—Shell va a construir una fábrica a dos mil metros de profundidad. Salía ayer en el periódico. Tenéis competencia.
—Lo sé, Shell comisionó a Marintek. El hueso es aún más duro de roer. Venga, vayamos a desayunar.
En el pasillo, Johanson dijo:
—Sigo sin entender por qué no queréis instalar un SWOP. ¿No es más fácil trabajar desde una construcción flotante si colocáis tuberías flexibles?
Lund negó con la cabeza.
—Es muy arriesgado. Hay que anclar esas construcciones...
—Ya lo sé...
—... y se pueden desprender.
—¡Pero en la plataforma continental hay muchísimas estaciones ancladas!
—Sí, pero a menor profundidad... Más abajo las condiciones de oleaje y de las corrientes son completamente distintas. Además, no es sólo por el anclaje. Cuanta más altura tiene una tubería ascendente, más inestable es, y no queremos que ocurra un desastre ecológico. Por otra parte, nadie puede tener interés en trabajar tan mar adentro en una cubierta flotante. Incluso los más duros vomitarían hasta su primera papilla. Subamos por aquí.
Subieron por una escalera.
—Pensaba que íbamos a desayunar —dijo Johanson, sorprendido.
—Sí, sí, pero primero quiero enseñarte una cosa.
Lund empujó una puerta. Se encontraban en un despacho que estaba encima del pabellón del depósito. El amplio ventanal ofrecía una vista de hileras de casitas con techo a dos aguas y espacios verdes soleados que se extendían hasta el fiordo.
—Qué mañana más maravillosa —murmuró Johanson.
Lund fue hasta un escritorio. Acercó dos sillas de diseño y abrió un ordenador portátil con una gran pantalla. Sus dedos tamborileaban sobre el escritorio mientras la máquina cargaba el programa. Apareció una página con fotografías que a Johanson le parecieron conocidas. Mostraban una superficie clara, lechosa, cuyos bordes se perdían en lo negro. De pronto reconoció la escena.
—Son las tomas que hizo
Victor
. Aquella cosa del talud.
—Esa cosa que no me ha dejado en paz —asintió Lund.
—¿Ya sabéis qué es?
—No, pero sabemos qué no es. No es una medusa ni un banco de peces. Hemos pasado la secuencia por miles de filtros. Esto es lo mejor que hemos conseguido. —Amplió la primera fotografía—. Cuando la criatura apareció frente al objetivo, quedó expuesta a la intensidad de la luz de los reflectores. Vimos una parte, pero, por supuesto, de una manera completamente distinta que si la hubiéramos percibido sin luz artificial.
—Sin luz y a esa profundidad no habríais logrado percibir absolutamente nada.
—¡Cómo que no!
—A menos que estemos frente a un caso de bioluminiscencia y...
Johanson se interrumpió. Lund parecía muy satisfecha. Sus dedos bailaron sobre el teclado y la imagen volvió a transformarse. Esta vez se vio un fragmento del borde superior derecho. Algo se perfilaba débilmente donde la superficie iluminada se oscurecía. Una luz de otro tipo, de un azul profundo y atravesada por líneas más claras.
—Cuando iluminas un objeto luminiscente, sólo ves su propia luz. Y los reflectores de
Victor
lo irradian todo, menos el área de los bordes, donde pierden intensidad. Ahí se puede reconocer algo. En mi opinión, es la prueba de que estamos frente a un ser luminoso, y bastante grande.
La capacidad de emitir luz es una propiedad de una serie de habitantes de las profundidades del mar. Para ello utilizan bacterias con las que viven en simbiosis. También hay organismos luminosos en la superficie del mar, como algas o calamares pequeños. Pero el auténtico mar de luces comienza donde desaparece la luz del sol, en la oscuridad absoluta que domina en las profundidades marinas.
Johanson miraba fijamente la pantalla: el azul se adivinaba más que se veía. El ojo podía no darse cuenta, pero la cámara del robot proporcionaba imágenes de altísima resolución. Era posible que Lund tuviera razón.
Se frotó la barba.
—¿Cómo crees que es de grande?
—Es difícil decirlo. Por lo rápido que desapareció, debió de haber estado flotando al borde del límite de la luz, a pocos metros. Y, sin embargo, su superficie cubre casi toda la imagen. ¿Qué deduces?
—La parte que vemos debe de tener entre diez y doce metros cuadrados.
—¡La que vemos! —Lund hizo una pausa—. La luz en las áreas de los bordes indica que probablemente no hayamos visto la mayor parte.
A Johanson se le ocurrió una idea.
—Podría ser de naturaleza planctónica: microorganismos. Hay algunos luminosos.
—¿Y cómo explicas sus dibujos?
—¿Las líneas claras? Casualidad. Nosotros creemos que es un dibujo. Pero también pensábamos que los canales de Marte formaban un dibujo.
—No creo que sea plancton.
—No se puede ver con tanta precisión.
—Sí se puede. Míralo.
