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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (49 page)

BOOK: Espacio revelación
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—No —respondió Sluka—. El mensaje se dirige a los ciudadanos de Resurgam en general, independientemente de su afiliación política o cultural.

—Muy democrático —comentó Pascale.

—La verdad es que dudo que tenga algo que ver con la democracia —respondió Sylveste—. Al menos, si son quienes creo que son.

—Respecto a eso —dijo Sluka—, nunca me explicaste de un modo que me satisficiera por completo la razón por la que esas personas…

Sylveste la interrumpió.

—Antes de que iniciemos un análisis detallado, ¿crees que podría ver el mensaje? Tengo la impresión de tener cierto interés personal en este asunto.

—Ya está. —Falkender se retiró y cerró su maletín de un firme manotazo—. Te dije que sólo sería un momento. Ya puedes ir a ver la pantalla. —El cirujano sonrió—. Ahora, hazme un favor y asegúrate de no matar al mensajero, ¿de acuerdo?

—Primero deja que vea el mensaje —respondió Sylveste—. Después decidiré.

* * *

Era mucho peor de lo que había temido.

Volvió a abrirse paso hasta la pantalla. Como ya no había tantos observadores (se habían dispersado a regañadientes para ir a cumplir con sus obligaciones), ya no era tan difícil oír el mensaje. A medida que la mujer repetía las mismas frases que había pronunciado minutos antes, Sylveste reconoció cadencias en su habla. El mensaje no era largo, pero sí ominoso. ¿Quién viajaría años-luz por el espacio interestelar, sólo para anunciar su llegada en unos términos que eran, francamente, bruscos? Sólo alguien que no tenía ningún interés por congraciarse con los colonos y cuyo propósito estaba muy claro. Y una vez más, esta sospecha encajaba a la perfección con lo que ya sabía sobre la tripulación que creía que había venido a por él. Sobre todo, porque nunca habían sido demasiado elocuentes.

Todavía no podía ver su rostro, aunque su voz le susurraba a través de los años. Cuando por fin pudo verla, cuando Falkender completó la interfaz neuronal, recordó a aquella mujer.

—¿Quién es? —preguntó Sluka.

—La última vez que la vi se llamaba Ilia Volyova —Sylveste se encogió de hombros—. Ignoro si era su nombre real. Lo único que sé es que, sea cual sea su amenaza, es completamente capaz de cumplirla.

—¿Y qué es? ¿El capitán de la nave?

—No —respondió Sylveste, distraído.

La mujer tenía un rostro corriente: complexión monocromáticamente pálida, cabello corto y moreno y una estructura facial entre duende y esqueleto que enmarcaba unos ojos poco compasivos, rasgados y hundidos. Apenas había cambiado, pero eso era algo habitual en los Ultras. Desde su último encuentro habían transcurrido décadas subjetivas para Sylveste, pero para Volyova apenas habían pasado unos años. Para ella, su último encuentro había tenido lugar en un pasado relativamente reciente, mientras que para Sylveste era un acontecimiento relegado a los polvorientos anales de la historia. Esto suponía una desventaja: las costumbres de Sylveste, los aspectos más predecibles de su conducta, seguían frescos en la mente de la mujer, así que no era más que un adversario al que no veía desde hacía algún tiempo. Sin embargo, Sylveste no había reconocido su voz hasta ahora y cuando había intentado recordar si había sido más o menos amable en su encuentro previo, la memoria le había fallado. No le cabía ninguna duda de que pronto lo recordaría, pero esta lentitud de retentiva proporcionaba una indudable ventaja a Volyova.

Qué extraño. Sylveste había dado por supuesto que sería Sajaki quien efectuara este comunicado. Sabía que no lo haría el verdadero Capitán, pues si no, ¿para que habrían ido en su búsqueda? El Capitán debía de haber enfermado de nuevo. ¿Pero dónde estaba Sajaki?

Se obligó a apartar de su mente estas preguntas y a concentrarse en lo que Volyova estaba diciendo.

Después de dos o tres repeticiones, logró retener el conjunto del monólogo en su cabeza. Seguramente, podría haberlo regurgitado palabra por palabra. Era muy brusco. Los Ultras sabían lo que querían. Y también sabían cuánto les costaría conseguirlo.

—Soy la Triunviro Ilia Volyova de la bordeadora lumínica
Nostalgia por el Infinito
. —Ésta fue su forma de presentarse: sin saludos y sin agradecer a los hados que le hubieran permitido cruzar el espacio hasta llegar a Resurgam.

Sylveste sabía que ese tipo de detalles no eran exactamente del estilo de Volyova. Siempre había pensado que era la más callada de todos, que estaba más interesada en cuidar de sus terribles armas que en condescender a entablar algo parecido a una conversación social normal. En más de una ocasión había oído bromear a sus compañeros de tripulación, diciendo que Volyova prefería la compañía de las ratas indígenas de la nave a la de sus compañeros humanos.

Quizá no lo decían en broma.

