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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (84 page)

BOOK: El quinto día
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Sí que es su problema, estuvo tentado de decir Anawak, a sus barcos no les va ni una pizca mejor. Se calló. ¿Qué podía contestarle? No podía referirse a las grandes conexiones, y la gente de Tofino sólo veía su pedacito de mundo. No conocían la estadística con el incremento de accidentes graves que Peak había planteado al comité.

—No, muchacho, a ellos les viene de perlas —gruñó el hombre—. Las grandes flotas pesqueras amplían cada vez más su monopolio, y ahora esto. Acabaron con las poblaciones de peces y desde que los chicos ni siquiera podemos salir, ahora también se llevan el resto. —Y después de tomar otro trago, dijo—: Tendríamos que matar a balazos a esas malditas ballenas. Les tendríamos que mostrar quién corta el bacalao.

En todas partes era lo mismo. Escuchase donde escuchara, en las horas que llevaba en Tofino siempre sonaba la misma exigencia.

Matemos a las ballenas.

¿Había sido todo en vano? ¿Todos los años de esfuerzo para lograr que dictaran un par de leyes de protección miserables y llenas de agujeros? A su manera, el pescador frustrado de la barra del Shooners había dado en el clavo. Desde la perspectiva de los pequeños pescadores, la situación sólo reportaba ventajas a los grandes, pues los grandes buques factorías eran los únicos que todavía podían navegar por las zonas de captura, y aquellos para quienes siempre habían sido una molestia las disposiciones de la Comisión Ballenera Internacional, como la limitación de las capturas y las prohibiciones, ahora podían presentar por fin una legitimación para volver a la caza de ballenas.

Anawak pagó su café y volvió a la estación. La tienda estaba vacía. Se acomodó tras el mostrador, conectó el ordenador y empezó a revisar la red en busca de programas de entrenamiento militar. Costaba trabajo. Había páginas que no se podían abrir. Mientras que en el Château tenían acceso a toda la información que quisieran, la pérdida de los cables submarinos cada vez afectaba más a la red pública.

Pero no por ello se desanimó Anawak. Encontró en seguida la página oficial del US Navy's Marine Mammal Program, sobre el uso militar de mamíferos marinos. Lo que en ella podía leerse ya lo conocía por el
Whistler
Circuit. Cualquier periodista de investigación de calidad aceptable había escrito algunos artículos sobre el tema; cerró aquella página y siguió buscando. Poco después encontró informaciones que parecían prometedoras sobre un programa militar de la antigua Unión Soviética. Según estas informaciones, durante la guerra fría un grupo relativamente grande de delfines, leones marinos y ballenas blancas habían sido adiestrados para localizar minas y torpedos perdidos, y se habían utilizado para protección de la flota del mar Negro. Tras el derrumbamiento de la Unión Soviética, los animales habían sido trasladados a un acuario de Sebastopol, en la península de Crimea, donde hicieron exhibiciones circenses hasta que a los dueños se les terminó el dinero para la comida y los medicamentos, con lo que se vieron en la alternativa de matar o vender a sus protegidos. Así fue como algunos de los animales terminaron en un programa de terapia para niños autistas. Los demás fueron vendidos a Irán. Allí se perdía el rastro, lo que permitía suponer que habían sido objeto de nuevos experimentos militares.

Al parecer en la guerra estratégica estaban de nuevo en alza los mamíferos marinos. Durante la guerra fría se había producido una auténtica carrera de armamento entre Estados Unidos y la Unión Soviética para ver quién tenía la unidad de mamíferos marinos más eficaz. Con la desaparición de los dos bloques, el espionaje a base de delfines parecía liquidado, pero el enfrentamiento de las superpotencias no había sido seguido por un orden mundial mejor. El conflicto palestino-israelí se recrudeció y empezó a desestabilizar la región. Comenzó entonces a crecer en las sombras una nueva generación de terroristas poderosísima, que estaba en condiciones de sabotear los buques de guerra estadounidenses. Los innumerables conflictos internacionales daban lugar a aguas minadas, proyectiles perdidos y armamento valioso que se hundía en el mar y había que recuperar. En este aspecto se comprobó que los delfines, los leones marinos y las ballenas blancas eran muy superiores a cualquier buzo o robot. Quedó demostrado que en la búsqueda de minas la eficiencia de los delfines era doce veces superior a la humana. En las bases militares de Charleston y San Diego los leones marinos de Estados Unidos obtenían un noventa y cinco por ciento de éxitos en la búsqueda de torpedos. Mientras que bajo el agua los hombres trabajaban con limitaciones, no podían orientarse bien y debían pasar horas en la cámara de descompresión, los mamíferos marinos operaban en su hábitat natural. Los leones marinos veían incluso en condiciones de luz extremadamente malas. Los delfines incluso se orientaban en la oscuridad absoluta por medio del sonar, un fuego graneado de clics a partir de cuyos ecos podían deducir con increíble precisión la posición y forma de los objetos. Los mamíferos marinos se sumergían sin dificultades docenas de veces al día y llegaban a profundidades de varios centenares de metros. Un pequeño equipo de delfines sustituía a infinidad de carísimos barcos, buzos, tripulaciones y equipamiento. Y los animales volvían siempre, o casi siempre. En treinta años la marina estadounidense había perdido exactamente siete delfines.

