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Authors: Gastón Leroux

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio del cuarto amarillo (21 page)

¡Ah! ¡Cómo hacerle entender a esta mujer, que ni siquiera nos mira, que está entregada a su espanto y al dolor de su padre, que soy capaz de todo para salvarla... Sí..., sí... Volveré a empuñar mi razón por el extremo correcto y realizaré milagros...

Avanzo hacia ella..., quiero hablar, quiero suplicarle que tenga confianza en mí... Quisiera hacerle entender, con unas pocas palabras que sólo nosotros comprendiéramos, que sé cómo su asesino salió del "cuarto amarillo", que adiviné la mitad de su secreto..., y que la compadezco con todo mi corazón... Pero ya su gesto nos ruega que la dejemos sola, expresa su cansancio, su necesidad de descanso inmediato... El señor Stangerson nos pide que regresemos a nuestras habitaciones, nos agradece, nos despide... Frédéric Larsan y yo saludamos y, seguidos por el tío Jacques, volvemos a la galería. Oigo a Frédéric Larsan murmurar: "¡Qué extraño! ¡Qué extraño!...". Me hace señas de que entre en su habitación. En el umbral, se vuelve hacia el tío Jacques. Le pregunta:

–¿Lo vio usted bien?

–¿A quién?

–Al hombre.

–¡Que si lo vi!... Tenía una larga barba pelirroja, el cabello también rojizo...

–Yo también lo vi así -intervine.

–Y yo -dijo Frédéric Larsan.

Ahora, el gran Fred y yo estamos solos, hablando del asunto en su habitación. Hablamos durante una hora, dando vueltas y más vueltas al caso. Está claro que Fred, por las preguntas que me hace y por las explicaciones que me da, está persuadido -a pesar de sus ojos, a pesar de mis ojos, a pesar de todos los ojos- de que el hombre conocía algún pasadizo secreto del castillo, por el que desapareció.

–Porque conoce el castillo -me dice-, lo conoce bien...

–Es un hombre de estatura más bien alta, bien plantado...

–Tiene la estatura necesaria -murmura Fred.

–Lo comprendo -le digo-, pero ¿cómo explica la barba y el cabello pelirrojos?

–Demasiada barba, demasiado cabello... Postizos -indica Fred.

–Es pronto para decirlo... Sigue pensando en Robert Darzac... ¿No se lo sacará más de la cabeza?... Yo estoy seguro de que es inocente...

–¡Tanto mejor! Eso espero..., pero lo cierto es que todo lo condena... ¿Se fijó usted en los pasos sobre la alfombra?... Venga a verlos...

–Los vi... Son los pasos elegantes del borde del estanque.

–Son los pasos de Robert Darzac; ¿va a negarlo?

–Evidentemente, podrían confundirse...

–¿Notó que la huella de esos pasos no regresa? Cuando el hombre salió de la habitación, perseguido por todos nosotros, sus pasos no dejaron huellas...

–Quizás el hombre estaba en la habitación desde hacía horas. El barro de sus botas se secó y él se deslizaba en puntas de pie con una velocidad tal... Lo veíamos huir..., pero no lo oíamos...

De repente, interrumpo estas palabras incoherentes, sin lógica, indignas de nosotros. Le hago a Larsan una seña para que escuche:

–Allá abajo... Están cerrando una puerta...

Me levanto; Larsan me sigue; descendemos a la planta baja; salimos del castillo. Llevo a Larsan al pequeño cuarto voladizo cuya terraza da a la ventana del recodo de la galería. Mi dedo señala la puerta -cerrada ahora, abierta hace un rato- por debajo de la cual se filtra luz.

–¡El guardabosque! – dice Fred.

–¡Vamos! – le susurro.

Y, decidido, aunque ¿decidido a qué? ¿Acaso lo sabía? ¿Decidido a creer que el guardabosque es el culpable? ¿Podía afirmarlo? Me acerco a la puerta y llamo con brusquedad.