Lund abrió las siguientes imágenes. En ellas, el objeto se replegaba cada vez más hacia la oscuridad. Realmente se había podido ver durante menos de un segundo. La segunda y la tercera ampliación mostraban todavía la superficie débilmente luminiscente con las líneas que parecían cambiar de posición en el transcurso de la secuencia. En la cuarta había desaparecido todo.
—Apagó la luz —dijo Johanson, desconcertado.
Reflexionó. Ciertas especies de pulpos se comunican por luminiscencia. No es tan inusual que, frente a una amenaza repentina, un animal pulse el interruptor, por decirlo de algún modo, y desaparezca en la oscuridad. Sin embargo, ese animal era demasiado grande. Más grande que cualquier especie conocida de pulpo.
Se le impuso una conclusión que no le gustaba: no pertenecía al borde continental noruego.
—
Architeuthis
—dijo.
—Calamares gigantes. —Lund asintió—. Es casi inevitable pensarlo. Pero ésta sería la primera vez que algo así aparece en estas aguas.
—Sería la primera vez que algo así aparece vivo.
No obstante, eso no era del todo cierto. Durante mucho tiempo, las historias en torno a los
Architeuthis
habían sido desacreditadas como inventos de marineros. Luego, los restos de animales arrojados a la playa aportaron la prueba de su existencia... o casi la aportaron, porque la carne de calamar parecía de goma. Cuanto más se estiraba más se daba de sí, sobre todo en estado de descomposición. Hacía unos años, por fin, unos investigadores habían logrado capturar al este de Nueva Zelanda crías diminutas cuyo perfil genético no dejaba lugar a dudas de que en el término de dieciocho meses se convertirían en calamares gigantes de hasta veinte metros de largo y una tonelada de peso. El único problema era que ningún ser humano había visto jamás un animal de esas características vivo. Los
Architeuthis
viven en las profundidades marinas, y es más que dudoso que tengan luz.
Johanson arrugó la frente, luego negó con la cabeza.
—No.
—¿No qué?
—Hay demasiados argumentos en contra... Éste no es el hábitat natural de los calamares gigantes.
—Sí, pero... —Las manos de Lund cortaron el aire—. No sabemos realmente cuál es su hábitat. No sabemos nada.
—Éste no es su hábitat.
—Tampoco es el hábitat natural de estos gusanos.
Se hizo un silencio.
—Y aunque así fuera —dijo Johanson finalmente—, los calamares gigantes son tímidos. No deberían suponer un problema para vosotros... Hasta ahora ningún ser humano ha sido atacado por un pulpo gigante.
—Hay testigos oculares que aseguran lo contrario.
—¡Por Dios, Tina! Puede que hayan dado algún golpecito que otro a un bote, pero aquí no estamos hablando seriamente de la amenaza que el pulpo gigante representa para la extracción de petróleo. Tienes que reconocerlo: es ridículo.
Lund contempló, escéptica, las ampliaciones de las imágenes. Luego cerró el programa.
—De acuerdo... ¿Tienes algo para mí? ¿Algún resultado?
Johanson sacó el sobre y lo abrió. En su interior había un grueso legajo de papeles impresos con caracteres pequeños.
—¡Cielo santo! —se le escapó a Lund.
—Espera. Tiene que haber algún resumen... Aquí.
—Déjame ver.
—En seguida.
Revisó el resumen del informe. Lund se puso en pie y fue hasta la ventana. Luego comenzó a dar vueltas por la habitación.
—Vamos, dime algo.
Johanson frunció las cejas y hojeó el fajo de papeles.
—Hum, interesante.
—Suéltalo.
—Confirman que se trata de poliquetos. Además, dicen que, aunque no son taxónomos, han llegado a la conclusión de que el gusano presenta un parecido desconcertante con la especie
Hesiocaeca methanicola
. En ese contexto, se asombran de las mandíbulas extremadamente pronunciadas y siguen escribiendo..., esto de aquí son varias especificaciones... Ah, aquí está. Han analizado las mandíbulas. Muy fuertes y claramente pensadas para perforar y cavar.
—Eso ya lo sabíamos nosotros —dijo Lund, impaciente.
—Espera... Han hecho más pruebas. Estudio de la composición isotópica estable, y también espectrometría de masa. ¡Aja! Nuestro gusano tiene un peso de menos noventa por mil.
—¿Puedes expresarte de un modo comprensible?
—Se trata efectivamente de metanotaxismo. El gusano vive en simbiosis con bacterias que descomponen metano. Vamos a ver, ¿cómo te lo explico? Bien, los isótopos... ¿sabes qué son los isótopos?
—Átomos de un elemento químico con la misma carga nuclear pero distinto peso.
—Muy bien, siéntate. El carbono, por ejemplo, puede tener distinto peso: hay carbono 12 y carbono 13. Cuando comes algo en lo que predomina un carbono ligero, es decir, un isótopo menos pesado, tú también te vuelves más ligera. ¿Está claro?
—Me vuelvo más ligera. Sí. Lógico.
