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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El jugador (11 page)

Su voz subió de tono hasta adquirir la intensidad de una súplica quejumbrosa.

El hombre alzó los ojos hacia los límpidos tonos azules y rosados del amanecer. Las ondulaciones de la llanura cubierta de niebla hacían pensar en una inmensa cama desordenada.

–Estás loca, unidad. Jamás podrás hacerlo.

–Sé muy bien lo que puedo hacer y lo que no puedo hacer, Jernau Gurgeh –dijo la unidad.

Retrocedió unos centímetros y le observó en silencio.

Gurgeh pensó en su viaje en tren de aquella mañana. La oleada de miedo delicioso que le había invadido... Ahora parecía un presagio.

Suerte. Azar puro y simple.

Sabía que la unidad tenía razón. Sabía que se equivocaba y, al mismo tiempo, sabía que tenía razón. Todo dependía de él.

Se apoyó en la balaustrada. Sintió que algo se le clavaba en el pecho. Metió la mano en el bolsillo y extrajo la tarjeta circular de cerámica que había decidido conservar como recuerdo después de la desastrosa partida de Posesión. Le fue dando vueltas lentamente entre los dedos. Alzó los ojos hacia la unidad y tuvo la extraña sensación de ser muy viejo y, al mismo tiempo, de ser un niño.

–Si algo va mal –dijo hablando muy despacio–. Si te descubren... Estaré acabado. Me suicidaré. Muerte cerebral completa y absoluta sin dejar ningún vestigio de mi personalidad.

–Todo irá bien. Te aseguro que averiguar lo que hay dentro de esos globos es lo más sencillo del mundo. No me costará nada.

–Pero... ¿y si te descubren? ¿Y si hay alguna unidad de CE rondando por aquí o si el Cubo está observando la partida?

La unidad guardó silencio durante unos momentos.

–Ya se habrían dado cuenta. He terminado.

Gurgeh abrió la boca para decir algo, pero la unidad se apresuró a flotar hacia adelante hasta quedar muy cerca de su rostro.

–Por mí misma, Gurgeh –siguió diciendo con mucha calma–. Por mi propia paz mental. Yo también quería saberlo. Volví hace mucho rato. He pasado las últimas cinco horas observando la partida. Era fascinante... La tentación de averiguar si podía hacerse acabó resultando irresistible. Si he de serte sincero sigo sin saberlo. La partida se encuentra más allá de lo que puedo comprender. Mi pobre mente ha sido configurada para seguir caminos y lograr objetivos mucho más sencillos, y la partida es excesivamente complicada para ella..., pero tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo, ¿comprendes? El riesgo ya ha pasado, Gurgeh. Está hecho. Puedo decirte lo que necesitas saber... Y no te pido nada a cambio. Eso es cosa tuya. Quizá puedas hacer algo por mí algún día, pero no estás atado por ninguna obligación. Créeme..., por favor, créeme. No hay ninguna obligación. Hago esto porque quiero ver como tú... No, quiero ver como alguien lo consigue. Tú o quien sea, me da igual.

Gurgeh contempló a la unidad. Tenía la boca seca. Podía oír gritos lejanos. El botón de la terminal que había en el hombro de su chaqueta emitió un zumbido. Tragó aire para hablar, pero un instante después oyó su voz y tuvo la impresión de que pertenecía a otra persona.

–¿Si?

–¿Listo para seguir jugando, Jernau? –dijo la voz de Chamlis desde el botón.

–Voy para allá –le oyó decir Gurgeh a su voz.

Clavó los ojos en la unidad. La terminal emitió un zumbido más estridente para indicar el fin de la comunicación.

Mawhrin-Skel se acercó unos centímetros más.

–Ya te lo había dicho, Jernau Gurgeh. Puedo engañar a esas calculadoras estúpidas siempre que quiera. Es lo más sencillo del mundo... Y ahora, deprisa. ¿Quieres saberlo o no? La Red Completa... ¿Sí o no?

Gurgeh volvió la cabeza hacia la dirección en que estaba la casa de Hafflis. Después se volvió lentamente hacia la balaustrada y se inclinó hasta que su rostro quedó muy cerca de la unidad.

–Está bien –murmuró–. Sólo los cinco puntos primarios y los cuatro verticales que se encuentren más cerca del centro empezando por arriba. Nada más.