Algunos pensarán que este regreso a la puerta del guardabosque es bastante tardío..., y que el primer deber de todos nosotros, después de haber comprobado que el asesino se nos había escapado en la galería, era buscarlo en cualquier otra parte, alrededor del castillo, en el parque..., por todos lados.

Si se nos hace tal objeción, sólo podemos responder esto: "¡Es que el asesino desapareció de tal modo de la galería que realmente pensamos que no estaba en ninguna parte!". Se nos había escapado cuando todos lo teníamos al alcance de la mano, cuando casi lo tocábamos... No nos quedaban energías para imaginar que podríamos descubrirlo ahora, en el misterio de la noche y del parque. ¡En fin, ya les he dicho hasta qué punto me impresionó esta desaparición!

En cuanto llamé, la puerta se abrió; el guardabosque nos preguntó, con voz serena, qué queríamos. Estaba en camisa de dormir e iba a meterse a la cama; la cama todavía no estaba deshecha...

Entramos; me sorprendí.

–¡Caramba! ¿Todavía no se acostó?...

–¡No! – respondió con rudeza. Fui a hacer una recorrida por el parque y por los bosques... De ahí vengo... Ahora tengo sueño... ¡Buenas noches!...

–Escuche... -dije. Hasta hace un rato había una escalera cerca de su ventana...

–,Qué escalera? No vi ninguna escalera... ¡Buenas noches!

Y, sin mayor ceremonia, nos echó.

Afuera miré a Larsan. Era impenetrable.

–¿Y bien? – le dije.

–Y bien? – repitió Larsan.

–¿Esto no le abre nuevas perspectivas?

Su malhumor era evidente. Al volver al castillo, le oí gruñir:

–¡Sería muy extraño, pero muy extraño que me haya equivocado a tal punto!...

Y tuve la impresión de que esta frase estaba más dirigida a mí que dicha para sí mismo.

Agregó:

–En todo caso, pronto lo sabremos... Mañana será otro día.

[70]
Un locutorio es una sala de visitas, generalmente de un monasterio o un internado.

[71]
Cuando Joseph Rouletabille escribía estas líneas tenía dieciocho años... ¡y hablaba de su juventud! Transcribo fielmente el texto de mi amigo, pero advierto aquí al lector, como ya lo he hecho, que el episodio del perfume de la dama vestida de negro no está necesariamente ligado al misterio del "cuarto amarillo"... ¡Pero qué voy a hacer! No es mi culpa si, en los documentos que cito aquí, Rouletabille tiene, por momentos, reminiscencias de su juventud (Nota del Narrador).

18. ROULETABILLE DIBUJÓ UN CÍRCULO ENTRE LAS DOS PROTUBERANCIAS DE SU FRENTE

Fragmento de las notas de Joseph Rouletabille

Nos despedimos a la puerta de nuestras habitaciones con un melancólico apretón de manos. Estaba feliz por haber logrado despertar alguna sospecha de error en esa mente original, extremadamente inteligente, pero contraria a todo método. No me acosté. Esperé el amanecer y bajé al frente del castillo. Di una vuelta a su alrededor, examinando todas las huellas que pudieran venir de él o desembocar en él. Pero estaban mezcladas y tan confusas, que no pude sacar nada en limpio. Además, quiero destacar que no suelo darle una importancia exagerada a los signos exteriores que quedan cuando se comete un crimen. Este método, que consiste en sacar conclusiones sobre el criminal a partir de las huellas de sus pasos, es completamente primitivo. Muchas de ellas son idénticas y, a lo sumo, se puede pedir que ofrezcan una primera indicación, que en ningún caso podría considerarse una prueba.

