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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (70 page)

BOOK: Espacio revelación
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—¿Ideas? —preguntó Khouri.

—La de venir aquí, por ejemplo. A este sistema —Volyova estaba animada—. Khouri, ¿recuerdas la grabación de Sylveste que recuperamos de la memoria de la nave, realizada la última vez que estuvo a bordo? —Khouri asintió. Lo recordaba bastante bien: había mirado a los ojos del Sylveste de la grabación y había imaginado que mataba al hombre real—. ¿Recuerdas que ya en aquel entonces daba a entender que estaba pensando en la expedición de Resurgam y lo mucho que eso nos inquietó, porque no había ninguna forma lógica de que hubiera oído hablar de los amarantinos? Pues bien; ahora tiene sentido. Pascale tiene razón. Ladrón de Sol ya estaba en su cabeza, empujándolo hacia este lugar. No creo que Sylveste sea consciente de ello, pero Ladrón de Sol ha estado al mando durante todo este tiempo.

—Es como si Ladrón de Sol y la Mademoiselle estuvieran librando una guerra, pero nos necesitaran a nosotros para luchar —comentó Khouri—. Ladrón de Sol es algún tipo de entidad de software y ella está confinada en Yellowstone, en su palanquín. Por eso tienen que mover nuestros hilos y manejarnos a su antojo cómo si fuéramos títeres.

—Creo que tienes razón —dijo Volyova—. Ladrón de Sol me tiene muy preocupada, profundamente preocupada. No habíamos vuelto a oír hablar de él desde el incidente del arma-caché.

Khouri no dijo nada. Sabía que Ladrón de Sol había entrado en su cabeza la última vez que ocupó el asiento de la artillería. Después, durante su última visita, la Mademoiselle le había dicho que su adversario la estaba derrotando; que lograría vencerla en cuestión de días o incluso horas. Eso había ocurrido hacía varias semanas y, de acuerdo con la tasa estimada de pérdidas, a estas alturas la Mademoiselle ya debía de estar muerta y Ladrón de Sol se habría alzado victorioso. Sin embargo, nada había cambiado… salvo que su cabeza había estado más tranquila durante ese tiempo que desde que había sido reanimada en la órbita de Yellowstone. No había ningún implante de proximidad del Juego de Sombras ni las malditas apariciones de la Mademoiselle. Era como si Ladrón de Sol hubiera muerto en el mismo instante en que triunfó, pero Khouri no lo creía posible. Esta ausencia la inquietaba, prolongaba la espera, pues no le cabía duda de que algún día aparecería… y tenía la impresión de que sería una compañía menos agradable que la de su anterior huésped.

—¿Por qué debería mostrarse? —preguntó Pascale—. En cualquier caso, prácticamente ha ganado.

—Prácticamente —asintió Volyova—. Pero es posible que se vea obligado a intervenir en lo que estamos a punto de hacer. Creo que deberíamos estar preparadas para eso… sobre todo tú, Khouri. Sabes que encontró la forma de entrar en Boris Nagorny, y te aseguro que no fue agradable conocer a ninguno de los dos.

—Quizá deberías encerrarme ahora, antes de que sea demasiado tarde. —Khouri dijo esto sin pensarlo demasiado, pero con gran seriedad—. Lo digo en serio, Ilia. Prefiero que hagas eso ahora y que no te veas obligada a matarme más adelante.

—Me encantaría hacerlo —respondió la mujer—, pero si queremos tener alguna esperanza de ganar, te necesitamos. En estos momentos somos tres contra Sajaki y Hegazi… y sólo Dios sabe hacia qué lado se decantará Sylveste.

Pascale no dijo nada.

Llegaron al archivo de guerra. Era el destino que Volyova había tenido en mente en todo momento, aunque había preferido mantenerlo oculto. Khouri no había estado nunca en esta sección de la nave, pero no necesitó que le dijeran qué era. Había estado en varios arsenales y reconocía su olor.

—Nos estamos metiendo en algo muy peligroso, ¿verdad? —preguntó.

