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Authors: Gastón Leroux

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio del cuarto amarillo

 

Gastón Louis Alfred Leroux, crítico de teatro y reportero, ganó fama como escritor con sus novelas policiales y de aventuras, como las recordadas "El fantasma de la ópera" y "El misterio del cuarto amarillo" entre otras de su vasta producción.

Escrita en 1907, alabada incluso por Agatha Christie en su obra "Los relojes" como una de las mejores obras escritas en el género, "El misterio del cuarto amarillo" nos envuelve en una historia atrapante y ágil, con una trama que va "in crescendo" hasta un final sublime.

Matilde Stangerson es atacada por un asesino que casi termina con su vida. A sus gritos de socorro y al sonido de disparos, acuden su padre y un empleado que se encuentran trabajando en la habitación del lado. En su desesperación, deben echar la puerta abajo para entrar en el cuarto amarillo... Allí está la joven en el suelo, sin conocimiento y con una profunda herida en su sien. ¿Dónde está el asesino? ¿Cómo ha logrado huir cuando la única puerta está cerrada con llave y pestillo y la ventana, también cerrada, está asegurada por sólidos barrotes?

Un misterio que tratará de dilucidar el gran Federico Larsan, el más famoso detective de Francia. Pero será Joseph Rouletabille, un joven reportero policial de sólo dieciocho años, quien con su inteligencia superior y una intuición sorprendente aclarará "El misterio del cuarto amarillo"...

Gastón Leroux

El misterio del cuarto amarillo

ePUB v1.0

snatcho
24.06.12

Título original:

Le mystère de la chambre jaune, 1907

Diseño portada: snatcho

ePub base v2.0

A Robert CHARVAY

En recuerdo agradecido de los
comienzos del joven Rouletabille.

Afectusosamente,

Gaston LEROUX

1. DONDE SE EMPIEZA A NO ENTENDER NADA

No sin cierta emoción, comienzo a relatar aquí las extraordinarias aventuras de Joseph Rouletabille. Hasta hoy, este se había negado tan firmemente a ello que yo había perdido toda esperanza de publicar alguna vez la historia policial más curiosa de los últimos quince años. Supongo que el público nunca habría conocido "toda la verdad" sobre el prodigioso caso llamado del "cuarto amarillo" -que generó tantos dramas misteriosos, crueles y sensacionales, y en el que mi amigo estuvo tan íntimamente comprometido- si, con motivo de la reciente nominación del ilustre Stangerson para el grado de la Gran Cruz de la Legión de Honor
[1]
, un periódico vespertino, en un artículo lamentable por su ignorancia o por su audaz perfidia, no hubiera resucitado una terrible aventura que Joseph Rouletabille, según me decía, hubiera deseado que se olvidara para siempre.

¡El "cuarto amarillo"! ¿Quién podía acordarse de ese caso que hizo correr tanta tinta hace unos quince años? ¡Se suele olvidar tan rápido en París! ¿Acaso no hemos olvidado hasta el nombre del proceso de Nayves y la trágica historia de la muerte del pequeño Menaldo
[2]
? Y, sin embargo, en esa época, la opinión pública estaba tan interesada por los debates que originó el caso, que una crisis ministerial que estalló en aquel momento pasó completamente inadvertida. Ahora bien, el proceso del "cuarto amarillo", que precedió unos cuantos años al caso de Nayves, tuvo aún más resonancia. Durante meses, el mundo entero intentó resolver aquel oscuro problema... El más oscuro, hasta donde sé, que jamás haya desafiado la perspicacia de nuestra policía o se haya presentado nunca a la conciencia de nuestros jueces. Todos buscaban la solución de ese problema perturbador. Fue como un dramático jeroglífico que se empeñaban por descifrar la vieja Europa y la joven América. La verdad -me está permitido decirlo porque no hay en todo esto amor propio de autor y no hago más que transcribir hechos sobre los cuales una documentación excepcional me permite aportar una nueva luz-, la verdad es que no creo que en el campo de la realidad o de la imaginación, ni siquiera en el autor de "Los crímenes de la calle Morgue"
[3]
, ni en las invenciones de los seguidores de Edgar Poe ni en los truculentos casos de Conan Doyle se pueda encontrar algo comparable, en lo que al misterio se refiere, con el completamente natural misterio del "cuarto amarillo".

