estaban aislados incluso según los estándares Ultra; eran paranoicos, militaristas…

—Pero…

—Sé qué estás pensando… que aunque se trate de una extraña rama de esa cultura, es posible que no fueran malos —Sylveste esbozó una sonrisa arrogante y sacudió la cabeza—. Eso mismo pensé yo al principio. Después descubrí más cosas sobre ellos.

—¿Por ejemplo?

—¿Has mencionado un arma? Pues bien, ellos las tienen. Poseen armas que podrían destruir este planeta en un abrir y cerrar de ojos si así lo desearan.

—Pero no las utilizarían sin una buena razón.

Sylveste sonrió.

—Supongo que eso sólo lo sabremos cuando lleguen a Resurgam.

—Sí… —Sluka pronunció esta última palabra con tono abatido—. La verdad es que ya están aquí. La explosión tuvo lugar hace tres semanas, pero no fuimos conscientes de su trascendencia hasta hace poco. En ese tiempo han desacelerado y entrado en la órbita de Resurgam.

Sylveste tardó unos instantes en regular su respiración, preguntándose cuán deliberada había sido la revelación de Sluka. ¿Realmente había olvidado mencionar este detalle o lo había reservado para el final, pues prefería ir dándole a conocer los hechos de una forma que le permitiera mantenerlo constantemente desorientado?

Sí era así, lo había conseguido.

—Espera un momento —dijo Sylveste—. Hace un momento has dicho cuántas personas estaban al corriente de esto pero, a mi entender, es prácticamente imposible no detectar una bordeadora lumínica que orbita alrededor de un planeta.

—Es mucho más fácil de lo que crees. Su nave es el objeto más oscuro del sistema. Irradia en infrarrojo, como hacen todas, pero al parecer es capaz de sintonizar sus emisiones con las frecuencias de nuestras bandas de vapor atmosférico, las frecuencias que no penetran en la superficie. Si no nos hubiéramos pasado los últimos veinte años lanzando tanta agua a la atmósfera… —Sluka movió la cabeza con tristeza—. En cualquier caso, no importa. Ahora mismo nadie presta demasiada atención al cielo. Quizá, aunque hubieran llegado con luces de neón, nadie se habría dado cuenta.

—Pero no han anunciado su presencia.

—Peor aún: han hecho todo lo posible por impedir que supiéramos que estaban aquí. Si no hubiera sido por esa detonación… —durante unos instantes miró por la ventana, en completo silencio, antes de volver a dirigir su atención hacia Sylveste—. Si esas personas son quienes tú crees, supongo que imaginas qué quieren.

—Eso es bastante sencillo. Me quieren a mí.

Volyova escuchó con atención el resto del informe que realizó Sajaki desde la superficie.

—A Yellowstone ha llegado muy poca información sobre Resurgam, menos incluso que tras el primer motín. Ahora sabemos que Sylveste sobrevivió a él, aunque fue derrocado durante un golpe que tuvo lugar diez años después; es decir, diez años antes de la fecha actual. Fue encarcelado, debo añadir que con ciertos lujos, por el nuevo régimen, que lo consideraba una herramienta política útil. Dicha situación habría servido a nuestros propósitos perfectamente, puesto que el paradero de Sylveste habría sido fácil de deducir. También habríamos estado en la afortunada posición de poder negociar con personas que no habrían tenido demasiados reparos en entregárnoslo. Sin embargo, en estos momentos, la situación es mucho más compleja.

Sajaki se detuvo en este punto y Volyova advirtió que había girado levemente, permitiéndoles ver un nuevo paisaje a sus espaldas. Su ángulo visual era diferente porque estaban pasando por encima de él, en dirección sur, pero Sajaki era consciente de este hecho y estaba efectuando los ajustes necesarios para que la nave pudiera ver su rostro en todo momento. Cualquier observador que se encontrara en alguna de las otras mesetas lo habría considerado extraño: una figura silenciosa mirando hacia el horizonte, susurrando indescifrables ensalmos y girando lentamente sobre sus talones con una precisión prácticamente cronométrica. Nadie habría adivinado que estaba comunicándose con una nave espacial de la órbita, sino que habrían considerado que estaba absorto en los ritos de alguna locura íntima.

—Como pudimos ver en cuanto activamos los escáneres, la capital Cuvier ha sido destruida por una serie de fuertes explosiones. Tal y como dedujimos al examinar el nivel de reconstrucción, esos acontecimientos se han desarrollado recientemente, según la escala de tiempo de la colonia. Las investigaciones que he llevado a cabo indican que el segundo golpe, en el que se utilizaron estas armas, tuvo lugar hace apenas ocho meses. Sin embargo, no tuvo un éxito rotundo. El viejo régimen sigue controlando lo que queda de Cuvier, aunque su líder, Girardieau, fue asesinado durante los disturbios. Los Inundacionistas del Camino Verdadero, los responsables del ataque, controlan varios de los asentamientos de las afueras pero, al parecer, carecen de cohesión y es posible que se hayan producido altercados entre las diferentes facciones. Durante el transcurso de la semana que he permanecido en este lugar se han producido nueve ataques contra la ciudad y se sospecha de ciertos saboteadores internos: espías del Camino Verdadero que operan desde las ruinas.

Mientras Sajaki hacía una breve pausa para ordenar sus pensamientos, Volyova se preguntó si sentiría cierta afinidad hacia los espías que había mencionado. Si así era, en su rostro no había nada que lo revelara.