Mawhrin-Skel le dio los datos que le había pedido.

Estuvo a punto de ser suficiente. La chica luchó brillantemente hasta el final, y su último movimiento le impidió alcanzar el objetivo que se había fijado.

La Red Completa se desmoronó y Gurgeh ganó por treinta y un puntos de ventaja, dos menos del récord actual de la Cultura.

Mientras limpiaba debajo de la gran mesa de piedra bastante más avanzada la mañana uno de los robots domésticos de Estray Hafflis sintió una leve sorpresa al descubrir una tarjeta de cerámica retorcida y llena de grietas en cuya distorsionada superficie había incrustados unos diales.

La tarjeta no pertenecía al juego de Posesión de la casa.

El cerebro no consciente, mecanicista y perfectamente predecible del robot meditó en su hallazgo durante unos momentos y acabó decidiendo arrojar aquel resto misterioso con el resto de la basura.

Despertó por la tarde y el recuerdo de la derrota se adueñó de su mente. Tuvo que pasar algún tiempo antes de que recordara que había ganado la partida de Acabado. La victoria nunca había sido tan amarga.

Desayunó a solas en la terraza viendo como una flotilla de veleros avanzaba por el fiordo con sus velas multicolores hinchadas por las frescas ráfagas de la brisa. Cada vez que cogía el cuenco o la taza sentía un leve dolor en la mano derecha. Cuando estrujó entre sus dedos la tarjeta del juego de Posesión al final de la partida faltó muy poco para que se hiciera sangre.

Se puso pantalones, un faldellín y un intermedio entre chaqueta y gabardina y fue a dar un largo paseo. Bajó hasta la orilla del fiordo y fue avanzando a lo largo de ella, dirigiéndose hacia el mar y las dunas barridas por el viento donde se encontraba Hassease, la casa en la que había nacido y en la que seguían viviendo algunos miembros de su numerosa familia. Caminó por el sendero de la costa que llevaba a la casa dejando atrás las siluetas retorcidas de los árboles deformados por el viento. La hierba suspiraba a su alrededor y las aves marinas lanzaban sus gritos melancólicos. La brisa era bastante fresca y las nubes se movían velozmente por el cielo. Si observaba el mar más allá de la aldea de Hassease podía ver las cortinas ondulantes de lluvia que caían precediendo al oscuro frente de las nubes tormentosas. El tiempo no tardaría en cambiar. Gurgeh se envolvió en su chaqueta-gabardina y apretó el paso dirigiéndose hacia la lejana silueta de la casa mientras pensaba que debería haber cogido un vehículo subterráneo. Las ráfagas de viento azotaban la playa y arrojaban la arena tierra adentro. Gurgeh parpadeó y sintió que empezaban a llorarle los ojos.

–Gurgeh.

La voz se impuso sin ninguna dificultad al suspirar de la hierba y el susurro de las ramas de los árboles. Gurgeh alzó una mano, se protegió los ojos con ella y miró a un lado.

–Gurgeh –repitió la voz.

Gurgeh se volvió hacia la sombra proyectada por un árbol de tronco nudoso que se inclinaba formando un ángulo muy pronunciado con el suelo.

–¿Mawhrin-Skel? ¿Eres tú?

–Has acertado –dijo la unidad.

Gurgeh la vio venir flotando por el sendero.

Se volvió hacia el mar. Dio un par de pasos por el sendero que llevaba hacia la casa, pero la unidad no le siguió.

–Bueno... –dijo Gurgeh volviéndose a mirarla–. Tengo que seguir. Si no me doy un poco de prisa me mojaré y...

–No –dijo Mawhrin-Skel–. No te vayas. Tengo que hablar contigo. Es muy importante.

–Cuéntamelo mientras camino –dijo Gurgeh sintiéndose repentinamente irritado.

Reanudó la marcha. La unidad se movió con la velocidad del rayo y se colocó delante de su rostro. Gurgeh tuvo que detenerse para no chocar con ella.

–Es sobre la partida de Acabado. Sobre lo que ocurrió anoche y esta mañana...

–Creo que ya te di las gracias –dijo Gurgeh.