Así que en Estados Unidos se destinaron nuevos recursos para proseguir con los programas de adiestramiento. De Rusia se sabía que estaba haciendo los primeros esfuerzos por volver a trabajar con mamíferos marinos. También el ejército indio había iniciado programas de cría y adiestramiento. Es más, últimamente el Próximo Oriente se había sumado a la investigación.

¿Al final tendría razón Vanderbilt?

Anawak estaba convencido de que en las profundidades de la red se podía encontrar información que era inútil buscar en la propia página de la marina estadounidense. No era la primera vez que oía hablar de experimentos militares para someter a un control completo a ballenas y delfines. Se trataba no tanto de adiestramiento clásico como de investigación neuronal, como la iniciada años atrás por John Lilly. Militares de todo el mundo estaban interesados por el sonar de los delfines, que superaba cualquier sistema humano y cuyo modo de funcionamiento aún no se conocía por entero. Todo indicaba que en un pasado reciente se habían realizado experimentos que iban mucho más allá de lo oficialmente reconocible.

En ellos se encontrarían respuestas a la pregunta de qué había pasado con las ballenas.

Pero la red informática mundial no se pronunciaba.

Callaba tenazmente por entre las ocasionales caídas del sistema y los errores de acceso. Y calló durante tres horas más, hasta que finalmente Anawak estuvo a punto de rendirse. Le ardían los ojos. Cuando la paciencia y la concentración estaban a punto de abandonarle, por poco se le escapa la breve noticia del
Earth Island Journal
que aparecía en la pantalla: «¿La marina estadounidense responsable de la muerte de delfines?».

El periódico era una publicación del Earth Island Institute, un grupo de ecologistas que procuraban emplear métodos novedosos para la conservación de la naturaleza y tenían diversos proyectos en marcha. La gente de Earth Island estaba implicada en la polémica sobre el cambio climático y solía revelar escándalos medioambientales. Gran parte de su trabajo estaba dedicado a la vida en los océanos, y en especial a la protección de las ballenas.

Aquel breve artículo reconsideraba un acontecimiento de principios de los noventa, cuando en el Mediterráneo, en la costa francesa, aparecieron dieciséis delfines muertos. Todos los cuerpos presentaban idénticas heridas enigmáticas: un agujero del tamaño de un puño limpiamente hecho en la región posterior de la nuca y bajo el cual se veía el hueso del cráneo. En su momento nadie pudo explicar qué había tras estas lesiones misteriosas, que eran sin duda la causa de la muerte de los animales. El hecho había ocurrido durante la primera guerra del Golfo, cuando cruzaban el Mediterráneo grandes divisiones navales americanas. Earth Island había llegado a la conclusión de que el asunto estaba relacionado con experimentos secretos de la marina estadounidense que se suponía habían tenido lugar en esa época. Al parecer no habían obtenido el éxito esperado, de modo que finalmente se mantuvieron en secreto.

«En aquel momento algo debía de haber salido terriblemente mal», escribía el
Journal
.

Anawak imprimió el texto e intentó encontrar más artículos sobre aquel hecho. Estaba tan enfrascado en su trabajo que casi no oyó que se abría la puerta de la estación. Sólo cuando su campo visual se oscureció alzó la mirada y vio un abdomen musculoso y un pecho desnudo y peludo bajo una chaqueta de cuero abierta.

Echó la cabeza hacia atrás. Dada la estatura del otro, era algo inevitable.

—Querías hablar conmigo —dijo Greywolf.

Las prendas de cuero que cubrían su cuerpo musculoso seguían tan grasientas y gastadas como siempre. Se había recogido la larga cabellera en una espléndida trenza. Sus ojos y sus dientes relucían. Anawak no había visto al mestizo desde hacía varios días y, como le sucedía con todo su entorno, también a él lo percibió con otros ojos. Sintió la fuerza del gigante, su irradiación, su encanto natural. No era de extrañar que Delaware hubiera sucumbido a tanta masculinidad junta. Era probable que Greywolf ni siquiera se lo hubiera propuesto.

—Pensé que estabas en alguna parte de Ucluelet —dijo.

—Estaba. —Greywolf acercó una silla y se sentó. La silla crujió—. Me ha dicho Licia que me necesitabas.

—¿Necesitarte? —Anawak sonrió—. Le dije que me alegraría de verte.

—Que traducido significa que me necesitas. Y aquí estoy.

—¿Cómo te va?

—Me iría mejor si tuvieras algo para beber.

