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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El jugador (35 page)

Gurgeh fue presentado a Lo Wescekibold Ram, un ápice bajito y robusto con un rostro más tosco de lo que se había imaginado y el porte y los modales algo bruscos de un militar.

El estilo de Ram en los tableros secundarios era tan rápido como nervioso, por lo que el primer día tuvieron tiempo suficiente para jugar dos partidas. Quedaron empatados, y Gurgeh no se dio cuenta de los extremos de intensidad a que había llegado su concentración hasta que volvió al módulo. Se quedó dormido delante de la pantalla y cuando despertó habían pasado casi seis horas.

Al día siguiente jugaron otras dos partidas en los tableros secundarios, pero acordaron prolongar la ronda de partidas hasta bien entrada la noche. Gurgeh tenía la sensación de que el ápice le estaba poniendo a prueba y de que intentaba agotarle o, por lo menos, averiguar cuáles eran los límites de su resistencia. Tendrían que jugar seis partidas secundarias antes de llegar a los tres tableros principales, y Gurgeh ya se había dado cuenta de que la tensión de enfrentarse a Ram era muy superior a la que había sentido cuando competía contra nueve jugadores.

La partida fue tan encarnizada que no terminó hasta poco antes de la medianoche, con Gurgeh llevando la delantera por muy pocos puntos. Durmió siete horas y abrió los ojos con el tiempo justo de prepararse para la partida del día siguiente. Se obligó a despertar ordenando a sus glándulas que produjeran una considerable cantidad de
En pie
, la droga para el desayuno favorita de la Cultura y quedó un poco desilusionado al ver que Ram parecía tan fresco y lleno de energías como él.

La partida se convirtió en otra guerra de desgaste que se prolongó hasta la tarde, y Ram no sugirió que siguieran jugando por la noche. Gurgeh pasó un par de horas comentando la partida con la nave durante la noche y después se dedicó a contemplar los canales recreativos del Imperio para que su mente se olvidara un poco del juego.

Había programas de aventuras, concursos y comedias, y canales que sólo daban noticias y documentales. Gurgeh buscó algún informativo que hablara de su partida y encontró algunas menciones de ella, pero las jugadas del día no habían sido demasiado espectaculares y no merecían mucho espacio. Gurgeh se dio cuenta de que las agencias estaban empezando a perder su buena disposición inicial hacia él, y se preguntó si no lamentarían el haberle defendido cuando tuvo que soportar el ataque conjunto de la primera ronda.

Durante los cinco días siguientes las emisoras de noticias fueron tratando cada vez peor al «Alienígena Gurgo» (la sutileza fonética del eaquico era bastante inferior a la del marain, y Gurgeh ya se había resignado a que nadie escribiera o pronunciara bien su nombre). Las partidas secundarias terminaron dejándole más o menos al mismo nivel que Ram. Gurgeh le venció en el Tablero del Origen después de haber tenido serios apuros, y perdió por un margen infinitesimal en el Tablero de la Forma.

Las agencias y emisoras de noticias decidieron que Gurgeh era una amenaza para el Imperio y el bien común, y lanzaron una campaña para conseguir que se le expulsara de Eá. Afirmaban que estaba en contacto telepático con la
Factor limitativo
o con el robot llamado Flere-Imsaho, que utilizaba una amplia gama de drogas repugnantes guardadas en el antro de vicio y drogas situado sobre el tejado del Gran Hotel donde vivía, y después –como si acabaran de descubrirlo– proclamaron a los cuatro vientos que su organismo era capaz de producir drogas (lo cual era cierto) gracias a las glándulas extirpadas a tiernos infantes en operaciones horrendas que siempre terminaban con la muerte de los donantes (lo cual no era cierto). Los medios de comunicación no parecían capaces de ponerse de acuerdo sobre los efectos de esas drogas, y las dos teorías más en boga era que le convertían en un súper-ordenador o en un maníaco sexual (o en las dos cosas a la vez, según algunos artículos).

Una agencia logró tener acceso a las Premisas de Gurgeh redactadas por la nave y confiadas a la custodia del Departamento de Juegos. Las Premisas fueron consideradas como un perfecto ejemplo de la doblez y perversiones típicas de la Cultura; una especie de recetario para provocar la anarquía y la revolución. Las agencias adoptaron tonos más calmados y reverentes y elevaron una súplica al Emperador para que «hiciera algo» respecto a la Cultura, culparon a los altos cargos del Almirantazgo por llevar décadas sabiendo todo lo que había que saber sobre esa pandilla de asquerosos pervertidos y, aparentemente, no haberles dejado bien claro quién mandaba en el cosmos o haber acabado con ellos (una agencia que se caracterizaba por su osadía llegó al extremo de afirmar que el Almirantazgo no estaba muy seguro de cuál era el planeta origen de la Cultura). Rezaron para que Lo Wescekibold Ram expulsara al diabólico Alienígena Gurgo del Tablero del Cambio tan decisiva e irrevocablemente como haría algún día la Flota con la corrupta Cultura socialista. Si no había más remedio, sugirieron a Ram que usara la opción física. Eso dejaría claro de qué estaba hecho aquel condenado alienígena (¡quizá literalmente!).