—Y en el metano hay carbono muy ligero. Si el gusano vive en simbiosis con bacterias que comen metano, primero las bacterias se vuelven más ligeras, y cuando el gusano se las come, también él se vuelve más ligero. Y el nuestro es muy ligero.
—Los biólogos sois gente muy rara. ¿Cómo llegáis a averiguar todo eso?
—Hacemos cosas terribles. Secamos el gusano y lo molemos hasta obtener polvo de gusano, y eso va a la máquina de medir... Bueno, a ver qué más hay. Microscopía electrónica de barrido... Tiñeron el ADN..., procedimientos muy exhaustivos.
—¡Basta! —Lund se le acercó y le arrancó el papel de las manos—. No quiero un ensayo de biología, quiero saber si podemos hacer perforaciones ahí abajo.
—Podéis... —Johanson volvió a coger la hoja de un tirón y leyó las últimas líneas—. ¡Ah, fantástico!
—¿Qué?
Johanson levantó la cabeza.
—Los bichos están repletos de bacterias. Por dentro y por fuera: endosimbiontes y exosimbiontes. Tu gusano parece ser un verdadero autocar para bacterias.
Lund lo miró insegura.
—¿Y eso qué significa?
—En realidad es un contrasentido. Tu gusano vive sin lugar a dudas en el hidrato de metano. Está repleto de bacterias. No busca presas y no hace agujeros. En lugar de eso, haraganea y engorda en el hielo; sin embargo, tiene unas mandíbulas gigantes para perforar... Y lo que vimos en el talud no me pareció para nada un hatajo de gordos holgazanes; me parecieron decididamente ágiles.
Se quedaron de nuevo en silencio. Finalmente, Lund dijo:
—¿Qué hacen ahí abajo, Sigur? ¿Qué clase de animales son?
Johanson se encogió de hombros.
—No lo sé. Tal vez hayan subido arrastrándose directamente del Cámbrico hasta nosotros. No tengo ni idea de qué hacen ahí abajo. —Dudó—. Pero tampoco tengo ni idea de si es un factor importante. ¿Qué es lo más grave que pueden hacer? Retozan por la zona, pero no creo que mordisqueen oleoductos.
—¿Y qué es lo que mordisquean?
Johanson tenía la mirada clavada en el resumen del informe.
—Hay un sitio más en el que nos podrían aportar información al respecto. Si ellos no lo averiguan, tendremos que esperar hasta descubrirlo por nosotros mismos.
—No me gustaría esperar tanto.
—De acuerdo. Les mandaré un par de ejemplares.
5 de abril. Isla de Vancouver y Vancouver, Canadá
El negocio recobró impulso.
En otras circunstancias, Anawak habría compartido sin reservas la alegría de Shoemaker. Las ballenas volvían. El gerente no hablaba de otra cosa. Y efectivamente fueron apareciendo en orden, las ballenas grises y las jorobadas, las orcas y hasta algunas minke. Sin duda, Anawak también se alegraba de que volvieran; no había deseado otra cosa. Pero habría preferido solucionar alguna que otra cuestión antes. Por ejemplo, querría haber sabido dónde habían estado todo ese tiempo, ya que ningún satélite ni ninguna sonda de medición habían podido rastrearlas. Además, ya no podía quitarse de la cabeza el encuentro del otro día. Se había visto a sí mismo como una rata de laboratorio. Las dos ballenas lo habían examinado tan tranquila y minuciosamente como si estuviera sobre una mesa de disección.
¿Eran espías?
Y si lo eran, ¿qué querían averiguar?
No tenía sentido.
Cerró la caja y salió. Los turistas se habían reunido al final del muelle. Parecían un comando especial con aquellos trajes de color naranja que les cubrían todo el cuerpo. Anawak aspiró el aire fresco de la mañana y los siguió.
Oyó que alguien se le acercaba corriendo.
—¡Doctor Anawak!
Se detuvo y volvió la cabeza. Alicia Delaware apareció a su lado. Se había recogido los cabellos pelirrojos en una cola de caballo y llevaba unas modernas gafas de sol azules.
—¿Puedo ir?
Anawak la contempló. Luego miró en dirección al casco azul del
Blue Shark
.
—No hay sitio libre.
—He venido corriendo hasta aquí.
—Lo siento. Dentro de media hora sale el
Lady Wexham
. Es mucho más cómodo y grande: cabinas interiores con calefacción, cafetería...
—No quiero. Seguro que en alguna parte le queda un sitio libre. ¡Tal vez atrás!
—Ya somos dos en la cabina: Susan y yo.
—No necesito un asiento. —Sonrió. Con sus grandes dientes parecía un conejito pecoso—. ¡Por favor! No tiene motivos para estar enfadado, ¿no? Me gustaría ir con usted. En realidad, sólo me gustaría ir con usted, para ser honesta.
Anawak frunció el ceño.
—¡No me mire así! —Delaware se impacientó—. He leído sus libros y admiro su trabajo, eso es todo.
—No tuve esa impresión.