—Me dirijo a ustedes desde la órbita —continuó—. Hemos estudiado el estado de sus avances tecnológicos y hemos llegado a la conclusión de que no suponen ninguna amenaza militar para nosotros. —Hizo una pausa, antes de proseguir con el mismo tono que adoptaría una profesora para advertir a sus alumnos que no cometieran actos menores de desobediencia, como mirar por la ventana o no tener los compads bien organizados—. En caso de que interpretemos que un acto suyo haya sido un intento deliberado por infligirnos daño, responderemos de una forma enormemente desproporcionada. —Dijo esto casi esbozando una sonrisa—. Por decirlo de alguna forma, no se trata tanto de un ojo por ojo, como de una ciudad por ojo. Somos totalmente capaces de destruir cualquiera o el conjunto de sus colonias desde la órbita.

Volyova se inclinó hacia delante y sus leoninos ojos grises llenaron por completo la pantalla.

—Lo que es más importante: también estamos decididos a hacerlo, en caso de que sea necesario. —Volyova se permitió otra pausa dramática, sin duda alguna porque era consciente de que, en este punto, el público la estaba escuchando con atención—. Si por mí fuera, podría ser en cuestión de minutos. Y no piensen que eso me quitaría el sueño.

Sylveste sabía hacia dónde conducía todo esto.

—Pero dejemos a un lado estas vulgaridades, al menos de momento. —Ahora realmente sonrió, pero fue una sonrisa tan fría que casi era criogénica—. Sin duda alguna, se estarán preguntando por qué estamos aquí.

—Yo no —dijo Sylveste, lo bastante alto para que Pascale le oyera.

—Estamos buscando a un hombre que se encuentra entre ustedes. Nuestro deseo por encontrarlo es tan absoluto y tan apremiante que hemos decidido evitar los… —reapareció su sonrisa, aún más fría—, los canales diplomáticos normales. Ese hombre se llama Sylveste y, si su reputación no ha languidecido desde nuestro último encuentro, no es necesario que les dé más detalles.

—Sólo se ha manchado un poco —comentó Sluka. Entonces, dirigiéndose a Sylveste, añadió—: Realmente vas a tener que contarme más cosas sobre ese encuentro, ¿sabes? No creo que tengas nada que perder.

—Conocer los hechos no te hará ningún bien —respondió éste, antes de volver a centrar su atención en el comunicado.

—Por lo general —continuó Volyova—, estableceríamos líneas de diálogo con las autoridades pertinentes y negociaríamos la entrega de Sylveste. En un principio, ésa era nuestra intención; sin embargo, hemos realizado desde la órbita un escáner superficial de Cuvier, la colonia principal de su planeta, que nos ha convencido de que dicho acercamiento está condenado al fracaso. Sospechamos que no hay ningún poder con el que merezca la pena negociar. Y me temo que carecemos de la paciencia necesaria para negociar con las diversas facciones planetarias.

Sylveste sacudió la cabeza.

—Está mintiendo. Independientemente del estado en que nos encontremos, nunca han tenido intenciones de negociar. Conozco a esas personas. Son escoria.

—Pues háblanos de ellas —dijo Sluka.

—Por lo tanto —continuó Volyova—, nuestras opciones son bastante limitadas. Queremos a Sylveste, pero nuestra inteligencia nos ha confirmado que no está… ¿cómo debería decirlo? ¿Libre?

—¿Han averiguado todo eso desde la órbita? —comentó Pascale—. Eso si que es una buena inteligencia.

—Demasiado buena —subrayó Sylveste.

—Por lo tanto —prosiguió Volyova—, así es cómo se desarrollarán las cosas: en veinticuatro horas, Sylveste nos dará a conocer su presencia y su situación mediante una emisión de radiofrecuencia. O bien sale de su escondite o bien aquellos que lo retienen lo dejan en libertad. Les dejamos decidir los detalles. Si Sylveste está muerto, deberán ofrecernos una prueba irrefutable de su muerte. Por supuesto, nosotros seremos libres de aceptarla.

—En ese caso, has hecho bien en no matarme. Dudo que haya nada que puedas hacer para convencer a Volyova.

—¿Tan intransigente es?

—No sólo ella; el conjunto de la tripulación.

Pero Volyova seguía hablando.

—Veinticuatro horas, recuerden. Los estaremos escuchando. Si no oímos nada o sospechamos que intentan engañarnos, buscaremos la forma de castigarlos. Nuestra nave posee cierto potencial… Si dudan de nuestra palabra, pueden preguntárselo a Sylveste. Si no sabemos nada de él durante el día de mañana, utilizaremos ese potencial contra una de las comunidades más pequeñas de la superficie del planeta. Ya hemos elegido el objetivo en cuestión y la naturaleza del ataque será tal que nadie de la comunidad logrará sobrevivir. ¿Ha quedado claro? Nadie. Veinticuatro horas después, si seguimos sin saber nada del elusivo doctor Sylveste, buscaremos un objetivo mayor. Veinticuatro horas después de eso, destruiremos Cuvier. —En este punto, Volyova esbozó una breve sonrisa—. Aunque, por lo que parece, ustedes ya están haciendo un trabajo fabuloso.