De todas maneras, en medio de la gran confusión que reinaba en mi mente, fui al patio y me incliné sobre las huellas, sobre todas las huellas que había allí, a pedirles esa primera indicación que tanto necesitaba para aferrarme a algo razonable, algo que me permitiera razonar sobre los acontecimientos de la "galeria inexplicable". ¿Cómo razonar?... ¿Cómo razonar?

¡Ah! ¡Razonar desde el lado correcto! Desesperado, me siento sobre una piedra del patio desierto...;Qué estoy haciendo, desde hace más de una hora, sino la más vil tarea del más vulgar de los policías?... ¡Voy al encuentro del error, como un inspector cualquiera, en tanto sigo la huella de ciertos pasos que me harán decir lo que ellos quieran!

Me considero más despreciable y siento que he caído más bajo en la jerarquía de las inteligencias que esos agentes de la Sûreté que imaginaron los novelistas modernos, detectives que adquirieron su método leyendo las novelas de Edgar Poe o de Conan Doyle. ¡Ah! ¡Detectives literarios..., que construyen montañas de estupidez con una pisada en la arena o con la impronta de una mano en la pared! ¡A ti, Frédéric Larsan, a ti, detective literario!... ¡Amigo, has leído demasiado a Conan Doyle!... Sherlock Holmes te hará cometer estupideces, razonamientos estúpidos, peores que los que se leen en los libros, que te harán detener a un inocente... Con tu método tomado de Conan Doyle, has sabido convencer al juez de instrucción, al jefe de la Sûreté..., a todos... ¡Estás esperando una última prueba..., la última!... ¡Di mejor la primera, desgraciado!... No todo lo que ofrecen los sentidos puede ser una prueba... Yo también me incliné sobre las huellas materiales, pero únicamente para pedirles que entren en el círculo que había dibujado mi razón. ¡Ah! Muchas veces el círculo era tan estrecho, tan estrecho... Pero por más estrecho que fuera, era inmenso, porque sólo contenía la verdad! Sí, sí, lo juro, las huellas materiales nunca fueron sino mis esclavas..., jamás mis dueñas... Nunca hicieron de mí esa cosa monstruosa, más terrible que un hombre sin ojos: ¡un hombre que ve mal! ¡Y, por eso, triunfaré sobre tu error y sobre tu razonamiento propio de un ser inferior, oh Frédéric Larsan!

¡Claro que sí! ¡Por cierto! Porque, por primera vez, esta noche, en la "galeria inexplicable", se produjo un acontecimiento que parece no entrar en el círculo trazado por mi razón; por eso divago, por eso me inclino, con la nariz pegada a la tierra, como un cerdo que busca, al azar, en el barro, la basura que lo alimentará... ¡Vamos, Rouletabille, amigo mío, levanta la cabeza!... Es imposible que lo acontecido en la "galeria inexplicable" salga del círculo trazado por tu razón... ¡Lo sabes! ¡Lo sabes! Entonces, levanta la cabeza..., presiona con tus dos manos las protuberancias de tu frente y recuerda que, cuando trazaste el círculo, empuñaste, para dibujarlo en tu cerebro, como se hace con una figura geométrica en el papel, tu razón por el extremo correcto.

Pues bien, ahora ve..., y regresa a la "galeria inexplicable" apoyándote en el extremo correcto de tu razón, como Frédéric Larsan se apoya en su bastón, y pronto habrás demostrado que el gran Fred no es más que un tonto.

Joseph ROULETABILLE.
Mediodía del 30 de octubre.

Así fue como pensé..., así fue como actué... Con la cabeza ardiendo, volví a subir a la galería y he aquí que, sin haber encontrado allí sino lo que había visto aquella noche, el extremo correcto de mi razón me mostró una cosa tan formidable que tuve que sostenerme de ella para no caer.

¡Ah! ¡Voy a necesitar fuerzas, sin embargo, para descubrir ahora las huellas materiales que van a entrar, que tienen que entrar en el círculo más amplio que he dibujado aquí, entre las dos protuberancias de mi frente!

