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Authors: Günter Grass

Tags: #Clásico, #Histórico

El tambor de hojalata (99 page)

En Gdansk buscaba a Danzig, pero encontré a dos de los antiguos funcionarios de correos polacos, que entretanto habían encontrado trabajo en los astilleros, ganaban allí más que en correos y, en realidad, estaban contentos con su situación no reconocida. Sin embargo, los hijos querían que sus padres fueran héroes y se esforzaban (infructuosamente) para que los reconocieran: como luchadores de la resistencia. De los dos funcionarios (uno de ellos había sido distribuidor de giros postales) obtuve descripciones detalladas de lo que pasó en los correos polacos durante la defensa. No hubiera sabido inventar sus huidas.

En Gdansk recorrí los caminos de mi colegio de Danzig, hablé en cementerios con nostálgicas losas sepulcrales, me senté (como me había sentado de colegial) en la sala de lectura de la biblioteca pública, hojeando tomos de
El Mensajero de Danzig
, y olí el Mottlau y el Radaune. En Gdansk era un extraño y, sin embargo, lo encontré otra vez todo en fragmentos: baños públicos, caminos del bosque, gótico de ladrillo y aquella gran casa de vecindad del Labesweg, entre la plaza Max-Halbe y el Mercado Nuevo; también visité otra vez (por consejo de Óscar) la iglesia del Sagrado Corazón: el viciado aire católico seguía en pie.

Y entonces me encontré en la cocina-comedor de mi tía abuela cachuba Anna. Hasta que no le enseñé mi pasaporte no me creyó: «Vaya, Guinterín, t'as hecho gandote.» Allí me quedé algún tiempo escuchando. Su hijo Franz, en otro tiempo empleado de los correos polacos, fue fusilado realmente después de la capitulación de los defensores. Grabado en piedra, encontré su nombre en la placa conmemorativa, reconocido.

Cuando en la primavera de 1959 había terminado el manuscrito, corregido las pruebas de imprenta y decidido la composición, me concedieron una beca de cuatro meses. Hóllerer había mediado una vez más. Yo tenía que ir a los Estados Unidos y responder de vez en cuando a preguntas de los estudiantes. Pero no pude. En aquella época, para obtener un visado, había que pasar un riguroso examen médico. Lo hice y me enteré de que, en distintos puntos, mis pulmones mostraban tuberculomas, formaciones nodulosas: cuando los tuberculomas revientan, hacen agujeros.

Por eso, y también porque, entretanto, De Gaulle había subido al poder en Francia y, tras una noche de detención policíaca francesa sentí franca nostalgia de la policía de la Alemania federal, dejamos París, poco después de haber aparecido como libro (y haberme dejado)
El tambor de hojalata
, y nos fuimos otra vez a Berlín. Allí tuve que dormir la siesta, renunciar al alcohol, pasar periódicamente reconocimientos médicos, beber nata y tragar tres veces al día unas pastillitas blancas que, según creo, se llamaban Neoteben: con lo que me puse gordo y colorado.

Sin embargo, todavía en París empecé los primeros trabajos para la novela
Años de perro
, que al principio se llamó «Mondas de patata» y fue mal planteada en sus comienzos. Sólo la novela corta
El gato y el ratón
quebró aquella concepción de corto aliento. No obstante, en aquella época era ya famoso y no tenía que alimentar la calefacción con coque mientras escribía. Desde entonces escribir me resulta más difícil.

Günter Grass, 1973

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