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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El jugador (37 page)

Contemplaron los programas imperiales mientras Za iba bebiendo lentamente de su cuenco. Un sol se ocultó detrás del horizonte y las luces de la ciudad empezaron a brillar en la penumbra. Flere-Imsaho apareció sin su disfraz –Za ni se enteró–, y anunció que iba a hacer otra de sus incursiones entre la fauna con alas del planeta.

–Oye, ¿crees que ese trasto se tira a los pájaros? –preguntó Za después de que la unidad hubiera desaparecido.

–No –dijo Gurgeh, y tomó un sorbo de su copa de vino.

Za lanzó un bufido.

–Eh, ¿te apetecería volver a salir conmigo? Esa visita al Agujero fue demasiado... Puede que te parezca extraño, pero confieso que casi la disfruté. ¿Qué opinas de eso? Pero esta vez tenemos que hacer auténticas locuras. Les demostraremos a esos cerebros estreñidos cómo son los tipos de la Cultura cuando deciden soltarse el pelo.

–Creo que prefiero no salir de noche –dijo Gurgeh–. No después de lo que ocurrió la última vez.

–¿Quieres decir que no te lo pasaste bien? –preguntó Za, y puso cara de asombro.

–No mucho.

–¡Pero si fue estupendo! Nos emborrachamos, perdimos el control, echamos... Bueno, uno de nosotros echó medio polvo y a ti te faltó muy poco... Nos metimos en una pelea y ganamos, maldita sea, y luego salimos por pies... Mierda santa, ¿qué más quieres de una noche?

–No es que quiera más. Quiero menos. Y recuerda que tengo otros juegos de los que ocuparme.

–Estás loco. Fue una noche... maravillosa. Fue realmente maravillosa.

Apoyó la cabeza en su asiento y tragó una honda bocanada de aire.

–Za... –Gurgeh se inclinó hacia adelante, apoyó el codo sobre una rodilla y puso el mentón en la mano–. ¿Por qué bebes tanto? No lo necesitas. Tienes todo el surtido habitual de glándulas. ¿Por qué lo haces?

–¿Por qué? –preguntó Za. Irguió la cabeza y miró a su alrededor como si acabara de recordar dónde estaba–. ¿Por qué? –repitió. Eructó–. ¿Me has preguntado por qué bebo tanto?

Gurgeh asintió.

Za se rascó un sobaco, meneó la cabeza y le contempló como pidiendo disculpas.

–Perdona, ¿te importaría repetirme la pregunta?

–¿Por qué bebes tanto?

Gurgeh le sonrió para demostrar que no estaba enfadado.

–¿Y por qué no? –Za alzó los brazos–. Quiero decir que... ¿Nunca has hecho algo sólo..., sólo porque sí? Quiero decir que es..., eh..., empatía, ¿comprendes? Es lo que hace la gente de aquí, ya sabes. Es su forma de escapar a la realidad y al puesto que les han asignado en la gloriosa máquina imperial..., y aparte de eso es una posición jodidamente soberbia que te permite apreciar sus aspectos más delicados... Verás, Gurgeh, todo tiene sentido. He logrado resolver el enigma. –Za asintió con cara de saber muy bien de qué hablaba y se golpeó muy lentamente una sien con un dedo bastante fláccido–. He logrado resolver el enigma –repitió–. Piensa en ello, ¿quieres? La Cultura no es más que sus... –El dedo giró en el aire–. Toda la Cultura se basa en las glándulas. Cientos de secreciones y miles de efectos; cualquier combinación que puedas desear y absolutamente gratis, pero el Imperio... ¡Ah, el Imperio! –El dedo señaló hacia arriba–. En el Imperio tienes que pagar. Escapar es una mercancía, como todo lo demás. Y la forma de escapar es beber. Aumenta el tiempo que necesitas para reaccionar, hace que las lágrimas broten con más facilidad... –Za alzó dos dedos temblorosos y se los llevó a las mejillas–. Hace que los puños estén más sueltos... –Tensó las manos, fingió que estaba boxeando y lanzó unos cuantos puñetazos al aire–. Y... –Se encogió de hombros–. Y al final acaba matándote. –Volvió la cabeza más o menos en la dirección de Gurgeh–. ¿Comprendes? –Extendió los brazos a los lados y dejó que cayeran fláccidamente sobre el asiento–. Aparte de eso... –dijo con voz repentinamente cansada–. No tengo todas las glándulas habituales.