Contempló en silencio a la máquina durante unos momentos, suspiró y dejó que sus ojos fueran más allá de ella. El frente lluvioso ya había llegado al pueblecito costero que se encontraba inmediatamente detrás de Hassease. Los nubarrones oscuros ya casi estaban encima de él y proyectaban sombras inmensas.

–Y yo creo haberte dicho que algún día quizá estuvieras en situación de poder ayudarme.

–Oh –dijo Gurgeh, y sus labios se curvaron en algo que tenía más de mueca burlona que de sonrisa–. ¿Y qué se supone que puedo hacer por ti?

–Puedes ayudarme –dijo Mawhrin-Skel en un tono de voz tan bajo que casi quedó ahogado por el estrépito de la tormenta–. Puedes ayudarme haciendo que vuelvan a aceptarme en Contacto.

–No digas estupideces –replicó Gurgeh.

Alargó la mano, apartó a la máquina de su camino y siguió andando.

Lo siguiente que supo fue que había caído de bruces sobre la hierba que cubría la cuneta. Era como si algo invisible le hubiese embestido por la espalda. Alzó los ojos hacia la diminuta unidad que flotaba sobre él y la contempló con expresión asombrada mientras sus manos sentían la humedad del suelo que tenía debajo y la hierba siseaba a su alrededor.

–Pequeña... –dijo.

Intentó ponerse en pie y la fuerza invisible volvió a empujarle. Gurgeh se quedó inmóvil contemplando con incredulidad a Mawhrin-Skel. No podía creerlo. Ninguna máquina había usado jamás la fuerza contra él. Era algo inaudito, inconcebible... Hizo un nuevo intento de levantarse sintiendo el grito de ira y frustración que empezaba a formarse en su garganta.

Todos los músculos de su cuerpo se aflojaron de repente. El grito murió en su garganta.

Sintió que caía de espaldas sobre la hierba.

Se quedó inmóvil con los ojos clavados en los nubarrones oscuros que se cernían sobre él. Sólo podía mover los ojos.

Recordó la ráfaga de proyectiles viniendo hacia él y la inmovilidad a la que le sometió su traje cuando los impactos excedieron la capacidad de resistencia programada. Aquello era peor.

Era la parálisis pura y simple. No podía hacer nada.

Empezó a preocuparse. Pensó en lo que ocurriría si dejaba de respirar, si su corazón dejaba de latir, si la lengua le obstruía la garganta, si perdía el control de sus visceras...

Mawhrin-Skel entró en su campo visual.

–Escúchame, Jernau Gurgeh. –Las primeras gotas de lluvia repiquetearon sobre la hierba y cayeron en su rostro. Estaban muy frías–. Escúchame bien... Me ayudarás. Grabé nuestra conversación de esta mañana. He registrado todas tus palabras y tus gestos. Si no me ayudas la haré pública. Todo el mundo sabrá que hiciste trampas para vencer a Olz Hap. –La unidad guardó silencio durante unos momentos–. ¿Comprendes lo que te he dicho, Jernau Gurgeh? ¿Me he explicado con claridad? ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Hay un nombre para lo que estoy haciendo, por si aún no lo has adivinado. Es una palabra muy antigua. Lo que estoy haciendo se llama chantaje.

Aquella máquina estaba loca. Cualquiera podía crear lo que le diera la gana. Sonido, imágenes en movimiento, olores, la sensación del contacto... Y eran precisamente las máquinas las que hacían todas esas cosas. Podías solicitar una de ellas del almacén más cercano y ordenarle que creara cualquier imagen que se te pasara por la cabeza, fija o en movimiento, y si invertías el tiempo y la paciencia suficientes podías conseguir que tuvieran una apariencia tan realista como si hubieran sido registradas mediante una cámara normal y comente. Podías crear cualquier secuencia de imágenes.

Algunas personas utilizaban esos aparatos para divertirse o con propósitos de venganza e inventaban historias protagonizadas por sus amigos o enemigos en las que les ocurrían cosas espantosas o, sencillamente, divertidas y risibles. Si no había forma de probar que algo era auténtico el chantaje se convertía en una cosa imposible y que carecía de objetivo. En una sociedad como la Cultura donde casi nada estaba prohibido y tanto el dinero como el poder individual prácticamente habían dejado de existir, el chantaje resultaba doblemente irrelevante.