Anawak fue a la nevera, sacó cerveza y una Coca-Cola y las puso sobre el mostrador. Greywolf se tomó de un trago media lata de Heineken y se limpió los labios.

—¿Te he interrumpido en algo? —preguntó Anawak.

—No te rompas la cabeza. Estaba pescando con un par de ricachones de Beverly Hills. En lo que a vosotros se refiere, observadores de ballenas, vuestro estúpido negocio ahora me favorece a mí. Como nadie parte de la idea de que una trucha va a atacar su embarcación, he cambiado de negocio y ahora ofrezco salidas de pesca con anzuelo en los lagos y ríos de nuestra amada isla.

—Veo que tu postura respecto a la observación de ballenas no ha cambiado de modo sustancial.

—No. ¿Por qué habría que cambiar? Pero os dejo en paz.

—Oh, gracias —dijo Anawak, sarcástico—. Pero ya está bien así. Quiero decir que en tu campaña de venganza sigas estando del lado de la castigada naturaleza. Cuéntame de nuevo a grandes rasgos qué hiciste en la marina.

Greywolf se quedó mirándolo desconcertado.

—Pero si ya lo sabes.

—Cuéntamelo otra vez.

—Era entrenador. Entrenábamos delfines para misiones tácticas.

—¿Dónde? ¿En San Diego?

—Sí, también allí.

—Y fuiste despedido por debilidad del músculo cardíaco o algo parecido. Con todos los honores.

—Exacto —dijo Greywolf entre dos tragos.

—No es cierto, Jack. No te despidieron. Te fuiste tú.

Greywolf se retiró la lata de la boca y la colocó casi cuidadosamente sobre el mostrador.

—¿Cómo se te ha ocurrido eso?

—Porque así figura en las actas del Space and Naval Warfare System Center de San Diego —dijo Anawak. Comenzó a pasear lentamente por la estancia—. Sólo para que veas que estoy informado: el SSC San Diego es la organización sucesora de una institución que se llamaba Navy Command, Control and Ocean Systems Center, también con sede en San Diego, Point Loma. Estaba financiada por una organización de la que surgió el actual US Navy's Marine Mammal System. De un modo u otro cada una de estas instituciones aparece cuando se revisa la historia de los programas con mamíferos marinos, y todas ellas se vinculan discretamente a una serie de experimentos dudosos que supuestamente nunca han tenido lugar. —Anawak se detuvo un momento. Luego decidió jugar fuerte—. Experimentos que se realizaron en Point Loma, donde tú estabas destacado.

Greywolf seguía con mirada acechante los movimientos de Anawak por la estancia.

—¿Por qué me cuentas todas esas tonterías?

—En San Diego actualmente se investigan hábitos de alimentación, comportamientos de caza y comunicación, capacidad de adiestramiento, posibilidades de devolución a la naturaleza, etc. Pero lo que más interesa a los militares es el cerebro de los mamíferos. Ese interés se remonta a los años sesenta y parece que se reavivó en la primera guerra del Golfo. Por aquel entonces ya hacía algunos años que tú estabas con ellos. Cuando abandonaste la marina te fuiste con el rango de teniente, y tu última responsabilidad fueron los dos equipos de delfines MK6 y MK7, dos de un total de cuatro.

Greywolf frunció las cejas.

—Sí, ¿y qué? ¿Tu comisión no tiene otras preocupaciones? Por ejemplo, la situación de Europa.

—El próximo paso de tu carrera te hubiera supuesto la responsabilidad integral del programa completo —siguió Anawak—. Pero en lugar de eso, lo echaste todo a la basura.

—Yo no eché nada a la basura. Son ellos quienes me declararon no apto.

Anawak sacudió la cabeza.

—Jack, yo disfruto de un par de privilegios notables. Gracias a ellos tengo acceso a una serie de informaciones completamente fidedignas. Tú te fuiste voluntariamente, y me gustaría saber por qué.

Tomó del mostrador el artículo impreso del Earth Island y se lo pasó. Greywolf echó una breve ojeada al papel y lo apartó.

Durante un rato guardaron silencio.

—Jack —dijo Anawak en voz baja—. Tenías razón. Realmente me alegro mucho de verte, pero necesito tu ayuda.

Greywolf miraba al suelo y callaba.

—¿Qué es lo que te sucedió entonces? ¿Por qué te fuiste?

El mestizo seguía cavilando. Luego se irguió y cruzó los brazos tras la cabeza.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Porque podría ayudarnos a comprender qué ha pasado con nuestras ballenas.

—No son vuestras ballenas, no son vuestros delfines. Nada es vuestro... ¿Quieres saber lo que pasa? Que contraatacan, León. Que hace tiempo que están pasándonos la factura pendiente. Ya no participan en el juego las hemos considerado una propiedad, les hemos hecho mal, hemos abusado de ellas, las hemos mirado boquiabiertos sencillamente, están hartas de nosotros.

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