Gurgeh alzó los ojos y le miró con cara de sorpresa.

–¿No?

–Nanay. Demasiado peligroso. Si las tuviera el Imperio me habría hecho desaparecer para convertirme en la estrella de la autopsia más concienzuda que te puedas imaginar. Tienen muchas ganas de averiguar cómo es un
Culturnik
por dentro, ¿comprendes? –Za cerró los ojos–. Tuvieron que sacarme casi todas las glándulas y luego... Cuando llegué aquí el Imperio me sometió a montones de pruebas y exámenes y tomó montones de muestras... Teníamos que permitir que averiguaran lo que deseaban sin obligarles a provocar un incidente diplomático. La desaparición de un embajador...

–Comprendo. Lo siento. –Gurgeh no sabía qué decir. Si Za no se lo hubiera contado jamás habría podido adivinarlo–. Entonces todos esos consejos sobre las drogas que debía producir...

–Conjeturas y buena memoria –dijo Za sin abrir los ojos–. Intentaba mostrarme amistoso.

Gurgeh se sintió incómodo, casi avergonzado.

Za apoyó la cabeza en el asiento y empezó a roncar.

Y abrió los ojos de golpe y se incorporó de un salto.

–Vaya, debo estar haciéndome viejo –dijo haciendo lo que parecía un terrible esfuerzo para despabilarse. Fue hacia Gurgeh y se plantó delante de él balanceándose lentamente de un lado a otro–. Oye, ¿crees que podrías llamar un aerotaxi para que me llevara a casa?

Gurgeh llamó un aerotaxi. El vehículo llegó unos minutos después, los guardias del tejado le transmitieron el permiso para aterrizar dado por Gurgeh y el aerotaxi se llevó a Za. El enviado se marchó cantando a pleno pulmón.

Gurgeh se quedó sentado un rato más mientras se hacía totalmente de noche y el segundo sol se ocultaba detrás del horizonte. Después dictó una carta dirigida a Chamlis Amalk-Ney dándole las gracias por el brazalete Orbital, que seguía llevando puesto. Copió la mayor parte de aquella carta en otra dirigida a Yay y les contó a los dos lo que le había ocurrido desde su llegada. No intentó disimular la auténtica naturaleza del juego o del Imperio y se preguntó qué parte de la verdad llegaría a sus amigos. Después estudió unos cuantos problemas en la pantalla y se puso en contacto con la nave para comentar la partida del día siguiente.

Antes de acostarse cogió el cuenco del cóctel pedido por Shohobo-haum Za y descubrió que aún contenía un poco de bebida. La olisqueó, meneó la cabeza y ordenó a una bandeja que limpiara la habitación.

 

Gurgeh derrotó a Lo Wescekibold Ram al día siguiente con una corta serie de movimientos que la prensa describió como «despectivos y mezquinos». Pequil ya había sido dado de alta y la experiencia no parecía haberle afectado mucho, dejando aparte el vendaje del brazo y el cabestrillo que lo inmovilizaba. Dijo que se alegraba mucho de que Gurgeh hubiera salido ileso, y Gurgeh le dijo cuánto lamentaba el que le hubiesen herido.

Realizaron el trayecto de ida y el de vuelta en un vehículo aéreo. El Departamento Imperial había decidido que viajar por superficie resultaría excesivamente arriesgado para Gurgeh.

Cuando volvió al módulo Gurgeh se enteró de que no habría ningún intervalo entre la ronda que acababa de ganar y la siguiente. El Departamento de Juegos había enviado una carta comunicando que su próxima partida en la modalidad de diez jugadores empezaría a la mañana siguiente.