—Respecto a mis acciones, mi primera tarea consistió en ordenar al traje que se destruyera. Habría resultado tentador utilizarlo para realizar el trayecto terrestre hasta Cuvier, pero el riesgo habría sido excesivo. Además, el viaje fue más sencillo de lo que esperaba y en las inmediaciones de Cuvier me recogió un grupo de técnicos de tuberías que regresaba del norte y que utilicé como tapadera para entrar en la ciudad. En un principio se mostraron recelosos, pero el vodka no tardó en convencerlos de que harían bien en llevarme. Les dije que lo habíamos destilado en Phoenix, el asentamiento en el que me había criado. Nunca habían oído hablar de ese lugar, pero estuvieron encantados de beberse su vodka.

Volyova asintió. El vodka (además de un saco lleno a rebosar de fruslerías), había sido elaborado a bordo de la nave poco antes de la partida de Sajaki.

—Ahora, la mayoría de las personas viven bajo tierra, en catacumbas que fueron excavadas hace cincuenta o sesenta años. Por supuesto, el aire ha sido adaptado para poder respirar, pero os aseguro que el proceso no es exactamente cómodo y que nunca estás demasiado lejos de sufrir un ataque de hipoxia. El esfuerzo necesario para llegar a esta meseta ha sido considerable.

Volyova sonrió para sus adentros. Si Sajaki reconocía algo así, el ascenso de la meseta debía de haber sido una verdadera tortura.

—Dicen que el Camino Verdadero tiene acceso a tecnología genética marciana que les facilita respirar —continuó—, aunque no he visto nada que lo demuestre. Mis amigos tuberos me ayudaron a encontrar una habitación en un hostal frecuentado por mineros que viven lejos de la ciudad, algo que, por supuesto, encajaba a la perfección con mi historia tapadera. No puedo describirlo como un lugar salubre, pero sirvió bastante bien a mi propósito, que no era otro que recopilar datos. Durante el transcurso de mi investigación descubrí muchos puntos contradictorios… o vagos, en el mejor de los casos.

Sajaki había dado casi una vuelta completa. Ahora, el sol estaba detrás de su hombro derecho, haciendo que fuera difícil distinguir sus rasgos. La nave no tendría ningún problema, por supuesto, porque los infrarrojos le permitían interpretar los cambiantes patrones sanguineos del rostro de Sajaki y convertirlos en palabras.

—Los testigos aseguran que Sylveste y su mujer lograron escapar del intento de asesinato que acabó con Girardieau, aunque no han vuelto a ser vistos desde entonces. Eso sucedió ocho meses atrás. Las personas con las que he hablado y las fuentes secretas de datos que he interceptado me llevan a una conclusión: Sylveste ha vuelto a ser secuestrado por alguien, pero en esta ocasión está encerrado en el exterior de la ciudad, posiblemente en una de las celdas de Camino Verdadero.

Volyova se puso tensa. Sabía adónde conducía todo esto: en cierto sentido, siempre lo había considerado inevitable. La única diferencia era que, en este caso, se debía a lo que sabía sobre Sajaki, no sobre el hombre que buscaba.

—Será inútil negociar con las autoridades de este lugar, sean quienes sean —añadió Sajaki—. Dudo que pudieran entregarnos a Sylveste aunque quisieran… y es evidente que no querrán hacerlo. Por desgracia, eso sólo nos deja una opción.

Volyova se preparó. Allá iba.

—Debemos disponerlo todo de forma que el conjunto de la colonia sepa que le conviene entregarnos a Sylveste. —Sajaki sonrió de nuevo y sus dientes brillaron contra la sombra de su rostro—. No es necesario decir que ya he empezado a preparar el trabajo de campo. Volyova, eres libre de efectuar las propuestas formales necesarias.

Por lo general, le habría proporcionado cierto placer haber sido capaz de juzgar con tanta precisión las intenciones de Sajaki. Sin embargo, lo único que sentía en esta ocasión era un terror que ardía a fuego lento al saber que, después de todo este tiempo, Sajaki iba a pedirle que lo hiciera de nuevo. Y el peor elemento de su horror se debía al hecho de saber que, probablemente, haría lo que éste le pidiera.

—Vamos —dijo Volyova—. No va a morderte.

—Conozco los trajes, Triunviro —Khouri se interrumpió y dio un paso hacia la blancura de la habitación—. Simplemente creía que nunca más volvería a verlos… y mucho menos, que tendría que ponerme uno.

Los cuatro trajes descansaban contra la pared opresivamente blanca de la bodega adyacente a la Cámara Dos, situada seiscientos niveles por debajo del puente, donde tendría lugar la sesión de entrenamiento.

—Mírala —dijo una de las otras dos mujeres presentes—. Habla como si fuera a hacer algo más que llevar ese jodido traje durante unos minutos. No vas a acompañarnos, Khouri, así que relájate.

—Gracias por el consejo, Sudjic. Lo tendré en cuenta.

Sudjic se encogió de hombros (Khouri supuso que una sonrisa despectiva sería un gasto emocional excesivo) y se dirigió hacia su traje, seguida por su compañera, Sula Kjarval. Los trajes, listos para recibir a sus ocupantes, parecían ranas desangradas, evisceradas, diseccionadas, extendidas y clavadas en una tabla vertical. En sus configuraciones actuales eran antropoformes, con las piernas bien definidas y los brazos extendidos. No había dedos en las «manos» (de hecho, tampoco había manos evidentes, sólo aletas aerodinámicas), aunque si el usuario lo deseaba, podían extraer los manipuladores y dígitos necesarios.

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