Lo que nadie había podido dilucidar, el joven Joseph Rouletabille, de dieciocho años de edad, por entonces modesto reportero de un diario importante, lo descubrió. Pero cuando reveló ante los Tribunales la clave del caso, no dijo toda la verdad. Sólo dejó entrever lo necesario para explicar lo inexplicable y para impedir que se condenara a un inocente. Las razones que tenía para callar hoy han desaparecido. Más aún, mi amigo tiene que hablar. Van a saberlo todo; por eso, sin más preámbulos, voy a exponer ante ustedes el problema del "cuarto amarillo", tal como se planteó ante los ojos del mundo entero, al día siguiente del drama del castillo de Glandier.

El 25 de octubre de 1892, la siguiente nota de última hora aparecía en Le Temps
[4]
:

"Un crimen espantoso se acaba de cometer en el castillo de Glandier, en el linde del bosque de Santa Genoveva, al norte de Épinay-sur-Orge
[5]
, en casa del profesor Stangerson. Anoche, mientras el profesor trabajaba en su laboratorio, intentaron asesinar a la señorita Stangerson, que descansaba en una habitación contigua a dicho laboratorio. Los médicos no responden por la vida de la señorita Stangerson."

Pueden imaginarse la turbación que se apoderó de París. Ya, en aquella época, el mundo científico estaba muy interesado en los trabajos del profesor Stangerson y de su hija. Estos trabajos, los primeros que se realizaron sobre la radiografía, habrían de conducir, más tarde, a los esposos Curie al descubrimiento del radio
[6]
. Por otra parte, se estaba a la espera de un informe sensacional que el profesor Stangerson iba a leer, en la Academia de Ciencias, sobre su nueva teoría, La disociación de la materia, teoría destinada a socavar los cimientos de toda la ciencia oficial, que se basa, desde hace mucho tiempo, en el principio de que nada se pierde y nada se crea
[7]
.

Al día siguiente, los diarios matutinos sólo hablaban de este drama. Le Matine
[8]
, entre otros, publicaba un artículo, titulado "Un crimen sobrenatural". Así escribe el anónimo redactor de Le Matin:

"Estos son los únicos detalles que hemos podido obtener sobre el crimen del castillo de Glandier. El estado de desesperación en el que se encuentra el profesor Stangerson y, la imposibilidad de recoger alguna Información de boca de la víctima han hecho tan difíciles nuestras investigaciones y las de la justicia que, por el momento, no es posible tener la menor idea de lo que ocurrió en el "cuarto amarillo", donde fue encontrada la señorita Stangerson, en ropa de dormir y agonizando en el suelo. Por lo menos, pudimos entrevistar al tío Jacques -como lo llaman en el lugar
[9]
- un viejo criado de la familia Stangerson. El tío Jacques entró en el "cuarto amarillo" al mismo tiempo que el profesor. El cuarto está al lado del laboratorio. Este último y el "cuarto amarillo" se encuentran en un pabellón, en el fondo del parque, a trescientos metros, aproximadamente, del castillo.