–Me habría gustado poder descansar un poco –confesó Gurgeh mirando a la unidad.

Había decidido darse una ducha flotante y su cuerpo estaba suspendido en el centro de la cabina antigravitatoria. Los chorros de agua salían despedidos desde varias direcciones y eran absorbidos por los agujeritos minúsculos que cubrían toda la superficie semiesférica del interior de la cabina. Unos tapones-membrana impedían que le entrara el agua en la nariz, pero hablar seguía resultando un tanto difícil.

–Oh, estoy seguro de ello –dijo Flere-Imsaho con su vocecita chillona–. Pero quieren eliminarte por agotamiento, ¿comprendes? Y, naturalmente, eso significa que te enfrentarás a algunos de sus mejores jugadores escogidos entre los que siempre han conseguido terminar sus partidas en un tiempo récord.

–Sí, ya se me había ocurrido –dijo Gurgeh.

Los chorros de agua y el vapor casi le impedían ver a la unidad. Se preguntó qué ocurriría si Flere-Imsaho tuviese algún defecto de fabricación y le entrara algo de agua. Su cuerpo giró lentamente entre las corrientes de agua y aire que cambiaban continuamente de dirección hasta quedar cabeza abajo.

–Siempre podrías presentar una apelación ante el Departamento. Se te está discriminando, y me parece que resulta obvio, ¿no?

–Sí, a mí también me lo parece. Y a ellos. ¿Y qué?

–Puede que presentar una apelación sirviera de algo.

–Bueno, presenta esa apelación.

–No seas estúpido. Sabes que no me harán ningún caso.

Gurgeh cerró los ojos y empezó a canturrear en voz baja.

Uno de sus oponentes en la partida de diez era Lin Goforiev Tounse, el mismo sacerdote al que había vencido en la primera ronda. El sacerdote había salido vencedor en la tanda de partidas de su segunda oportunidad y eso le había permitido reincorporarse a la Serie Principal. Gurgeh se volvió hacia el ápice apenas le vio entrar en el gran salón del complejo recreativo donde iban a jugar y le sonrió. Últimamente se había encontrado practicando aquel gesto facial azadiano de forma casi inconsciente y muy parecida a la de un bebé que intenta imitar las expresiones que ve en los rostros de los adultos que hay a su alrededor. En cuanto vio al sacerdote pensó que era el momento perfecto para utilizarla. Sabía que nunca lograría sonreír como un auténtico azadiano sencillamente porque la estructura de su rostro no era idéntica a la del suyo, pero podía imitar la señal lo bastante bien para que no cupiese ninguna duda sobre su naturaleza.

Pero, traducida o no, Gurgeh sabía cuál era el mensaje que transmitía la sonrisa. «¿Te acuerdas de mí? Ya te he vencido una vez y tengo muchas ganas de repetirlo.» Era una sonrisa de autosatisfacción, de victoria y de superioridad. El sacerdote intentó sonreír devolviéndole la misma señal, pero no le salió demasiado convincente y la sonrisa no tardó en desaparecer para convertirse en una mueca de irritación. El sacerdote acabó desviando la mirada.

Los otros ocho jugadores habían ganado sus respectivas rondas, igual que Gurgeh. Había tres hombres de la Flota o el Almirantazgo, un coronel del Ejército, un juez y los tres restantes eran burócratas. Todos jugaban de maravilla.

Durante la tercera etapa de la Serie Principal los participantes tenían que pasar por un minitorneo de partidas menores en la modalidad singular, y Gurgeh pensaba que ahí estaba su mejor posibilidad de sobrevivir a la etapa. Cuando llegara a los tableros principales tendría que enfrentarse a algún tipo de acción concertada, pero las partidas singulares le ofrecían la posibilidad de ir acumulando la ventaja suficiente para capear esas tempestades futuras.