–¿Están bromeando? –preguntó Gurgeh.

Apartó los ojos de la pantalla y contempló a la unidad con una sonrisa bienhumorada en los labios.

–No pueden hablar más en serio –replicó Flere-Imsaho.

Gurgeh se rió y meneó la cabeza, pensando que si los habitantes del Imperio eran capaces de tragarse todas aquellas tonterías debían ser considerablemente estúpidos.

La partida en el Tablero del Origen llegó a su cuarto día. Gurgeh tenía bastantes posibilidades de ganar. Vio a Ram hablando con algunos de sus asesores después de la sesión de la mañana. El ápice parecía bastante preocupado y Gurgeh pensó que quizá decidiera abandonar después de la sesión de la tarde, pero Ram decidió seguir luchando. Acordaron suspender la sesión de la noche y reanudar la partida a la mañana siguiente.

Flere-Imsaho se reunió con Gurgeh en la salida. La brisa cálida creaba pequeñas ondulaciones en la lona de la gran carpa. Pequil se encargó de supervisar la cada vez más complicada operación de abrir un camino entre la multitud hasta el lugar donde les aguardaba el vehículo. Una gran mayoría del gentío sólo quería ver al alienígena con sus propios ojos, pero había unos cuantos que le insultaban a voz en grito y un grupito aún más reducido que le vitoreaba. Ram y sus asesores abandonaron la carpa antes que Gurgeh.

–Creo que he visto a Shohobohaum Za entre la multitud –dijo la unidad mientras esperaban junto a la salida.

El séquito de Ram aún era visible al final de la estrecha franja de terreno despejado por dos hileras de policías.

Gurgeh lanzó una rápida mirada de soslayo a la máquina y recorrió con los ojos la hilera de policías cogidos del brazo. Aún no había logrado librarse de la tensión del juego y su sangre seguía estando saturada de sustancias químicas. Tenía la impresión de que todo cuanto veía formaba parte del juego, cosa que le ocurría de vez en cuando. Las personas parecían piezas agrupadas de distintas formas según el bando al que pudieran afectar o el que pudiera utilizarlas para el ataque; el dibujo de la lona le recordaba una de las parrillas más simples del tablero y los postes eran como fuentes de energía que aguardaban el momento de reaprovisionar a una pieza menor agotada o sostenían un punto crucial de la partida; los espectadores y los policías parecían las fauces repentinamente cerradas de un pesadillesco movimiento de tenaza... Todo era el juego, todo era visto bajo su luz y traducido a la imaginería combativa de su lenguaje o evaluado en el contexto de la estructura que el juego había impuesto a su mente.

–¿Za? –preguntó Gurgeh.

Se volvió hacia la dirección indicada por el campo de la unidad, pero no logró verle.

Los últimos miembros del grupo de Ram desaparecieron dentro de los vehículos oficiales. Pequil alzó la mano indicando a Gurgeh que ya podía salir de la carpa. Gurgeh y Flere-Imsaho empezaron a avanzar por entre las dos hileras de machos uniformados. Las cámaras le enfocaron con sus objetivos y las preguntas llovieron sobre él. Un grupito empezó a cantar y Gurgeh vio una pancarta oscilando sobre las cabezas de la multitud: «ALIENÍGENA, VETE A CASA».

–Parece que no soy demasiado popular –dijo.

–No lo eres –replicó Flere-Imsaho.

Dos pasos más (Gurgeh se dio cuenta de ello mientras hablaba y antes de que la unidad le contestara gracias al mismo sentido indefinible que entraba en acción durante el juego y que le hacía verlo todo como desde una gran distancia) y se encontraría muy cerca de..., necesitó un paso más para analizar el problema..., algo malo, algo que no encajaba, una grave discordancia..., había algo... distinto; el grupo de tres personas situado a su izquierda que no tardaría en dejar atrás no..., no debería estar allí. Eran como piezas fantasmas escondidas en un territorio boscoso... Gurgeh no tenía una idea muy clara de en qué consistía la discordancia, pero las estructuras de protagonismo manejadas por el sentido del juego reclamaron el primer lugar en el orden de precedencia de sus pensamientos, y comprendió que jamás correría el riesgo de colocar una pieza allí.

Medio paso más...

... para comprender que la pieza que no quería arriesgar era él mismo.

Vio como el grupo de tres personas se ponía en movimiento y se disgregaba. Giró sobre sí mismo y se agachó, todo de una forma automática. Era la réplica obvia en una pieza amenazada que está moviéndose con tanta inercia que no puede detenerse o retroceder dando un salto para alejarse de una fuerza atacante.

Oyó varias detonaciones de gran potencia. El grupo de tres personas se lanzó hacia él abriéndose paso entre los brazos de dos policías como si fuera una pieza compuesta que había decidido fragmentarse. Gurgeh convirtió el agacharse en una mezcla de salto hacia adelante y voltereta. Comprendió que aquel movimiento era el equivalente físico casi perfecto de una pieza-trampa obstaculizando a un atacante ligero, y el darse cuenta de ello hizo que se sintiera levemente complacido consigo mismo. Sintió un par de piernas chocando con su flanco sin demasiada fuerza y un instante después notó un peso encima de él y oyó más detonaciones. Algo más cayó sobre sus piernas.