-Eran las doce y media de la noche -nos contó el buen hombre- y yo me encontraba en el laboratorio, en donde el señor Stangerson seguía trabajando, cuando el hecho tuvo lugar. Ya había ordenado y limpiado todos los instrumentos, y esperaba que el señor Stangerson se retirara para ir a acostarme. La señorita Mathilde había trabajado con su padre hasta la medianoche; cuando sonaron las doce en el reloj de cuco del laboratorio, se levantó, besó al señor Stangerson y le deseó buenas noches. Me dijo: "¡Buenas noches, tío Jacques!", y abrió la puerta del "cuarto amarillo". Cuando oímos que la cerraba con llave y echaba el cerrojo, no pude evitar sonreír y decirle al señor: "Ya está la señorita encerrándose con siete llaves. ¡No hay duda de que le teme al Animalito de Dios!". El señor ni siquiera me oyó, por lo absorto que estaba. Pero un maullido abominable me respondió desde afuera y reconocí precisamente el grito del Animalito de Dios... Daba escalofríos... "¿Tampoco esta noche nos dejará dormir?", pensaba. Porque debo decirle, señor, que, hasta fines de octubre, me alojo en el desván del pabellón que está sobre el "cuarto amarillo", con el único fin de que la señorita no se quede sola toda la, noche en el fondo del parque. Fue una idea de la señorita pasar los meses de calor en el pabellón; sin duda le parece más alegre que el castillo y, en los cuatro años que lleva construido, nunca deja de instalarse en él desde la primavera. Cuando llega el invierno, la señorita regresa al castillo, porque en el "cuarto amarillo" no hay chimenea.

Así pues, el señor Stangerson y yo nos habíamos quedado en el pabellón. No hacíamos ruido alguno. Él estaba en su escritorio. Y yo, sentado en una silla porque había terminado mis tareas, lo miraba y me decía: "¡Qué hombre! ¡Qué inteligencia! ¡Qué sabiduría!". Destaco el hecho de que no estábamos haciendo ruido puesto que, por esa razón, el asesino debió de creer que nos habíamos marchado. Y de pronto, mientras el cucú daba las doce y media, un alarido desesperado salió del "cuarto amarillo". Era la voz de la señorita Stangerson que gritaba: "¡Al asesino! ¡Al asesino! ¡Socorro!". Enseguida resonaron unos disparos de revólver y se oyó un estruendo de mesas, de muebles arrojados al suelo, como en una pelea, y una vez más la voz de la señorita que gritaba: "¡Al asesino!... ¡Socorro!... ¡Papá! ¡Papá!".

Se puede imaginar que el señor Stangerson y yo nos lanzamos de un salto sobre la puerta. Pero, ¡ay!, estaba cerrada, y muy bien cerrada, por dentro por la señorita, que se había tomado el trabajo, como ya le he dicho, de echar la llave y el cerrojo. Tratamos de derribarla, pero era muy sólida. El señor Stangerson estaba como loco, y ciertamente tenía razones para estarlo, porque oíamos a la señorita que gemía: "¡Socorro!... ¡Socorro!... "Y el señor Stangerson daba golpes terribles sobre la puerta, bramando de rabia, y sollozando por la desesperación y la impotencia.

Entonces tuve una idea. "El asesino se debe haber metido por la ventana", exclamé. "¡Voy a la ventana!". Y salí del pabellón corriendo como un desquiciado.

Pero, por desgracia, la ventana del "cuarto amarillo" da al campo, de tal modo que la tapia del parque que se prolonga hasta el pabellón no me permitía llegar enseguida a esa ventana. Para lograrlo, primero había que salir del parque. Corrí hacia la reja y, en el camino, me encontré con Bernier y su mujer, los caseros, que acudían alarmados por los disparos y por nuestros gritos. En dos palabras los puse al tanto de la situación; le dije al portero que fuera a reunirse enseguida con el señor Stangerson y le ordené a su mujer que viniera conmigo para abrir la reja del parque. Cinco minutos después, la portera y yo estábamos delante de la ventana del "cuarto amarillo". Había un hermoso claro de luna y pude comprobar que nadie había tocado la ventana. No sólo los barrotes estaban intactos, sino también estaban cerrados los postigos detrás de los barrotes, como yo mismo los había dejado la víspera, al igual que todas las noches -aunque la señorita, como sabía que yo estaba muy cansado y sobrecargado de tareas, me había dicho que no me molestara en hacerlo, que los cerraría ella misma-; y habían quedado tal como yo los dejé, sujetos por dentro con un pestillo de hierro. Por lo tanto, ni el asesino había pasado por ahí ni podía escapar por ahí; ¡pero yo tampoco podía entrar por ahí!

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