Aquella inmensa sala rectangular era la sección de presentación y entrega del archivo de guerra. Había unas mil armas expuestas para el uso inmediato y se podían fabricar miles de ellas con rapidez, siguiendo los diseños distribuidos de forma holográfica por toda la nave.

—Sí —respondió Volyova, con algo inquietantemente parecido al placer—. Y por eso debemos tener a nuestra disposición un arsenal perversamente efectivo. Khouri, utiliza tu talento y tu discreción para equiparnos. Y hazlo rápido. Antes de que Sajaki descubra nuestras intenciones.

—¿Estás disfrutando, verdad?

—Sí. ¿Y sabes por qué? Porque por fin estamos haciendo algo, sea o no un suicidio. Puede que sólo consigamos que nos maten y, aunque eso no sería bueno para nadie, al menos nos iríamos luchando.

Khouri asintió lentamente. Volyova tenía razón. La prerrogativa de un soldado era no permitir que los acontecimientos siguieran su curso sin efectuar algún tipo de intervención, por inútil que ésta fuera. Volyova le enseñó a utilizar las funciones de nivel inferior del archivo de guerra (por suerte, eran casi intuitivas) y, a continuación, cogió a Pascale del brazo y dio media vuelta para irse.

—¿Adónde vais?

—Al puente. Sajaki me querrá allí para la operación de inserción.

Veintiséis

Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566

Sylveste llevaba varias horas sin ver a su esposa y empezaba a pensar que tampoco estaría presente para la culminación de todo aquello por lo que tanto había luchado. Sólo faltaban diez horas para que el arma de Volyova impactara contra Cerberus, y estaba previsto que la primera oleada del ataque de inserción se iniciara en menos de una hora. Sería algo trascendental, pero tendría que presenciarlo sin la compañía de Pascale.

Las cámaras de la nave no habían perdido de vista el arma ni por un instante. En estos momentos flotaba en la pantalla del puente a más de un millón de kilómetros de distancia, aunque parecía encontrarse a tan sólo unos pocos. La veían de lado, pues había iniciado su aproximación desde el punto Troyano, mientras que la nave giraba en el sentido de las agujas del reloj en un ángulo de noventa grados, a lo largo de la línea que unía Hades con su furtivo compañero planetario. Ninguna de las dos máquinas se encontraba en una verdadera órbita, pero el débil campo gravitacional de Cerberus permitía que dichas trayectorias artificiales pudieran mantenerse efectuando un gasto mínimo de propulsión de corrección.

Sajaki y Hegazi estaban con él, bañados en la luz rojiza que emitía la pantalla. Ahora todo era rojo: Hades estaba tan cerca que era un pinchazo perceptible de color escarlata y Delta Pavonis emitía un débil destello colorado sobre todo aquello que había en su órbita. Como el monitor era la única fuente de luz de la sala, parte de esa rojez se filtraba en el puente.

—¿Dónde diablos está esa vaca
brezgatnik
de Volyova? —preguntó Hegazi—. Creía que en estos momentos nos estaría enseñando su cámara de los horrores en acción.

¿Acaso esa mujer había decidido hacer lo indecible?, pensó Sylveste. ¿Habría decidido detener el ataque, a pesar de haber sido el cerebro de toda la operación? Si eso era cierto, se había equivocado por completo al juzgarla. Aquella mujer le había contagiado sus miedos, alimentados por los falsos recuerdos de Khouri, ¿pero era posible que no se hubiera tomado con seriedad nada de esto? ¿Acaso había estado jugando al abogado del diablo, poniendo a prueba los límites de su propia confianza?

—Será mejor que lo creas —dijo Calvin.

—¿Ahora lees mis pensamientos? —preguntó Sylveste en voz alta, pues no tenía nada que ocultar a los dos Triunviros que había junto a él—. Eso es trampa, Calvin.