Sí, aquella máquina debía estar loca... Gurgeh se preguntó si tendría intención de matarle. Fue dando vueltas a la idea en su mente e intentó convencerse de que era muy posible.

–Sé lo que estás pensando, Gurgeh –siguió diciendo la unidad–. Estás pensando que no puedo demostrarlo. Podría haber creado esa grabación partiendo de la nada; nadie me creería... Bueno, pues te equivocas. Establecí una conexión en tiempo real con una amiga mía, una Mente de CE que simpatiza con mi causa. Siempre ha estado convencida de que habría podido ser un magnífico agente y ya ha intentado ayudarme en el pasado. La conversación que mantuvimos esta mañana ha quedado registrada con todos sus detalles en la memoria de una Mente cuya credibilidad y reputación son absolutamente intachables, y a un nivel de fidelidad percibida que no puede alcanzarse con el tipo de instrumentos de los que dispone la gente corriente.

»La grabación que te incrimina no puede haber sido falsificada, Gurgeh. Si no me crees pregúntaselo a tu amigo Amalk-Ney. Él te confirmará cuanto he dicho. Puede que sea una máquina estúpida e ignorante, pero debería saber a qué sitios ha de acudir para comprobar que te estoy diciendo la verdad.

La lluvia empezó a caer sobre los fláccidos músculos del rostro de Gurgeh. Tenía la mandíbula totalmente relajada y la boca abierta, y se preguntó si podría acabar ahogándose a causa de la lluvia.

Las gotas fueron aumentando de tamaño y los impactos se hicieron más perceptibles. Los hilillos de agua empezaron a deslizarse sobre la carcasa de la diminuta unidad que flotaba encima de su cabeza.

–¿Te estás preguntando qué quiero de ti? –dijo la unidad. Gurgeh intentó mover los ojos para decir «no» con el único fin de hacerla enfadar, pero la unidad no pareció darse cuenta–. Quiero que me ayudes –dijo–. Necesito tu ayuda; necesito que hables en favor mío. Necesito que te presentes ante esos imbéciles de Contacto y que añadas tu voz a las que ya se han alzado pidiendo que se me devuelva al servicio activo.

La máquina se lanzó hacia su rostro y Gurgeh sintió un tirón en el cuello de su chaqueta-gabardina. Su cabeza y la parte superior de su torso fueron alzados del suelo con una brusca sacudida y se encontró contemplando las placas grisazuladas de la unidad. «Tamaño de bolsillo», pensó. Deseó poder parpadear para humedecerse los ojos y le alegró que estuviera lloviendo porque no podía hacerlo. Tamaño de bolsillo... La unidad cabría perfectamente en uno de los enormes bolsillos de su prenda.

Sintió deseos de reír.

–Maldita sea, hombre... ¿No comprendes lo que me han hecho? –preguntó la máquina sacudiéndole–. ¡Me han castrado, me han mutilado, me han paralizado! ¿Cómo te sientes ahora? Te sientes impotente porque sabes que tus miembros están allí pero no puedes hacerlos funcionar, ¿verdad? ¡Pues yo siento algo parecido, pero además sé que no están! ¿Puedes comprenderlo? ¿Puedes? ¿Sabías que hubo épocas de nuestra historia en que las personas perdían miembros y no podían recuperarlos? ¿Recuerdas algo de la historia social que aprendiste, pequeño Jernau Gurgeh? ¿Eh? –La máquina volvió a sacudirle. Gurgeh sintió la oscilación de su cabeza y el castañeteo de sus dientes–. ¿Recuerdas haber visto grabaciones de lisiados antes de que los brazos y las piernas les volvieran a crecer? Bueno, pues por aquel entonces los seres humanos perdían miembros porque una explosión o un accidente se los cercenaban o los hacían pedazos o porque era preciso amputárselos..., pero seguían creyendo que tenían esos miembros y seguían creyendo que podían sentirlos. «Miembros fantasma», así les llamaban... Esos brazos y piernas irreales podían producir dolor y picores, pero no podían ser utilizados. ¿Puedes imaginártelo? ¿Puedes imaginar eso, hombre de la Cultura con tu recrecimiento incluido en tus genes alterados y tu corazón retocado y tus glándulas manipuladas y tu cerebro que se depura y filtra a sí mismo, y tus dientes impecables y tu perfecto sistema inmunológico? ¿Puedes?

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