Derrotar al sacerdote Tounse fue una experiencia muy placentera. El ápice barrió el tablero con el brazo después del movimiento que dio la victoria a Gurgeh, se puso en pie y empezó a gritar y a amenazarle con el puño balbuceando frases incoherentes de las que sólo logró comprender las palabras «drogas» y «pagano». Gurgeh era consciente de que hasta hacía muy poco una reacción semejante le habría dejado cubierto por una capa de sudor frío o, por lo menos, habría hecho que se sintiese terriblemente incómodo; pero descubrió que ahora no le afectaba en lo más mínimo. Lo único que hizo fue seguir sentado en su sitio y sonreír fríamente.

Pero el sacerdote seguía insultándole. Estaba tan irritado que parecía dispuesto a golpearle, y el corazón de Gurgeh empezó a latir un poco más deprisa..., pero Tounse se calló de repente, movió lentamente la cabeza en un arco que abarcó a la multitud de rostros sorprendidos que le contemplaban y pareció comprender dónde estaba. El sacerdote casi huyó de la sala.

Gurgeh dejó escapar el aliento que había estado conteniendo y se relajó. El Adjudicador imperial fue hacia él y le pidió que disculpara el comportamiento del sacerdote.

El público y los medios de comunicación seguían estando convencidos de que Flere-Imsaho le proporcionaba alguna clase de ayuda y el Departamento dijo que deseaba acallar esa clase de sospechas y rumores infundados, por lo que preferiría que la máquina pasara las sesiones de juego confinada en las oficinas de una empresa imperial de ordenadores situada al otro extremo de la ciudad. La unidad protestó ruidosamente, pero Gurgeh accedió enseguida.

Gurgeh seguía atrayendo grandes cantidades de público. Algunos venían para mirarle fijamente y abuchearle hasta que eran expulsados del recinto por los funcionarios encargados de mantener el orden durante las partidas, pero la mayoría sólo deseaban verle jugar. El centro recreativo poseía sistemas capaces de ofrecer representaciones esquemáticas de la situación en los tableros principales para que los espectadores pudieran seguir el desarrollo del juego desde fuera de la sala, y algunas de las sesiones de Gurgeh que no coincidían con las partidas del Emperador llegaron a ser retransmitidas en directo.

Después de haber eliminado al sacerdote Gurgeh derrotó a dos de los burócratas y al coronel saliendo vencedor de todas sus partidas, aunque en el caso del coronel sólo por un leve margen de ventaja. Las partidas duraron un total de cinco días, y Gurgeh pasó todo aquel tiempo sumido en un intenso estado de concentración. Había supuesto que acabaría agotado pero sólo sintió un leve cansancio. La sensación predominante era el júbilo. Había jugado lo bastante bien para tener una posibilidad de vencer a las nueve personas que el Imperio le había escogido como adversarios y no sólo no agradeció el descanso, sino que descubrió que estaba impaciente por seguir jugando. Quería que los demás acabaran sus partidas menores para poder dar comienzo a la lucha en los tableros principales.

–¡Oh, claro, tú te lo pasas en grande pero yo estoy todo el día encerrado en una cámara de observación! Una cámara de observación donde se me somete a vigilancia, ¿comprendes? ¡Esos sesos carnosos están intentando analizarme! ¡Hace un tiempo precioso y la gran estación migratoria acaba de empezar, pero yo estoy encerrado con un montón de concienzófilos llenos de odio y prejuicios que intentan violarme!

–Lo siento, unidad, pero... ¿Qué quieres que haga? Sabes que están buscando cualquier excusa que les permita expulsarme de los juegos. Si quieres presentaré una solicitud para que se te permita permanecer en el módulo, pero dudo mucho de que accedan.

–Mira, Jernau Gurgeh, no tengo por qué aguantar todas estas indignidades. Puedo hacer lo que me dé la gana, ¿sabes? Si quisiera podría negarme a entrar en esa cámara. No soy propiedad tuya y mucho menos de ellos, y nadie puede darme órdenes.

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