—Yo lo llamo adaptación progresiva hacia la congruencia neuronal —dijo la voz—. Todas las teorías decían que si me permitías permanecer en tu cabeza el tiempo suficiente, era muy posible que ocurriera algo así. La verdad es que lo único que sucede es que estoy construyendo un modelo más realista de tus procesos mentales. Al principio sólo podía correlacionar lo que leía con tus propias respuestas, pero ahora ni siquiera tengo que esperar a las respuestas.

Entonces lee esto
, pensó Sylveste.
Vete a la mierda
.

—Si querías librarte de mí —dijo Calvin—, podrías haberlo hecho hace varias horas. Creo que empieza a gustarte tenerme aquí.

—Pero sólo de momento —respondió Sylveste—. No te acostumbres demasiado, Calvin, porque no tengo ninguna intención de llevarte encima eternamente.

—Esa mujer tuya me preocupa.

Sylveste miró a los Triunviros. De repente, había dejado de gustarle que su mitad de la conversación fuera del conocimiento público, de modo que subvocalizó la respuesta.

—Yo también estoy preocupado por ella, pero resulta que eso no es asunto tuyo.

—Vi cómo respondía cuando Volyova y Khouri intentaron asustarla.

Sí, pensó Sylveste… ¿pero quién podía culparla? Incluso a él le había costado controlarse cuando Volyova dejó caer el nombre de Ladrón de Sol en la conversación, como una carga de profundidad. Por supuesto, Volyova no sabía lo importante que era aquel nombre, y por un instante Dan había deseado que su esposa no recordara dónde lo había oído, o siquiera que lo había oído alguna vez. Pero Pascale era demasiado lista. Esa era una de las razones por las que la amaba.

—Eso no significa que lo consiguieran, Cal.

—Me alegra que estés tan seguro.

—Ella no intentaría detenerme.

—Depende —dijo Calvin—. Verás, ella cree que estás en peligro. Si te ama tanto como creo hará todo lo posible por detenerte. Pero eso no significa que de pronto haya decidido odiarte ni que le produzca placer negarte lo que tanto deseas. De hecho, es más bien lo contrario. Pienso que le dolerá bastante hacerlo.

Sylveste volvió a mirar la masa cónica y esculpida de la cabeza de puente que mostraba la pantalla.

—Lo que creo —continuó Calvin—, es que es posible que se te hayan pasado por alto varias cosas. Y que deberíamos movernos con precaución.

—Estoy siendo precavido.

—Lo sé, y te comprendo. El simple hecho de que podamos estar en peligro resulta fascinante; es casi un incentivo para seguir adelante. Eso es lo que sientes, ¿verdad? Cada argumento que puedan utilizar para disuadirte sólo ayudará a reforzar tu decisión, porque el conocimiento hace que te sientas hambriento. Y es un hambre al que eres incapaz de resistirte, aunque sepas que aquello de lo que te estás alimentando puede matarte.

—Yo no habría sido capaz de explicarlo mejor —dijo Sylveste, sorprendido, aunque sólo por un instante. Entonces se volvió hacia Sajaki y habló en voz alta—. ¿Dónde diablos está esa maldita mujer? ¿Acaso no sabe que tenemos trabajo que hacer?

—Estoy aquí —anunció Volyova, entrando en el puente seguida de Pascale. Sin decir ni una palabra, invocó un par de asientos y ambas mujeres se alzaron hacia la sección central de la sala, donde ya estaban sus compañeros, pues desde allí podía apreciarse mejor el espectáculo que mostraba la pantalla.

—Que empiece la batalla —dijo Sajaki.

Volyova se dirigió a la caché. Era la primera vez que accedía a alguno de aquellos horrores desde el incidente con el arma.

En el fondo de su mente sabía que existía la posibilidad de que, en cualquier instante, una de esas armas actuara de la misma forma: expulsándola violentamente del circuito de mando y asumiendo el control de sus propias acciones. No podía descartarlo, pero era un riesgo que estaba dispuesta a asumir. Y si lo que Khouri había dicho era cierto y la Mademoiselle (que era quien había controlado aquella arma en aquella ocasión) estaba muerta tras haber sido absorbida por Ladrón de Sol, no sería ella quien intentara que las armas se sublevaran.