Joseph ROULETABILLE.
Medianoche del 30 de octubre.

(Aquí termina la cita de la libreta de notas de J. Rouletabille).

19. ROULETABILLE ME INVITA A ALMORZAR EN LA POSADA DEL TORREÓN

Sólo mucho tiempo después, Rouletabille me entregó este cuaderno donde, la mañana que siguió a aquella noche enigmática, refirió extensamente la historia del fenómeno de la "galeria inexplicable". El día que me reuní con él en su habitación del Glandier, me contó, con lujo de detalles, todo lo que ustedes ahora conocen, incluso cómo había empleado su tiempo durante las pocas horas que había pasado aquella semana en París, donde, por otra parte, no se había enterado de nada que le resultara útil.

El acontecimiento de la "galeria inexplicable" se había producido en la noche del 29 al 30 de octubre, es decir, tres días antes de mi regreso al castillo, pues era 2 de noviembre. Es, entonces, el 2 de noviembre cuando vuelvo al Glandier, urgido por el telegrama de mi amigo, llevando los revólveres.

Estoy en la habitación de Rouletabille; acaba de terminar su relato.

Mientras hablaba, no dejó de acariciar la convexidad de los cristales de los quevedos que había encontrado en la mesita de luz, y comprendí, por la alegría con que manipulaba aquellos cristales de présbite, que estos debían constituir una de esas huellas materiales destinadas a entrar en el circulo trazado por el extremo correcto de su razón. Esta forma extraña y única de expresarse, usando términos que reflejaban maravillosamente su pensamiento, ya no me sorprendía; pero, a menudo, había que conocer su pensamiento para comprender esos términos y no siempre era fácil penetrar en los pensamientos de Joseph Rouletabille. El pensamiento de este muchacho era una de las cosas más curiosas que jamás haya podido observar. Rouletabille se paseaba por la vida con esa forma de pensar, sin sospechar el asombro o, para ser más exactos, la estupefacción que encontraba en su camino. La gente se daba vuelta para mirar este pensamiento y se quedaba viéndolo alejarse, como nos detenemos para contemplar durante más tiempo una figura original que se cruzó en nuestro camino. Y así como nos decimos: "¿De dónde viene ese? ¿Adónde va?", nos decíamos: "¿De dónde viene el pensamiento de Rouletabille y adónde va?". Debo confesar que él no sospechaba la originalidad de su pensamiento; por eso, no representaba un obstáculo para que se paseara por la vida como todo el mundo. Como un individuo que no imagina cuán excéntrico es su atuendo, y se siente cómodo en todas partes, cualquiera sea el ambiente en el que se desenvuelve. Así pues, este chico, que no era responsable de que su cerebro fuera extraordinario, expresaba con natural sencillez cosas formidables con su lógica abreviada, tan abreviada que para nosotros resultaba imposible comprender su forma hasta que él se dignaba a desplegarla y presentarla de frente, en su posición normal, ante nuestros ojos maravillados.

Joseph Rouletabille me preguntó qué pensaba del relato que acababa de hacerme. Le respondí que su pregunta me ponía en un gran aprieto, a lo cual me contestó que intentara, yo también, empuñar mi razón por el extremo correcto.

–Pues bien -dije-, me parece que el punto de partida de mi razonamiento debe ser este: no hay dudas de que el asesino que usted persigue estuvo, en algún un momento de la persecución, en la galería.

Y me detuve...

–Ya que empezó tan bien -exclamó-, no debería detenerse tan pronto. Vamos, un pequeño esfuerzo.

–Voy a intentarlo. Puesto que se encontraba en la galería y desapareció de ella, sin posibilidad de pasar ni por una puerta ni por una ventana, tiene que haber escapado por alguna otra abertura.

Joseph Rouletabille me miró con compasión, se sonrió con indiferencia y no esperó un minuto más para decirme que estaba razonando con los pies.

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