Era como despertar.

Le habían atacado. Destellos, explosiones, personas que se lanzaban sobre él... Sí, era eso.

Gurgeh se debatió bajo el cálido peso animal que tenía encima. Era el atacante al que había derribado. La gente gritaba, los policías habían entrado en acción sin perder ni un segundo. Vio a Pequil en el suelo. Za también estaba allí, mirando en todas direcciones con una expresión más bien confusa. Alguien gritaba. No había ni rastro de Flere-Imsaho. Un líquido caliente estaba empezando a empapar la tela de sus pantalones.

Gurgeh logró liberarse del cuerpo que tenía encima. Acababa de ocurrírsele que aquella persona –ápice o macho, no lo sabía– podía estar muerta, y la idea de hallarse en contacto con un muerto le pareció repugnante. Shohobohaum Za y un policía le ayudaron a levantarse. Aún se oían muchos gritos. La gente se apartaba o era obligada a retroceder y los policías estaban creando un espacio despejado alrededor de lo que había ocurrido, fuera lo que fuese. Había cuerpos en el suelo, algunos de ellos cubiertos de sangre entre roja y anaranjada. Gurgeh se tambaleó. Estaba algo mareado.

–¿Todo bien, jugador? –preguntó Za, y le sonrió.

–Sí, creo que sí.

Gurgeh asintió con la cabeza. Había sangre en sus piernas, pero el color indicaba que no era suya.

Flere-Imsaho bajó del cielo.

–¡Jernau Gurgeh! ¿Estás bien?

–Sí. –Gurgeh miró a su alrededor–. ¿Qué ha ocurrido? –preguntó volviéndose hacia Shohobohaum Za–. ¿Viste lo que ocurrió?

Los policías habían desenfundado sus armas y estaban formando un cordón alrededor de la zona. La gente se alejaba y los cámaras eran obligados a retroceder por policías que no paraban de gritar. Cinco policías mantenían inmovilizado a alguien sobre la hierba. Dos ápices vestidos de civil yacían sobre el sendero; el que Gurgeh había derribado estaba cubierto de sangre. Había un policía inmóvil montando guardia junto a cada uno de ellos, y otros dos estaban atendiendo a Pequil.

–Esos tres tipos te atacaron –dijo Za.

Inclinó la cabeza señalando a los dos cadáveres y a la silueta atrapada bajo el montón de policías. Sus ojos se movían velozmente en todas direcciones. Gurgeh oyó que alguien sollozaba ruidosamente entre lo que quedaba de la multitud. Los reporteros seguían gritando preguntas.

Za acompañó a Gurgeh hasta donde estaba Pequil mientras Flere-Imsaho zumbaba ruidosamente sobre sus cabezas. Pequil yacía de espaldas con los ojos abiertos y parpadeaba lentamente mientras un policía cortaba la manga ensangrentada de la chaqueta de su uniforme.

–Parece que el viejo Pequil se ha tropezado con una bala –dijo Za–. ¿Estás bien, Pequil? –le preguntó con voz jovial.

Pequil sonrió débilmente y asintió.

–Mientras tanto –dijo Za, poniendo el brazo sobre los hombros de Gurgeh sin que sus pupilas dejaran de moverse en todas direcciones observando cuanto les rodeaba–, tu valerosa y siempre eficiente unidad superó la velocidad del sonido para apartarse algo así como veinte metros en dirección vertical.

–Me limité a ganar altura para poder evaluar más claramente lo que...

–En cuanto a ti, Gurgeh, te dejaste caer y rodaste sobre ti mismo –dijo Za. Seguía sin mirarle a la cara–. Llegué a creer que te habían dado... Conseguí propinarle un buen golpe en la cabeza a uno de esos tipos y creo que la policía se encargó de liquidar al otro. –Los ojos de Za se posaron durante una fracción de segundo en el grupito de personas que había al otro lado del cordón policial. Los sollozos venían de allí–. Parece que algún mirón ha resultado herido. Esas balas eran para ti, ¿sabes?

Gurgeh bajó la vista hacia uno de los ápices muertos. Su cabeza estaba casi encima del hombro formando ángulo recto con el cuerpo. La posición habría resultado igual de incongruente en casi cualquier humanoide.

–Sí, ése es el tipo al que golpeé –dijo Za lanzando una rápida mirada al ápice–. Creo que le di demasiado fuerte...

–Repito lo que dije antes –protestó Flere-Imsaho colocándose delante de Gurgeh y Za–. Me limité a ganar altura con el fin de...

–Sí, unidad, nos alegra mucho que no te haya ocurrido nada –dijo Za.

Movió la mano apartando a la máquina como si fuera un insecto particularmente grande y molesto y empezó a tirar de Gurgeh llevándole en dirección a un ápice vestido con el uniforme de la policía que estaba haciéndoles señas de que fueran hacia los coches. Los sonidos de las sirenas desgarraban el cielo y se acercaban por las calles que llevaban a la gran carpa.

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