Volyova seleccionó un puñado de armas-caché, aquellas que se encontraban en el extremo inferior de la escala de destrucción (al menos, eso era lo que suponía y deseaba), cuyo potencial destructivo se solapaba con el armamento nativo de la nave. Seis armas cobraron vida y, a través del brazalete, le comunicaron que estaban preparadas, utilizando para ello morbosos símbolos de calaveras. Las unidades avanzaron por el sistema de rieles, alejándose lentamente de la sala caché para acceder a otra más pequeña, la sala de transferencia; entonces, se desplegaron al otro lado del casco y se convirtieron en naves espaciales robóticas. Todas eran diferentes entre sí, excepto en el diseño subyacente que todas las armas de clase infernal tenían en común. Dos eran lanzadores de proyectiles relativistas y, por lo tanto, guardaban cierta similitud, pero no más que si fueran prototipos rivales construidos por diferentes equipos de diseño que sólo tuvieran que satisfacer unos requisitos generales. Parecían antiguos obuses: estaban provistas de largos cañones, adornadas con complejos tubulares y sistemas auxiliares cancerosos. Las otras cuatro armas, sin seguir ningún orden concreto de amabilidad, eran un láser de rayos gamma (mayor en orden de magnitud que las unidades de la nave), un rayo de supersimetría, un proyector ack-am y una unidad de deconfinamiento de quarks. Eran inocuas comparadas con el arma que la Mademoiselle había manipulado, pero también eran unas armas que nadie desearía que apuntaran ni hacia ellos ni hacia el planeta sobre el que se encontraban. Volyova se recordó a sí misma que el plan consistía en no infligir daños arbitrarios a Cerberus: no iban a destruirlo, sólo a abrir un agujero… y para eso se requería cierta delicadeza.

Oh, sí… menuda delicadeza.

—Ahora dame algo que pueda usar un principiante —titubeó Khouri, que se encontraba ante el dispensario del archivo de guerra—. Pero no quiero ningún juguete. Tiene que tener un verdadero poder de detención.

—¿De rayos o de fuego, madame?

—Que sea un rayo de bajo rendimiento. A ninguno de nosotros nos gustaría que Pascale se dedicara a abrir agujeros en el casco.

—Una elección maravillosa, madame. ¿Por qué no toma asiento mientras busco algo que encaje con sus juiciosos requisitos?

—La madame se quedará de pie, si no te importa.

La estaba sirviendo la persona de nivel gamma del dispensario: una cabeza holográfica tétrica y de sonrisa tonta que se proyectaba, desde la altura del pecho, sobre el mostrador. Al principio, Khouri había restringido sus opciones a aquellas armas que estaban dispuestas a lo largo de las paredes, guardadas tras cristales con placas poco iluminadas que detallaban su funcionamiento, la época en la que fueron creadas y la historia de su uso. Eso le bastaba para empezar y no le había costado demasiado elegir armas ligeras para Volyova y para ella: un par de pistolas de agujas electromagnéticas con un diseño similar al equipo del Juego de Sombras.

Volyova había mencionado una artillería más pesada, de modo que también se había ocupado de eso, sin centrarse exclusivamente en la mercancía expuesta. De allí había seleccionado un rifle de plasma de ciclo rápido: había sido fabricado hacía tres siglos, pero no estaba en absoluto obsoleto y su sistema de mira de alimentación neuronal lo hacía muy útil en el combate cuerpo a cuerpo. Era ligero y, cuando lo levantó, sintió al instante que lo conocía. También había algo obscenamente seductor en la cubierta de protección del arma: de cuero negro, moteada y lubricada hasta brillar, con trozos recortados para mostrar los controles, las lecturas y los puntos de sujeción. Encajaba con sus necesidades, ¿pero que podía llevarle a Volyova? Examinó los estantes durante el tiempo que consideró prudente (que no debieron ser más de cinco minutos) y, aunque abundaba el material intrigante e incluso desconcertante, no había nada que encajara a la perfección con lo que tenía en mente.

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