El mensaje terminó y empezó de nuevo, con la brusca presentación de Volyova. Sylveste volvió a escucharlo un par de veces más antes de que alguien se atreviera a interrumpir su concentración.

—No lo harán —dijo Sluka—. Seguro que no.

—Es barbárico —añadió Pascale, provocando como respuesta el asentimiento de su secuestradora—. Por mucho que te necesiten… es imposible que tengan intenciones de hacer lo que dicen. ¿Cómo van a destruir toda una colonia?

—Ahí es dónde os equivocáis —dijo Sylveste—. Ya lo han hecho antes… y no me cabe duda de que volverán a hacerlo.

Aunque Volyova nunca había estado segura de que Sylveste siguiera con vida, había preferido no pensar qué significaba el hecho de que no estuviera presente, pues las consecuencias del fracaso eran demasiado desagradables. No importaba que Sajaki fuera el responsable de esta misión: si fracasaba, sabía que la castigaría con la misma severidad que si hubiera sido ella quien los había traído a este deprimente lugar.

La verdad es que no había esperado que ocurriera nada durante las primeras horas. Habría sido demasiado optimista por su parte, pues estaría dando por sentado que los secuestradores de Sylveste estaban despiertos y habían prestado una atención inmediata al mensaje. Sabía que pasaría buena parte de un día antes de que la noticia llegara a las personas correctas y unas horas más antes de que fuera verificada. Sin embargo, a medida que las horas se convertían en decenas y, después, en la mayor parte de un día, empezó a pensar que se vería obligada a cumplir con su amenaza.

De todos modos, los colonos no habían guardado un completo silencio. Diez horas antes, un grupo que no se había identificado había dejado en lo alto de una meseta un cadáver, afirmando que se trataba de Sylveste, y a continuación se había retirado a unas cavernas que los sensores de la nave no podían sondear. Volyova había enviado un zángano a examinar el cadáver, que había resultado ser un equivalente genético muy parecido a Sylveste, aunque no acababa de concordar con las muestras de tejidos que habían conservado en la nave desde su última visita. Había tenido tentaciones de castigar a los colonos pero, tras meditarlo largo y tendido, había preferido no seguir ese curso de acción, pues era consciente de que lo habían hecho movidos por el miedo, sin esperar ningún beneficio personal, excepto su supervivencia y la de sus vecinos. Además, no le apetecía disuadir a otros grupos que pudieran llegar detrás. También se había controlado cuando otros dos individuos, actuando de forma independiente, se habían anunciado como Sylveste, pues era evidente que esas dos personas no estaban mintiendo, sino que realmente creían ser él.

Pero el tiempo había terminado.

—La verdad es que estoy sorprendida —dijo—. Pensaba que cuando llegara este momento, ya nos lo habrían entregado. Es evidente que uno de los dos grupos está infravalorando seriamente al otro.

—Ahora no puedes echarte atrás —dijo Hegazi.

—Por supuesto que no —respondió ella, sorprendida, como si nunca se le hubiera pasado por la cabeza mostrar clemencia.

—No, olvídalo —dijo Khouri—. No puedes seguir adelante con esto.

Era lo primero que decía en todo el día. Quizá le estaba costando llegar a un acuerdo con el monstruo para el que trabajaba ahora, con la repentina y tiránica encarnación en la que se había convertido Volyova. Resultaba difícil no compadecerse de ella. Cuando la miraba, lo que veía era realmente monstruoso, ni siquiera parecía completamente real.

—Las amenazas tienen que cumplirse —dijo Volyova.

—¿Y si han sido incapaces de seguir tus instrucciones? —preguntó Khouri.

Volyova se encogió de hombros.

—Es su problema, no el mío.

Abrió la conexión con Resurgam y soltó su discurso… reiterando sus exigencias y expresando su decepción porque Sylveste no hubiera aparecido. Se estaba preguntando si habría sido convincente, si los colonos habían creído sus amenazas, cuando se le ocurrió una idea. Acercó los labios al brazalete y susurró unas palabras para que aceptara órdenes limitadas de una tercera persona y no la hiriera.

A continuación, le tendió el brazalete a Khouri.

—Sé que quieres salvar tu conciencia, así que puedes hacer lo que te plazca.

Khouri observó el artefacto como si éste fuera a sacarle los colmillos o a escupirle veneno a la cara en cualquier momento. Finalmente lo acercó a su boca, sin ponérselo en la muñeca.

—Adelante —la apremió Volyova—. Lo digo en serio. Di lo que quieras… te aseguro que no servirá de nada.

—¿Quieres que hable con los colonos?

—Por supuesto… si crees que podrás convencerlos mejor que yo.

Durante unos instantes, Khouri no dijo nada. Entonces, con reservas, empezó a hablar por el brazalete.

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